Capitulo 8

Me levanté tarde, deseando que la recurrente silueta de Susana alejándose hubiera sido una pesadilla. Reconstruí los pasos para explicarme porque había despertado en la cama de mis padres. Traté de engañarme un poco, pero termine recordando la razón. Hacía apenas doce horas ella se había ido a Bahía Blanca. Yo me había derrumbado en el lecho paterno y me había dormido sin siquiera cambiarme la ropa. Seguramente a esa hora, la noticia de su decisión habría recibido el apoyo materno. Mis padres estarían disfrutando de la mañana a orillas del mar, sin sospechar mi mentira. Con Marta mi noviazgo había durado apenas diez meses; con Susana no había completado el año. ¿Seria ese el limite tolerable hacia mi persona?.

Bajé al comedor, solamente para cambiar el lugar de reflexión. Malgasté la mañana, mirando desde el sillón como el transito de la avenida era insensible a mi tragedia. La vida, para los demás, continuaba. 1980, año olímpico, empezaba de la peor forma posible. Almorcé y volví a la cama. Me sentía impotente para cambiar mi destino. La situación de la facultad se me había escapado de las manos, para colmo, o fundamentalmente, engañando a mis padres. Agravando esto, la desaparición de Susana de mi vida. Demasiado para mi integridad mental. Me acorde de esa frase petulante que siempre tienen los karatecas a flor de labios; cualquiera soporta lo soportable, menos nosotros que soportamos lo insoportable. Yo sabia como dominar el dolor físico, simplemente desconectando el cuerpo de la mente pero, ¿como hacer cuando el dolor esta en esa elusiva zona, que es el alma?. Pasaron los días, pero no mi dolor. Hubiera deseado hablar con Alejandro pero no estaba en la ciudad por las vacaciones. No veía salida a la situación y tenia que encontrar alguna respuesta a la mentira de la facultad. Paulatinamente fui tomando conciencia de lo abominable de mi actitud. A diferencia de Marta, Susana había sido clara. Que ella siguiera estudiando en Bahía Blanca, a 700 km., no era el obstáculo para nuestro noviazgo. La piedra obstaculizante era yo mismo, yo y mi actitud. Elucubré esta hipótesis y un débil destello de esperanza se encendió dentro mío. ¿Que pasaría si yo blanqueaba la situación en casa?. Casi instantáneamente podría sacarme el lastre que me impedía sincerarme con mis padres y existía, además, la posibilidad de una reconciliación con mi bienamada. Claro que, hay un abismo entre una decisión y su ejecución. Durante los últimos años había descubierto lo fácil que es mentir, lo sencillo que es engañarse y engañar a los demás. Falsear la verdad, sin embargo, no se podía hacer indefinidamente. En algún momento había que tener un coraje mucho mayor para ser sincero y asumir la responsabilidad de dicha actitud. ¿Estaría capacitado para ello?. Por otro lado, la previsible reacción de mis padres ante la realidad, me llenaba de dudas. Seguramente sufrirían un desencanto mayúsculo. La tentación de seguir en esa dulce irrealidad era grande, pero los tiempos se habían agotado y era ineludible hablar claro. ¿Pero como?

Transcurrieron dos semanas lentisimas, en las cuales los mejores momentos fueron cuando dormía. Sentía un insoportable fastidio conmigo mismo, fruto de haber arribado al descubrimiento de la verdadera calidad de persona que era. Sabia cual era el camino, pero necesitaba alguien que me ayudara a dar el primer paso.
No había abandonado el entrenamiento, aunque intuía que ese iba a ser el ultimo verano como nadador. Justamente, por saber que mi fin deportivo estaba próximo, me arrojaba al agua con una amargura insondable, cuestionándome cada vez con mayor intensidad el porque de persistir en tan estéril esfuerzo. Una noche, en un torneo, estaba esperando mi turno para competir. Alejado del grupo, con la toalla colgada del cuello jugaba con los anteojitos de nado, sin ningún pensamiento en particular. Años anteriores la espera antes de las competencias me embriagaba de excitación frente a la alegre incertidumbre del desempeño. En cambio, desde que no estaba Susana, competir apenas me inquietaba. Menos por experiencia, que por haber llegado a considerar a la natación como una actividad sin sentido, apenas disimulaba un bostezo ante el aburrimiento de la espera.

Moví el cuello para desentumecerme y me quedé sin aliento. No podía dar crédito a mis ojos. Caminando felinamente, con esa mirada que solamente ella tenia, Susana se aproximaba. Me incorpore y quedamos a medio metro uno del otro. Dirigió sus ojos a mis pies descalzos y como si fuera una suerte de beso, coloco la punta de su zapatilla junto a mis dedos. Se puso las manos en los bolsillos y me saludo tímidamente.
- Hola. . . -
Lo que no había conseguido la inminencia de la carrera, lo hizo su voz. Mi corazón empezó a bombear toda mi esperanza.
- Volviste. . . -
- Tenemos que hablar-
- Lo que quieras. . . -

- Te extrañé-
- Y yo. . -
- Pero si no hablas con tus padres no se si te voy a poder aceptar-
- Pensaba hablar con ellos-
- ¿Pero cuando?. . . desde que empezamos a salir que estas con lo mismo-
En el momento en que iba a contestarle, por los altoparlantes llamaron para mi prueba.
- ". . . primer llamado. Andarivel cinco Miguel Corsi. . . "-
Me preguntó
- ¿Que corres?-
- Los doscientos libre-
- Anda y después seguimos-
Titubeé un poco y respondí
- No dejá, no voy-
- Pero es tu mejor distancia, andá-
Otra vez el anunciador hizo escuchar su voz.
- ". . . segundo llamado. . . "

