Capitulo 6

Poco después de Semana Santa Alejandro consiguió un club que nos aceptara. Me sorprendió la casualidad que fuera aquel en que yo había hecho mi debut como federado, el Ateneo de la Universidad Católica Argentina. Si bien yo estaba inseguro por el cambio, al profundizar el trato con el entrenador le di la razón a Alejandro.
Osvaldo, tal era el nombre del profesor, nos llevaba cinco o seis años. Había demostrado méritos suficientes como para ser designado entrenador de la selección argentina en un torneo sudamericano en Perú. Alejandro y yo, que proveníamos de un club con un nivel competitivo pobre, creímos tocar el cielo con las manos. Nos habían aceptado en un equipo que además de tener pileta todo el año, estaba dirigido por un técnico de nivel internacional. ¿Que más se podía pedir?

Empecé a cursar algunas materias más especificas de la carrera, lo cual logro motivarme ligera y efímeramente en el estudio; pero mi redención como estudiante quedó ahí. La natación cobraba una importancia cada vez mayor en mi vida.
Marta también comenzó su carrera . La asiduidad de encuentros que teníamos durante el verano disminuyo abruptamente, sin embargo los sábados los seguíamos compartiendo con la misma alegría. Los domingos a la mañana yo iba al club con mi familia. El cambio a Ateneo no me impedía ir a "Muni" a correr. En ese entonces hacía un recorrido en mi entrenamiento pedestre que me permitía tener el Río de la Plata a la vista la mayor parte del tiempo . Salía por la Avenida del Libertador rumbo al norte y al llegar a la avenida Gral. Paz doblaba hacia la costa, siguiendo la autopista hasta el Aeroparque. Este paseito, como lo denominaba pomposamente, me obligaba a pasar dos veces frente a la ESMA, primero por la avenida del Libertador y pocos minutos mas tarde por la autopista Lugones. El personal de guardia, dentro de los puestos de vigilancia, seguía atentamente cualquier movimiento que se producía en el exterior contiguo a la verja. Con la misma atención que ellos , escudriñaba los distintos edificios sin saber con exactitud que era lo que esperaba descubrir. A las nueve de la mañana solo se veían distendidos aspirantes a marinos, que iban y venían de los baños colectivos. Un balón de fútbol proveía una forma deportiva de ocupar el franco. Ocasionalmente algún guardia celoso de su misión, o tal vez por entretener su hastío, me ordenó correr por el lado opuesto de la autopista. Si en ese momento no había transito lo complacía, caso contrario fingía no decodificar los exagerados ademanes y continuaba mi rutina. Siempre que pasaba por ahí me prometía preguntarle a mi hermana, cuando saliera, si me había visto correr algún domingo a la mañana.

Ya estabamos en la segunda semana de abril y el cumpleaños de Mariel se acercaba. Esto planteaba una situación problemática: la de justificar su ausencia ante los abuelos el día del festejo, si es que se podía festejar algo.
Desde el regreso de las vacaciones, mi madre estaba en contacto con un grupo de personas, la mayoría mujeres mayores. A fuerza de reiterar preguntas en despachos oficiales, trabó relación con otras madres cuyos hijos también habían sido secuestrados. Todas compartían la angustia de saber donde estaban detenidos. Alguien de ese grupo le sugirió aprovechar la raigambre italiana, ya que el consulado de Italia consideraba ciudadanos a los hijos y nietos de inmigrantes. Empezábamos a darnos cuenta de la diferencia de trato hacia sus propios ciudadanos, entre un Estado Europeo y una república sudamericana.

Para acceder a ese beneficio se necesitaba cierta documentación mínima que tenían mis abuelos paternos.
Se aproximaba, entonces, el momento de blanquear la situación planteada desde el instante mismo del secuestro.
Cuando este se produjo, sentimos esa amalgama de vergüenza y lastima por Mariel. A pesar de lo serio de la situación, las palabras del jefe del operativo referidas a recabar información al día siguiente en el Departamento de Policía, no nos hicieron sospechar que alguna variante fuera posible. Enterarnos fortuitamente que ella no estaba en dependencia policial alguna, sino en la ESMA nos pareció simplemente un error burocrático al cual estabamos acostumbrados los argentinos.
Si bien en un primer momento no nos había parecido censurable la interrupción constitucional ya en abril de 1977, a casi cinco meses de la infausta noche de la detención de Mariel y a mas de un año del golpe de Estado, nuestra posición estaba en franco proceso de cambio . Cada vez que mamá volvía de su trabajosa recorrida, relataba nuevos casos de secuestros. Además del maltrato y burla que soportaba ella durante los itinerarios en búsqueda de respuesta, papá encontraba que en la Municipalidad de Buenos Aires seguía intacta la requisitoria de "pagos extras" para agilizar tramites de cualquier tipo. El se indignaba por el doble discurso de los funcionarios que se jactaban de ser la reserva moral de la Nación cuando - el lo comprobaba casi a diario - eran más venales que la anterior administración.

