Web No Oficial de Joan Balcells

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Magazine El Mundo, nº 64

"El patillas" no se dejaba ver. "¡Juanito! ¿Dónde estás?", gritaba Álex Corretja subido en el escenario de la discoteca Luz de Gas de Barcelona. Escondido cerca de la barra, con una copa en la mano y rodeado de amigos, Joan esquivaba las luces y rehuía los micrófonos, pero con 1,90, las anchas patillas negras (por las que ya le apodan Curro) casi hasta la barbilla, cuando ese mismo día acababa de ganar la Copa Davis y su nombre ya brillaba inscrito en La Ensaladera, ya no podía ser el héroe anónimo que fue hasta entonces.

Por Diego Arnero


Y es que Joan Balcells ha cimentado su éxito en la humildad y adora la segunda fila, el plano secundario... Pero el domingo pasado, un día después de que él liderara con brillo la pareja de dobles que formó junto a Álex Corretja y que asestó un golpe fundamental en la conquista de la Copa Davis al derrotar, cuando casi nadie lo esperaba, al doble australiano, no pudo evitar pasar a la primera fila.

"¡El patillas ha llegado!", exclamó eufórico Corretja mientras se abrazaba a Balcells y otros miembros del equipo español sobre el escenario y bailaban todos juntos al ritmo de la canción We Are The Champions del grupo Queen.


A la izquierda, Joan a los nueve años, de veraneo con sus padres en Castelldefel (Barcelona).
A la derecha, con 18 años, tras ganar un torneo.


Horario laboral. Pero la realidad es que el éxito de Joan viene de atrás, de cuando sí que era un héroe anónimo. Cada día, a las siete de la mañana, sus padres, Joan y Carmen, se levantaban para abrir las tiendas de alimentación que tienen en el mercado Santa Catarina de Barcelona. "Es charcutería y tocinería, pero de mucha calidad: tenemos los mejores ibéricos de la ciudad", asegura Joan padre. Y cada día, desde niño, también a las siete de la mañana, Joan se levantaba para entrenar. Maltratado por las lesiones (dos operaciones de rodilla, una de hombro, otra de tobillo y una última de muñeca en apenas cuatro años), su futuro tenístico exigía pasar horas y horas en el gimnasio y él no renunció a luchar por abrirse camino al precio que fuera necesario. "A los 18 años le operaron por primera vez del hombro. Después, yo le dije que dejara el tenis y estudiara Económicas. Se enfadó y me dijo que quién me creía yo para decirle eso, que llevaba desde los ocho luchando para abrirse camino en el tenis y no iba a parar hasta que lo consiguiera", recuerda ahora su padre, que alaba su tenacidad y determinación.

Hasta hace un año, su trayectoria era como la de tantos jugadores del montón que deambulan por las profundidades de la clasificación y por torneos de poca monta, de los que suman muchas decepciones y muy pocas pesetas. "En la televisión se ve a los jugadores que ganan y al público que les anima, pero detrás hay muchas dificultades. Yo cumplo un horario laboral, viajo 40 o 45 semanas al año y sufro mucho. Hasta ahora he sobrevivido gracias a la ayuda económica de mis padres", explicó recientemente Balcells. Al principio, la pequeña fábrica de juguetes que tenía la familia no daba para mucho; más tarde, las tiendas de alimentación fueron mejor negocio y pudieron ayudar a su hijo para que viajara por el circuito. "Hasta hace un par de años tuvimos que pagarle todo. Nadie le ayudaba", recuerda Joan padre, deportista de toda la vida y campeón de España de culturismo en 1969 y que, como su hijo, de joven también tenía un físico de acero. De él se sabía su feliz unión desde hace dos años con un técnico de prestigio, el ex entrenador de Emilio Sánchez Vicario, William Pato Álvarez, pero ni siquiera este último estaba por aquel entonces convencido de que haría carrera de Juanito. "Tenía buen saque, pero todos sus movimientos estaban descoordinados y había que cambiarlos", recuerda Pato, que añade: "Es un gran trabajador y se merece ganar la Copa Davis, pero, a nivel individual, me extrañaría que llegara a estar entre los 20 primeros del mundo".

Su vida cambió de golpe hace poco más de un año. A Manuel Santana, entonces capitán del equipo español de Copa Davis, le faltaban jugadores que quisieran viajar a Nueva Zelanda a disputar la eliminatoria para eludir el descenso de categoría (Corretja, Moyà y Costa, entre otros, habían renunciado a jugar) y alguien le habló de un modesto tenista español llamado Joan Balcells (era entonces el 216 del mundo) con buena predisposición y bien dotado para el dobles. Al recibir la invitación de viajar, inicialmente como sparring, a Hamilton, este barcelonés de 25 años no lo dudó y, sin saberlo, se embarcó en el gran sueño de su vida. En Nueva Zelanda se reveló como un doblista notable, desplazó del equipo a Fernando Vicente y debutó junto a Julián Alonso en un partido que certificó el 3-0 para España y la permanencia en el Grupo Mundial.


