Capitulo 6
Poco después de
Semana Santa Alejandro consiguió un club que nos aceptara. Me
sorprendió la casualidad que fuera aquel en que yo había
hecho mi debut como federado, el Ateneo de la Universidad Católica
Argentina. Si bien yo estaba inseguro por el cambio, al profundizar el
trato con el entrenador le di la razón a Alejandro.
Osvaldo, tal era el nombre del profesor, nos llevaba cinco o seis años.
Había demostrado méritos suficientes como para ser designado
entrenador de la selección argentina en un torneo sudamericano en
Perú. Alejandro y yo, que proveníamos de un club con un
nivel competitivo pobre, creímos tocar el cielo con las manos. Nos
habían aceptado en un equipo que además de tener pileta todo
el año, estaba dirigido por un técnico de nivel
internacional. ¿Que más se podía pedir?
Empecé a cursar algunas materias más especificas de la
carrera, lo cual logro motivarme ligera y efímeramente en el
estudio; pero mi redención como estudiante quedó ahí.
La natación cobraba una importancia cada vez mayor en mi vida.
Marta también comenzó su carrera . La asiduidad de
encuentros que teníamos durante el verano disminuyo abruptamente,
sin embargo los sábados los seguíamos compartiendo con la
misma alegría. Los domingos a la mañana yo iba al club con
mi familia. El cambio a Ateneo no me impedía ir a "Muni"
a correr. En ese entonces hacía un recorrido en mi entrenamiento
pedestre que me permitía tener el Río de la Plata a la vista
la mayor parte del tiempo . Salía por la Avenida del Libertador
rumbo al norte y al llegar a la avenida Gral. Paz doblaba hacia la costa,
siguiendo la autopista hasta el Aeroparque. Este paseito, como lo
denominaba pomposamente, me obligaba a pasar dos veces frente a la ESMA,
primero por la avenida del Libertador y pocos minutos mas tarde por la
autopista Lugones. El personal de guardia, dentro de los puestos de
vigilancia, seguía atentamente cualquier movimiento que se producía
en el exterior contiguo a la verja. Con la misma atención que ellos
, escudriñaba los distintos edificios sin saber con exactitud que
era lo que esperaba descubrir. A las nueve de la mañana solo se veían
distendidos aspirantes a marinos, que iban y venían de los baños
colectivos. Un balón de fútbol proveía una forma
deportiva de ocupar el franco. Ocasionalmente algún guardia celoso
de su misión, o tal vez por entretener su hastío, me ordenó
correr por el lado opuesto de la autopista. Si en ese momento no había
transito lo complacía, caso contrario fingía no decodificar
los exagerados ademanes y continuaba mi rutina. Siempre que pasaba por ahí
me prometía preguntarle a mi hermana, cuando saliera, si me había
visto correr algún domingo a la mañana.
Ya estabamos en la segunda semana de abril y el cumpleaños de
Mariel se acercaba. Esto planteaba una situación problemática:
la de justificar su ausencia ante los abuelos el día del festejo,
si es que se podía festejar algo.
Desde el regreso de las vacaciones, mi madre estaba en contacto con
un grupo de personas, la mayoría mujeres mayores. A fuerza de
reiterar preguntas en despachos oficiales, trabó relación
con otras madres cuyos hijos también habían sido
secuestrados. Todas compartían la angustia de saber donde estaban
detenidos. Alguien de ese grupo le sugirió aprovechar la raigambre
italiana, ya que el consulado de Italia consideraba ciudadanos a los hijos
y nietos de inmigrantes. Empezábamos a darnos cuenta de la
diferencia de trato hacia sus propios ciudadanos, entre un Estado Europeo
y una república sudamericana.
Para acceder a ese beneficio se necesitaba cierta documentación
mínima que tenían mis abuelos paternos.
Se aproximaba, entonces, el momento de blanquear la situación
planteada desde el instante mismo del secuestro.
Cuando este se produjo, sentimos esa amalgama de vergüenza y
lastima por Mariel. A pesar de lo serio de la situación, las
palabras del jefe del operativo referidas a recabar información al
día siguiente en el Departamento de Policía, no nos hicieron
sospechar que alguna variante fuera posible. Enterarnos fortuitamente que
ella no estaba en dependencia policial alguna, sino en la ESMA nos pareció
simplemente un error burocrático al cual estabamos acostumbrados
los argentinos.
Si bien en un primer momento no nos había parecido censurable
la interrupción constitucional ya en abril de 1977, a casi cinco
meses de la infausta noche de la detención de Mariel y a mas de un
año del golpe de Estado, nuestra posición estaba en franco
proceso de cambio . Cada vez que mamá volvía de su trabajosa
recorrida, relataba nuevos casos de secuestros. Además del maltrato
y burla que soportaba ella durante los itinerarios en búsqueda de
respuesta, papá encontraba que en la Municipalidad de Buenos Aires
seguía intacta la requisitoria de "pagos extras" para
agilizar tramites de cualquier tipo. El se indignaba por el doble discurso
de los funcionarios que se jactaban de ser la reserva moral de la Nación
cuando - el lo comprobaba casi a diario - eran más venales que la
anterior administración.