En suma, en ese lapso habíamos acumulado una sorda furia hacia los militares, que nos hacia ver la situación desde otra óptica.
No estabamos de acuerdo con las ideas políticas de Marielina. Estabamos convencidos que, haberse relacionado a partir de su militancia universitaria peronista con algún "Monto", había sido una actitud idealista en exceso y, sobre todo, algo absolutamente irresponsable. Pero eso no justificaba en modo alguno la falta de consideración de los funcionarios del Proceso hacia con nosotros. Queríamos conocer el fallo de esos tribunales secretos para, por lo menos, saber cuantos años iba a estar presa. Si por razones de seguridad no era posible verla, que permitieran mantener algún contacto epistolar.

Considerando toda esta situación fue que mis padres se decidieron a confiarles la cruda verdad a mis abuelos. Para sorpresa nuestra la abuela escuchó el relato atentamente y, con cierto orgullo, comentó
- Y bueno. . . Balbin estuvo preso con Peron y después salió -
Quizás con esa sencilla acotación, nuestra ya evanescente vergüenza se transmuto en intima dignidad. Cuando Mariel estuviera con nosotros nuevamente ya mis padres hablarían con ella acerca de su actitud contestataria y altanera y los problemas que eso acarrea. Para que eso fuera posible había que concentrar todos los esfuerzos primero en encontrarla y luego en conseguir su libertad.
A medida que pasaban las semanas y casi sin proponérnoslo, desarrollamos una habilidad, un cierto olfato para detectar a quien se le podía confiar el problema; aunque más no fuera para mitigar la pena al compartirla. No eran tantos los que coincidían en nuestro juicio respecto del gobierno. Cuando fortuitamente escuchaba comentarios laudatorios hacia los militares, ni siquiera me esforzaba en mantener los dientes apretados. El desamparo era tal que me inmovilizaba el habla. Mantenía la conversación con tibias acotaciones y posturas anodinas.

La primera mitad de ese triste invierno fue un rosario de vagas noticias, desmentidas parcialmente a los pocos días. Iba a la facultad preguntándome el porqué estudiar si en realidad no me apasionaba la carrera. Mis salidas con Marta mantenían su frecuencia semanal, pero en ocasiones intuía cierta distancia en su trato hacia mi. Extrañamente, el tema de mi hermana parecía inexistente, lo cual me producía un alivio contradictorio. Al no tocarlo me permitía olvidarme del mismo, al menos por una tarde. Sin embargo me molestaba que no le diera mayor trascendencia al asunto. No me sentía tan seguro de sus sentimientos como para hablar con franqueza de la falta de interés.
Un día Alejandro vino con una noticia que empezaba a ser común. Un primo segundo de el había desaparecido.

- Hacia mucho que yo no lo veía, pero mamá si. Estaba con la novia y lo levantaron. . . -
- ¿Cuando? -
- La semana pasada. . . mamá le contó a la madre de el lo de tu hermana. Parece que era la novia la que andaba en algo. . . -
- ¿Y saben algo? -
- No, están como ustedes. -
Le referí el caso a mamá. Movió tristemente la cabeza y se compadeció
- No la conozco pero. . . pobre señora-
A medida que intentaba sortear los parciales y fallaba en el intento, más me refugiaba en la natación. En el agua era inmensamente feliz. Incluso en el dolor físico del entrenamiento intenso hallaba un placer psicológico: yo tenia la capacidad mental para resistirlo. A diferencia de la realidad que encontraba en la facultad, en el Ateneo me sentía contenido. La actitud del entrenador, que priorizaba a mi persona mas que a mis marcas, y la espontanea amistad del resto de los nadadores, todo ayudaba a que en ese ambiente me sintiera a gusto. No era ningún misterio para mi, y así se lo repetía regularmente a Alejandro, que cuanto más mejoraba en natación menos atención ponía en el estudio. Esto provocaba, previsiblemente, un nuevo fracaso académico lo cual iniciaba a su vez, un estado anímico particular que lo remediaba entrenando más intensamente para demostrarme que al menos en natación estaba en ascenso. . .

No solamente nosotros nos dimos cuenta de que el Ateneo iba a ser el mejor club de la Argentina. También algunos nadadores del interior en fugaz visita a Buenos Aires preferían nadar esos días ahí. Esto me gustaba ya que confirmaba la validez de nuestra elección, pero al mismo tiempo me daba celos ya que quería tener la exclusividad del descubrimiento. Una tarde al salir del vestuario rumbo a la pileta, descubrí que ya estaba entrenando una nadadora ajena al club. Era difícil adivinar la identidad, oculta debajo del gorro y con las antiparras complicando las facciones. Cuando la reconocí tuve un ataque de celos fugaz e inexplicable.
- ¿Susana C.? , ¿que hace acá? - me dije
Durante el entrenamiento la observe con admiración deportiva. Nunca había compartido un andarivel con una representante olímpica argentina.

