Nota 2


Ésta es la historia de la poetisa edulcorada que Mariano le contó a Paul:
        La mujer a la que aquí le pondremos por apelativo Esplendor, para no sufrir reclamos ulteriores, era ama de casa, esposa de nombres opulentos y madre de cuatro hijos que, aunque ella maquinó mil artimañas para evitarlo, se fueron de casa y fundaron sus propias familias, siguiendo el modelo nuclear de sus padres. Como la obesa dama de nariz tan redonda como su cuerpo se quedó sin ocupación y sin muchos motivos para vivir —pues su vida entera era ser madre con todas sus letras en mayúscula— decidió dedicarse a la poesía. Sin embargo, no era de abundantes lecturas. De preguntarle en una conversación por, digamos, Quevedo lo habría confundido con alguna calle, aunque en la ciudad ficcionalizada aquí no hay ninguna calle con ese refulgente nombre. Y, para ella, San Juan de la Cruz era nada más un santo que “cargó la cruz de Jesús” (rima idónea para uno de sus poemas “místicos”). Y qué decir de bardos un poco más modernos. Ni siquiera Acuña le resultaba familiar. Aún así, para Esplendor, la poesía era un oficio digno de cualquier propietario de una pluma, dos o tres neuronas en el cerebro —aunque esta ponderación habría sido sobre-estimativa de la capacidad neuronal de la señora— y el ingrediente indispensable: “mucho, pero mucho amor y sentimiento”. La notoriedad de su apellido —o, más bien, del apellido de su esposo— le permitió a Esplendor publicar un libro atrozmente editado (“El corazón del corazón”) y sacar a la venta una grabación de sus poemas (ídem). Terrible problema el de los términos para quien relata pues aquellos grotescos hilados de versos no podrían ser llamados así sin cometer más de un vejamen contra el panteón de la poesía no sólo en lengua española sino en cualquier otra. La grabación de “El corazón del corazón” (versión audio) no se limitó al acostumbrado formato de la cinta. También hubo discos compactos. No conforme, Esplendor se unió a la sociedad de escritoras, apareció en programas de televisión y comenzó a dar conferencias para enseñarles a las mujeres —¿y por qué no?— a los hombres cómo vivir felices y abrir el corazón de sus corazones al maravilloso potencial transformador de una bonita palabra de tan sólo cuatro letras: amor. (Para ser verdaderamente felices, amigas y amigos que me acompañan esta esplendorosa noche, debemos abrazar en el corazón de nuestros corazones el amor de nuestros padres, de nuestros hermanos y de nuestros hijos porque sólo así alcanzaremos el santuario purificador de la paz y de la tranquilidad. Por eso les he traído una poesía que dice así: El corazón del corazón se abre / cuando tu amor es grande / y lo encontrarás cuando María / sea tu dulce guía). Con los años el esplendor de Esplendor se fue extinguiendo. Quizá sería porque las familias nucleares y en apariencia tan ñoñas fundadas por sus hijos se carcomieron por dentro: la hija mayor con amante, el hijo de en medio manifestó su bisexualidad después de estar casado y con dos niños, la siguiente hija en amasiato y al hijo menor le dio por los polvos nasales. La sociedad local de escritoras reportó una baja en sus filas, la pantalla de la televisión no volvió a desbordarse con su figura ni con su melodiosa voz y sus libros sobre el corazón del corazón no se publicaron más. Cuando la gente dejó de preguntar por Esplendor, surgió una imitadora suya, Erudita, quien algunos años después fue acusada de plagio por Natividad, otra escritora forjada bajo el maestrazgo de Esplendor. Natividad sólo publicó, al lustro de su debate con Erudita, un volumen titulado “El agugú de mi bebé”.
        Al finalizar el relato, algunos años después de ese encuentro en el centro cultural, Paul expresó sus deseos de reencontrar a la ahora retirada poetisa y Mariano le dijo que, cuando quisiera, podía llevarlo a su casa pues era tía de un amigo suyo.

Anclados al polvo