Indice de: Autores Peruanos

Benedicto Sabayachi y la Mujer Stradivarius

Agregar a Favoritos.

Benedicto Sabayachi fue el primer peruano en hacer de embajador de la cultura occidental entre blancos. Benedicto llegó a Enid, Oklahoma, en diciembre de 1962 y, poco después, reclamó haber llevado a esa ciudad el primer disco de los Beatles. En Oklahoma, las cosas van tan lento que un día parece una eternidad y aquel muchachito de trompo y chalaca-de-tu-tamaño-sin-ver habia ya decidido no morir jamás.

A los 50 años, cuando yo lo conocí, lucía bastante menor. Los años —decía él— pasan a través de y no por Sabayachi. Y lo conocí por una de esas insólitas situaciones para las que Dios nos hizo a los peruanos, cuando tres de nosotros nos topamos en el vestíbulo del hotel Hilton en Nairobi.

... ... ...

Me fue fácil identificar al primer homo peruvianis cuando un botones masai, a decir del largo de sus piernas, atropelló con su carrito de maletas a un ciudadano de apariencia flemáticamente inglesa, quien al contacto con el cromado pedazo de fierro, exclamó, ya sin flema:

- ¡Cocodrilo so-concha tu ma-dre...!

Volví hacia aquel ciudadano y casi como quien, en realidad, no escuchó, pregunté con esa sonrisa que es cachosa pero que parece de cajera de supermercado gringo diciendo "have-a-good-day" y que, de nuevo en realidad, es hipócrita a propósito y con obvio aire de indiferencia:

- Peruano ¿No?

- Si, estee... Cómo no... De Lima...

Y de entre las ridículas palmeras que entorpecían el flujo de las maletas y aspirantes a safari en el lobby del hotel, se escuchó una voz:

- ¡Puta que hasta en Kenya...!

Y al unísono, el could-be-english y yo nos volvimos con, ahora sí, legítima incredulidad:

- ¿Otro peruano?

Y lo que siguió fue una cervecita y otra cervecita. Se habló, con dolor, de cuando Sartor se tapó un penal y el Defensor Arica le quitó el sub-campeonato al Municipal (en una estadística digna de Guiness, el 66.6% de los presentes éramos hinchas del Muni), del terremoto del ‘70 y la selección peruana en el mundial de México y de que la expresión "la de acanga" se deriva de una fase del juego que yo conocía como "canga" y que Sabayachi aseguró se llamaba "palitos chinos". Y así seguimos hasta que recalamos en el siempre inexorable tema de las mujeres en la vida.

Benedicto contó de Juliet, su primer amor, y sus tres esposas y luego escuchó pacientemente los relatos del inglés, quien resultó ser nieto de un boxeador y sobrino de Luis Alberto Sánchez, y los míos. Sabayachi no abrió la boca durante hora y media más que para seguir llenándose el ser de alcohol en forma de cervecita.

Cuando el silencio entre las historias empezó a alargarse, Benedicto Sabayachi se lanzó al ruedo:

- Ustedes no me entienden —recomenzó su explicación luego de que el mozo nos sirviera la ronda número ya-que-importa de cervezas—. Les hablo de una mujer perfecta. Una mujer es perfecta cuando la tocas donde sea y te responde exactamente como uno sueña que podría responder: como un Stradivarius.

- ¿Sabes qué Sabayachi? Yo soy un hombre sencillo; no me gusta la profundidad. Nada de buceo... —demandó Guillermo, el inglés, quién ya había confesado ser de Chaclacayo.

- Si te dejas atrapar por la frivolidad de este mundo, difícilmente vas a entender lo que es hacer el amor con una semi-diosa —sentenció Benedicto y aseguró el silencio de Guillermo por un rato.

- Prosigue, Sabayachi. Háblanos de tu amiga la divinidad —dije para enrumbar nuevamente a Benedicto.

- Bueno, ya que Guillermo tiene necesidad de lo mundano, les diré que La Mujer Stradivarius no es físicamente perfecta. Y es que no puede serlo pues sería sólo eso. La Mujer Stradivarius es absolutamente bella pero no es perfecta: perfectos son sus movimientos, perfecta es su sonrisa y perfecta es su mirada. Pero Ella no es perfecta.