En suma, en ese lapso habíamos acumulado una sorda furia
hacia los militares, que nos hacia ver la situación desde otra óptica.
No estabamos de acuerdo con las ideas políticas de Marielina.
Estabamos convencidos que, haberse relacionado a partir de su militancia
universitaria peronista con algún "Monto", había
sido una actitud idealista en exceso y, sobre todo, algo absolutamente
irresponsable. Pero eso no justificaba en modo alguno la falta de
consideración de los funcionarios del Proceso hacia con nosotros.
Queríamos conocer el fallo de esos tribunales secretos para, por lo
menos, saber cuantos años iba a estar presa. Si por razones de
seguridad no era posible verla, que permitieran mantener algún
contacto epistolar.
Considerando toda esta situación fue que mis padres se
decidieron a confiarles la cruda verdad a mis abuelos. Para sorpresa
nuestra la abuela escuchó el relato atentamente y, con cierto
orgullo, comentó
- Y bueno. . . Balbin estuvo preso con Peron y después salió
-
Quizás con esa sencilla acotación, nuestra ya
evanescente vergüenza se transmuto en intima dignidad. Cuando Mariel
estuviera con nosotros nuevamente ya mis padres hablarían con ella
acerca de su actitud contestataria y altanera y los problemas que eso
acarrea. Para que eso fuera posible había que concentrar todos los
esfuerzos primero en encontrarla y luego en conseguir su libertad.
A medida que pasaban las semanas y casi sin proponérnoslo,
desarrollamos una habilidad, un cierto olfato para detectar a quien se le
podía confiar el problema; aunque más no fuera para mitigar
la pena al compartirla. No eran tantos los que coincidían en
nuestro juicio respecto del gobierno. Cuando fortuitamente escuchaba
comentarios laudatorios hacia los militares, ni siquiera me esforzaba en
mantener los dientes apretados. El desamparo era tal que me inmovilizaba
el habla. Mantenía la conversación con tibias acotaciones y
posturas anodinas.
La primera mitad de ese triste invierno fue un rosario de vagas
noticias, desmentidas parcialmente a los pocos días. Iba a la
facultad preguntándome el porqué estudiar si en realidad no
me apasionaba la carrera. Mis salidas con Marta mantenían su
frecuencia semanal, pero en ocasiones intuía cierta distancia en su
trato hacia mi. Extrañamente, el tema de mi hermana parecía
inexistente, lo cual me producía un alivio contradictorio. Al no
tocarlo me permitía olvidarme del mismo, al menos por una tarde.
Sin embargo me molestaba que no le diera mayor trascendencia al asunto. No
me sentía tan seguro de sus sentimientos como para hablar con
franqueza de la falta de interés.
Un día Alejandro vino con una noticia que empezaba a ser común.
Un primo segundo de el había desaparecido.
- Hacia mucho que yo no lo veía, pero mamá si. Estaba
con la novia y lo levantaron. . . -
- ¿Cuando? -
- La semana pasada. . . mamá le contó a la madre de el
lo de tu hermana. Parece que era la novia la que andaba en algo. . . -
- ¿Y saben algo? -
- No, están como ustedes. -
Le referí el caso a mamá. Movió tristemente la
cabeza y se compadeció
- No la conozco pero. . . pobre señora-
A medida que intentaba sortear los parciales y fallaba en el
intento, más me refugiaba en la natación. En el agua era
inmensamente feliz. Incluso en el dolor físico del entrenamiento
intenso hallaba un placer psicológico: yo tenia la capacidad mental
para resistirlo. A diferencia de la realidad que encontraba en la
facultad, en el Ateneo me sentía contenido. La actitud del
entrenador, que priorizaba a mi persona mas que a mis marcas, y la
espontanea amistad del resto de los nadadores, todo ayudaba a que en ese
ambiente me sintiera a gusto. No era ningún misterio para mi, y así
se lo repetía regularmente a Alejandro, que cuanto más
mejoraba en natación menos atención ponía en el
estudio. Esto provocaba, previsiblemente, un nuevo fracaso académico
lo cual iniciaba a su vez, un estado anímico particular que lo
remediaba entrenando más intensamente para demostrarme que al menos
en natación estaba en ascenso. . .
No solamente nosotros nos dimos cuenta de que el Ateneo iba a ser el
mejor club de la Argentina. También algunos nadadores del interior
en fugaz visita a Buenos Aires preferían nadar esos días ahí.
Esto me gustaba ya que confirmaba la validez de nuestra elección,
pero al mismo tiempo me daba celos ya que quería tener la
exclusividad del descubrimiento. Una tarde al salir del vestuario rumbo a
la pileta, descubrí que ya estaba entrenando una nadadora ajena al
club. Era difícil adivinar la identidad, oculta debajo del gorro y
con las antiparras complicando las facciones. Cuando la reconocí
tuve un ataque de celos fugaz e inexplicable.
- ¿Susana C.? , ¿que hace acá? - me dije
Durante el entrenamiento la observe con admiración deportiva.
Nunca había compartido un andarivel con una representante olímpica
argentina.