Mire hacia donde estaba el equipo. Osvaldo en puntas de pie me hizo un gesto interrogativo con la mano. Suspiré aliviado por la elección. Me saque el gorro y negué con la cabeza. El entendió y mandó a comunicar a la mesa organizadora. "Cancha cinco no va".
Tomé a Susana de la mano y compartí el hito con ella
- Acabo de dejar de nadar-

Subimos al auto sin destino cierto. La necesidad de alejarnos del ambiente de natación nos hizo deambular por algunas calles sin prestar atención hacia donde nos dirigíamos realmente. Tomamos por Rivadavia y al pasar por Plaza Once Susana dijo con seguridad.
- Pará acá-
- ¿Adonde vas?-
- A sacar pasaje para Mar de Ajó-

- ¿Como?-
- Claro, vamos a decírselo a tus padres. . . ¿o no estas seguro?-
Yo estaba seguro, pero no preparado mentalmente para hacerlo en ese instante. Sin embargo el tono de voz de ella tenia un peculiar matiz, dejando entrever que la continuidad de nuestro noviazgo dependía de esa determinación. En un instante recordé las ultimas dos semanas y lo desdichado que me había sentido. Era esa una oportunidad para reencaminarme en la vida y no podía malgastarla. Conteste con firmeza.
- Por supuesto que estoy seguro-
Sacó los pasajes, hicimos una rápida incursión por la pensión para que Susana tomara algo de ropa y, en menos de una hora, estabamos viajando hacia destino. Antes de salir de la ciudad ella se preocupo de traerme a la realidad.

- Lo que estas por decirle a tus padres se que te cuesta. Va a ser duro, para vos y sobre todo para ellos. Los traicionaste, y feo. Sentite mal, porque vos fuiste el culpable de esta hipocresía. Si no lo haces no vas a cambiar lo que te dije cuando me fui. Y si esto te cuesta, ponerte al día con la carrera, aprender a estudiar, tomar disciplina de estudiante va a ser mucho peor-
Realmente, pensé, un panorama alentador.
Transcurrieron los kilómetros y ella seguía verbalizando todos sus sentimientos hacia mi. Aceptaba yo su catarsis, ya que me sentía culpable por los pecados de obra y omisión. Finalizo diciendo

- . . . y para que descanses un poco te digo lo ultimo, una frase de Churchill. "Esto no es el fin, ni siquiera el principio del fin, sino mas bien, el fin del principio"-
En la semipenumbra del micro, quede solitario pensando en todas las verdades que ella había volcado en mis oídos. Desee que ese viaje nunca llegara a destino. Pobres mis padres cuando supieran la joya de hijo que tenían.
No quisiera abundar en detalles de aquella mañana desayunando con ellos. El espantoso recuerdo de haberme sentido entonces el peor de los mortales, me hace sortear rápidamente dicho evento. De esa confesión, ha dejado su impronta indeleble la palabra que, con amargura, dijo mi padre

- Felonía-

Nos quedamos Susana y yo dos o tres días en Mar de Ajó. Yo no podía mirar límpidamente ni a papá ni a mamá. Sentía la misma sensación de perdida que experimentamos en los velatorios. Nada se puede hacer, solo tratar de volver, luego de una muerte, al curso de la vida. Me echaba de bruces en la arena y dormitaba bajo el sol del mediodía. Susana hablaba con mamá en la carpa acerca de mi irresponsabilidad, mientras que papá jugaba al voley playero, quizás para evitar detenerse en pensamientos sombríos. Alguna vez soltó
- . . . primero Mariel, ahora vos con esto. . . ¿que hemos hecho tu madre y yo?. . . -

Cuando me hastiaba de calcinarme caminaba lentamente hasta la orilla. Recordaba cuando en el pasado me internaba, brazada tras brazada, mar adentro. Descubrí entonces otro atractivo del agua. Me colocaba en la rompiente y me dejaba golpear por la fuerza de las olas. Reflexionaba sobre lo impotente que somos ante el ímpetu de la naturaleza y lo inútil que es resistirse ante energías superiores a la propia. En ese juego de ser golpeado y arrastrado por la arena perdía noción del tiempo. Sentía que era transportado a otro universo, un universo lúdico donde la acción no tenia un fin, sino que se satisfacía en si misma.

Comenzó el invierno. En la facultad me reincorporaron en forma condicional. Se me permitió cursar materias, supeditado a la decisión final del Decanato, en un tramite que llevaría algunos meses. También empecé el segundo y ultimo año del curso de entrenadores de natación.
Susana, por su parte, estudiaba el traductorado publico de Ingles y seguía trabajando en el colegio. Era más el tiempo que pasaba en casa que en la pensión. Desde que Marielina no estaba sobraba una cama, de modo que ella dormía ahí.
El tema de los desaparecidos y de las Madres de Plaza de Mayo era apenas mencionado en los medios de comunicación. Para la gran mayoría era un asunto terminado. Solamente para algún transeúnte que desprevenidamente cruzara cerca de la casa de gobierno los jueves por la tarde, el grupo de señoras de edad con pañuelos blancos en la cabeza le recordaba incomoda y efímeramente un problema no resuelto del todo.

