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Líbrame de la tentación de contar lo
que se me ocurra con detalles
prolijos. Sella mis labios y no
permitas que me extienda en hablar
mis enfermedades y dolores. Bien es
verdad que aumentan de día en día y
que se vuelve más socorrido el
hablar de ellos. No me atrevo a
pedir la gracia de que me guste
escuchar las penas de otros; pero
ayúdame a soportarlas con paciencia.
No me animo a pedirte que mejores mi
memoria, mas sí te pido que aumentes
mi humildad y que disminuya mi
actitud de superioridad, cuando mi
memoria entre en conflicto con las
memorias de los demás. Enséñame la
gloriosa lección de reconocer mis
errores de saber que puedo
ocasionalmente equivocarme.
Haz que siga siendo razonablemente
amable y ecuánime; aunque no quiero
llegar a ser santo - es tan difícil
convivir con algunos de ellos-, pero
un viejo amargado es una de las
obras maestras del Demonio. Dame la
facultad de encontrar cosas buenas
en donde menos lo espere y de hallar
méritos en las personas más
insospechables, otorgándome la
gracia de reconocerlos.