Dos o tres días más tarde, al salir a tomar un café
con Marta, le comente emocionado el trascendente suceso
- ¿Sabes quien esta nadando con nosotros? C. -
- ¿Y quien ese? -
- No, es una chica. Susana C. fue a Montreal el año pasado a
las olimpíadas-
- ¿Y que? ¿Te gusta? -
En vez de sorprenderme por la pregunta, que por otro lado ya la había
previsto, me desconcertó lo poco que parecía conocerme
Marta. Una cosa era natación y otra las características estéticas
del sexo opuesto.
Siguió la conversación por otros carriles y luego
llego la replica de ella, casi una venganza doble.
- Estuve en la casa de Haydee (una compañera de estudio)
- ¿Si? -
- Y había un muchacho policía. . . -
- ¿Tenias documentos? -
Ella pretendió ignorarme y siguió con el relato,
mientras yo trataba de no perder la calma.
- Vieras que interesante lo que contaba. . . Esta haciendo un curso
de guerrilla urbana, les enseñan como desarmar bombas, como
infiltrar a los terroristas, bárbaro, tendrías que haber
estado-
- ¿Y que más te contó? -
- A ver. . . ¡ah! que los activistas detectan a los que tienen
ideas raras en las fiestas o reuniones. Sacan un tema medio difícil
y se van fijando en los que mas se prenden en las discusiones. Después
se ponen en contacto con esos y los van reclutando. Al principio no les
dicen que van a poner bombas. Les hablan de las injusticias y después,
de a poquito, los van enganchando. . . -
La imagen de Marielina discutiendo con los amigos en casa me vino a
la mente, pero no le iba a dar el gusto a Marta. Mantuve el rostro
inmutable mientras los argumentos luchaban dentro mío por salir.
Espere unos minutos más y, cuando la devolución de cortesías
llego a su fin, me despedí invocando el remanido pretexto de la
falta de sueño.
El regreso a casa esa noche fue, para mi, bastante triste. El ácido
comentario de Marta había tocado un área, hasta ese momento
inexplorada, de mi depresión innata. No era la sutil revancha o el
recordar que ignorábamos el paradero de mi hermana. Ese comentario
punzante había sido el detonador de algo nunca temido por mi. No la
culpaba por su crueldad inconsciente; conocía eso de que, los que
mas daño nos hacen son aquellos que queremos más. Su anécdota,
fortuitamente, había dado lugar que se manifestara una herida
latente. No podía precisar con exactitud cuando había
comenzado ese proceso, ni tampoco que cosa era pero ahí estaba.
Para desentrañar ese intríngulis psicológico, abordé
mis sentimientos como un problema matemático, el cual es necesario
descomponer en sus ecuaciones mas simples. Sin embargo, al acercarme a la
incógnita principal, mi mente se distraía con otro asunto.
Intente varias veces dilucidar que sucedía dentro mío. Después
de varios intentos fallidos abandone la indagatoria y confié en que
los días subsiguientes surgiría la respuesta en forma
espontanea. Según fueron pasando los días nada ocurrió
y esa sensación de angustia, sin llegar a desaparecer por completo,
se atenuó. Durante la semana mantuve mi rutina de cursar a la mañana
en la facultad, volver a casa a almorzar, dormir siestas cada vez más
prolongadas y a las seis de la tarde salir para el club. Cuando la vi a
Marta el sábado siguiente, casi ni me acordaba del suceso y ella
actuó de una manera normal. Pense si yo no había exagerado
el asunto.
Las semanas siguieron su rutina y a medida que ese invierno
transcurría nos fuimos acostumbrando a la ausencia de Mariel. La
pieza de las chicas no cambio su rotulo y más de una vez nos
olvidamos y pusimos la mesa para seis personas. El olor a tabaco se extrañaba
en la casa y los libros de veterinaria mantenían su lugar en la
biblioteca. Buscando alguna respuesta a mis cada vez mas numerosos
interrogantes deportivos, consultaba su "Fisiología" de
Houssay. Los jueves al mediodía mamá no comía con
nosotros. Junto con otras madres daba vueltas en circulo alrededor de la
Plaza de Mayo, quizás simbolizando que la búsqueda de
respuesta era inútil y siempre eran arrojadas al punto de partida .
Sus dolores de cadera, fracturada y mal recuperada, eran inferiores al
dolor psicológico, acicate motivador para hallar a su hija.
Recuerdo que yo volvía de entrenar cerca de las diez de la noche y
ella estaba recostada en la cama, con las piernas sobre un almohadón
y el rostro grave.
Papá tomó una actitud más estricta hacia mi. Lo
que antes eran preguntas casi rutinarias referidas a la facultad,
cambiaron a interrogatorios mas extensos y profundos. Esto me ponía
ante una disyuntiva crucial. Mi prontuario estudiantil no era precisamente
un dechado de virtudes académicas. Para mejorarlo era necesario
hurtarle tiempo al deporte, cosa que no estaba dentro de mis prioridades.