En casa nos sentíamos sumergidos en una historia sin final. Cuatro años con un gobierno militar de ese tipo era demasiado. A decir verdad, mas que los años transcurridos, nos angustiaba saber cuando iría a terminar eso. En ocasiones temíamos que el autodenominado Proceso se eternizara en el poder. A la gente parecía no importarle demasiado. Muy tímidamente, sabiendo que el riesgo era altísimo, se escuchaba o leía alguna critica disfrazada de chiste político. Muy pocos periodistas tomaban distancia del gobierno. Entre todo ese páramo de principios éticos, habíamos descubierto una revista casi subversiva para el criterio por entonces imperante. "Humor" simbolizaba una oposición inteligente, que no dejaba pasar acto de gobierno injusto sin denunciarlo. Myriam ya tenia 16 años y era ella la que la traía apenas llegaba al kiosco. Todos en casa prácticamente memorizábamos cada palabra ahí impresa. La avidez informativa era tal, que nos parecía una publicación con pocas paginas. Nos reíamos de los punzantes comentarios, para después preguntarnos que había de hilarante en semejante locura. Saber que había gente compartiendo dicha lectura nos reconfortaba parcialmente ya que, nos hacia sentir que no éramos los únicos sobrevivientes del hundimiento del país.

Con tropiezos, empezaba a acomodarme al ritmo de estudio universitario. Me asombraba el espectacular cambio en mi estado anímico, al haber dado un corte a la mentira que había sostenido durante años. Espontáneamente me surgía la necesidad de quedarme los fines de semana estudiando, sin tener que fabricar excusas para salir a ningún lado. Con los ojos puestos en la decisiva reunión con el Secretario Académico de la facultad, aprovechaba cualquier minuto en un ansioso esfuerzo por recuperar meses mal empleados. Un fin de semana Susana tuvo que viajar al casamiento de una compañera de pensión. Si bien ella estaba viviendo en la Capital, se casaba en Villa Regina, su pueblo natal en la provincia de Río Negro. Lamente no poder acompañarla, pero había sentado otras prioridades y no me permitía el menor de los flaqueos.

Llegó por fin el día de la entrevista con el responsable en decidir mi continuidad o no en Ingeniería. En los pasillos de la facultad era un secreto a voces que únicamente por razones muy fundadas se otorgaba la gracia. Las horas previas al encuentro mis nervios me tenían alterado. La cita era a las 19. No pude almorzar y a pesar que de quería concentrarme en algunos apuntes para entretener la espera, me fue imposible. Me calce unos viejos guantes de box y salí a la terraza. Colgué la bolsa de arena, resabio de mi paso por las artes marciales, y empece a martillar con puños y pies sobre esta. Después de un rato, ligeramente más civilizado, me prepare con pulcritud y salí rumbo a Paseo Colon. Durante el viaje maneje hablando solo. Me burlaba de mi flaqueza.

- ¿Así que estas nervioso? ¡Aguantatela!. . . si vos solito creaste esta situación. . . y mejor que te reincorporen, si no vas a ver la que se arma en casa. . . -
Llegué puntualmente al aséptico despacho y me anuncie. Mientras acomodaba por enésima vez la corbata, invoque la ayuda de Santa Rita, abogada de imposibles. Después de una calculada y sugestiva espera, me permitieron sentarme frente a frente con el funcionario. A mensajes subliminales no me iban a ganar, me dije. Apoye casi como al descuido un grueso libro de química, tratando de crear la imagen de estudiante- estudioso. El secretario pareció no reparar en mi estudiado gesto y levantó una delgada carpeta.

- ¿El señor Miguel Corsi?-
- Correcto-
- Usted pido ser reincorporado. . .
- Si señor-
- ¿Y en base a que quiere continuar sus estudios?-
- ¿Perdón?-
- Digo, porque piensa usted que deberíamos permitirle quedarse en esta casa de altos estudios. Acá tengo su historial académico y realmente su promedio es bastante bajo-
Mire la hoja impresa, donde prolijamente la computadora había desnudado mi intimidad. Maldecí mentalmente esas maquinas e invoque sin mucha convicción mis razones
- Si, es cierto. Me presente a algunos finales y . . . bueno no pude aprobarlos. -
- Quizás debería replantearse si su carrera es ingeniería u otra similar, incluso no seria el primer caso que cambie a Abogacía. Digo esto porque casos como el suyo hay muchisimos, lo veo a diario en este mismo lugar-

- No, esta carrera me gusta. Mi padre es ingeniero y me gusta lo que hace. . . la verdad es que no pude dedicarme como hay que hacerlo. . . tuve problemas-
A pesar que mi entrevistador trataba de mantener un rostro imperturbable, no pudo disimular un gesto de fastidio al escuchar la palabra "problemas". Supuse que era el remanido argumento de todos los que me habían precedido en esa silla. Fingió interés.
- ¿Problemas serios dice usted?-
- Si la verdad que si-
Siguió con la parodia
- Familiares me imagino. . . ¿o quizás tenga que trabajar?-
- No, no, trabajar no tengo que hacerlo. . . por suerte-
- Claro, claro. . . entonces ¿tiene que cuidar a alguien enfermo en su familia y no se puede dedicar a estudiar?-

Baje la cabeza. Me encontré en una situación sin salida. Toda mi euforia por la entrevista se había esfumado. Mis argumentos para que me reincorporaran se derrumbaban inexorablemente. A decir verdad, no tenia mi posición mayores méritos que la de los demás como para ser readmitido. Imaginé la desazón de papá cuando le contara que me había quedado fuera de la carrera. Seguramente diría". . . primero Mariel, después vos ¿que hemos hecho tu madre y yo?". Se me llenaron los ojos de lagrimas y tuve vergüenza. Quizás si le explicara que en realidad la desaparición de Marielina me llenó de dudas acerca de mi vocación entendería la magnitud del problema, pero ¿se podría confiar en algún funcionario del Proceso?.