Mientras habla, Sabayachi mira furtivamente a un par de bellas mujeres kikuyo que también beben cerveza en la mesa de al lado. Expira una bocanada de humo, con fuerza, como asegurándose que no se le quede nada entre los dientes. Guillermo y yo, en silencio, estamos ya atentos cuando retoma la palabra...

- Lo que les voy a contar es difícil de creer pero créanme. La ficción nunca puede llegar a los extremos de la realidad. La imaginación está siempre restringida por los límites de lo ridículo. Si uno transliterara ciertos hechos reales, como lo que les quiero contar, quien escuchase el relato lo encontraría ridículamente inverosímil.

- Mira Sabayachi, vamos al grano y no te me adornes tanto —volvió Guillermo al ataque aparentando desinterés por el preámbulo aunque denotando ansiedad por escuchar el resto de la historia.

Benedicto aprovecha para coger nuevamente el cigarrillo entre los labios. Esta vez, sin soltarlo de entre sus dedos ni tampoco de entre sus labios, bota el humo suavemente por rendijas que construye en los extremos de su boca. Y sonríe. Le sonríe a las dos negras. Ellas sonríen también. Una, la más joven, levanta su vaso y hace el ademán de un brindis con él. Él contesta. La otra mujer, como de 25 ó 28 años, busca la mirada de Guillermo o la mía pero ambos estamos pendientes de Sabayachi y su historia y coincidimos tácitamente en ignorarla.

- Les decía que tienen que creerme. ¿Me creerán?

- Sí —contestamos.

- Yo caminaba por Georgetown, en Washington D.C., miraba vitrinas por no tener cosa mejor que hacer. Era la hora del almuerzo y no tenía hambre. Atravesé con los ojos la vitrina de una tienda de antigüedades casi como buscando algo dentro de la tienda; algo que llamaba como un canto a mi mirada. Y allí estaba ella: La Mujer Stradivarius...

La pausa sirve para que la kikuyo del brindis se acerque a pedir fuego. Sabayachi casi sin mirarla, le enciende el cigarrillo, le toma una mano y la besa entre los dedos:

- Matilde -dijo ella y recordé inmediatamente la canción de Harry Belafonte.

- Sabayachi, Benedicto Sabayachi —contestó él, con tufillo de James Bond—. Y casi como si lo hubieran ensayado, cada cual volvió a su mesa y a su conversación.

- ¿En qué estaba? —preguntó Sabayachi creo que más tratando de exasperar a Guillermo que buscando retomar el hilo.

- La acabas de conocer... —irrumpió el blanco de la pregunta.

- Sí; y en ese preciso instante fue que comprendí, cual revelación, la teoría del caos y, de refilón, cómo fue que aquel ángel —¿o era arcángel?— anunció a María que sería madre.

- No me enredes Benedicto. Ya te dije que ...

- ¡Cállate y no jodas! ¡Déjalo que cuente! —vociferé notando que el inglés de Chaclacayo me empezaba a exasperar con su ansiedad disfrazada de iconoclasismo de surfer—. Sigue Sabayachi, sigue...

- La Mujer Stradivarius presiente mi presencia pues responde con ese unívoco vocablo del sensual lenguaje del amor anunciado: repasa sus largos cabellos negros entre los dedos de ambas manos. Me ama —pienso. Ella expira de manera que sólo yo se que lo hizo. Ahora estoy seguro: me ama. Se vuelve hacia mí y nuestras miradas se encuentran sobre un candelabro de cristal checo y, más precisamente, entre el primer y segundo fanal. Ahora todo está consumado de manera explícita: amor a primera vista.

La negra de 25 ó 28 es quien viene ahora a la carga. Un conjunto de locales premunidos de guitarra eléctrica, bajo, tumbas y órgano electrónico, tocan lo que yo he decidido llamar reggae afro. Así, la excusa es buena y la catedral gótica de Nairobi —a decir de su por lo menos 1.95 de estatura— invita a Sabayachi a bailar. Él acepta.

- ¿Te das cuenta? —me asalta Guillermo con la pregunta cuando en mi mente trataba de hacer encajar los dos inmensos senos de la kikuyo en mi ya débil analogía de la catedral gótica.

- ¿De qué quieres que me de cuenta?

- De que este cojudo tiene 50 años y una pinta de decano de los homeless de Central Park y un poco más y se lo tiran in situ.