A diferencia de la escuela secundaria, en la cual existe el boletín
de calificaciones para el padre o tutor, el anonimato de la facultad me
permitía cierta impunidad ante la requisitoria paterna. Si fallaba
en algún parcial no me consideraba obligado a informarlo en casa;
siempre había algún recuperatorio que me daba una segunda
oportunidad. Esta actitud de ocultar mi desempeño universitario, me
colocaba en una situación limite de contestar con evasivas o
verdades a medias. Sabia que no era lo correcto pero, después de
ansiar durante tanto tiempo aproximarme a la elite de la natación
argentina, no estaba dispuesto a malograr semejante oportunidad. Empece a
depositar todas mis esperanzas en el futuro. Una vez que llegara a la cima
de mi rendimiento deportivo ya tendría tiempo de estudiar. Claro
que esta actitud era la antítesis de los deseos de papá.
Un sábado, a fines de junio, salimos con Marta a tomar un café.
Llegue un poco tarde a la cita y ella me recató un beso. Supuse,
erróneamente, que eso era por mi demora.
Nos sentamos en una confitería y trabajosamente se fue dando
un dialogo crucial. Sus ojos huidizos querían llegar rápidamente
al punto. Yo no entendía cual era el motivo de su angustia e intenté
un par de comentarios jocosos, que no tuvieron el festejo esperado. Sentí
que estaba haciendo un papel ridículo y me quede en silencio
mientras el corazón me empezaba a latir con fuerza. Recordé
la desazón que experimentaba al aproximarme a la cartelera de las cátedras
en la facultad, en busca del resultado de algún parcial. Siempre
abrigaba alguna remota esperanza, pensamiento mágico, sobre la
fortuna que me aguardaba. Los instantes previos, era el termino acuñado
por mi al tratar de sintetizar esa situación. En ese momento se
estaban produciendo los fatídicos instantes previos. Desee
equivocarme con todas mis fuerzas. Fue en vano.
- Miguel. . . no se que me pasa últimamente- comenzó
ella
Quedé sin aliento. Las piernas me flaquearon ante la firmeza
de su decisión. Mis debiles argumentos, mis ruegos por otra
oportunidad no fueron escuchados. Recuerdo imprecisamente que nos
despedimos en la misma vereda del bar.
Todavía confuso insinué
- ¿Te acompaño a tu casa? -
Su mirada de fastidio confirmó que entre nosotros ya no existía
nada.
Camine hacia Rivadavia con una pregunta amarga en la boca. ¿Por
que? No entendía en que había fallado, ni tampoco que haría
sin tener alguien que dijera que me amaba. Quise llegar pronto a mi
cuarto. Quería acostarme y dormirme en seguida. Dormir y al
levantarme decirme que eso había sido un mal sueño. Me dormí,
pero al levantarme la realidad estaba ahí. ¿Que haría
sin ella ahora?
Ese domingo a la tarde fui a la casa de Alejandro en busca de
consuelo. Al contarle la infausta novedad respondió instantáneamente.
- ¡Te felicito!-
Lo mire perplejo
- ¿Como "te felicito"? . . . si me pateo ella. . . -
- No, igual te felicito. . . esa mina no te quería-
- Pero yo si-
- ¿Y que tiene que ver eso? ¿O te olvidaste de lo que pasó
en el verano? -
- ¿Que cosa? -
- Que mientras vos te quedabas esperando que apareciera tu hermana
ella se iba a bailar-
Silencioso, baje la mirada mientras el enumeraba las ventajas de ese
final.
Como yo no lucia muy convencido de sus razones, me llevo a una reunión
de unos amigos suyos, de la parroquia San José de Flores.
Ya desde la puerta de entrada, Alejandro anunció el motivo de
mi desgracia. Explicó
- Acá traigo a Miguel, un amigo de natación que esta
deprimido porque la novia lo colgó-
Aunque era la primera vez que los veía me trataron con
afecto. No escuche condolencias sino bromas, una forma de mitigar las
penas.
Uno dijo
- Bueno no es para tanto que te deje tu novia. Nadie se murió
por eso. . . ¿o estaba tan buena? -
Intervino Alejandro
- No, si era un bagayo-
Me reí de buen grado y le dije
- Vos si que sabes ayudar a la gente-
Disfrute de esa reunión. Una novedad para mi era los temas
tratados. Se hablaban en un lenguaje sencillo cuestiones trascendentes del
hombre. Al provenir ese grupo de una parroquia, la coordinación del
debate estaba a cargo de un seminarista, cosa que me pareció de lo
mas natural. Cuando llegamos, estaban discutiendo con fervor el porque
Dios nos había puesto en el mundo. Algunos defendían la
postura que el solo hecho de ser, era motivo suficiente de regocijo frente
a la posibilidad del no- ser. Otros, sin llegar a rechazar totalmente ese
punto de vista, preguntaban que derecho tenia el Creador de hacernos
incompletos, ya que lo de imagen y semejanza era una falacia, y
abandonarnos solos en este mundo lleno de dolor y espanto. Creían
justificar su posición en el holocausto sufrido por los judíos
durante la segunda guerra. ¿Como puede- indagaban- un ser
infinitamente misericordioso permitir las cosas que pasaron en Auschwitz y
Treblinka?
Los germanófilos, previsiblemente, creyeron rebatir el
argumento devolviendo la pregunta ¿Y quien tiro la bomba atómica
sobre Hiroshima?