Volvió a preguntar
- Entonces su problema ¿cual es?-
- Es que tengo una hermana desaparecida. . . -
Detrás de su rostro hierático se advirtió un cambio. Se inclino hacia delante y preguntó
- ¿Como dijo?-
- Mi hermana esta desaparecida y eso nos puso mal a todos. Yo en vez de estudiar me puse a nadar, por eso me fue tan mal. . . por eso, creo-
- ¿Que edad tenia su hermana cuando desapareció?-
- Veintidós-
Tomo la carpeta y pareció pensar algo muy serio. Incomodo, cortó la entrevista.
- Bueno, Corsi, suficiente. Su caso va ser estudiado. La respuesta a todas los pedidos tardara unos días y va a ponerse en la cartelera del decanato. Puede irse-

Los días empezaron a pasar y la repuesta se demoraba. Trataba de no abrigar ninguna esperanza. A la noche iba al curso de entrenadores pero la incertidumbre me desconcentraba. Por momentos deseaba más que una respuesta favorable, una confirmación inmediata. La ansiedad era difícil de sobrellevar. Durante diez días entraba a la facultad y me encaminaba temeroso a la cartelera. Si no había respuesta todavía, existía una posibilidad. El drama estallaría cuando llegara la confirmación definitiva.
Una mañana doblé el pasillo y adivine a la distancia que habían puesto varias hojas. Seguramente estaba lista la resolución. Me dije que mientras me mantuviera alejado de la cartelera podría ser medianamente feliz, ya que ignorar la respuesta implica mantener viva la ilusión. Sonreí amargamente. Igual que siempre, pense. Una sensación de cosa ya vivida, de pasos similares que me acercaban a una nueva desilusión, acompañó el desganado andar. Me paré frente a las listas y recordé como mamá pasaba el índice en esa sección del diario. Me encontré. Leí mi nombre y pensé "Se equivocaron". Volví a leer y me sentí sin fuerzas. Me habían reincorporado y no era capaz de creerlo.

Me precipité al teléfono y llamé a casa.
Del otro extremo de la línea, mamá dio un grito de alegría.
- ¡Que suerte! El domingo tenes que ir a misa a Santa Rita-
Esa resolución del decanato actuó como disparador para mi contenida motivación. Di lo mejor de mi para el estudio y los primeros resultados, sin llegar a ser todo lo exitosos que podrían ser, fueron alentadores.
Susana estaba contenta ya que empezaba a parecerme a su hermano, el cual estudiaba ingeniería en Bahía Blanca y, además, trabajaba en la base naval de Puerto Belgrano. Justamente por ese trabajo fue comisionado por dos años a perfeccionarse en Holanda en algo así como telecontrol de tiro de los buques de guerra. En agosto partió a destino y fuimos a despedirlo a Ezeiza.

Mientras desaparecía hacia la zona de embarque, ticket de KLM en mano, Susana le dijo en ingles
- I gonna miss you-
- So do I-
Si bien mis conocimientos del idioma se habían incrementado, no entendí el significado exacto y pedí la traducción.
- ¿Que le dijiste?-
- Que lo iba a extrañar-
Estaba emocionada y no insistí. Salimos en dirección al estacionamiento. Agregó.
- Me dijo que el también-
Esperamos unos minutos y puse el coche en marcha. Mientras empezábamos a irnos, el avión se ubicó esperando la autorización de la torre de control. Desde la autopista lo vimos tomar altura y desaparecer entre las nubes.

A velocidad de crucero del Citroen fuimos para casa. Después de andar algunos kilómetros, ella dijo.
- Lo voy a extrañar. . . dos años es mucho tiempo. . . ¿sabes lo que es estar sin verlo durante dos años?-
Hubiera deseado callar el comentario, pero fue espontaneo
- No, se lo que es estar sin ver a mi hermana durante cuatro-
Pasaron algunos meses y a fines de octubre la madre de Susana llamo a casa y pidió hablar con ella. Dado que la charla era en ingles me fue difícil entender los detalles, pero a juzgar por los saltitos que daba mi novia y el brillo de sus ojos eran buenas noticias. Dejó el tubo en su lugar y colgándose de mi cuello me contó, radiante de felicidad.

- ¡Ricardo me invito a pasar el verano allá! ¡Ya llegó el pasaje a Bahía!-
En casa todos festejaron la nueva. Sabían lo duro que era para ella la vida en Buenos Aires y lo justo de esa recompensa.
Transcurrieron algunos días. Una noche, al volver del Curso de Entrenadores, me esperaban en la cocina mis padres y Susana. Un aire de complicidad en el ambiente me adelantaba buenas noticias.
Mamá preguntó
- ¿Como estas con el ingles?-
Mire a Susana, piedra de toque de ese tema.
Indulgente, mientras disimulaba una sonrisa dijo
- Y. . . se defiende el chico-
Mamá continuó
- Vas a tener que estudiar más, entonces-
- ¿Porque?-

Papá tomó la palabra
- ¿Te gustaría ir a Europa?-
- ¡Más bien!-
- Bueno, salís el 22 de Enero-
- ¡Que bueno viejo!. . . ¿y porque?-
- Hay que aprovechar que el cambio esta bajo, sino más adelante va a ser imposible. Además con mamá decimos que te va ayudar a que madures. . . estas un poco verde todavía y golpearte allá sólito te va a hacer bien. . . ¿te parece?-
Por respuesta me colgué del cuello de papá y mamá y les estampé un sonoro beso.
Terminado el ciclo lectivo, le llego a Susana el turno de viajar. Eran los primeros días de diciembre y serian casi ocho semanas sin vernos. Le dije
- Mira que nivel, te paso a buscar por Holanda-