Dos o tres días más tarde, al salir a tomar un café con Marta, le comente emocionado el trascendente suceso
- ¿Sabes quien esta nadando con nosotros? C. -
- ¿Y quien ese? -
- No, es una chica. Susana C. fue a Montreal el año pasado a las olimpíadas-
- ¿Y que? ¿Te gusta? -
En vez de sorprenderme por la pregunta, que por otro lado ya la había previsto, me desconcertó lo poco que parecía conocerme Marta. Una cosa era natación y otra las características estéticas del sexo opuesto.
Siguió la conversación por otros carriles y luego llego la replica de ella, casi una venganza doble.
- Estuve en la casa de Haydee (una compañera de estudio)
- ¿Si? -
- Y había un muchacho policía. . . -

- ¿Tenias documentos? -
Ella pretendió ignorarme y siguió con el relato, mientras yo trataba de no perder la calma.
- Vieras que interesante lo que contaba. . . Esta haciendo un curso de guerrilla urbana, les enseñan como desarmar bombas, como infiltrar a los terroristas, bárbaro, tendrías que haber estado-
- ¿Y que más te contó? -
- A ver. . . ¡ah! que los activistas detectan a los que tienen ideas raras en las fiestas o reuniones. Sacan un tema medio difícil y se van fijando en los que mas se prenden en las discusiones. Después se ponen en contacto con esos y los van reclutando. Al principio no les dicen que van a poner bombas. Les hablan de las injusticias y después, de a poquito, los van enganchando. . . -

La imagen de Marielina discutiendo con los amigos en casa me vino a la mente, pero no le iba a dar el gusto a Marta. Mantuve el rostro inmutable mientras los argumentos luchaban dentro mío por salir. Espere unos minutos más y, cuando la devolución de cortesías llego a su fin, me despedí invocando el remanido pretexto de la falta de sueño.
El regreso a casa esa noche fue, para mi, bastante triste. El ácido comentario de Marta había tocado un área, hasta ese momento inexplorada, de mi depresión innata. No era la sutil revancha o el recordar que ignorábamos el paradero de mi hermana. Ese comentario punzante había sido el detonador de algo nunca temido por mi. No la culpaba por su crueldad inconsciente; conocía eso de que, los que mas daño nos hacen son aquellos que queremos más. Su anécdota, fortuitamente, había dado lugar que se manifestara una herida latente. No podía precisar con exactitud cuando había comenzado ese proceso, ni tampoco que cosa era pero ahí estaba. Para desentrañar ese intríngulis psicológico, abordé mis sentimientos como un problema matemático, el cual es necesario descomponer en sus ecuaciones mas simples. Sin embargo, al acercarme a la incógnita principal, mi mente se distraía con otro asunto. Intente varias veces dilucidar que sucedía dentro mío. Después de varios intentos fallidos abandone la indagatoria y confié en que los días subsiguientes surgiría la respuesta en forma espontanea. Según fueron pasando los días nada ocurrió y esa sensación de angustia, sin llegar a desaparecer por completo, se atenuó. Durante la semana mantuve mi rutina de cursar a la mañana en la facultad, volver a casa a almorzar, dormir siestas cada vez más prolongadas y a las seis de la tarde salir para el club. Cuando la vi a Marta el sábado siguiente, casi ni me acordaba del suceso y ella actuó de una manera normal. Pense si yo no había exagerado el asunto.

Las semanas siguieron su rutina y a medida que ese invierno transcurría nos fuimos acostumbrando a la ausencia de Mariel. La pieza de las chicas no cambio su rotulo y más de una vez nos olvidamos y pusimos la mesa para seis personas. El olor a tabaco se extrañaba en la casa y los libros de veterinaria mantenían su lugar en la biblioteca. Buscando alguna respuesta a mis cada vez mas numerosos interrogantes deportivos, consultaba su "Fisiología" de Houssay. Los jueves al mediodía mamá no comía con nosotros. Junto con otras madres daba vueltas en circulo alrededor de la Plaza de Mayo, quizás simbolizando que la búsqueda de respuesta era inútil y siempre eran arrojadas al punto de partida . Sus dolores de cadera, fracturada y mal recuperada, eran inferiores al dolor psicológico, acicate motivador para hallar a su hija. Recuerdo que yo volvía de entrenar cerca de las diez de la noche y ella estaba recostada en la cama, con las piernas sobre un almohadón y el rostro grave.

Papá tomó una actitud más estricta hacia mi. Lo que antes eran preguntas casi rutinarias referidas a la facultad, cambiaron a interrogatorios mas extensos y profundos. Esto me ponía ante una disyuntiva crucial. Mi prontuario estudiantil no era precisamente un dechado de virtudes académicas. Para mejorarlo era necesario hurtarle tiempo al deporte, cosa que no estaba dentro de mis prioridades. A diferencia de la escuela secundaria, en la cual existe el boletín de calificaciones para el padre o tutor, el anonimato de la facultad me permitía cierta impunidad ante la requisitoria paterna. Si fallaba en algún parcial no me consideraba obligado a informarlo en casa; siempre había algún recuperatorio que me daba una segunda oportunidad. Esta actitud de ocultar mi desempeño universitario, me colocaba en una situación limite de contestar con evasivas o verdades a medias. Sabia que no era lo correcto pero, después de ansiar durante tanto tiempo aproximarme a la elite de la natación argentina, no estaba dispuesto a malograr semejante oportunidad. Empece a depositar todas mis esperanzas en el futuro. Una vez que llegara a la cima de mi rendimiento deportivo ya tendría tiempo de estudiar. Claro que esta actitud era la antítesis de los deseos de papá.