La discusión teológica derivo en un pandemónium
dialéctico, en el cual no se sabia muy bien que se estaba
discutiendo.
Alejandro y yo, que habíamos estado escuchando, nos miramos
divertidos por el desorden. El, con mas experiencia en reuniones de ese
tipo, me aclaro
- Pasa siempre lo mismo. En un rato se tranquilizan-
Efectivamente, el seminarista llamo a la concordia y recordó
el tema original. Para ir cerrando la charla aporto su posición
que, aclaró, era la de la Iglesia.
- Quizás el Hombre en su imperfección no alcanza a
comprender el porque Dios nos ha creado. Todos somos hijos del mismo padre
y, al igual que sufren nuestros padres al vernos discutir con nuestros
hermanos, El sufre con las guerras y el hambre. Uno de ustedes preguntaba
porque venimos a sufrir. Yo les digo esto, tampoco yo pedí nacer.
Fruto del amor de mis padres fui concebido y también sufro y a
veces me pregunto si tengo vocación de sacerdote, si realmente
tengo vocación de servicio. Yo, ustedes lo saben, tengo una tía
que es religiosa y otra que es laica consagrada. Mi familia es creyente,
pero nos planteamos a veces porque las cosas son como son y no pueden ser
de otra manera. Cuando veo a los viejitos morir solos en las salas de los
hospitales, digo ¿Porque no vienen los hijos a acompañarlos en
su camino hacia Dios? ¿Tanta vergüenza les da verlos consumirse,
llenos de llagas, haciéndose encima? Reconozco que peco maldiciendo
mentalmente a esos desagradecidos, a esos malos hijos. Después me
confieso y digo ¿quien soy yo para juzgarlos? Recuerden, chicos, lo
del libre albedrío. El solamente nos creó, el resto esta en
nosotros, en nuestros pensamientos, palabras y obras. Hay que honrar a
Dios ayudando al prójimo, no seamos egoístas. Tratemos de
traer a la buena senda a la oveja descarriada, como decía Jesús.
Si hay hombres perversos, dejemos que lo juzgue la justicia divina.
Nosotros no tenemos capacidad para juzgar los actos de los demás.
Una de las cosas que me hace no temer a la muerte es que en la vida
eterna, si soy digno de entrar al reino de los cielos, voy a encontrar
todas las respuestas que aquí nadie me puede dar. -
Calló y quedo en recogimiento.
Se había creado un clima singular. Yo, al igual que los demás,
había puesto mucha atención. Una chica luchaba por no hacer
publica su emoción.
Luego de unos minutos dijo
- Para terminar esta reunión, recemos un Padre Nuestro-
Descubrí la falta que me hacia rezarlo, con ese sentimiento
tan profundo, olvidado desde hacia tiempo.
Durante la semana deslice en casa el fin del noviazgo. Mamá
me consoló superficialmente diciendo
- Bueno, ya vas a conocer a otra chica-
Papa fue más duro y apelo al lunfardo
- Y claro, como no te iba a colgar la galleta. Si pareces un
cafisho, lo único que te interesa es nadar. A ver si te despabilas
de una vez por todas y te das cuenta que a las chicas les gustan los que
laburan y no los que están todo el día panza arriba en la
catrera. -
Me dolió el concepto que papá tenia sobre mi. También
me dolió su explicación del porque de la ruptura. No había
sido por las razones por el esgrimidas, a pesar de la seguridad con que
las largo. La juventud tiene otros parámetros. Sin embargo no me
explicaba el porque del fin. Empecé a abrigar la fantasía de
que un día me iba a llamar por teléfono para vernos y
recomenzar. Yo, por supuesto, iba a aceptar. Seria lindisimo, volver a
caminar juntos, tomados de la mano y susurrándonos cosas tiernas.
Yo cambiaría un poco mi forma de ser, le preguntaría que era
lo que le molestaba de mi persona y haría lo imposible por
complacerla.
¿Porque no me quería más? ¿Volvería
algún día?
Pasaron los días, el teléfono sonaba para los demás
y yo cada vez me sentía peor.
Un viernes llego al club a entrenar esa nadadora de Bahía
Blanca. Susana C. venia por el fin de semana a Buenos Aires y seguía
honrando el agua del Ateneo con su presencia. En mitad del entrenamiento
me tuve que pasar a su andarivel. Al empezar un ejercicio estabamos
disponiendo el orden de salida. Le pregunte
- ¿Salís primero vos? -
Se acomodo las antiparras de nado, me miro indiferente, y respondió
con voz neutra
- No, salí vos-
Empecé a nadar conmocionado.
- ¡Que ojos! - pensé - ¡Por Dios, que bellos son!
Ese azul profundo me elevó al cielo. El simple hecho de haber
descubierto semejante belleza me puso eufórico. ¿Como podía
ser que recién entonces me haya dado cuenta de su perfección?
En los breves intervalos de descanso, Osvaldo había dicho no
más de treinta segundos, me regocijaba a hurtadillas con la armonía
de sus facciones. Me di cuenta de que Marta había estado en lo
cierto. Susana me gustaba, y mucho.
