Charla
entre Cortázar y Omar Prego Gadea
Rayuela:
La invención desaforada
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OP: Al lector de Rayuela le da la impresión de que el autor se
propuso hacer tabla rasa con casi (y sin el casi) toda una tradición en materia
de novela, que había que partir de cero, que era preciso, llegado el caso,
inventar un lenguaje (el glíglico). Lo que yo quiero preguntarte es esto: cuando
empezaste a escribir Rayuela, ¿tenías la idea de que ibas a hacer algo
que no tenía nada que ver con lo que se había hecho en América Latina hasta ese
momento?
JC: ¡Ah, sí! De eso tenía una idea muy clara, porque cuando me
puse a escribir Rayuela había acumulado varios años de Oliveira, de las
meditaciones de Oliveira, de haber enfocado la realidad como Oliveira la enfoca.
Eso se va explicitando después a lo largo del libro, pero ya estaba en mí cuando
empecé a escribirlo. Vos sabés que las intuiciones de Oliveira -para decirlo de
una manera sintética y pobre- son que estamos metidos en un camino que nos lleva
derechito a la bomba atómica, a la liquidación final. Y eso, sencillamente,
porque en algún momento de la evolución histórica hubo una bifurcación mal
hecha, algo que salió mal, y que nos estamos yendo al diablo por ese camino en
vez de haber seguido el bueno.
Oliveira no sabe, no tiene la menor idea de
cuál es el bueno, él no tiene ninguna idea positiva acerca de nada, para él todo
es negativo, es un mediocre, no tiene ningún talento especial. Y entonces él
vuelca todo su odio en esa evolución de lo que se llama la civilización
judeocristiana. Él intuye que al principio hubo otras posibilidades y que el
hombre eligió esa, la posibilidad judeocristiana, y que le falló. Él al menos
siente que le ha fallado.
OP: Lo que nos condujo a "la gran burrada" en la
que estamos sumergidos.
JC: La gran burrada en que estamos metidos,
claro. Entonces, en la medida en que él puede hacerlo (y sabe que es muy poco)
Oliveira quisiera luchar contra eso. No es Oliveira sino yo quien, al escribir
el libro, estoy tratando de dar algunas nuevas posibilidades para por lo menos
hacer una revisión a fondo del pasado y arrancar tal vez en otra dirección, con
otros criterios. Pero ahí es donde a Oliveira se le plantean desde el comienzo
problemas de lenguaje.
Y tiene razón, es una cosa obvia: ¿cómo vas a hablar
en contra de la civilización judeocristiana utilizando todos los moldes
semánticos que ella te regala, utilizando toda la tradición mental que ella te
regala? Hay que empezar un poco por destruir eso que a su manera buscaron los
surrealistas. Hay que empezar por destruir los moldes, los lugares comunes, los
prejuicios mentales. Hay que acabar con todo eso y tal vez así, desde cero, se
pueda atisbar lo que él llama el Kibbutz del Deseo, ¿no?
OP:
Exactamente.
JC: La unidad, el encuentro en algo, todo eso es muy humoso,
es muy vago, porque Oliveira no es filósofo (porque yo no soy un filósofo).
Entonces, su metafísica es una metafísica muy simple, pero tiene una simplicidad
peligrosa, una simplicidad que ha hecho que Rayuela -como libro- le haya
movido el piso a dos generaciones de jóvenes. Porque no da nunca respuestas pero
en cambio tiene un gran repertorio de preguntas. Esas preguntas tendientes a que
uno diga: ¿pero cómo es que podemos aceptar esto?, ¿cómo es que yo sigo
aceptando esto que me imponen desde atrás, desde el pasado? En el fondo, esa es
la actitud de Rayuela.
OP: Claro, porque lo nuevo en Rayuela
no es la idea de un texto que se comenta a sí mismo, sino esa voluntad de
destrucción. Esto, como vos decís, le movió el piso a más de un escritor y/o
crítico y prácticamente instauró dos categorías: la que rechazó Rayuela y
la que, deslumbrada por ella, se dedicó a producir rayuelitas. A lo mejor hay
que esperar la llegada de una tercera generación para que el equilibrio se
restablezca...
JC: Sí, es cierto. Hay algunos escritores que se han
pasado años escribiendo rayuelitas, escritores que se han quedado tan atrapados
por el libro que no han podido salvarse y entonces su literatura refleja
demasiado el mundo de Rayuela. Ese tipo de repeticiones, ese tipo de
influencias, son negativos. Pero yo creo que tal vez Rayuela ha tenido
una influencia que a mí me alegra -porque era uno de mis deseos- en el lenguaje.
Ha mostrado de otra manera las relaciones orales entre los personajes, les ha
mostrado una cierta manera de dialogar que yo no sé cómo definir, porque mis
personajes actúan dialogando, se mueven muy poco, hacen muy pocas cosas. Todo lo
que hacen o lo que van a hacer se da a través de los diálogos que mantienen con
los demás. Y eso sí se puede encontrar en la actual literatura
latinoamericana.
OP: Tú dijiste una vez que había un lenguaje paralelo, un
lenguaje que usábamos de manera cotidiana en nuestras relaciones normales, y
otro, el que algunos escritores utilizaban cuando llegaba el momento sagrado de
sentarse a escribir. Un lenguaje "literario" en el mal sentido de la palabra, a
menudo aprendido incluso en malas traducciones de buenos escritores. Una de las
mayores virtudes de Rayuela, en ese plano, es la de haber desmitificado
el uso del lenguaje, de haberse negado a aceptar una categorización del
lenguaje.
JC: A mí me gustaría que tuvieras razón.
OP: Pero en
cierto modo, Rayuela plantea también el tema del parricidio en las letras
latinoamericanas, porque de alguna manera supone la destrucción simbólica de los
modelos, de los moldes. Y eso es algo casi inevitable en las letras
latinoamericanas, el afán parricida, ¿no?
JC: Sí, yo creo que se da, pero
depende de cómo se enfoque el problema. Porque lo que vos llamás "parricidio"
(que en realidad es bastante comprobable en la literatura latinoamericana) es en
realidad el avance de la Historia y la sustitución de una generación por otra.
Si tomás la literatura francesa, por ejemplo, es fácil darse cuenta cómo a lo
largo del siglo XIX la llegada del Romanticismo significa la liquidación del
período neoclásico anterior. Se puede hablar de parricidio, pero más importante
que la noción de parricidio es simplemente la insatisfacción que la generación
joven siente con respecto a las lecturas que hace.
