El renacimiento y el Siglo de Oro españoles no serían concebibles sin la rica herencia que la España mahometana dejó a los conquistadores cristianos.

Los útiles abbevillenses encontrados en las orillas del Guadalquivir remontan al Paleolítico a los primeros pobladores de Córdoba. Los hallazgos de épocas posteriores encadenan sin interrupción hasta los tiempos históricos. Los turdetanos tuvieron en Córdoba una de las principales capitales de Tartessos.

Tomada por el General Cartaginés Amílcar Barca, numerosos cordobeses se alistaron en el ejército de Aníbal en su expedición contra Roma. Córdoba es conquistada por los romanos en el año 206 a. de C., y el pretor Claudio Marcelo le concedió el título de Colonia Patricia y la capitalidad de la Hispania Ulterior en el año 152 a. de C., reedificándola con grandes edificios, monumentos y plazas.


Reputada casa de Séneca en Córdoba
  A la refinada vida cultural de Córdoba se deben las ilustres figuras que aportó a Roma: Séneca el Retórico, y Séneca el Filósofo, autor trágico, Senador y Preceptor de Nerón; el poeta Lucano, autor de "La Farsalia", epopeya sobre la guerra civil entre Pompeyo y César, y el Obispo Osio, Consejero de Constantino el Grande.

Córdoba permaneció bajo el Imperio de Bizancio hasta que el Rey visigodo Leovigildo la conquistó en el 572.

La convivencia de los visigodos con la población, entre la que ya existía un importante núcleo judío, dio lugar a un gran auge político y cultural, hasta que las luchas civiles por la sucesión al trono provocaron la entrada de los musulmanes en la Península en el 711, y la dependencia de Damasco, cuyos califas nombran los emires de Al-Andalus. Estos residen desde el 719 en Córdoba. Abderrahmán I proclamó en el 756 el Emirato Independiente, tras huir de la matanza perpetrada por los Abbasidas contra la dinastía Omeya, de la que es el último superviviente. Abderrahmán III se proclamó Jefe Espiritual y estableció el Califato de Córdoba en el 926.

El espíritu de tolerancia que los musulmanes mostraron inicialmente a los pueblos sojuzgados, la libertad e independencia con que dejaron actuar a las demás religiones y a los sabios de los pueblos con la única condición de pagar el impuesto establecido sobre los no creyentes, hizo posible que esos pueblos no sólo continuaran con sus tareas intelectuales, sino que su cultura se difundiera entre los conquistadores, tanto por lo contactos recíprocos así como por el uso cada vez más extendido del idioma árabe. La clase culturalmente dominante se constituyó por los que hablaban y escribían en árabe.

Los ejércitos que desde Egipto conquistaron el norte de Africa hasta Marruecos y luego se adueñaron de casi toda la península ibérica, llegando hasta las orillas del río Yonne en Francia, estaban constituidos, en su gran mayoría, por berberiscos y por hombres de origen latino recién convertidos al Islam. Respecto a la filosofía y la ciencia, aún cuando estuvieron presentes los sabios de ascendencia árabe, la gran mayoría fueron iranies, sirios y en gran número judíos.

Baco.- Mosaico romano en Córdoba.

En la península Ibérica, muchos hombres de ciencia fueron de origen latino; sin embargo en ella la cultura árabe se universaliza porque la gran mayoría de las obras escritas por hombres de esa civilización lo fué en lengua árabe, aunque también se escribió en persa, sirio y hebreo. Por citar algunos ejemplos se encuentra a el astrónomo Al-Tabarí, quien era iraní; la famosa familia de médicos Ibn Bahtyasa eran nestorianos como lo fué Mesue Mayor y Hunian Ben Isaac.

El matemático al-Juarismi era persa; los astrónomos al-Fargani eran turcomanos y al-Batari era de Harran, mientras que al-Habas era de Mesopotamia. Los famosos médicos Rhazes y al-Biruni eran persas; Ibn Sina (Avicena) procedía de Turquestán y al-Haytan (Halazen) era iraquí; Isaac Israelí y al-Gazar eran judíos; Ibn Rushd (Averroes) y Maimónides nacieron en Córdoba.