Después del entrenamiento, al pasar por Primera Junta, me
acorde de Marta. Seguía teniendo una herida abierta con su
ausencia, la extrañaba profundamente y abrigaba la esperanza de que
algún día me dijera nuevamente de reanudar nuestra relación.
Pero desde esa noche había incorporado a Susana a mi vida.
Paso ese fin de semana y Susana volvió a Bahía Blanca.
Esa días la pileta no me pareció tan alegre. Sabia que en el
verano se iba a radicar en Buenos Aires, pero era tanto lo que faltaba que
me angustiaba la espera. Además, ¿que era lo que yo estaba
fantaseando? . Ella solo sabia mi nombre, y no era yo el único
admirador que tenia dentro del equipo. Volví a pensar en Marta y su
regreso.
En casa, mientras tanto, la situación de Mariel era tratada
con paciencia. Poco era lo que estaba en nuestras manos para ayudarla. El
desamparo jurídico era enorme. La palabra Habeas Corpus se incorporó
al acervo lingüístico familiar como sinónimo de las
escasas acciones que se permitían hacer a los familiares, sin
correr el albur de ser ellos los próximos desaparecidos. El máximo
logro para esa fecha fue que el gobierno de Italia consideraba a Mariel
ciudadana de ese país y reclamaba informes sobre su destino.
Paralelamente a la parte legal, mis padres contactaban a cualquiera que
pudiera ayudarlos. Uno de ellos fue ese primo político de mamá,
el Negro. Se reunía periódicamente con el presidente por
razones de trabajo. En su cargo de Sub Secretario era una figura conocida
dentro del gobierno. El también tenia un hijo con ideas un poco
distintas a las aceptadas por entonces, y poniéndose en el lugar de
mis padres trataba de ayudarles . En una ocasión y habiendo agotado
prácticamente todas sus influencias hablo directamente con el
General Videla. Palabra más o menos, ante su pedido, este le
respondió tajante.
- ¡Pero ingeniero, no sea estúpido! ¡No me venga
con esas cosas!-
Al llegar a este punto, la falta de noticias ya no era atribuible a
la imposibilidades de acceder a canales informativos importantes. Se había
recorrido toda la escala jerárquica, desde un suboficial del
Ejercito hasta el mismísimo Presidente. La situación
empezaba a tomar un perfil más definido. Existía una
intencionalidad política en negar información acerca de los
desaparecidos. Nosotros teníamos la duda de si el motivo era la
actividad de la guerrilla, que no permitía un juicio publico o por
algún motivo de seguridad todavía no esclarecido. En casa se
distribuyeron los roles: únicamente mamá se ocuparía
del tema. Papá, con su cargo de mediana importancia en la
Municipalidad, estaba mas atado a horarios y, por sobre todo al haber
interventores militares si trascendía que tenia una hija
desaparecida seria tachado de marxista y el puesto correría
peligro. En cuanto a mi entrenando en un club dependiente de la
Universidad Católica, seria conveniente que callara el asunto.
A principios de Agosto, inesperadamente, Marta me llamó por
teléfono. Incrédulo, escuche que me invitaba a tomar algo.
Acudí a la cita emocionado y nervioso. Que suerte que nos íbamos
a arreglar.
Empezamos una conversación animada y yo esperaba en cualquier
momento su propuesta de reconciliación. Cuando se había
creado un clima apropiado ella comenzó con su voz sensual.
- Te tengo que decir algo. . . -
Seguro que me confiesa que se arrepintió - pensé
- . . . estoy de novia con un compañero de la facultad-
Otra vez las piernas me fallaron. Un ardor en los ojos me anuló
cualquier comentario inteligente.
Jugaba ella nerviosamente con una servilleta de papel. Insegura,
preguntó.
- ¿No decís nada? -
Me recosté hacia atrás, como tomando impulso ante la
desilusión.
Tímidamente pregunté
- ¿Y para que me llamaste? -
- Es que a veces me acuerdo de vos. . . bien-
La esperanza retornó a mi corazón. Apuré la
pregunta
- ¿Nos arreglamos entonces? -
Movió la cabeza confundida. Sin decir palabra, me tomo de la
mano y nos quedamos mirándonos un rato largo. Dentro mío
algo me decía que al instante siguiente un beso sellaría la
reconciliación. En sus labios, la repuesta se hizo lenta.
- Miguel, no se que siento por vos. . . ahora estoy bien y me gustaría
besarte-
- Yo también- dije, y me sentí feliz un instante.
- Pero no se bien que es lo que quiero. . . -
Salimos del bar y caminamos tomados de la mano. Algún beso,
alguna caricia me confundieron aun más. Estabamos en silencio y no
quería hablar, temor de romper esa débil esperanza.
La acompañe hasta la casa. En la puerta nos despedimos, ella
con pasión, yo confundido. Me saludó con una sonrisa
- Un día de estos te llamo-
Volví a casa sin respuesta ¿Nos habíamos
arreglado o no? .
Esperé en vano su llamado. Comencé a darme cuenta del
error que había cometido. Trabajosamente había formado una
caparazón a mis sentimientos y ella, con pocas palabras, lo había
destrozado. Nuevamente tenia mi herida al descubierto. Ella era el filoso
estilete que hurgaba en mi melancolía, pero al mismo tiempo traía
el bálsamo reparador. ¿Olvidar o resistir el dolor?