- Cierto, que nivel. Y además yo voy a tener una Navidad blanca, no como vos, porteñito, que te vas estar cocinando acá para fin de año. -
Me figuré pasando las fiestas sin ella y me puse melancólico. Repliqué
- Envidia de la gente del interior por no ser de la elite-
En esa oportunidad volví solo del aeropuerto. Me repetía ¿sabes lo que es ocho semanas sin ver a mi novia?
Termine decorosamente los exámenes en ingeniería y me recibí de entrenador nacional de natación. Fui a pasar unos días a Mar de Ajó con mis abuelos. Me programe para pescar todo el tiempo, una actividad que hacia mucho no disfrutaba.
Hicimos un buen equipo. El nono se levantaba al amanecer y traía almejas frescas para usar de carnada. Yo pasaba la mañana pescando y la nonna limpiaba las corvinas y las preparaba. Sin la presión de la facultad y la conciencia más tranquila que veranos anteriores, empezaba a relajarme.

Una tarde me encontraba en la casa ultimando el equipo para la sesión de pesca vespertina. El nono estaba en la reposera dormitando al sol mientras la nonna se ocupaba de sacar algunas malezas del jardín. Desde el exterior me llegaba el monologo en italiano de ella. Su costumbre era acompañar toda las tareas contándole algo al marido. El, luego de medio siglo de matrimonio, había desarrollado anticuerpos ante semejante avalancha verbal. Periódicamente respondía si o no, ya sea la respuesta que le exigía ella. Yo también me había acostumbrado a no prestarle atención, de modo que me hallaba abocado a la tarea. Súbitamente me desconcentre. Había algo en el tono de voz de la nonna que me llamó la atención.

- ¡Sandro! ¿non dice niente cosa e detto?. . . ¡Sandro!¿cosa faí?. . . -
Hubo una pausa de algunos segundos. Luego, los gritos de la nonna
- ¡Aiuto!. . . michele. . . vení. . . ¡Sandro!-
Al instante llegue al lado de mi abuelo.
Inconsciente, los brazos le colgaban fláccidos fuera de la reposera.
Otra vez los sucesos en cámara lenta. De todos los posibles diagnósticos que en rápida secuencia evalué, el único que medianamente podía controlar era un paro cardiaco. Ausculte el pulso en la muñeca y no me parecieron normales los latidos. Le pegue con el puño en el esternón para hacer reaccionar la bomba. Acomode la cabeza, le tape la nariz con los dedos y comencé la respiración artificial. Repetí la maniobra de golpe al pecho y respiración boca a boca. Movió torpemente la mano y me separó. Los gritos de mi abuela habían conseguido que se acercaran los vecinos y lo cargamos en un vehículo. Lo llevamos a una clínica privada y quedo en terapia intensiva. El derrame cerebral lo llevo a un coma profundo. Luego de tres días, falleció.

Lo trasladamos a Buenos Aires y lo velamos ahí.
Durante la reunión funeraria mire el cuerpo en el ataúd y pensé.
- Pobre nono. Se fue sin volver a ver a su nieta. Pero ahora el tiene todas las respuestas. Ojalá que estén juntos. -

Estrené mi flamante titulo de entrenador trabajando algunas horas
semanales como profesor de nivel elemental en el club River. Deseaba llevarme algún dinero extra a Europa, además de probarme en natación "desde el borde". A principios de enero me acerque a la pileta del Ateneo. Quería tener noticias de Osvaldo y de mis ex- compañeros de equipo. Durante esa visita me entere que Osvaldo y Alejandro Lecot, entonces poseedor de varios récords argentinos, viajaban a Hamburgo y a París a un circuito de torneos internacionales. Hicimos los arreglos para encontrarnos en el Viejo Mundo.

La ultima semana de enero de 1981 llegué al aeropuerto de Barajas. Ese atardecer, no podía creer lo que estaba viviendo. Pisaba suelo europeo y sin embargo me parecía un sueño. Cumplí los tramites de visado y me las arregle para llegar al centro de la ciudad. Fácil, me dije. Esperá salir de España, me conteste.
La noche madrileña empezaba y las calles no estaban muy concurridas. Tome el subterráneo, similar a nuestra línea "A". Cuando salí de la estación en búsqueda del Albergue para la juventud, pasó un automóvil a baja velocidad. Llevaba un altoparlante y lanzaba panfletos invitando a una reunión del partido comunista. Durante un instante me acorde de la campaña proselitista de 1974, durante la cual Buenos Aires había sido pintada, empapelada y transitada por vehículos similares. Siete años desde la ultima elección. Yo, con veintitrés años, nunca había votado en mi vida. Ver, entonces, la indiferencia de las escasas personas ante la convocatoria comunista me produjo una sensación extraña de temor. Esperaba en cualquier momento la intervención de la guardia de infantería, reprimiendo a los "zurdos". El coche se alejo sin problemas. ¿Sería eso la famosa democracia?.

Pase dos noches en la ciudad del oso y el madroño. La mañana del tercer día me levanté con una determinación; quería verla a Susana, de modo que alteraría todo el recorrido. Tome el tren a París. Al llegar a Irun y antes de cruzar hacia Francia, trabe amistad momentánea con un argentino que dominaba el idioma. Oficio de interprete ante las preguntas rutinarias del oficial galo. Seguimos juntos hasta nuestro destino y al llegar a la ciudad luz nos separamos. Solo con mi mochila deambule por la estación Gare d'Austerlitz hasta poder descifrar la combinación de Metro para abordar el tren a Holanda. Todavía no había pronunciado una palabra en ingles y ya dudaba de mis habilidades lingüísticas. Recordé que años atrás, la descortesía del parisino hacia los visitantes extranjeros llevó a las autoridades a implementar una campaña llamada "Sonríale al turista". Dos o tres fallidos pedidos de ayuda me hicieron añorar esa campaña.