Esa nueva generación tiene
una visión diferente, porque la Historia también está cambiando y entonces ellos
lanzan una nueva manera de sentir; una nueva manera de expresarse. La prueba es
que el Romanticismo francés, por ejemplo, que alcanza una intensidad tremenda
porque tiene una serie de escritores geniales, llega a la cresta de la ola y se
hunde en menos de veinte años y es remplazado por una nueva generación para
quien el excesivo individualismo de los románticos, el excesivo sentimentalismo,
la exageración (Víctor Hugo sería el mejor ejemplo) se convierten en elementos
totalmente negativos. Una especie de repugnancia por la literatura. Y así
empiezan a nacer los parnasianos y después los simbolistas, que escriben en un
tono menor y se lanzan a exploraciones de tipo metafísico que los románticos no
habían intentado nunca. A su vez esa generación simbolista francesa se fatiga
también y es remplazada por la literatura llamada de vanguardia a principios de
este siglo, que desemboca en el surrealismo en el año veinte.
Yo creo que
todo eso entraña la noción de parricidio, pero es una expresión simbólica, no es
algo deliberado. Yo no creo que ningún buen escritor se ponga a escribir para
matar a sus antecesores.
OP: Tal vez no a los de generaciones anteriores,
ni a los clásicos. Pero es sabido que nadie quiere deberle nada a sus
contemporáneos.
JC: Se me ocurre que el parricidio consiste más bien en
una liquidación de todo un sistema de ideas y de sentimientos que se reflejan en
una cierta forma literaria y en su sustitución por algo que los jóvenes
consideran un avance, que no siempre lo es, porque eso de avance en literatura
es muy discutible. Yo a la literatura la veo más bien como un árbol, con
bifurcaciones que a veces significan un avance y otras simplemente la
exploración de un hueco que quedaba por descubrir.
OP: Sí, hay ramas que
no conducen a ninguna parte. Pero si tomás ejemplos concretos, tal vez las cosas
sean más claras. Tomemos el ejemplo de Rómulo Gallegos, que en su momento fue
uno de los escritores más leídos en América Latina y que después se convirtió
casi en una mala palabra. Ahora ha transcurrido una generación intermedia y
comienza una revaloración de su obra. Me parece un ejemplo clásico de
parricidio.
JC: Es posible. Pero no creo que eso contradiga demasiado lo
que yo trataba de decirte hace un momento. Lo que pasa es que el repertorio
mental, el repertorio histórico de Gallegos tenía evidentemente sus límites. Los
lectores más jóvenes, de golpe, pierden el contacto que tenían los
contemporáneos y entonces un libro como Doña Bárbara, que era un clásico,
se convierte en un libro de escaso interés, un libro que da la impresión de ser
un poco fabricado, en cierto modo bueno para gente joven que busca otra
cosa.
OP: Sí, esto está claro. Pero de todos modos Balzac, en la
literatura francesa, sigue siendo una cantera inagotable y un punto de mira
insoslayable. Y eso a pesar del dictamen de Valéry, según el cual ya nadie puede
escribir "La marquesa salió a las cinco". Hay técnicas y enfoques renovados,
pero a nadie se le ocurrió matar a Balzac, simbólicamente, claro.
JC: Lo
que pasa es que los parricidios nunca son totales, no abarcan íntegramente las
generaciones de escritores anteriores. Y sobre todo hay escritores que -por
razones que habría que analizar con mucho cuidado- están situados ya en el
futuro. Es el caso de Stendhal, quien además advirtió de una manera explícita
que estaba escribiendo para lectores de dentro de cien años. Y sucede que tenía
razón, porque Stendhal es leído hoy con muchísima atención. Como Flaubert y
Balzac. Se puede emplear la palabra "genial", pero en su época había otros tan
geniales como ellos que sin embargo no pasaron el escollo generacional. Yo creo
que éste es un proceso que no se da limpiamente de generación en generación. No
es que una generación destruya la anterior. No; inventa, o trata de inventar
nuevos caminos, pero rescata muchísimas figuras del pasado o las sigue
manteniendo.
Sin ir más lejos, pensá en la admiración de muchos escritores
franceses de hoy por figuras marginales como la de Alfred Jarry. Esas figuras
están más vivas quizá que un Maupassant o Mérimée.
OP: Sí, claro. Y además
está eso que Ortega llamaba generaciones cumulativas y revolucionarias, las que
aceptan y se integran y las que rechazan. Hay generaciones que se ven a sí
mismas como puentes, como tránsitos y otras que se consideran como rupturas.
Creo que depende de los sacudones de la Historia, ¿no?
JC: Sí. Y además,
cuando hablamos de literatura tendemos a mantenernos en un repertorio
profesional, en los escritores, sus tendencias y sus obras, extrayéndolos de su
contexto histórico, lo cual es una equivocación. En ese sentido, yo creo que hay
que tener una visión marxista de la cosa hay que darse cuenta de que lo que se
llama una nueva generación no es sólo porque sean más jóvenes que los
anteriores, sino porque además es gente que está metida en un mundo diferente,
con guerras diferentes, problemas diferentes, tecnologías que avanzan en una
cierta dirección. Todo eso, naturalmente, va empapando la literatura de su
tiempo. Y ya que citaste a Ortega, hay que pensar en una frase suya: "Yo soy yo
y mi circunstancia".
OP: También dijo una cosa muy hermosa, te cito de
memoria: "Nadie puede saltar fuera de su sombra".
JC: Sí. Una generación
es una generación y su circunstancia. Y la generación actual, la nuestra, la de
quienes nos sentamos ante la máquina de escribir, está rodeada de unas
circunstancias que naturalmente no tenía las de Balzac. Con ganancias y
pérdidas, porque por un lado creo que hemos ganado mucho (yo soy un optimista en
materia historia) y por el otro perdido también mucho. El mundo de Balzac tenía
ciertos valores, ciertas resonancias que nosotros hemos olvidado completamente,
o perdido, o dejado de lado, porque cosas como la televisión, el cine o el arte
contemporáneo nos llevan en otras direcciones.
JC: A pesar de los
años que hace que la escribí, todavía me acuerdo muy bien de algunos aspectos de
Rayuela, de algunas cosas que me siguen interesando. Pero sé que hay
otras cosas que deberían mencionarse, que sería útil mencionar y que se me
pueden escapar en este momento. En realidad, Rayuela es un libro cuya
escritura no respondió a ningún plan. Es un libro que ha sido decorticado por
los críticos -la primera parte, la segunda parte, la tercera parte, los
capítulos prescindibles- y analizado con extremo cuidado, pero todo eso con
estructuras finales. Sólo cuando tuve todos los papeles de Rayuela encima
de una mesa, toda esa enorme cantidad de capítulos y fragmentos, sentí la
necesidad de ponerle un orden relativo. Pero ese orden no estuvo nunca en mí
antes y durante la ejecución de Rayuela.
OP: Eso parece ir contra
todo o casi todo lo que se ha escrito acerca de Rayuela...