Perder es un drama. Después de catorce meses, Joan presume de un extraordinario balance positivo con España: ha disputado cinco dobles (uno con Alonso y cuatro con Corretja) y sólo ha perdido uno. Sin embargo, su pedigrí tenístico choca con el de sus sus socios en el éxito, Álex Corretja, Juan Carlos Ferrero y Albert Costa, tres estrellas de la raqueta que apenas vivieron las penurias de Balcells, pero les iguala en ambición. Mientras ellos juegan en torneos millonarios de primera fila, Balcells circula de challenger en challenger (los torneos de segunda categoría), pasa por las ingratas previas y rara vez se asoma a torneos de primera. "Es muy diferente jugar una previa, en la que a lo mejor hay dos espectadores, a jugar un partido en el Palau Sant Jordi ante 14.000", comenta el jugador.

En los challengers faltan las atenciones de los otros torneos. Nunca pisa un hotel de cinco estrellas como el Juan Carlos I de Barcelona, en el que ha estado alojado durante la final de la Copa Davis ("A veces compartimos habitación entre tres o cuatro", recuerda) y ganar partidos es una cuestión de supervivencia. "En un torneo grande, ganar o perder es importante, pero no vital; en los pequeños, a algunos tenistas les va la vida en ellos. Casi todos van ajustados de dinero y perder es un drama y una decepción", asegura Balcells.

Desde que arrancó el sueño de la Copa Davis, Joan ha ganado su primer torneo del circuito en los individuales (en Bucarest, en septiembre pasado), se ha asentado entre los 100 primeros del mundo (es el 86), su tenis ha mejorado y ha ganado confianza. "Estar en el equipo español me ha dado la confianza que siempre faltó en mi tenis hasta ahora", dice este atípico jugador español con vocación por el ataque. "Mi tenis es, sobre cualquier pista, de saque y volea y de mucha presión. Por eso se me dan bien los dobles".

Entre medias, Joan se compró un Golf turbodiesel, un piso con piscina en el barrio barcelonés de Sant Just ("Se ha decidido a independizarse", según su padre) y escapó de los agobios económicos. "Ahora está recogiendo los frutos de tanto sacrificio", comenta el padre. Por conquistar la Ensaladera se ha embolsado casi 40 millones de pesetas en premios, además de ver dobladas sus retribuciones publicitarias. Hace un mes su presencia en la final no estaba confirmada, ya que los cuatro capitanes del equipo (Duarte, Perlas, Avendaño y Vilaró) dudaban si incluir a Carlos Moyà, todo un ex número uno mundial, en su lugar. Pero prefirieron a Juanito. La confirmación de que jugaría la gran final le pilló en Montevideo, nuevamente lejos del brillo, una vez más en un torneo de segunda, por enésima vez lejos de la actualidad. "Agradezco la confianza que han tenido en mí. No les defraudaré", dijo entonces.


Pasión en las gradas. El sábado pasado, 14.000 espectadores, incluso Mark Woodforde y Sandon Stolle, números uno y tres australianos respectivamente, le miraban asombrados. En las gradas sus padres estallaban de pasión. "Ha sido tremendo", confesaban. Ellos no acudieron el domingo a la discoteca Luz de Gas. "A primera hora del lunes nos llegaban pedidos a la tienda y había que ir al tajo. No podíamos faltar", explica el progenitor del doblista español. El lunes se agotó la euforia y abundó la felicidad y el cariño. "Todas las señoras venían a felicitarnos, a contarnos que se habían pasado el fin de semana viendo la final por la televisión. Incluso hubo una señora que nos contó que le dijo a su marido que no le podía dar la comida porque tenía que ver el partido de Joan".

Después del éxtasis (el domingo se acostó a las seis de la mañana), de cruzar mil y una miradas seductoras con varias chicas, Joan regresó el lunes a casa. "Yo sigo siendo una persona normal que no se cree nada. Lo único que ha cambiado ahora es que, de vez en cuando, algún chalado me reconozca y me dé un grito por la calle dándome ánimos, pero poco más", confiesa el único hijo de los Balcells, a quien sus padres califican como una personal especialmente tranquila. Ese día cenó en casa ("Es como un pajarito; por lo menos come siete u ocho veces al día y, cómo no, le gusta el buen jamón que traigo de nuestra tienda", comenta su padre), se tumbó en su habitación donde todavía tiene colgados unos pósters de John McEnroe y Boris Becker, sus grandes ídolos de infancia, cogió el libro que está leyendo ahora (el Cuaderno gris, de Josep Pla), puso música y siguió soñando. Había ganado la Copa Davis, pero seguía siendo el tipo normal de siempre y su vida no iba cambiar. Tal vez soñó con volver a ganarla.



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