Al amanecer, finalmente, llegue a Amsterdam. Los tramites de visado se habían facilitado por la buena predisposición de los aduaneros, pero la hora de fuego había llegado. De ahí tenia que viajar a Delden, el pequeño pueblito donde estaba Susana y su hermano. Vagamente sabia que se encontraba cien kilómetros hacia el norte. Desplegué el mapa que entregaban con el Eurailpass y me dirigí a la oficina de informes. Saludé en ingles, tratando de imitar la seguridad de Humprey Bogart en "Casablanca"
- Good morning-
El amable rostro femenino me devolvió el saludo con una sonrisa
- Good morning, sir. Can I help you?-

Me asaltaron ganas de decir "repite la pregunta de nuevo, Sam. . . y más despacio".
Quizás por mi desesperación, en pocos minutos fui adquiriendo una soltura idiomática, para mi, inesperada. Entendí las explicaciones y llegue al pueblo. Pase dos días en Delden con Susana y Ricardo y luego fui a Hamburgo, a encontrarme con Osvaldo.
Durante el torneo nos acercamos al equipo soviético. Con sus buzos azules y las siglas CCCP en la espalda, no parecían tan malos como se decía en la Argentina. Desde que el avión se había detenido en Barajas había empezado a considerar las analogías y las diferencias entre los europeos y nosotros. Ver que los rusos comunistas eran más parecidos a los seres humanos de lo que decían los militares, confirmaba el aislamiento al cual estabamos sometidos. Conseguimos una foto valiosisima. El poseedor del récord mundial de los 1500, Vladimir Salnikov, acepto de buen grado posar con nosotros.

Terminado el torneo pasé la noche en la estación ferroviaria. Al acercarse las 7 de la mañana, hora de partida de mi tren hacia Amsterdam, el bar se llenó de trabajadores. Salvando las diferencias de idioma y de conformación física, parecía un bar de la zona de Plaza Once. Incluso la similitud de bebidas fuertes para combatir el frío, los hacia más cercanos. En Buenos Aires, el "vasito" de vino blanco y soda. Ahí, unos descomunales chop de medio litro de cerveza. Abordé el tren y busque algún compartimento libre de argentinos. Gracias a la magia de la economía, era contados los lugares tradicionales para el turismo donde no se escuchara a algún compatriota gritar "¡Cacho!, mirá de que año es esto. . . ". Cuando detectaba a algún coterráneo, me abstenía de delatar mi nacionalidad. Las pocas veces que había entablado conversación con algún argentino, habían sido, para mi, incomodas. La mayoría de los que disfrutaban del viaje, y eran muchos, atribuían el elevado numero de turistas argentinos a la habilidad del Proceso en reencausarnos en los principios occidentales y cristianos. Claro que, no atinaban a comprender el bajo concepto que de nosotros tenían. Nombrar a Videla, Pinochet o algún genocida africano era, para los europeos, diferentes modos del salvajismo tercermundista. Nunca pensé en que a tantos kilómetros de Ateneo tuviera que caer en la farsa del desinformado- desinteresado. Incluso en una oportunidad, sospeche de mi ocasional interlocutor cierta relación con los "Servicios".

Cuando llegue a Amsterdam, ya tenia planificada mi recorrida por los lugares clásicos. Durante el viaje había subrayado en el grueso ejemplar de "Europe on u$d 25 a day" algunos ítems clásicos. Recuerdo haber visto en un museo de nombre difícil de deletrar, "La ronda nocturna". Al tiempo que el guía de habla hispana lograba tocar la sensibilidad artística de los turistas llevando su atención a las partes más destacadas de la obra, yo trataba de descubrir cual había sido la falla de mi madre al no haberme trasmitido ni siquiera una pizca de percepción estética.
Terminada la recorrida salí del museo y taché su nombre en la guía. Recordé una vieja película "Si es martes debe ser Bélgica". Caminé hasta un bar de comidas rápidas. Mientras me intoxicaba lentamente con las fritangas, y trataba de no manchar con condimentos mi libraco, escogía la próxima atracción. Dudé un rato entre otros museos, lugares históricos o paradigmas de arquitectura moderna. De entre la minúscula grafía un nombre vagamente familiar me llamó la atención. Anna Frank's Museum. Recordé la historia de esa familia judía que durante la segunda guerra había permanecido oculta de los alemanes durante dos años. Había leído el libro cuando era adolescente e incluso había visto la película en blanco y negro, pero siempre supuse que la tragedia transcurría en Alemania. Consulté el esquemático plano de la ciudad y decidí ir a visitarla. Mientras iba de a pie, alguna razón no tan misteriosa me alteró el humor. Los últimos días había estado de excelente animo, tratando de ver todas las situaciones desde una óptica graciosa. Quería traer de regreso la mayor cantidad de anécdotas risueñas posibles; a todo le hallaba su lado positivo. Pero esa visita, a pesar de no tener la menor idea acerca de que podría encontrar en el museo, había tocado un area triste.