Un sábado, a fines de junio, salimos con Marta a tomar un café. Llegue un poco tarde a la cita y ella me recató un beso. Supuse, erróneamente, que eso era por mi demora.
Nos sentamos en una confitería y trabajosamente se fue dando un dialogo crucial. Sus ojos huidizos querían llegar rápidamente al punto. Yo no entendía cual era el motivo de su angustia e intenté un par de comentarios jocosos, que no tuvieron el festejo esperado. Sentí que estaba haciendo un papel ridículo y me quede en silencio mientras el corazón me empezaba a latir con fuerza. Recordé la desazón que experimentaba al aproximarme a la cartelera de las cátedras en la facultad, en busca del resultado de algún parcial. Siempre abrigaba alguna remota esperanza, pensamiento mágico, sobre la fortuna que me aguardaba. Los instantes previos, era el termino acuñado por mi al tratar de sintetizar esa situación. En ese momento se estaban produciendo los fatídicos instantes previos. Desee equivocarme con todas mis fuerzas. Fue en vano.

- Miguel. . . no se que me pasa últimamente- comenzó ella
Quedé sin aliento. Las piernas me flaquearon ante la firmeza de su decisión. Mis debiles argumentos, mis ruegos por otra oportunidad no fueron escuchados. Recuerdo imprecisamente que nos despedimos en la misma vereda del bar.
Todavía confuso insinué
- ¿Te acompaño a tu casa? -
Su mirada de fastidio confirmó que entre nosotros ya no existía nada.
Camine hacia Rivadavia con una pregunta amarga en la boca. ¿Por que? No entendía en que había fallado, ni tampoco que haría sin tener alguien que dijera que me amaba. Quise llegar pronto a mi cuarto. Quería acostarme y dormirme en seguida. Dormir y al levantarme decirme que eso había sido un mal sueño. Me dormí, pero al levantarme la realidad estaba ahí. ¿Que haría sin ella ahora?

Ese domingo a la tarde fui a la casa de Alejandro en busca de consuelo. Al contarle la infausta novedad respondió instantáneamente.
- ¡Te felicito!-
Lo mire perplejo
- ¿Como "te felicito"? . . . si me pateo ella. . . -
- No, igual te felicito. . . esa mina no te quería-
- Pero yo si-
- ¿Y que tiene que ver eso? ¿O te olvidaste de lo que pasó en el verano? -
- ¿Que cosa? -
- Que mientras vos te quedabas esperando que apareciera tu hermana ella se iba a bailar-
Silencioso, baje la mirada mientras el enumeraba las ventajas de ese final.
Como yo no lucia muy convencido de sus razones, me llevo a una reunión de unos amigos suyos, de la parroquia San José de Flores.

Ya desde la puerta de entrada, Alejandro anunció el motivo de mi desgracia. Explicó
- Acá traigo a Miguel, un amigo de natación que esta deprimido porque la novia lo colgó-
Aunque era la primera vez que los veía me trataron con afecto. No escuche condolencias sino bromas, una forma de mitigar las penas.
Uno dijo
- Bueno no es para tanto que te deje tu novia. Nadie se murió por eso. . . ¿o estaba tan buena? -
Intervino Alejandro
- No, si era un bagayo-
Me reí de buen grado y le dije
- Vos si que sabes ayudar a la gente-
Disfrute de esa reunión. Una novedad para mi era los temas tratados. Se hablaban en un lenguaje sencillo cuestiones trascendentes del hombre. Al provenir ese grupo de una parroquia, la coordinación del debate estaba a cargo de un seminarista, cosa que me pareció de lo mas natural. Cuando llegamos, estaban discutiendo con fervor el porque Dios nos había puesto en el mundo. Algunos defendían la postura que el solo hecho de ser, era motivo suficiente de regocijo frente a la posibilidad del no- ser. Otros, sin llegar a rechazar totalmente ese punto de vista, preguntaban que derecho tenia el Creador de hacernos incompletos, ya que lo de imagen y semejanza era una falacia, y abandonarnos solos en este mundo lleno de dolor y espanto. Creían justificar su posición en el holocausto sufrido por los judíos durante la segunda guerra. ¿Como puede- indagaban- un ser infinitamente misericordioso permitir las cosas que pasaron en Auschwitz y Treblinka?