La población de al-Andalus que comprendia toda la España musulmana desbordando con mucho lo que hoy es Andalucía, estaba compuesta por árabes, establecidos sobre todo en las ciudades; por bereberes, que en lo general conformaban núcleos campesinos en las zonas montañosas; por judíos y por los pobladores autóctonos, a los que hay que añadir los esclavos importados.


Córdoba.- Estatua de Ibn Hazam
en la Puerta de Sevilla
  Los autóctonos eran evidentemente los que componían la mayoría de la población no distinguiéndose entre ellos a los visigodos o suevos, conquistadores del siglo V, de los ibero-romanos con los que aquéllos se habían unido. Una gran parte de ellos se convirtió con rapidez al islamismo; siendo entonces conocidos como muwallad, nacidos a menudo de matrimonios mixtos y que en el siglo X ya no se distinguían de los musulmanes de origen árabe puro.

Los judíos habitaron España ya desde la época del Imperio Romano. Durante los primeros años del dominio visigodo, la numerosa población judía se dedicó al cultivo de la vid, del olivo y al comercio en las costas del Mediterráneo. Su situación se deteriora cuando en 595 el rey Recaredo se convierte al catolicismo. Perseguidos, reprimidos y forzados a convertirse al cristianismo bajo pena de muerte o exilio, las comunidades judaicas de la península fueron desapareciendo progresivamente. Sin embargo, durante los primeros años del dominio moro, la situación de los judíos aunque mejorada, no fue envidiable, ya que -al igual que a los cristianos- les fueron impuestos duros tributos.


Al advenir el Emirato, la tolerancia de los emires y luego califas omeyas hizo de España el refugio de los judíos. La ciencia y la cultura judía se enriquecieron. Los "gaonim" o sabios judíos de Babilonia tenían correspondencia con los rabinos y sabios de los centros españoles, como Lucena (cerca de Córdoba) y Barcelona. La Academia Talmúdica de Lucena, fundada en el siglo IX, florecía aún en el siglo XII.

Muchos pobladores originales del área en torno a la antigua metrópoli de Toledo, continuaron profesando el cristianismo, viviendo en unas condiciones que indicaban una tolerancia mucho más marcada que la de los cristianos en el Oriente. Muchos de los españoles que seguían siendo cristianos eran biculturales y a éstos se los conocía con el nombre de mozárabes, cuyo papel de intermediarios culturales sería posteriormente de gran importancia para Europa.

La civilización andalusí se caracteriza por tener una indudable autonomía y, a la vez, por la importancia fundamental que en ella tienen las referencias al Oriente. No hay duda que la agricultura, aún sin haber sufrido una revolución significativa desde su pasado romano, se enriqueció con la introducción de especies nuevas, con el desarrollo de las obras de irrigación, con la creciente clientela de las ciudades.  
Molino romano reconstruido y utilizado por los hispanoárabes

Datan principalmente, de la época musulmana las huertas andaluzas y las norias de los grandes ríos además de la originalidad de su literatura agronómica hispanoárabe.

Eran famosas las minas de plata, de plomo, de hierro, de estaño, de mercurio y algunas menores de oro; así como algunas canteras de piedra noble y las pesquerías de coral y de ámbar. Las ciudades se engrandecieron, y entre ellas Córdoba, la nueva capital que reemplaza a Toledo, llegó a ser una auténtica metrópoli, afirmada por un palacio y una mezquita famosos, y donde una población heteróclita aprendió a combinar las modas orientales, traídas por especialistas tales como el famoso Ziryad, con las tradiciones y encantos de la vida Andaluz.

El comercio en gran escala trajo consigo el crecimiento de puertos como Almería, cerca de la cual llegó a crearse una extraña república de marinos, Pechina, que subsistió durante un tiempo. A la cabeza de todo esto figuraba un soberano que, hasta entrado el siglo X, tuvo el título de emir, comendador, y que sin reconocer de hecho al Califato abbasí evitaba proclamar la escisión de la comunidad y generar posibles conflictos.