JC: No
sé. Lo que a mí me sigue interesando -porque me estoy olvidando un poco de cómo
era yo en el momento en que escribí el libro- es tratar de situar, de fijar los
núcleos, los elementos, los impulsos que determinaron que eso se pusiera en
marcha. Rayuela no es de ninguna manera el libro de un escritor que
planea una novela (aunque sea vagamente), se sienta ante su máquina y empieza a
escribirla. No, no es eso. Rayuela es una especie de punto central sobre
el cual se fueron adhiriendo, sumando, pegando, acumulando, contornos de cosas
heterogéneas que respondían a mi experiencia en esa época en París, cuando
empecé a ocuparme ya a fondo del libro.
OP: Podría decirse que no sabías
que estabas escribiendo esa novela que se llamó Rayuela?
JC: Yo
mismo no tenía, ni tuve nunca, una idea muy precisa de cuál era el nivel, la
importancia, de esos elementos que se iban agregando. Escribía largos pasajes de
Rayuela sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué
respondían en el fondo. Fue una especie de inventar en el mismo momento de
escribir, sin adelantarme nunca a lo que yo podía ver en ese momento.
OP: Sí, pero lo curioso es que tú partiste de un capítulo
(ese que ahora figura en la edición anotada de Rayuela en la
biblioteca Ayacucho) que luego suprimiste.1
JC: Justamente, a eso iba. Porque lo primero que quería
señalar era eso: que no hubo nunca un plan, ningún plan establecido. Y entonces,
el hecho de que no hubiera ningún plan produjo cosas verdaderamente aberrantes
pero que para mí, en el fondo, fueron maravillosas, porque fueron un poco mi
recuerdo de un mundo surrealista en el que hay azares diferentes de las leyes
habituales y donde el poeta y el escritor aceptan principios que no son las
principios cotidianos.
OP:¿Dónde lo empezaste a escribir? ¿En París o en
Buenos Aires?
JC: Yo no sé exactamente si empezó en Buenos Aires o en París. Lo
que sí sé es que un día de verano, de un calor espantoso (creo que
era en Buenos Aires) vi unos personajes que estaban entregados a una
serie de acciones a cual más absurda. Estaban en dos ventanas, separadas
por muy poco espacio pero con cuatro pisos abajo y trataban de pasarse
un paquete de yerba y unos clavos. Yo empecé a escribir muy en detalle
todas las ideas que se les ocurrían para tender un tablón
y pasar por él de una ventana a la otra y de esa manera alcanzarse
la yerba y los clavos. Los personajes estaban curiosamente muy definidos
y el personaje principal de eso que yo pensé que iba a desembocar
en un cuento, se llamaba sin ninguna vacilación Horacio Oliveira y
era alguien de quien yo tenía la impresión de conocer desde muy adentro.
Los otros dos personajes, Talita y Traveler, también me resultaban
dos personajes porteños sumamente conocidos imaginariamente, porque
estaban totalmente inventados.2
Escribí ese capítulo, que llegó a su
final (tiene como cuarenta páginas) y me di cuenta de que eso no era
un cuento. Pero, ¿qué era entonces? Era un poco el pedazo, digamos
una especie de cucharada de miel a la cual iban a venir a pegarse
moscas y abejas después. Porque apenas escribí ese capítulo, agregué
un segundo que continuaba un poco la acción
y que era un capítulo muy erótico.3 Y cuando escribí ese segundo capítulo
me detuve y ahí sí, con toda claridad, vi que yo estaba haciendo suceder
una acción en Buenos Aires pero que el personaje que estaba viviendo
esos episodios era un tipo que tenía un pasado en París. Y comprendí
que no podía seguir escribiendo el libro así. Que a esos dos capítulos
tenía que dejarlos de lado y volverme hacia atrás, ir a buscar a Oliveira,
ir a buscarlo a París.
OP: Si esto es así, en realidad vos te
viniste (físicamente) a París tras las huellas de Oliveira, unas huellas que
apenas existían en ti mismo pero que después invadirían la realidad de
París.
JC: Tampoco lo sé, pero otros elementos se fueron agregando, se
fueron pegoteando a esa parte inicial. Porque yo tenía en los cajones, encima de
las mesas y demás, en París, montones de papelitos y libretitas donde, sobre
todo en los cafés, había ido anotando cosas, impresiones. En la mayoría de los
casos son los capítulos cortos que inician el libro, el capítulo sobre la rue de
la Huchette, esa serie de capítulos que son como acuarelas de París.
Ya
Oliveira se mueve, hay un hilo conductor, hay un personaje que se mueve, que
anda buscando. Entonces aparece el personaje de La Maga y se crea una acción de
tipo dramático que hace que toda esa descripción de París se ponga un poco al
servicio de una acción novelesca. En París avancé, juntando todos esos papelitos
y movido por lo que había en esos papeles que jamás habían sido escritos con
intención de ser una novela. Te repito que los escribí en cafés diferentes, en
épocas diferentes. Entre un papelito y otro podía haber cinco o seis años, los
primeros empecé a escribirlos en 1951, cuando llegué a París.
Así, sumando
todo eso y empezando a inventar, empezando a ver a los personajes que se van
aglutinando, que van tomando una fisonomía precisa -La Maga, Oliveira, los
miembros del Club de la Serpiente- ya entré en un camino que de golpe, para mí,
fue novela. Me acuerdo siempre -de eso sí me acuerdo muy bien- de la sensación
de alegría que me dio, porque hasta ese momento yo había estado chapoteando en
el vacío.
Había esos dos capítulos, totalmente inconexos, escritos en Buenos
Aires, que correspondían al futuro de lo que yo no había hecho todavía.
O sea que había comenzado en el futuro, me había vuelto al pasado
y ahora, de golpe, me sentía en el presente. Porque asimilé todo lo
que tenía en esos años previos y cuando empecé a escribir lo que yo
sentía -que era una novela- estaba ya instalado en el presente. Y
moviéndome en ese presente llegué de vuelta, después de muchísimos
capítulos el personaje volvió a Buenos Aires y enlazó con toda naturalidad
con el capítulo del tablón.
Fue en ese momento, porque vos lo citaste hace un rato, que suprimí
el segundo capítulo que había escrito al
comienzo4. Lo suprimí porque me di cuenta de que duplicaba otro capítulo
del libro5 y entonces no tenía sentido poner los dos. Es muy curioso,
hay una especie de primera etapa, uno de cuyos elementos, cuando la
pirámide está más o menos avanzada -o el arco gótico- yo lo retiro.
Y sin embargo había sido un poco el basamento, el comienzo de la cosa.
Bueno, eso es, muy groseramente dicho, el mecanismo formal de Rayuela.
OP: Es decir que para ti
Rayuela, antes que un proyecto perfectamente estructurado (como uno tiene
la tentación de entenderlo) es más bien una especie de precipitado.