Los germanófilos, previsiblemente, creyeron rebatir el argumento devolviendo la pregunta ¿Y quien tiro la bomba atómica sobre Hiroshima?
La discusión teológica derivo en un pandemónium dialéctico, en el cual no se sabia muy bien que se estaba discutiendo.
Alejandro y yo, que habíamos estado escuchando, nos miramos divertidos por el desorden. El, con mas experiencia en reuniones de ese tipo, me aclaro
- Pasa siempre lo mismo. En un rato se tranquilizan-
Efectivamente, el seminarista llamo a la concordia y recordó el tema original. Para ir cerrando la charla aporto su posición que, aclaró, era la de la Iglesia.
- Quizás el Hombre en su imperfección no alcanza a comprender el porque Dios nos ha creado. Todos somos hijos del mismo padre y, al igual que sufren nuestros padres al vernos discutir con nuestros hermanos, El sufre con las guerras y el hambre. Uno de ustedes preguntaba porque venimos a sufrir. Yo les digo esto, tampoco yo pedí nacer. Fruto del amor de mis padres fui concebido y también sufro y a veces me pregunto si tengo vocación de sacerdote, si realmente tengo vocación de servicio. Yo, ustedes lo saben, tengo una tía que es religiosa y otra que es laica consagrada. Mi familia es creyente, pero nos planteamos a veces porque las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Cuando veo a los viejitos morir solos en las salas de los hospitales, digo ¿Porque no vienen los hijos a acompañarlos en su camino hacia Dios? ¿Tanta vergüenza les da verlos consumirse, llenos de llagas, haciéndose encima? Reconozco que peco maldiciendo mentalmente a esos desagradecidos, a esos malos hijos. Después me confieso y digo ¿quien soy yo para juzgarlos? Recuerden, chicos, lo del libre albedrío. El solamente nos creó, el resto esta en nosotros, en nuestros pensamientos, palabras y obras. Hay que honrar a Dios ayudando al prójimo, no seamos egoístas. Tratemos de traer a la buena senda a la oveja descarriada, como decía Jesús. Si hay hombres perversos, dejemos que lo juzgue la justicia divina. Nosotros no tenemos capacidad para juzgar los actos de los demás. Una de las cosas que me hace no temer a la muerte es que en la vida eterna, si soy digno de entrar al reino de los cielos, voy a encontrar todas las respuestas que aquí nadie me puede dar. -

Calló y quedo en recogimiento.
Se había creado un clima singular. Yo, al igual que los demás, había puesto mucha atención. Una chica luchaba por no hacer publica su emoción.
Luego de unos minutos dijo
- Para terminar esta reunión, recemos un Padre Nuestro-
Descubrí la falta que me hacia rezarlo, con ese sentimiento tan profundo, olvidado desde hacia tiempo.
Durante la semana deslice en casa el fin del noviazgo. Mamá me consoló superficialmente diciendo
- Bueno, ya vas a conocer a otra chica-
Papa fue más duro y apelo al lunfardo
- Y claro, como no te iba a colgar la galleta. Si pareces un cafisho, lo único que te interesa es nadar. A ver si te despabilas de una vez por todas y te das cuenta que a las chicas les gustan los que laburan y no los que están todo el día panza arriba en la catrera. -

Me dolió el concepto que papá tenia sobre mi. También me dolió su explicación del porque de la ruptura. No había sido por las razones por el esgrimidas, a pesar de la seguridad con que las largo. La juventud tiene otros parámetros. Sin embargo no me explicaba el porque del fin. Empecé a abrigar la fantasía de que un día me iba a llamar por teléfono para vernos y recomenzar. Yo, por supuesto, iba a aceptar. Seria lindisimo, volver a caminar juntos, tomados de la mano y susurrándonos cosas tiernas. Yo cambiaría un poco mi forma de ser, le preguntaría que era lo que le molestaba de mi persona y haría lo imposible por complacerla.
¿Porque no me quería más? ¿Volvería algún día?

Pasaron los días, el teléfono sonaba para los demás y yo cada vez me sentía peor.
Un viernes llego al club a entrenar esa nadadora de Bahía Blanca. Susana C. venia por el fin de semana a Buenos Aires y seguía honrando el agua del Ateneo con su presencia. En mitad del entrenamiento me tuve que pasar a su andarivel. Al empezar un ejercicio estabamos disponiendo el orden de salida. Le pregunte
- ¿Salís primero vos? -
Se acomodo las antiparras de nado, me miro indiferente, y respondió con voz neutra
- No, salí vos-
Empecé a nadar conmocionado.
- ¡Que ojos! - pensé - ¡Por Dios, que bellos son!
Ese azul profundo me elevó al cielo. El simple hecho de haber descubierto semejante belleza me puso eufórico. ¿Como podía ser que recién entonces me haya dado cuenta de su perfección?