La actividad filosófica-científica intelectualista había encontrado su último refugio, así como el momento para uno de sus más brillantes estallidos, en la España de vísperas de su reintegración al Occidente cristiano. Es allí donde Ibn Tufayl expone en su novela filosófica "El vivo y el vigilante", conocida en España como "El filósofo autodidacta", una especie de religión natural.

Los califas españoles, al igual que los de oriente, favorecen a los médicos, a los matemáticos a los astrónomos, entre ellos encontramos a Averroes, reconocido a causa de la influencia que sus comentarios a Aristóteles han ejercido, a partir del siglo siguiente, sobre toda la filosofía del Occidente cristiano.

Ibn Roschd (Averroes) nació en Córdoba en 1126, donde su padre y abuelo se desempeñaron como jueces de la ciudad; cargo que también ejerció después de haber sido juez en Sevilla. Por su talento fué favorecido por los califas, llegando a ser médico en 1182 del califa Yusuf y en 1184 de su sucesor Almanzor: En 1195 fué víctima de violentas impugnaciones por parte de los ortodoxos que lo acusaban de abandonar la fe del Islam por la filosofía pagana. Como consecuencia fue desterrado a Marruecos, donde murió en 1198; siendo ordenada la quema de todos sus escritos.
 
Averroes, aún presente bajo el sol cordobés.

Averroes ha sido llamado "el Comentarista", sus estudios filosóficos conformaron el gran comentario de Aristóteles, explicando el texto frase por frase, que le hace merecedor de un sitio privilegiado en la historia filosófica de occidente. Su propósito declarado era el de reintegrar al hombre al sentido puro y auténtico de la visión Aristotélica; defendiendo esta postura de los ataques de Algazel, contra el cual escribió un libro especial: "La Destrucción de las Destrucciones".

En la misma sociedad en la que Averroes da a la luz los más avanzados desarrollos de la filosofía autónoma de tradición aristotélica, otros personajes de valía: Astrónomos, médicos, botánicos, agronomistas e ilustres viajeros, hacen aportaciones y suma de conocimientos que servirán, mediante su arraigo en tierra andaluza y su expansión al mundo europeo, como base firme para la inspiración y posteriores trabajos de los sabios y filósofos de origen cristiano.


Maimónides en el barrio de la Judería.
  La medicina y la filosofía de Al-Adalus se vivifican también con el pensamiento judío, del cual Maimónides representa el más grande y último de los filósofos según la tradición del judaísmo intelectualista mediterráneo.

Córdoba llegó a contar en la época de su mayor esplendor con más de un millón de habitantes, sesenta mil edificios, ochenta colegios, tres universidades y una biblioteca con setecientos mil volúmenes manuscritos. Todo esto fué fundamental para el posterior desarrollo del mundo occidental.

El Islam floreció además entre aquellos que estaban bajo dominio extranjero: para Roger II de Sicilia, a mediados del siglo XII, Idrisi compone una de las más famosas obras de la geografía medieval. Todo esto no excluye la literatura de fantasía, que es ilustrada, en España por el poeta vagabundo Ibn Guzmán bajo una forma popular.

En Oriente, donde la producción cultural sigue siendo cuantitativamente abundante, la filosofía, después de Gazali, no vuelve a tener ningún representante propio, pero el pensamiento místico sería preservado en idioma persa en Irán.

Fue igualmente en persa como la poesía de la época dio a conocer sus obras más bellas: el matemático y poeta Omar Khayam es universalmente conocido por sus cuartetos, de un pesimismo ateo y delicado, y Nizami fue el autor de vastos poemas de una exquisita sensibilidad y de un muy noble estilo.

Pero sin duda el más grande historiador árabe de este período, fué Ibn al-Atir que sorprende por la extraordinaria extensión y el valor de su información sobre todas las partes del mundo musulmán así como por la gran claridad y la inteligencia de su exposición. La floración artística surgida de Al-Andalus no fué inferior a la de las letras. En Occidente, la robustez y la gracia unidas caracterizan a la última arquitectura almohade, tal es el caso, por ejemplo, de la mezquita Kutubyya en Marrakech, y los del Alcázar y la torre de la Giralda en Sevilla.











María Isabel Zerecero Pontones
a r q u i t e c t a .