Llegue a destino y miré con respeto las empinadas escaleras. Lo angosto del acceso preparaba al animo para lo que se hallaría arriba, al final. Subí. En los habitaciones, escenario real de lo acontecido, profusas ilustraciones intentaban transmitir el ambiente de esa época durante la ocupación Nazi. ¿Como puede haber sobrevivido una familia durante tantos años? era la pregunta obligada para el visitante. La historia de la ciudad explica en parte la conformación del edificio. Durante el florecimento de la marina Holandesa, el acceso a los atracaderos era algo valiosisimo. De ahí que poseer una trozo, aunque sea mínimo, de contacto con los canales era el objetivo de todo comerciante. Por esa razón la mayoría de las construcciones que dan sobre algún curso de agua son mucho más largas que anchas, poco frente y mucha profundidad. Esa es la característica de la casa de Anna Frank, y fue por eso que las habitaciones más alejadas pasaron desapercibidas durante mucho tiempo.

En las paredes, caricaturas burlándose de los rasgos semitas, daban una idea de la maquinaria de propaganda montada por los nazis para advertir a la opinión publica acerca del enemigo sionista.
Una estrella de David de genero amarillo mostraba lo verídico de esa época. Y yo conocía gente en mi país que sostenía que aquello era un invento judío.
Protegido con un vidrio, los dibujos pegados por Anna enfatizaban el carácter de humana inocencia de esas víctimas. Previsiblemente, me pregunte si las fotos pegadas por Mariel en su cuarto algún día serian vistas como las estaba viendo yo entonces.

Al terminar el recorrido, asenté mi paso en el libro de visitantes. Los comentarios mas dolidos que se leían en las paginas precedentes eran, invariablemente, de otros latinoamericanos.
Volví a la realidad a orillas de uno de los tantos canales. El empedrado de la calle evocaba en cierta forma al de mi barrio porteño.
Genocidio.
Una de esas citas detestables, con las que uno topa ocasionalmente, me hablaba del cinismo de esos actos:
"Una muerte es una desgracia; cien, una tragedia; un millón, un dato estadístico".
Nuevamente el empedrado me trajo nostalgias rioplatenses. Desee ser europeo. Para ellos todo ese infierno había concluido casi cuatro décadas atrás. ¿Que nos aguardaría a los argentinos?. Los campos de concentración que había en la Patagonia, ¿tendrían hornos crematorios?.

Como similitud, la tragedia. Como diferencia, la que existe entre la irreversibilidad de la muerte y la esperanza de algo sin confirmar.

Dejé Amsterdam rumbo a Italia. En Roma tuve oportunidad de conocer a mis parientes de parte de mi abuela paterna. Durante esos tres días de visitas y comidas en casas diferentes, nunca dejó de asombrarme la similitud de los gestos de la Zia Rossina y los que le conocía a la nonna. A pesar de la separación de más de cincuenta años, durante la cual nunca se habían vuelto a ver, la forma de moverse, de gesticular e incluso de reírse era notablemente parecida. Durante el curso de entrenadores nos habían enseñado a referirnos a esa característica como patrones motores similares. Me parecía correcta esa definición aplicada a un gesto deportivo, mas no en esa circunstancia. Creía descubrir cierta comunicación, cierta memoria de su infancia que mantenía el vinculo mediante esa exteriorización corporal, aun después de tantos años.

Durante uno de esas comidas, donde fui autorizado a cortar los tallarines a cuchillo, escuche la versión - en lengua original - de una historia que la nonna contaba a menudo. Durante la primera guerra mundial, uno de los hermanos fue reclutado por el ejercito. Dado que al momento del llamado era joven y con escasa instrucción militar, los primeros meses sirvió en la parte de suministros, algo sin mucho riesgo. A medida que la guerra seguía su curso y la maquinaria bélica necesitaba más sangre joven, fue movilizado al frente. Participo en batallas cuerpo a cuerpo, soporto el fuego de artillería enemigo, padeció hambre y frío, pero fue sobreviviendo. Cada día que transcurría era considerado como una victoria, como si desarrollara un halo protector que lo hacía casi indestructible. Pasaron semanas, meses y se convirtió, a pesar de su juventud, en un genuino veterano. Las cartas que llegaban, cuando las circunstancias lo permitían, expresaban su seguridad creciente en llegar vivo al ultimo día de batalla. El fin de la gran guerra se vislumbraba. El cese de fuego llegó, para el alivio de todos los combatientes. Horas después del anuncio, ordenaron a su compania volver a casa. Sin embargo las comunicaciones de la época no tenían la fluidez deseable. Un avión, seguramente sin saber que la paz empezaba a reinar, decidió descargar su metralla antes de volver a la base. Escogió el camión donde viajaba el. Hizo una sola, pero exacta pasada . El chofer, herido o muerto, perdió el control y el transporte se desbarranco. No hubo sobrevivientes.

Deje Roma sin saber exactamente adonde ir. Gracias al abono de tren que me permitía viajar sin limites, decidí ir a Madrid a reservar el pasaje de regreso; después de ahí pensaba conocer París ya que mi primer contacto había sido fugaz.
Llegué a la estación Atocha, con mi mochila cada vez mas pesada de recuerdos. Pase por las oficinas de la aerolínea y una vez confirmado el regreso para dos semanas más tarde, me prepare para ir a París. Durante el viaje, sin proponérmelo, compartí el camarote con unos alemanes que sin ser descorteses, casi podría decir que me ignoraron. Pasaban aburridas las horas y quise calentarme con una taza de café. Fui al salón comedor. Noté en el ambiente cierto nerviosismo ; Desde la cocina una radio portátil convocaba la atención de los mozos. Me atendieron rápidamente para volver a la labor de atenta escucha. No repare demasiado en el hecho ya que tenia presente el servicio que nos habían propinado durante el viaje de egresados a Bariloche. Comparado con aquellos, los mozos españoles eran de primera categoría.