JC:
Me gusta la palabra "precipitado" en el sentido químico. Y yo agregaría
cristalización, porque montones de elementos que flotaban como en un limbo
fueron cristalizando una vez que yo encontré el camino, la vía. Ahora bien,
cuando terminé el libro y tuve aquella idea que al principio me pareció absurda
y después de golpe me pareció no absurda sino absolutamente necesaria -la de
proponer una doble lectura- eso, responde un poco (después de lo que te acabo de
decir) y yo diría responde un mucho, a la forma desordenada, ucrónica o fuera
del tiempo normal con que yo escribí el libro. Ese salir del futuro para
regresar al pasado y aproximarme al presente, todo eso le daba al libro una
plasticidad que a mí me pareció que no era lógico hacerla desaparecer, aplastar
el libro y ponerlo como en cualquier novela habitual en un desarrollo
lineal.
Empezar por un momento y terminar por el otro extremo. No. Me pareció
que esa podía ser una opción y es la primera manera de lectura. Pero también me
pareció que había una segunda opción en la cual el lector podía saltar de
capítulos que estaban muy adelantados a capítulos que estaban muy
atrasados.
OP: Es decir que el lector, en cierto modo, reconstruye ese
viaje tuyo en el tiempo.
JC: Fijate que ahí, en el libro visto como
objeto, se simbolizan las nociones de tiempo, porque los capítulos que están más
delante evocan inevitablemente el futuro en relación con los capítulos que están
más atrás. No es exactamente eso, es una cosa simbólica, pero hace que el lector
se encuentre con un libro que se le mueve un poco en la mano. Es un libro que
continuamente lo está incitando en el sentido de quebrar las nociones habituales
de tiempo y de espacio.
OP: Es también una incitación a la participación
del lector en una reescritura de la novela.
JC: Por lo menos el balance
que yo hago después de veinte años de haber escrito el libro y veinte años de
leer críticas y recibir correspondencia de lectores y charlas con lectores, es
que la morfología que le di finalmente a Rayuela fue aceptada sin ningún
inconveniente. Es decir, por un lado la doble posibilidad de lectura y en
segundo lugar la evidente recomendación que yo le hago al lector de que lo lea
de la segunda manera, porque ahí es donde lo va a leer entero. Si lo lee de la
primera, pierde mucho. Todo eso que al principio escandalizó y que se tradujo en
unas críticas altamente estúpidas en ese plano -porque todo eso parecía hecho
para épater- fue simplemente aceptado por los lectores, que son siempre
los mejores jueces. Y se llegó a la locura surrealista, de la que estoy bien
orgulloso (por ahí tengo cartas) de gente que me ha dicho que se había
equivocado al saltar los capítulos y que entonces leyeron Rayuela de una
tercera manera.
Otros me dijeron que no habían querido seguir ni la primera
ni la segunda, y con procedimientos a veces un poco mágicos -tirando dados, por
ejemplo, o sacando números de un sombrero- habían leído el libro en un orden
totalmente distinto. Y a todos ellos el libro les había llegado de alguna
manera.
OP: Tú recordás por ahí que en una de esas cartas alguien te dice
que en cierto modo le robaste una idea que él tenía de escribir una novela en
esa forma. Aquí lo que importa, más allá de ese caso concreto, es que la
escritura de Rayuela pareció responder a una necesidad colectiva. Es
decir, que en cierto modo había un público lector que esperaba (y exigía) una
novela escrita así y no de la manera clásica.
JC: Sí, es cierto. Y aquí
tocás un tema que merece algún comentario. Yo creo que la adhesión apasionada
que tuvo el libro, sobre todo entre los lectores jóvenes, y que sigue teniendo
ahora, después de tantas ediciones y de tantas traducciones, no se debe
solamente a lo formal. Cada vez que voy a España, por ejemplo, los lectores
jóvenes que me rodean, que me encuentran, me hablan mucho de mis diversos
libros, de sus preferencias. Pero Rayuela es finalmente el centro, toda
conversación termina finalmente en Rayuela. Porque todavía siguen
sintiendo algunos misterios que quisieran aclarar, que yo les expliqué. Ese tipo
de cosas.
Pero ello no se debe sólo a la modalidad formal, no es por la
estructura que ese libro atrajo tanto a los lectores. Los atrajo porque fue un
libro que efectivamente aglutinó en quinientas páginas una enorme serie de
dudas, de problemas, de incertidumbres, de cuestionamientos que flotaban en
América Latina. Un tipo de problemas que los jóvenes, de alguna manera confusa,
sentían que ellos no eran capaces de elucidar, en la mayoría de los casos, y que
los escritores de la época, los maestros, no les daban. Les daban otro tipo de
novelas, que podían ser geniales y magníficas, pero no les daban ese tipo de
cosas.
Me acuerdo haber oído decir a varios lectores jóvenes que lo que les
gustaba en Rayuela era que se trataba de un libro que no les daba
consejos, que es lo que menos les gusta a los jóvenes. Al contrario, los
provocaba, les daba de patadas y les proponía enigmas, les proponía preguntas.
Pero para que ellos las solucionaran. Y eso sí que me lo han agradecido. Si yo
hubiera caído (vamos a hablar analógicamente) en un libro como La montaña
mágica de Thomas Mann, un libro que como quiso hacer también Rayuela,
abarca una dimensión un poco cósmica, que sale de los problemas individuales y
se lanza a lo metafísico, si yo hubiera escrito una especie de Montaña mágica,
donde no solo hay preguntas sino también respuestas, las respuestas de Thomas
Mann que a veces son muy didácticas, a veces muy desarrolladas (es una lección),
Rayuela no hubiera gustado.
La hubieran leído, sí, con algún interés;
pero lo que les gustó fue que por un lado yo les exigía (es la palabra) una
complicidad. Que no fueran pasivos, que no se dejaran poseer por el libro, que
no se dejaran hipnotizar por el libro. De eso se habla mucho en Rayuela,
sobre todo Morelli. Las opciones de forma ya eran una manera de ir contra esa
aceptación pasiva de ir de la página uno a la página quinientos. Aquí
empezábamos en la quinientos, bajábamos a la trescientos, subíamos a la
cuatrocientos. Entonces hay una serie de factores que determinaron que
Rayuela fuera vista no como una novela, sino como una especie de
laboratorio mental, en donde el lector joven se iba encontrando poco a poco con
distintos problemas que, bruscamente, él se daba cuenta de que eran los suyos,
pero que él no los había formulado nunca. Entonces, donde yo me hubiera
equivocado es tratando de dar soluciones. Yo mismo era incapaz de dar
soluciones.
OP: Bueno, lo que ocurre es que la misión del Arte, y la del
artista en particular, consiste en hacer preguntas, en proponer enigmas. La que
trata de dar respuestas es la Ciencia.