En los breves intervalos de descanso, Osvaldo había dicho no más de treinta segundos, me regocijaba a hurtadillas con la armonía de sus facciones. Me di cuenta de que Marta había estado en lo cierto. Susana me gustaba, y mucho.
Después del entrenamiento, al pasar por Primera Junta, me acorde de Marta. Seguía teniendo una herida abierta con su ausencia, la extrañaba profundamente y abrigaba la esperanza de que algún día me dijera nuevamente de reanudar nuestra relación. Pero desde esa noche había incorporado a Susana a mi vida.
Paso ese fin de semana y Susana volvió a Bahía Blanca. Esa días la pileta no me pareció tan alegre. Sabia que en el verano se iba a radicar en Buenos Aires, pero era tanto lo que faltaba que me angustiaba la espera. Además, ¿que era lo que yo estaba fantaseando? . Ella solo sabia mi nombre, y no era yo el único admirador que tenia dentro del equipo. Volví a pensar en Marta y su regreso.

En casa, mientras tanto, la situación de Mariel era tratada con paciencia. Poco era lo que estaba en nuestras manos para ayudarla. El desamparo jurídico era enorme. La palabra Habeas Corpus se incorporó al acervo lingüístico familiar como sinónimo de las escasas acciones que se permitían hacer a los familiares, sin correr el albur de ser ellos los próximos desaparecidos. El máximo logro para esa fecha fue que el gobierno de Italia consideraba a Mariel ciudadana de ese país y reclamaba informes sobre su destino. Paralelamente a la parte legal, mis padres contactaban a cualquiera que pudiera ayudarlos. Uno de ellos fue ese primo político de mamá, el Negro. Se reunía periódicamente con el presidente por razones de trabajo. En su cargo de Sub Secretario era una figura conocida dentro del gobierno. El también tenia un hijo con ideas un poco distintas a las aceptadas por entonces, y poniéndose en el lugar de mis padres trataba de ayudarles . En una ocasión y habiendo agotado prácticamente todas sus influencias hablo directamente con el General Videla. Palabra más o menos, ante su pedido, este le respondió tajante.

- ¡Pero ingeniero, no sea estúpido! ¡No me venga con esas cosas!-
Al llegar a este punto, la falta de noticias ya no era atribuible a la imposibilidades de acceder a canales informativos importantes. Se había recorrido toda la escala jerárquica, desde un suboficial del Ejercito hasta el mismísimo Presidente. La situación empezaba a tomar un perfil más definido. Existía una intencionalidad política en negar información acerca de los desaparecidos. Nosotros teníamos la duda de si el motivo era la actividad de la guerrilla, que no permitía un juicio publico o por algún motivo de seguridad todavía no esclarecido. En casa se distribuyeron los roles: únicamente mamá se ocuparía del tema. Papá, con su cargo de mediana importancia en la Municipalidad, estaba mas atado a horarios y, por sobre todo al haber interventores militares si trascendía que tenia una hija desaparecida seria tachado de marxista y el puesto correría peligro. En cuanto a mi entrenando en un club dependiente de la Universidad Católica, seria conveniente que callara el asunto.

A principios de Agosto, inesperadamente, Marta me llamó por teléfono. Incrédulo, escuche que me invitaba a tomar algo.
Acudí a la cita emocionado y nervioso. Que suerte que nos íbamos a arreglar.
Empezamos una conversación animada y yo esperaba en cualquier momento su propuesta de reconciliación. Cuando se había creado un clima apropiado ella comenzó con su voz sensual.
- Te tengo que decir algo. . . -
Seguro que me confiesa que se arrepintió - pensé
- . . . estoy de novia con un compañero de la facultad-
Otra vez las piernas me fallaron. Un ardor en los ojos me anuló cualquier comentario inteligente.
Jugaba ella nerviosamente con una servilleta de papel. Insegura, preguntó.

- ¿No decís nada? -
Me recosté hacia atrás, como tomando impulso ante la desilusión.
Tímidamente pregunté
- ¿Y para que me llamaste? -
- Es que a veces me acuerdo de vos. . . bien-
La esperanza retornó a mi corazón. Apuré la pregunta
- ¿Nos arreglamos entonces? -
Movió la cabeza confundida. Sin decir palabra, me tomo de la mano y nos quedamos mirándonos un rato largo. Dentro mío algo me decía que al instante siguiente un beso sellaría la reconciliación. En sus labios, la repuesta se hizo lenta.
- Miguel, no se que siento por vos. . . ahora estoy bien y me gustaría besarte-
- Yo también- dije, y me sentí feliz un instante.

- Pero no se bien que es lo que quiero. . . -
Salimos del bar y caminamos tomados de la mano. Algún beso, alguna caricia me confundieron aun más. Estabamos en silencio y no quería hablar, temor de romper esa débil esperanza.
La acompañe hasta la casa. En la puerta nos despedimos, ella con pasión, yo confundido. Me saludó con una sonrisa
- Un día de estos te llamo-
Volví a casa sin respuesta ¿Nos habíamos arreglado o no? .
Esperé en vano su llamado. Comencé a darme cuenta del error que había cometido. Trabajosamente había formado una caparazón a mis sentimientos y ella, con pocas palabras, lo había destrozado. Nuevamente tenia mi herida al descubierto. Ella era el filoso estilete que hurgaba en mi melancolía, pero al mismo tiempo traía el bálsamo reparador. ¿Olvidar o resistir el dolor?