Alejandro emitió su veredicto
- No viejo, esa mina esta jugando con vos. . . mira como estas. Si
hasta en entrenamiento estas andando mal-
- ¿Te parece que estoy nadando mal? -
- ¡Pero más bien!. Tomate el entrenamiento en serio y a
Marta no la veas mas. . . si se cortó, se cortó. Ya está.
Hacete a la idea de que en tu vida la vas a volver a ver. Hay otras minas
mucho mejores que esa. -
- Mi vieja dice lo mismo. . . -
- ¿Viste? . Mirá a mi me pasó una vez. Estuve no
se cuanto tiempo llorando hasta que me convencí que no la iba a ver
mas. . . ¡chau! santo remedio. . . no penses más en ella. -
Fui descubriendo de a poco que, si anestesiaba mis sentimientos, al
menos no sufría. No era feliz, pero al menos estaba a salvo de
cualquier flaqueza de espíritu. Sin embargo me costaba olvidarme de
ella. A veces pensaba que Marta estaba realmente confundida, pero era
cuestión de saber esperarla. Otras veces me enojaba conmigo mismo,
ya que faltaba a la promesa de pasarla a la tiniebla del olvido. Un par de
veces me llamó por teléfono y en ambas se repitió el
dialogo de indefinicion.
La primera semana de septiembre viajamos a Montevideo a un torneo de
natación. Alejandro y yo, por motivos administrativos de la
federación, no podíamos participar y fuimos en calidad de
acompañantes del equipo. Susana iba a representar a su club de Bahía
Blanca, pero ya la considerábamos del Ateneo.
El club anfitrión, Banco República, era dirigido por
el que había sido profesor nuestro. Aparentemente del otro lado del
Río de la Plata las condiciones eran mejores para el.
Al llegar al club fuimos directamente al natatorio a saludarlo. Nos
pidió que lo esperásemos en el bar y a los treinta minutos
se sentó a la mesa, a compartir una gaseosa. Visiblemente contento
por vernos, nos pregunto por nuestras marcas y se asombro de nuestro
progreso.
- Claro, con pileta propia es otra cosa. ¿Vieron que distinto
es? . Yo también aquí trabajo diez puntos. No me arrepiento
de haber venido. Además Buenos Aires. . . -
- ¿Y como apareció acá? -
- Un amigo, también profesor , hizo de contacto. El sueldo
estaba bien, así que. . . bueno ya son casi cuatro meses que las
cosas están saliendo bien-
Alejandro siguió la indagatoria
- ¿Y quien estaba antes? ¿Renunció como usted o lo
echaron? -
Sin borrársele la sonrisa del rostro miro a las mesas
contiguas. Hizo un ligero ademan para que nos acercáramos. Con voz
mas cauta dijo
- Se lo llevaron-
Estar hablando de natación y escuchar un termino de ese tipo
me sobresaltó
El amplió los detalles
- Fue un drama que hoy los chicos todavía se acuerdan. Estaba
en mitad del entrenamiento y entró el ejercito en la pileta. Le
pusieron un fusil en la espalda y lo sacaron a empujones ¡Hasta
apuntaron a los chicos que estaban en el agua!. . . terrible-
Se dirigió a mi
- ¿Y tus cosas como están? -
Sin saber exactamente a que se refería, y todavía
imaginando la escena, respondí
- Mal, me pateo Marta-
Con el rostro serio insistió
- No me refiero a eso. . . -
Si no se refería a Marta. . . ¿preguntaría por
Mariel? yo me había cuidado muy bien de contarle, a menos que. . .
Miré a Alejandro. Asintió con la cabeza, confirmando
mi sospecha.
- No, no sabemos nada. Está o estuvo en Mecánica. Habrá
que esperar un tiempo más que se tranquilicen las cosas. No se. . .
- Y tus padres, ¿que dicen? -
- Y. . . que se yo. Papá no habla mucho. Mi vieja va a la
plaza con otras mujeres-
La conversación se interrumpió con la llegada de sus
nadadores que, con el pelo mojado y en ropa de calle, venían a
ultimar los detalles de las pruebas. Se disculpo con nosotros
- Cuídense chicos, después los veo-
Salimos del club con Alejandro. En tono de pregunta, más que
de reproche pregunté
- ¿Porque se lo contaste? -
- No te enojes, pero con Gustavo en el verano te veíamos muy
mal , estabas como desconcentrado y el profesor también veía
que algo no iba. Nos agarro una vez a los dos y nos pregunto si sabíamos
que te pasaba. Primero le dijimos que estabas peleado con Marta pero no se
la tragó. Bueno. . . insistió tanto que al final le
contamos-
- ¿Y que dijo? -
- Si vieras como se puso. . . no los puede ver a los milicos. Nos
contó la cantidad de gente que el conoce que esta chupada. . .
gente que nunca anduvo en nada. . . -
Habíamos llegado a la playa. Me acuclille y empece a arrojar
piedras con desgano. Ale se sentó y jugaba con la arena. Tomaba un
puñado y lo dejaba caer pensativamente en la palma de la mano,
luego repetía la operación. Pedí su consejo
- ¿Que hago? -
Detuvo su entretenimiento, y pregunto
- ¿Con Osvaldo? -
Era increíble como me conocía. El sabia lo que había
estado pensando, y yo no necesitaba confirmación de este hecho.
