Urpy,
estaba tendiendo la ropa al sol, era temprano de mañana; nunca supo
de donde salieron, uno de ellos la tomó por los hombros y le dijo
algo en un idioma que nunca había escuchado antes, tenía los ojos
del color del cielo, el pelo como el sol, la piel muy pálida y su
vestido no era de estas tierras, nadie le dijo que podían existir
seres como estos o ¿tal vez sí?, ¿Serían los dioses que venían
por ella? No pudo moverse, a empujones la obligaron a caminar hacia el
pueblo.
Densas
bocanadas del humo de su pueblo en llamas le irritaron los ojos. Los
hombres, muchos de ellos gravemente heridos, estaban reunidos en el
centro de la plaza. Al pasar junto a ellos pudo ver a sus dos hermanos
con las manos atadas y a su padre muerto tirado junto a otros más.
Buscó a su madre pero no la vio. La metieron en la casa de su tío,
allí se encontró con casi todas las muchachas del pueblo, algunas
lloraban, otras sólo estaban allí con la mirada perdida como muertas
sin hacer o decir nada.
En
su mente todo era muy confuso, ¿porqué los dioses los trataban así?,
su pueblo siempre daba tributo al Inca y cumplía con los mandatos de
los sacerdotes, ella misma ese año sería consagrada al templo. ¿Tendría
la culpa? Cuando en la ceremonia de la cosecha el sacerdote le preguntó
si era virgen, supo que los dioses se habían fijado en ella, la querían
para su templo, sintió tanto orgullo, gracias a su belleza el Inca
los favorecería; ¿Los dioses estarían castigándolos por esos
sentimientos?
Uno
de ellos entró, era alto, los ojos y el pelo los tenía negros, la
miró, le gritó algo que no entendió, ella estaba aterrada sin saber
que hacer, se acercó y la levantó riendo, la llevó a la alcoba de
sus tíos, la tendió sobre unas pieles le dijo algo al mismo tiempo
que se quitaba el cinto con la espada, se acercó, le jaló el vestido
tratando de sacárselo, Urpy quiso de defenderse, él se enfureció
tomó su daga, comenzó a rasgarle la ropa gritando y pegándole con
el dorso de la mano en el rostro, al verse desnuda se cubrió con las
manos y se acurrucó en un rincón, se acercó, la tomó bruscamente
de las piernas y se echó sobre ella, Urpy sintió un profundo dolor
que rompió con todas sus ilusiones.
Un
hilo de sangre le corría por la entrepierna, le dolía todo el cuerpo
y estaba llorando en silencio, pero no era por el dolor, era por la
impotencia, por la humillación, por la deshonra, por que a sus quince
años comprendió que no eran dioses, que sólo eran hombres y mucho más
crueles que los soldados del Inca.
Miguel
Angel Franco Ulloa
miguelangel_franco@yahoo.com
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