JC: Sí. Rayuela es un libro
cuyo personaje es un hombre que no es ninguna luminaria mental, ni mucho menos,
y que busca desesperadamente cosas, sin saber cuáles son verdaderamente. Él las
va designando con nombres como el "kibbutz del deseo", o el "Centro" -ese Centro
que vuelve- y busca sobre todo los parámetros de la sociedad judeocristiana. Es
el antiaristotélico por excelencia. Y eso, naturalmente, también tocó mucho a
los jóvenes. Porque los jóvenes terminan siendo aristotélicos porque la sociedad
los mete en esa línea. (La sociedad no tiene otro remedio que hacerlo, por lo
demás.) Pero instintivamente, el lector joven es un hombre muy poroso que trata
naturalmente de evadir y de negar todas las certidumbres que le quieren imponer
por tradición, por costumbre, por religión, por filosofía, por lo que
sea.
OP: Claro. Y se me ocurre que no hay que olvidar la fecha. La
aparición de Rayuela coincide con una época de gran cuestionamiento en la
juventud latinoamericana, es una etapa de grandes sacudimientos históricos. Por
un lado, en América Latina empiezan a sentirse las repercusiones de la
revolución cubana, está la crisis de los cohetes, se independiza Argelia, es el
secuestro y juicio de Eichmann (que reanima los fantasmas de la tortura y de los
campos de exterminio), muere Juan XXIII, está la guerra de Vietnam, el asesinato
de Kennedy, se perfila la lucha de los palestinos. Es una época sísmica, de
ruptura. Y precisamente Rayuela es no sólo una novela de ruptura, sino
una novela revolucionaria, en el sentido de que parece escrita con un
sismógrafo.
JC: Bueno, me alegro que digas eso, porque tu noción de
novela revolucionaria -que no es la que tendría un militante revolucionario
usual- es la que tengo yo también. Y no sólo yo, sino la crítica más lúcida
acerca de Rayuela, que ha mostrado eso, que ha hecho hincapié en que un
libro que no dice una sola palabra de política, que no se ocupa para nada de la
geopolítica, contiene al mismo tiempo una serie de elementos explosivos que hay
que considerar como revolucionarios.
Yo tengo que decir que no tuve la menor
idea de todo eso mientras escribía el libro. Para mí ese libro no era
revolucionario ni no revolucionario, porque las revoluciones me eran totalmente
ajenas en ese momento.
OP: Pero todo eso estaba en germen, la
cristalización -para volver a esa imagen- estaba a punto de producirse, se había
estado haciendo secretamente en ti.
JC: Estaba absolutamente en germen y
coincidía con ese panorama de inquietud, de cuestionamiento y de rebelión que
sentían los jóvenes latinoamericanos. Porque hay que agregar una cosa (esto ya
lo he dicho alguna vez) y es que cuando Rayuela empezó a difundirse y la
gente se dio cuenta de que quienes más la leían eran los jóvenes, algunos
críticos me dijeron que yo había escrito un libro para los jóvenes. Eso es
absolutamente falso. Yo escribí Rayuela sin pensar en el lector, era un
libro profundamente vuelto hacia mí mismo. Porque además yo no tenía un contacto
ideológico todavía con lo que había más allá de mí, y en ese sentido no había
ninguna intención revolucionaria. Yo estaba convencido de escribir un libro para
la gente de mi edad, es decir, gente de más de cuarenta o cuarenta y cinco años
en esa época. Mi gran sorpresa, incluso, que reflejó mi gran ingenuidad, fue que
cuando salió Rayuela y empezaron a venir críticas y cartas, las críticas
demoledoras provenían de gente de mi edad, para quienes en realidad yo había
supuestamente escrito el libro o a cuyo nivel pensaba haberlo puesto. Y en
cambio, la crítica entusiasta, el amor en una palabra, venía de los jóvenes. Y
ese día descubrí algo en lo que ni siquiera había pensado cuando escribí el
libro.
OP: Sí, pero también hay otro elemento que se inserta en todo esto,
y es la idea de que el libro, en alguna medida, se comenta a sí mismo y se
autocuestiona. Que es un poco una actitud juvenil, ya que una de las
características de los jóvenes consiste en discutir permanentemente lo que están
haciendo. Y el libro, en los capítulos en que aparece Morelli, se está
permanentemente cuestionando, incluso refutando. Se está haciendo preguntas de
manera permanente: cómo se debe escribir, cómo se debe enfocar un tema, si esto
está bien hecho, si está mal hecho, hace proyectos de novelas que después no se
van a hacer. O que se harán, como es el caso de 62, Modelo para
armar.
JC: Es muy cierto, es perfectamente cierto. Sólo que yo no lo
sabía mientras escribía el libro. La noción de edad, de juventud, de generación,
no contaban para nada.
OP: Ya habíamos dicho, creo, que era preciso
considerar un antes y un después de Rayuela. Han pasado veinte años desde
su publicación y en estos veinte años es evidente que el trabajo que ha hecho
Rayuela ha sido demoledor por un lado y por otro ha sido intensamente
creador. A mi modo de ver, es un libro que ha propuesto no imitaciones (aunque
las hay) sino nuevos caminos, eso que se está viendo en algunos jóvenes
escritores.
JC: Claro. Lo que pasa es que además de lo que ya hemos dicho
-todas las novedades, la diferente manerra de presentar una cierta realidad a los
lectores- Rayuela muestra algunas obsesiones del personaje Oliveira que
se van reflejando en las conversaciones, en las meditaciones, incluso en los
sucesos. Una de las cosas que creo que también interesó mucho a los lectores es
el hecho de que Rayuela es un libro que se presenta un poco como
contranovela, aunque la expresión no la inventé yo. Que se presenta como una
tentativa para empezar desde cero en materia de idioma. Sí, claro, yo me serví
del idioma como cualquier escritor, pero hay una búsqueda desesperada para
eliminar los tópicos, todo lo que nos quedaba todavía de mala herencia
finisecular, hay una serie de continuas referencias a la podredumbre de los
adjetivos. Es una especie de tentativa de limpieza general del idioma antes de
poder volver a utilizarlo. Y claro, eso viene también del punto de vista
metafísico de Oliveira, que sostiene que si de lo que se trata es de echar abajo
una civilización que nos está llevando como único camino posible a la bomba
atómica (en ese momento se usaba ese lenguaje, era el momento de la sicosis de
la guerra nuclear), si la civilización judeocristiana se llevó a cabo para
hacernos terminar en la bomba atómica, no sirve, hay que crear otra cosa. Hay
que tratar de buscar en qué momento el camino del hombre bifurcó por la senda
equivocada, cuando en realidad había opciones mejores. Porque el libro es
optimista como yo. Yo creo en el hombre, el hombre va a sobrevivir a todos los
avatares.
