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Vio la primera luz entre panales
ni verter los zumbos deleitosos
en comunas, bacines ni orinales!
oh! Que tiempos aquellos, tan hermosos!
cagabas con olmpica franqueza
siguiendo tus impulsos generosos:
Maana, tarde y noche la limpieza
era todo tu afn; aligerando
el vientre de tu dueo sin pereza.
Y a veces sin saber cmo ni cuando,
llevabas una vida meritoria
con igual aficin: siempre cagando!
Abrir, cagar, cerrar; tal fue la historia
reducida a plegarte y desplegarte
en aras de la mierda transitoria.
Basta con un pujo acariciarte,
para que desplegaras el ojete
cual despliega el guerrero su estandarte.
Dcil eras; lo mismo en el retrete
que en el saln; de modo igual vertas
en el bacn que en otro capacete.
Voluntario y leal, siempre queras,
y aunque te hallaras seco y estreido,
al llamar a tus puertas, las abras.
Ay! Qu ha sido de ti? dime! qu ha sido,
infelice portazgo malogrado,
pebetero sin par, caliente nido.
Guardajoyas humilde y reservado,
elstico viaducto, blanda llave
eel mojn salomnico? . . . que holgado
Arrojabas el lquido suave
cada vez que la purga lo peda!
como la longaniza tiesa y grave
que en gallarda espiral se retorca
levantando la cspide eminente
cual torre que a los cielos desafa!
En aos de servicio mas de veinte,
pronunciaste discursos peregrinos
con voz apasionada y elocuente;
Que argumentos, que frases y que trinos!
que suspirantes, placidos arrullos
no menos deliciosos que cochinos!
Cuantas perlas y flores y capullos
derramados por una y otra parte!
Que cantidad de mimos y de arrullos!
Jams un instrumento pudo echarte
la zancadilla, flauta y clarinete,
cornetn y violn, nunca igualarte.
Pudieron en las voces de falsete,
ni en los giles, rpidas fermatas
que supiste hacer t, sublime ojete.
Arias, duos, tercetos y sonatas,
coros a voces solas, sinfonas,
todo lo ejecutaste sin erratas.
Sin la menor dificultad, hacias
en un segundo tantos gorgoritos
como Adelina Patti en quince das.
Gayarre, Mario Selva . . . pobrecitos!
cundo pudieron ellos ni otro alguno
imitar tus sollozos y tus gritos?
Que modo de cantar, y que oportuno!
cierta noche, en el regio coliseo
llamaste la atencin como ninguno:
Estabas en la altura, y al ojeo,
y cuando un wagneriano concertante
llegaba de su fuerza al apogeo.
Sonoro, tempestuoso, rozagante,
soltarse un DO DE PEDO que de bruces
hizo dar sobre el parche al redoblante.
No me digan de pedos andaluces!
quien oy aquella noche tu gemido
Ya por nada del mundo se har cruces.
Desmayose la tiple, cayo herido
El tenor; y del susto muri luego
El bartono; lugumbre alarido.
Reson en las alturas; y huy ciego
el coro en masa, mientras que aterrado
el pblico gritaba: ?!fuego! fuego!?
Dulces memorias del primer pasado!
qu nos resta de aquellas ilusiones?
qu nos resta de ti? ya la has cagado!
adis! adis! . . . Te ruego que perdones
si en algo te ofend: sobre tu losa
dejar una guirnalda de mojones
que olern un mes . . . aunque no a rosa.