- Y lo que es peor: todo esto hace parecer su historia como verdadera.

Se acaba el reggae afro y luego de un carnoso beso a su pareja, Benedicto vuelve a nuestra mesa. No se ha terminado de sentar y prosigue...

- Circundo la mesa sobre la que nuestro candelabro se exhibe y sosteniendo en el aire el encuentro de nuestras miradas, paso a su lado lo suficientemente cerca como para que nuestros cuerpos tiemblen rítmicamente de forma tal que en ese sublime instante en que deben tocarse, uno inspira y el otro expira, y el contacto físico no se produce —pero nuestras almas ya se han fundido. Y me voy. Me voy porque, como Tomás, dudo —y así recuerdo que soy humano y debo temer a lo divino. Sin embargo, antes de abandonar la tienda ya sé que el jueves próximo a la una y quince volveré allí a encontrarme con ella.

- ¿Y no le hablaste? —preguntó Guillermo

- ¿No le dijiste nada? —pregunté yo, haciendo evidente que no había escuchado a Sir William Chaclacayo.

- No, no le hablé en el modo que ustedes se refieren. En realidad, no hacía falta. Nunca hizo falta. Es más, nunca hablamos. Siempre nos supimos...

El mozo confirma su japonesa pasión por el concepto de just-in-time y, una vez más, nos planta tres nuevas botellas mientras estiro la lengua para tomarme el conchito de espuma que quedó de la cerveza previa. Y las vecinas vuelven al ataque. Esta vez las dos se acercan a Sabayachi y lo sacan a bailar un afro pop, con fuga de landó según yo, y showcito al mejor estilo de los 70’: como de los Jackson Five cuando Michael Jackson se parecía a Pitín Zegarra en miniatura.

- Este par de palomitas deben ser profesionales...

- No seas envidioso Guillermito. Déjalo que alterne el violín con las tumbas...

Y ¡zas!, como en Cancionísima, la música se esfuma al momento que yo digo tumbas y mi voz me retumba cuando me doy cuenta que Benedicto me ha escuchado.

- Pues señor gobernador tómelo bien por entero —dice Sabayachi con una negra enganchada en cada brazo— que mañana seguimos con el violín y yo, con las tumbas, me voy al matadero...

Guillermo y yo nos echamos a reír y Benedicto Sabayachi se interna en una nube de humo con su par de kikuyas para luego finalmente desaparecer por el corredor que lo llevará a los ascensores. El vocalista, ahora en afro rock, canta I like music, any kind of music...

Hernán Garrido-Lecca.

hglm@amauta.rcp.net.pe


Hernán Garrido-Lecca, casado con tres hijos, nació en Lima en 1960, ha obtenido Mención Honrosa en el "Cuento de las 1000 Palabras", de la Revista Caretas, por "De cómo quedé estando aquí" (1993); Tercer Puesto en el Premio José María Arguedas, de la Federación de Escritores del Perú (1989), por "Era Justo"; y Segundo Puesto en el Saúl Cantoral, de la Casa de Estudios del Socialismo Sur (1989), por "Valicha y el halcón sin nombre". En 1989, publicó su primer libro, "El Reino en una Botella Gorda", (Editorial Atlántida). En 1996, publicó su segundo libro "Piratas en el Callao"(Ed.Alfaguara), su primer relato para niños. En 1997, publicó "La vicuña de ocho patas" (Ed. Bruño), otro relato para niños. Actualmente, la revista peruana "Business" viene publicando sus cuentos en cada una de sus ediciones.

Garrido-Lecca realizó estudios de economía en la Universidad del Pacífico.Maestría en Administración en la Universidad de Harvard; y Maestría en Ciencia y Tecnología en el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Actualmente es Presidente del Grupo NorAndina, conformado por empresas de servicios de banca de inversión, y Presidente de la Asociación de Estudios Económicos del Medio Ambiente y Recursos Naturales - ECONATURA.

En 1993, Garrido-Lecca incursionó en el campo de diseño gráfico y obtuvo, en conjunto de la Sra. Marilú García de Pizarro, el Primer Premio por el diseño de la estampilla conmemorativa del XXV Aniversario del CONCYTEC  

Cuento Anterior

Indice de: Autores Peruanos

Siguiente Cuento

Quieres que te envie un E-mail cada vez que actualice ésta página?

Críticas ó Sugerencias