Alejandro emitió su veredicto
- No viejo, esa mina esta jugando con vos. . . mira como estas. Si hasta en entrenamiento estas andando mal-
- ¿Te parece que estoy nadando mal? -
- ¡Pero más bien!. Tomate el entrenamiento en serio y a Marta no la veas mas. . . si se cortó, se cortó. Ya está. Hacete a la idea de que en tu vida la vas a volver a ver. Hay otras minas mucho mejores que esa. -
- Mi vieja dice lo mismo. . . -
- ¿Viste? . Mirá a mi me pasó una vez. Estuve no se cuanto tiempo llorando hasta que me convencí que no la iba a ver mas. . . ¡chau! santo remedio. . . no penses más en ella. -
Fui descubriendo de a poco que, si anestesiaba mis sentimientos, al menos no sufría. No era feliz, pero al menos estaba a salvo de cualquier flaqueza de espíritu. Sin embargo me costaba olvidarme de ella. A veces pensaba que Marta estaba realmente confundida, pero era cuestión de saber esperarla. Otras veces me enojaba conmigo mismo, ya que faltaba a la promesa de pasarla a la tiniebla del olvido. Un par de veces me llamó por teléfono y en ambas se repitió el dialogo de indefinicion.

La primera semana de septiembre viajamos a Montevideo a un torneo de natación. Alejandro y yo, por motivos administrativos de la federación, no podíamos participar y fuimos en calidad de acompañantes del equipo. Susana iba a representar a su club de Bahía Blanca, pero ya la considerábamos del Ateneo.
El club anfitrión, Banco República, era dirigido por el que había sido profesor nuestro. Aparentemente del otro lado del Río de la Plata las condiciones eran mejores para el.
Al llegar al club fuimos directamente al natatorio a saludarlo. Nos pidió que lo esperásemos en el bar y a los treinta minutos se sentó a la mesa, a compartir una gaseosa. Visiblemente contento por vernos, nos pregunto por nuestras marcas y se asombro de nuestro progreso.

- Claro, con pileta propia es otra cosa. ¿Vieron que distinto es? . Yo también aquí trabajo diez puntos. No me arrepiento de haber venido. Además Buenos Aires. . . -
- ¿Y como apareció acá? -
- Un amigo, también profesor , hizo de contacto. El sueldo estaba bien, así que. . . bueno ya son casi cuatro meses que las cosas están saliendo bien-
Alejandro siguió la indagatoria
- ¿Y quien estaba antes? ¿Renunció como usted o lo echaron? -
Sin borrársele la sonrisa del rostro miro a las mesas contiguas. Hizo un ligero ademan para que nos acercáramos. Con voz mas cauta dijo
- Se lo llevaron-
Estar hablando de natación y escuchar un termino de ese tipo me sobresaltó
El amplió los detalles

- Fue un drama que hoy los chicos todavía se acuerdan. Estaba en mitad del entrenamiento y entró el ejercito en la pileta. Le pusieron un fusil en la espalda y lo sacaron a empujones ¡Hasta apuntaron a los chicos que estaban en el agua!. . . terrible-
Se dirigió a mi
- ¿Y tus cosas como están? -
Sin saber exactamente a que se refería, y todavía imaginando la escena, respondí
- Mal, me pateo Marta-
Con el rostro serio insistió
- No me refiero a eso. . . -
Si no se refería a Marta. . . ¿preguntaría por Mariel? yo me había cuidado muy bien de contarle, a menos que. . .
Miré a Alejandro. Asintió con la cabeza, confirmando mi sospecha.
- No, no sabemos nada. Está o estuvo en Mecánica. Habrá que esperar un tiempo más que se tranquilicen las cosas. No se. . .

- Y tus padres, ¿que dicen? -
- Y. . . que se yo. Papá no habla mucho. Mi vieja va a la plaza con otras mujeres-
La conversación se interrumpió con la llegada de sus nadadores que, con el pelo mojado y en ropa de calle, venían a ultimar los detalles de las pruebas. Se disculpo con nosotros
- Cuídense chicos, después los veo-
Salimos del club con Alejandro. En tono de pregunta, más que de reproche pregunté
- ¿Porque se lo contaste? -
- No te enojes, pero con Gustavo en el verano te veíamos muy mal , estabas como desconcentrado y el profesor también veía que algo no iba. Nos agarro una vez a los dos y nos pregunto si sabíamos que te pasaba. Primero le dijimos que estabas peleado con Marta pero no se la tragó. Bueno. . . insistió tanto que al final le contamos-

- ¿Y que dijo? -
- Si vieras como se puso. . . no los puede ver a los milicos. Nos contó la cantidad de gente que el conoce que esta chupada. . . gente que nunca anduvo en nada. . . -
Habíamos llegado a la playa. Me acuclille y empece a arrojar piedras con desgano. Ale se sentó y jugaba con la arena. Tomaba un puñado y lo dejaba caer pensativamente en la palma de la mano, luego repetía la operación. Pedí su consejo
- ¿Que hago? -
Detuvo su entretenimiento, y pregunto
- ¿Con Osvaldo? -
Era increíble como me conocía. El sabia lo que había estado pensando, y yo no necesitaba confirmación de este hecho.
Apoyó las manos en la arena, como si estuviera tomando sol.

