Relojes
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Un fama tenía un
reloj de pared y todas las semanas le daba cuerda CON
GRAN CUIDADO. Pasó un cronopio y al verlo se puso a
reír, fue a su casa e inventó el reloj-alcachofa o
alcaucil, que de una y otra manera puede y debe decirse.
El reloj alcaucil de este cronopio es
un alcaucil de la gran especie, sujeto por el tallo a un
agujero de la pared. Las innumerables hojas del alcaucil
marcan la hora presente y además todas las horas, de
modo que el cronopio no hace más que sacarle una hoja y
ya sabe una hora. Como las va sacando de izquierda a
derecha, siempre la hoja da la hora justa, y cada día el
cronopio empieza a sacar una nueva vuelta de hojas. Al
llegar al corazón el tiempo no puede ya medirse, y en la
infinita rosa violeta del centro el cronopio encuentra un
gran contento, entonces se la come con aceite, vinagre y
sal, y pone otro reloj en el agujero.
Cortázar, Julio; Historias
de cronopios y de famas, Buenos Aires, Sudamericana, 1994
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