Apoyó las manos en la arena, como si estuviera tomando sol.
- Me parece que es piola. . . creo que lo va a entender-
Evaluamos las posibles reacciones y concluimos que era mas probable
una actitud comprensiva, que cualquier otra.
Horas mas tarde empezó el torneo y tuve que esperar al
almuerzo del otro día para pedir hablarle a solas.
Junto con Osvaldo había viajado otro profesor, apodado el
turco, que era muy amigo de el. Después de la comida hice lo
imposible por hablar solamente con Osvaldo, pero el turco no se separaba
ni un minuto de su lado. Me dije que ya que eran tan amigos, se iba a
enterar , así que, encare la conversación tomando como
interlocutores a ambos.
Luego de algunos rodeos, pronuncie la triste palabra.
- . . . esta desaparecida-
Se miraron entre ellos y no acusaron ninguna sorpresa.
Osvaldo inquirió
- ¿Y cuando la levantaron? -
Me tranquilizo el termino usado, lo reconocí a el como uno de
los nuestros.
- En noviembre-
Intervino Eduardo, el turco
- ¿Saben quienes fueron? -
- Si, gente de la Armada-
Inicio un insulto, parcialmente audible por el ruido de un avión
despegando del aeropuerto de Carrasco.
Pregunté
- ¿Que? ¿conocen a alguien desaparecido? -
Osvaldo cedió la respuesta al turco
- El hermano de mi señora. . . -
- ¿Que era? -
- ¡Nada era. . . ! pensaba, solamente eso. -
Luego de deambular un rato volvimos al torneo. Me acerque a
Alejandro y un guiño cómplice explico todo.
Al terminar esa jornada acompañe a Alejandro a un teléfono
publico, ya que el quería saludar a los padres. Delante nuestro
estaba hablando Susana. Al verla Ale me clavó el codo en las
costillas y yo le di un puntapié en el tobillo, pidiéndole
un poco de discreción.
Al poner atención a la conversación que ella sostenía,
caí en la cuenta que hablaba en un ingles fluido, como si fuera
nativa de algún país anglófono. Mientras Alejandro
tomaba su turno y ella se alejaba bajo mi atenta mirada, encontré
otro motivo más de admiración ¡Hablaba ingles!
Al día siguiente, terminado el torneo, volvimos a Buenos
Aires en barco. Durante la navegación fuimos a un pequeño
salón de baile. Pasada la medianoche los nadadores más
chicos se habían ido a dormir y nos quedamos una escasa media
docena de los mayores. Durante todo ese tiempo me dedique a controlar cada
movimiento que ella hacia. Si se dirigía a mi, lo hacia con la
misma actitud que tenia con el resto del grupo, es decir apenas me tenia
en cuenta. Las luces rojas, tenues y sugestivas, y la música romántica
actuaron como musa inspiradora para una profunda melancolía. Pense
en Marta. A mitad de la travesía del río color de león,
descubrí que también estaba en la mitad de un doloroso
periplo. Ya no me podía engañar, Marta no volvería y
Susana apenas sabia de mi existencia. Me sentí terriblemente
desdichado. Encima de todo eso, me recriminaba penar por Marta mientras
que quizás a Mariel iba a pasar mucho tiempo antes de volver a
verla.
Menos que por haber tomado coraje, mi romántica tristeza me
ubico de repente delante de Susana y la invite a bailar. Aceptó.
Al llegar a la pista me di cuenta de la jugada que me había
hecho mi inconsciente. Temas apropiados facilitaban bailar abrazados. Los
temidos y esperados lentos.
Abrace a Susana y sentir el contacto de su mejilla me provoco esa
picazón en los lagrimales, que se estaba haciendo rutina. No sabia
bien que era lo que añoraba. Me faltaba algo y ella en ese instante
lo completaba. Sabia perfectamente bien que ese sentimiento no era
correspondido pero aceptaba derrotado la desigualdad. El contacto fue,
para mis sentidos, efímero. Ella volvió a su lugar y yo subí
a cubierta, a flagelar mi soledad.
Al romper el amanecer, la reina del plata se adivinaba en el
horizonte. Los pasajeros fueron saliendo de los camarotes. Querían
ver la ciudad desde una perspectiva poco usual. Con el sol un poco más
alto, el perfil edilicio se recortaba nítido. Por encima del
paisaje urbano una sombra grisácea cubría la escena. Nunca
me había dado cuenta del smog que había en mi terruño.
Desde la distancia, todas esa partículas que cotidianamente invadían
los pulmones y no nos dábamos cuenta, eran puestas en evidencia. ¿Porque
la llamarían Buenos Aires? . Pensar que todavía había
porteños de la guardia vieja, que insistían en definirla
como una de las mejores ciudades del mundo para vivir. Si hubieran visto
lo que vi yo, seguramente habrían cambiado su opinión
Capitulo 7
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