Pero entonces Oliveira agrega, y ahí creo que tiene razón (Morelli
también lo dice muchas veces), que es absurdo pretender cambiar cualquier forma
de la realidad si seguimos utilizando las herramientas podridas y gastadas y
mentirosas de un idioma que viene cargado de toda la negatividad del pasado. El
idioma está ahí, pero hay que limpiarlo, hay que revisarlo, sobre todo hay que
tenerle-mucha desconfianza. Y Rayuela fue escrito así. La verdad es que
es muy posible que si nos pusiéramos a buscar vos y yo, encontraríamos con
frecuencia lugares comunes, pleonasmos, repeticiones inútiles; pero no creo que
haya tantas, porque si en alguna cosa me encarnicé (porque ahí yo era Oliveira)
fue en cambiar el medio verbal que pretendía abrirse paso en cosas
nuevas.
OP: Y luego está ese otro elemento que aparece en tus cuentos y en
Los premios pero que en Rayuela asume características obsesivas,
que es la noción de juego. Juego en ese sentido de cosa sagrada que vos le das.
Y eso se advierte desde el título y desde la forma de la rayuela, que puede ser
entendida como un camino que conduce hacia una forma de perfección.
JC: Y
como una vía de conocimiento. Eso viene -y se nota en el libro- de que en esa
época yo estaba muy inmerso en la lectura y en la práctica (en la medida en que
podía) de la filosofía del Oriente, de lo cual creo que ya hablamos algo,
concretamente del Vedanta, de la filosofía de la India. Esa metafísica que
llegaba en su línea estética, y literaria sobre todo, se refleja continuamente
en el libro.
OP: Todo eso está en cierto modo presente en la búsqueda de
Oliveira, que por momentos parece perdido en el dibujo laberíntico de un
mandala, en su sospecha de que de pronto una simple hoja de árbol, un piolín
recogido por La Maga, son capaces de abrirle el camino del
conocimiento.
JC: Sí, eso forma parte ya de esa intuición que yo siempre
he tenido y que llamo las figuras. El hecho de que elementos que para las leyes
naturales no están relacionados o no son heterogéneos -como puede ser este
radiador, esta mesa y aquel teléfono- en determinados procesos de intuición (e
incluso de distracción, como se dan en la filosofía Zen) se enlazan
instantáneamente, crean una especie de figura que no tiene por qué ser de tipo
material. Puede producirse a partir de ideas, sentimientos, colores. En
Último round hay un texto que se llama "Cristal con una rosa adentro" en
el que se describe uno de esos estados en la medida en que se puede describir.
No se puede. Es una especie de iluminación instantánea en que -a mí me ha
sucedido toda mi vida- el golpe de una puerta en el momento en que te llega un
perfume de flores y un perro ladra, lejos, deja de ser esas tres cosas para ser
otra cosa. Es una especie de iluminación, repito, que te coloca en otra realidad
que no alcanzás a definir, porque instantáneamente volvés a la tuya, la fuerza
de esta realidad es demasiado grande, nuestros cerebros han sido muy manipulados
por la evolución histórica.
Pero para mí es la prueba de que el cerebro del
hombre, su capacidad imaginativa, tiene como larvada la posibilidad de
transformar la noción de realidad creando diferentes figuras. Hay un momento
maravilloso en Paradiso, de Lezama Lima, en el que el personaje, creo que
es José Semi, ve en la vitrina de un anticuario una serie de pequeños objetos de
jade, de cristal. Y de golpe se da cuenta de que esas cosas, que componen una
figura, no son objetos separados, sino que son una especie de conjunto, que se
están incluyendo mutuamente. Es decir, que el movimiento del brazo de una
figurita de marfil, ese dedo, proyecta una energía que va hasta un caballito de
basalto que está más lejos. Es ese tipo de cosas el que se da en
Rayuela.
OP: Y también hay otros elementos, que a mi modo de ver
forman parte de tus obsesiones, por ejemplo, la figura del doble. Que además es
una especie de contrafigura: Traveler es una contrafigura de Oliveira y Talita
de La Maga. Lo que da algo que los matemáticos podrían llamar un cuadrado
mágico. Y luego también está la noción de pasaje, a la que se alude de manera
permanente en Rayuela.
JC: Sí. Con respecto al tema del doble, te
diré que ese es un gran misterio para mí. Porque yo no fui el primero en darme
cuenta de que el tema del doble circulaba mucho en mis cuentos y después
aparecía en Rayuela. Y ha seguido apareciendo. Incluso en Deshoras
hay un cuento con el tema del doble.6 Es muy misterioso para mí porque yo escribí
todos esos cuentos y Rayuela sin jamás plantearme racionalmente la
cuestión del doble. En Rayuela lo descubrí al final. Porque al comienzo,
cuando escribí esos primeros capítulos donde están Talita y Traveler y Oliveira
(La Maga no está, ella ya se ha ido), concretamente el capítulo del tablón, yo
lo veía muy diferente. Talita y Traveler eran amigos de Oliveira. De ninguna
manera había una relación de doble entre Traveler y Oliveira. Pero cuando
escribí toda la primera parte y volví a Buenos Aires y empalmé con el capítulo
del tablón y entré en la última etapa de Oliveira -que lo lleva al manicomio-
ahí surgió, muy claramente, la noción del doble. La noche del descenso a la
morgue, en que Oliveira le llama Maga a Talita. Y luego el hecho de que usa la
palabra doppelgänger para dirigirse a Traveler.
A mí, la inteligencia no me
sirve para nada para comprender por qué el doble es un elemento frecuente y
recurrente en mis cosas.
OP: Yo te pregunté en una charla anterior si vos
no habías establecido, a posteriori, una relación entre el regreso de
Oliveira a Buenos Aires y su encuentro con Traveler, y un cuento de Henry James
que en español se llama "El rincón pintoresco". Vos me dijiste que no, pero yo
insisto porque más allá de eventuales coincidencias, pienso que se trata de una
de esas obsesiones secretas que son comunes a todos los hombres. En el cuento de
James, el personaje vuelve a Nueva York al cabo de largos años de ausencia
pasados en Europa y se encuentra en su casa natal con una criatura abominable,
con un fantasma. Al final, el personaje descubre que ese ser es lo que él pudo
haber sido si se hubiera quedado. Y yo no sé si Oliveira no ve algo parecido en
Traveler.
JC: Es perfectamente posible. No son asociaciones que se hayan
operado conscientemente en mí, pero eso puede haber pasado por debajo. Hay
también un cuento de Conrad, que es una maravilla, "The secret sharer", que de
alguna manera puede haber tenido su influencia.