- Me parece que es piola. . . creo que lo va a entender-
Evaluamos las posibles reacciones y concluimos que era mas probable una actitud comprensiva, que cualquier otra.
Horas mas tarde empezó el torneo y tuve que esperar al almuerzo del otro día para pedir hablarle a solas.
Junto con Osvaldo había viajado otro profesor, apodado el turco, que era muy amigo de el. Después de la comida hice lo imposible por hablar solamente con Osvaldo, pero el turco no se separaba ni un minuto de su lado. Me dije que ya que eran tan amigos, se iba a enterar , así que, encare la conversación tomando como interlocutores a ambos.
Luego de algunos rodeos, pronuncie la triste palabra.
- . . . esta desaparecida-
Se miraron entre ellos y no acusaron ninguna sorpresa.

Osvaldo inquirió
- ¿Y cuando la levantaron? -
Me tranquilizo el termino usado, lo reconocí a el como uno de los nuestros.
- En noviembre-
Intervino Eduardo, el turco
- ¿Saben quienes fueron? -
- Si, gente de la Armada-
Inicio un insulto, parcialmente audible por el ruido de un avión despegando del aeropuerto de Carrasco.
Pregunté
- ¿Que? ¿conocen a alguien desaparecido? -
Osvaldo cedió la respuesta al turco
- El hermano de mi señora. . . -
- ¿Que era? -
- ¡Nada era. . . ! pensaba, solamente eso. -
Luego de deambular un rato volvimos al torneo. Me acerque a Alejandro y un guiño cómplice explico todo.

Al terminar esa jornada acompañe a Alejandro a un teléfono publico, ya que el quería saludar a los padres. Delante nuestro estaba hablando Susana. Al verla Ale me clavó el codo en las costillas y yo le di un puntapié en el tobillo, pidiéndole un poco de discreción.
Al poner atención a la conversación que ella sostenía, caí en la cuenta que hablaba en un ingles fluido, como si fuera nativa de algún país anglófono. Mientras Alejandro tomaba su turno y ella se alejaba bajo mi atenta mirada, encontré otro motivo más de admiración ¡Hablaba ingles!
Al día siguiente, terminado el torneo, volvimos a Buenos Aires en barco. Durante la navegación fuimos a un pequeño salón de baile. Pasada la medianoche los nadadores más chicos se habían ido a dormir y nos quedamos una escasa media docena de los mayores. Durante todo ese tiempo me dedique a controlar cada movimiento que ella hacia. Si se dirigía a mi, lo hacia con la misma actitud que tenia con el resto del grupo, es decir apenas me tenia en cuenta. Las luces rojas, tenues y sugestivas, y la música romántica actuaron como musa inspiradora para una profunda melancolía. Pense en Marta. A mitad de la travesía del río color de león, descubrí que también estaba en la mitad de un doloroso periplo. Ya no me podía engañar, Marta no volvería y Susana apenas sabia de mi existencia. Me sentí terriblemente desdichado. Encima de todo eso, me recriminaba penar por Marta mientras que quizás a Mariel iba a pasar mucho tiempo antes de volver a verla.

Menos que por haber tomado coraje, mi romántica tristeza me ubico de repente delante de Susana y la invite a bailar. Aceptó.
Al llegar a la pista me di cuenta de la jugada que me había hecho mi inconsciente. Temas apropiados facilitaban bailar abrazados. Los temidos y esperados lentos.
Abrace a Susana y sentir el contacto de su mejilla me provoco esa picazón en los lagrimales, que se estaba haciendo rutina. No sabia bien que era lo que añoraba. Me faltaba algo y ella en ese instante lo completaba. Sabia perfectamente bien que ese sentimiento no era correspondido pero aceptaba derrotado la desigualdad. El contacto fue, para mis sentidos, efímero. Ella volvió a su lugar y yo subí a cubierta, a flagelar mi soledad.

Al romper el amanecer, la reina del plata se adivinaba en el horizonte. Los pasajeros fueron saliendo de los camarotes. Querían ver la ciudad desde una perspectiva poco usual. Con el sol un poco más alto, el perfil edilicio se recortaba nítido. Por encima del paisaje urbano una sombra grisácea cubría la escena. Nunca me había dado cuenta del smog que había en mi terruño. Desde la distancia, todas esa partículas que cotidianamente invadían los pulmones y no nos dábamos cuenta, eran puestas en evidencia. ¿Porque la llamarían Buenos Aires? . Pensar que todavía había porteños de la guardia vieja, que insistían en definirla como una de las mejores ciudades del mundo para vivir. Si hubieran visto lo que vi yo, seguramente habrían cambiado su opinión

Capitulo 7

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