Homenaje a un gran editor:
Juan Mejía Baca
por Luis Ginocchio Balcázar
Don
Juan tenía su librería en el jirón Azángaro, en el reposado
centro de la Lima de fines de los sesentas. Era un establecimiento
austero y con aires de una seriedad médica. Recuerdo que poblaban
la pared del despacho del librero decenas, tal vez cientos, de retratos
autografiados de grandes peruanos del siglo XX. No sé si esa fue la
única vez en mi vida que tuve frente a frente, todo junto, al firmante
firmamento de la cultura peruana. Por cierto, gracias a la vena ecuménica de
don Juan.
Mi padre me llevó por primera vez a la famosa librería allá por
1969, meses después del golpe del general Velasco. Luego del
consabido rito de ver las novedades recién llegadas, los tres
fuimos a una cafetería en una esquina no tan lejana. Allí, ambos
personajes, al vapor de los efluvios tropicales hablaron de Alegría
y de Vallejo. Viajaron entre Palma y Eguren. Y conversaron de muchos
otros temas que escapan a mi memoria.
Cuando el ilustre hijo de Eten editó el Diccionario Enciclopédico
del Perú en tres tomos (y posterior apéndice), mi padre lo ayudó
en la venta de esa colección insignia en la ciudad de Piura. Fueron
libros que siempre admiré con una mezcla de entusiamo y, diría, devoción. Tendrían que pasar casi veinte años
para que papá me regalara esos objetos, que para mí fueron
mágicos, cuatro libros que encierran el divino y dulce tesoro del
atavismo. Fue una suerte de antorcha que él me entregó y que
conservo con especial cariño. Fue por esos años que entre inquieto
y absorto ví a mi padre desprenderse de sus amados libros que
repartió a bibliotecas, universidades, colegios y otras
instituciones culturales. Esa amputación me conmovió. Hace
pocos días la tecnología me permitió revivir, por unos momentos a
Juan Mejía Baca, gracias a Internet. Accedí al portal español
Iberlibro,
de libro usado, y comprobé el vasto surtido de obras
editadas por Mejía Baca, de temas diversos y cuyos títulos mantienen gran
lozanía.
Sirvan estas líneas para evocar al recordado librero, su amplia y
generosa sonrisa, su misión cultural y su fe en el Perú. Fue uno de los grandes intelectuales del siglo XX
que tuve el privilegio de conocer.
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