OP: Sí, se trata de un
pasajero clandestino que el capitán, que acaba de tomar el mando del buque,
encuentra escondido en su cabina y, sin saber muy bien porqué, oculta de la
tripulación. Y finalmente asume un riesgo enorme para que el desconocido se tire
a nado y pueda llegar a la costa. Y cuando el buque está a punto de estrellarse
contra unos arrecifes, el capitán ve en la oscuridad la mancha blanca del
sombrero del desconocido flotando en el mar. Y es precisamente el sombrero, al
desplazarse impulsado por la corriente, lo que le indica el camino que debe
tomar. Entonces da la orden de cambiar el rumbo. El sombrero de su doble lo
salva a él y al barco.
JC: Sí, me había olvidado del final. Es un cuento
admirable, como todos los de Conrad.
OP: En Oliveira existe esa noción de
doble y de nostalgia al mismo tiempo. Porque uno de los elementos que está
siempre presente en Oliveira es el de la nostalgia de algo que él mismo es
incapaz de formular. En primer lugar, la nostalgia de un paraíso perdido, pero
en segundo lugar la nostalgia concreta de Buenos Aires, de una cosa misteriosa
que se le quedó allí y que en definitiva él vuelve a buscar. Porque es cierto
que lo expulsan, pero hay que preguntarse en qué medida no buscó
inconscientemente esa expulsión.
JC: De lo que no estoy seguro es de que
Buenos Aires tenga un valor especial en la búsqueda de Oliveira, porque como vos
decís, a él lo expulsan, él tiene que llegar ahí porque no tiene otro lado
adonde ir. Si hubiera desembarcado en Australia hubiera seguido buscando, en
cualquier lugar donde hubiera estado. Él está condenado a eso, a una búsqueda
sin encuentro prometido ni definido, ni definitivo: En el fondo eso también es
un aspecto que toca muy de cerca a los lectores, como me tocó a mí al
escribirlo. Que quizá Oliveira resume un poco el devenir de la raza humana,
porque es evidente que a lo largo de la historia uno siente que el hombre es un
animal que está buscando un camino; lo encuentra, no lo encuentra, lo pierde o
lo confunde, pero desde luego no se queda en el mismo sitio. De una generación a
otra -aunque no cambie de lugar- cambia de clima mental, de clima moral, de
clima intelectual. Está siempre buscando algo, un algo que cuando se trata de
definirlo se escurre en términos abstractos. Hay quien dice que lo que el hombre
busca es la felicidad. Pero la felicidad es un término al que no se llega cuando
uno trata de definirlo en ese plano. Otro te dirá que busca la justicia y otro
te dirá que la tranquilidad. La búsqueda existe, pero no está definida. En el
caso de Oliveira está relativamente definida con la noción de Centro, porque lo
que él llama Centro sería ese momento en que el ser humano, individual o
colectivo, puede encontrarse en una situación en la que está en condiciones de
reinventar la realidad.
Porque la realidad, para Oliveira, no es sólo la
Divina; la divinidad no existe para Oliveira. La realidad es una invención
humana. Entonces, ¿qué es ese Centro, ese refugio? El Centro es el resultado de
la eliminación de todo lo que se va rechazando. Y en realidad Rayuela es
una acumulación de rechazos. Oliveira va destrozando todo a su paso. Tira todo:
mujeres, cosas, tiempo, ciudades. Porque después de haber liquidado todo lo que
él quería liquidar, hay la esperanza de volver a inventar la realidad.
OP:
Hay un capítulo terrible en Rayuela, ese capítulo en que asistimos a la
ruptura entre Oliveira y La Maga, en el que se dan todos esos elementos que
acabás de mencionar.7 Pero donde todo está dicho con la deliberada intención de
no utilizar el lenguaje corriente con el que en una novela clásica se habría
narrado esa ruptura. Allí Oliveira y La Maga hablan de todo menos de separación.
Y sin embargo, la inevitabilidad de la separación se impone al lector menos
avisado.
JC: Absolutamente. Incluso se toman el pelo, alguno de ellos
dice "hablamos como águilas". Pero en ese diálogo hay también -aunque por
supuesto mucho más en el episodio de la pianista- ese otro Centro que busca
Oliveira, y que sería el Centro donde todas las emociones, donde la piedad, el
cariño, donde el ser acogido por otra persona, con un sentido muy amplio, son
nostalgias que él tiene y que no se le dan nunca. Y eso creo yo que completa un
poco más al personaje y hace que sea tan entrañable para los lectores. Ese no
querer quedarse en un aprendizaje de filósofo. Porque Oliveira no es más que un
aprendiz de filósofo.
OP: Hay otro capítulo en el que manifiesta también
ese pudor enfermizo que tenemos los rioplatenses (y que en el fondo está muy
bien expresado en ciertos tangos), ese no querer mostrar las cartas de los
sentimientos: es el capítulo de la muerte de Bebé Rocamadour.8
JC: Ah, sí. Ese es un capítulo particularmente cruel y que me fue
muy difícil, muy penoso. Hay algunos textos de los que me acuerdo,
me veo a mí mismo escribiéndolos, y son siempre textos en los que
yo he sufrido al escribirlos. Como ese, varios pasajes de "El
perseguidor" y ese cuento que se llama "La
señorita Cora".
OP: Bueno, en "La señorita Cora", se
siente de una manera aguda la sensación de inmensa piedad que agobia
al narrador. Lo mismo ocurre en "Una flor amarilla".
JC: Tal vez. Aunque ahí no recuerdo haber problemas, digamos
de tipo sicológico. Estaba demasiado absorbido por el mecanismo fantástico del
cuento, concentrado en eso.
OP: En Rayuela la crítica ha encontrado
una serie de símbolos (Marcelo Alberto Villanueva habla concretamente de seis:
la rayuela misma, los puentes, del cual el capítulo 41 del tablón es solo una
variante, los ríos metafísicos, el ojo de la carpa del circo, el laberinto y el
fondo negro del montacargas). ¿Tú eras consciente de ellos cuando estabas
escribiendo Rayuela?
JC: No, en absoluto. Yo no.
OP:
Historias de cronopios y de famas es un libro que desconcertó a mucha gente.
Vos empezás diciendo que "los cronopios son unos objetos verdes y húmedos, son
unos seres desordenados y tímidos". Después decís que "las esperanzas son
sedentarias" y en otro lado descritas como "esos microbios relucientes". Los
famas, en cambio, son mostrados a través de sus acciones. Lo que me gustaría
saber es cómo se te ocurrió la idea de esos seres, que luego se transformarán,
sobre todo los cronopios. ¿Cómo surge la idea de los cronopios, los famas y las
esperanzas?
JC: Yo ya lo he contado en algún lado, pero de una manera un
poco sucinta. La guiñada al lector está dada por el hecho de que el libro
comienza hablando de "fase mitológica".
OP: Eso es: "Primera y aún
incierta aparición de los cronopios, famas y esperanzas. Fase
mitológica".
JC: Exactamente. Hay una primera presentación de los
cronopios, los famas y las esperanzas, que está lejos de ser la que va a tener
más adelante. Y esa fase mitológica responde exactamente a las condiciones en
que se produjo la irrupción de estos personajes en lo que yo llamaría mi
conciencia.
Ahora, de dónde venían no lo sabré nunca. Las circunstancias son
las que ya he contado alguna vez, pero creo que es bueno repetirlas. Esto pasó
poco tiempo después de mi llegada a Francia. Yo estaba una noche en el teatro
des Champs Elysées, había un concierto que me interesaba mucho, yo estaba solo,
en lo más alto del teatro porque era lo más barato. Hubo un entreacto y toda la
gente salió, a fumar y demás. Yo no tuve ganas de salir y me quedé sentado en mi
butaca, y de golpe me encontré con el teatro vacío, había quedado muy poca
gente, todos estaban afuera. Yo estaba sentado y de golpe vi (aunque esto de ver
no sé si hay que tomarlo en un sentido directamente sensorial o fue una visión
de otro tipo, la visión que podés tener cuando cerrás los ojos o cuando evocás
alguna cosa y la ves con la memoria) en el aire de la sala del teatro, vi flotar
unos objetos cuyo color era verde, como si fueran globitos, globos verdes que se
desplazaban en torno mío. Pero, insisto, eso no era una cosa tangible, no era
que yo los estuviera "viendo" tal cual. Aunque de alguna manera sí los estaba
viendo. Y junto con la aparición de esos objetos verdes, que parecían inflados
como globitos o como sapos o algo así, vino la noción de que esos eran los
cronopios. La palabra vino simultáneamente con la visión.
Sobre esa palabra
muchos críticos se han partido las meninges porque han buscado por el lado del
tiempo, de Cronos, para ver si había una pista metafísica. No, en absoluto; es
una palabra que vino por pura invención, conjuntamente con las imágenes. Bueno,
después empezó a entrar la gente, siguió el concierto y yo escuché la música y
me fui.
Pero esa pequeña visión que yo había tenido y además el nombre de
cronopios -que me gustó mucho- siguió obsesionándome. Y entonces empecé a
escribir las primeras historias. Y de la misma manera aparecieron las imágenes
-pero no tan definidas como las de los ccronopios- de los famas y de las
esperanzas. Esas imágenes, ya, fueron sacadas, fueron inventadas como
contraposición de los cronopios, y las esperanzas juegan un papel intermedio.
Pero yo no tenía una idea de quiénes eran y cómo eran. Y por eso es que se los
distingue de una manera muy distinta al comienzo del libro.
OP: Pero de
entrada se habla "del corazón bondadoso del cronopio". El cronopio es un ser
básicamente bueno y algo ingenuo.
JC: Sí; ahora bien, llegó un día,
cuando terminé de escribir esa fase mitológica, en que yo ya los veía con
suficiente claridad como para empezar a escribir historias más definidas. Creo
que a partir de entonces hay una coherencia. Porque al principio hay cosas muy
contradictorias en relación con su conducta. Pero a mí me pareció bien darle el
conjunto del trabajo al lector, para que él hiciera un poco el mismo
camino.
OP: En algunas circunstancias los cronopios pueden llegar a ser
crueles. Pero poco a poco van adquiriendo una característica muy definida. Y
sobre todo en una relación dialéctica con los famas y las esperanzas.
JC:
Absolutamente.
OP: Hay un texto muy sugestivo en ese sentido, que es "El
almuerzo". En él se dice que un cronopio "llegó a establecer un
termómetro de vidas. Algo entre termómetro y topómetro, entre fichero
y curriculum vitae". Según ese criterio, el fama es un infra-vida,
la esperanza para-vida y el profesor de lenguas (el anfitrión) un
inter-vida. "En cuanto al cronopio mismo, se consideraba ligeramente
súper-vida, pero más por poesía que por verdad." Ahora bien, la palabra
cronopio, que empieza por ser un sustantivo, termina convirtiéndose
en un adjetivo, ¿no? Por ejemplo, cuando decís que Louis Armstrong
es un cronopio.9
JC: No, no, ahí los estoy definiendo
sustantivamente. Para mí sigue siendo un sustantivo. El adjetivo sería
enormísimo. Cronopio es un sustantivo.
OP: O sea que transformás a Louis
Armstrong en un cronopio. Y en otro texto, "Viaje a un país de cronopios"10,
definís a Cuba como un país habitado por cronopios.
JC: Claro. Pero en el
caso de Louis Armstrong, yo lo veo como un cronopio y es curioso porque los
cronopios nacieron en el teatro des Champs Elysées y en ese mismo teatro, un
tiempo después, escuché un concierto de Louis Armstrong y no es demasiado
gratuito, entonces, que al salir de ahí y escribir esas páginas, yo lo sintiera
como un cronopio. Además, toda su conducta en escena, lo que yo conocía de él,
su manera de ser e incluso su físico, eran para mí características de
cronopio.
OP: Hay quienes han asimilado (categorizado) a los cronopios,
famas y esperanzas. Es así que el cronopio es la equivalencia del artista, los
famas son los burgueses, los funcionarios, y las esperanzas son un poco seres
intermedios, como dijiste, asimilables en su conducta a los esnobs: no saben
bien dónde situarse, pero les gusta estar del lado de lo prestigioso.
JC:
Sí, son los blandos. Pero en todo eso hay una ironía amable, no hay ninguna
alegoría. Sí, hay críticos que han querido ver en los famas la denuncia de la
burguesía frente a la libertad y la poesía. Y, en términos generales es así,
pero no es deliberado, no hay ninguna intención didáctica ni moralizante en los
cronopios. Al contrario, yo trataba de escribir relatos sumamente libres. Lo que
pasa es que estos bichos tienen sus características y no las pueden
disimular.
OP: Incluso se ha dicho que estas historias de cronopios y de
famas son una especie de fábulas sin moraleja, porque de todas ellas, o de
muchas de ellas, se puede extraer una serie de conclusiones sociológicas y
políticas.
JC: Sí, se puede, desde luego. Cuando el
cronopio se está cepillando los dientes y deja caer la pasta en
la calle y estropea los sombreros de los famas, los famas suben a
protestar por sus sombreros. Pero además le dicen que no debe derrochar
la pasta dentífrica.11
OP: Y en esa historia donde los cronopios
disparan "sobre la muchedumbre congregada en la Plaza de Mayo, con
tan buena puntería que bajaron a seis oficiales de marina y a un farmacéutico"12 alguien creyó ver una lucha por la reconquista
de un auténtico lenguaje, una resistencia a la imposición del lenguaje
oficial, almidonado.
JC: No hubo ninguna intención de mi parte.
Cortázar, Julio y Prego
Gadea, Omar; La fascinación de las palabras, Buenos Aires,
Alfaguara, 1997
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