Mantuve mi atención dispersa hasta el momento en que entraron al salón comedor dos pasajeros hablando excitados en un castellano típicamente español. Uno le comentaba a otro
- . . . ¡hombre!. . . la gente estaba acojonadisma. . . una cosa increíble-
- ¿Acojonadisima?, pensé. Me parecía un termino no muy educado. Sonaba como apesadumbradisima, o preocupadisima. ¿Que habría pasado?. Seguramente un terremoto o algo así. Llegamos a Irun, nuevamente, y el tramite aduanero para salir de España fue excepcionalmente riguroso. Me hicieron abrir mi equipaje, controlaron minuciosamente el pasaporte. Finalizado el tramite conmigo, concentraron la atención en otros españoles. Aborde la combinación del lado francés sospechando algún atentado terrorista o algo parecido. Al llega a París horas más tarde me entere del porque del alboroto. En la portada de todos los diarios aparecía la foto de un militar de bigotes, con un extraño sombrero en la cabeza y esgrimiendo una pistola. En el epígrafe la única palabra que conocía con certeza era "Coup d'etat". Tejero, el apellido del militar.

Se terminaba el invierno europeo, y con el, mi viaje. Los primeros días de Marzo me encontraron nuevamente en Madrid preparándome para el regreso. Agoté mis últimos dólares en "El corte ingles", tratando de balancear correctamente la calidad y cantidad de presentes, para evitar celos familiares. Susana había regresado a la Argentina a fines de febrero y tenia muchos deseos de reencontrarme con ella. Mientras acomodaba con lentitud los regalos me preguntaba cuando volvería a Europa. Había tirado una cantidad importante de monedas en la Fontana del Tritone, en Roma. Era este, decían, un artilugio seguro para volver. Fui a la sala de espera del albergue, a llenar las horas que faltaban para el vuelo. Apretado como estaba de dinero, me pareció el lugar mas económico. Revisando entre una pila de revistas descubrí un ejemplar del diario "Clarín", hecho casi habitual con tantos argentinos yendo y viniendo. Sorprendentemente, era del día anterior. Más sorprendente aun fue encontrar en la sección deportes una extensa nota sobre el "duelo" entre dos nadadoras en el campeonato Argentino de la especialidad. Una era petisa, cordobesa y con temperamento. La otra, alta, porteña y más cerebral. Con ambas, algún saludo había intercambiado en su momento. ¿Era este un mensaje de los dioses del olimpo? ¿Porque mi primer contacto con la realidad argentina se plasmaba en una noticia de natación?

Para evitar los controles de aduana, viaje a Santiago de Chile. De ahí a aeroparque, donde la vigilancia era menos estricta. Con mi mejor cara de ingenuo, la mochila y un bolso, pasé una filmadora, whisky y otros trofeos turísticos. Siempre era una victoria moral burlar a algún uniforme. Tomé un taxi y llegue a casa cerca de las nueve de la noche.
El recibimiento fue emocionante. Myriam se abalanzo corriendo hacia la puerta, me abrazo y volvió corriendo más rápido aun al televisor. Papá y mamá, sin levantarse del sillón me saludaron a gritos
- ¡Llegaste! ¡Vení pronto que esta "Polémica en el bar"!-

Tuve que aguardar al corte comercial para el saludo formal. Siempre que cuento esto papá dice que exagero, pero fue así.

Iniciado el curso lectivo 1981 tomé una actitud ligeramente distinta en la facultad. Debido al régimen de correlatividades podía cursar solamente dos materias, de modo que tenia suficiente tiempo disponible para otras actividades. Empece a tomar los trabajos que los dibujantes de mi padre por alguna causa no podían hacer. Además, continué con mi trabajo en River, pero ya como ayudante de la entrenadora del equipo. Me fascino descubrir que podía perpetuarme en la natación; el deterioro físico, la presión mental por mejorar mis marcas podían en el futuro ser evitados. Mis pupilos, cualesquiera que fueran, serian los encargados de borrar mi frustración por no haber llegado a campeón.

El noviazgo con Susana mejoraba sensiblemente. Estabamos los dos empeñados en una tarea común, estudiábamos y trabajábamos al mismo nivel de esfuerzo. Mi madre estaba encantada con ella. Decía que yo, mas que un diamante en bruto, era un bruto a secas y Susana se encargaba de pulirme. La versión inversa de Pigmalion.
Dentro de ese plan cultural llevado a cabo por mi novia y que incluía lecturas recomendadas, conciertos y visitas a galerías de arte no podía estar ausente el teatro.
Un viernes me anuncio lo planificado para el día siguiente.
- Mañana vamos al San Martín a ver una obra de Beckett. -

La miré confundido y pregunté
- ¿Y desde cuando exhiben cuadros ahí?-
Con la paciencia que tienen las docentes con un primer grado "lento" me aclaró.
- No, mi pequeño troglodita. Beckett es un dramaturgo. . . ¿sabes lo que es un dramaturgo, no?-
Tímidamente inquirí
- ¿Una persona que se hace mucha mala sangre?-
Que su paciencia había llegado al limite quedo demostrado en un cariñoso cachetazo.
- Gracioso. . . Nos esperan a las 7 en la puerta-
- ¿Como que nos esperan? ¿Quienes?-
- ¿No te dije?. . . Clarisa y el novio. . . -
La sociabilidad no era precisamente uno de mis fuertes. A esa tal Clarisa la había visto media docena de veces en mi vida. Al novio, en cambio, nunca. Seguro que en su condición de estudiante de Física seria aburridisimo. Paciencia, me dije.

Al día siguiente, mientras esperábamos en la puerta del teatro, Susana se esforzaba en persuadirme de que la iba a pasar bien.
Puntualmente a las siete, llegaron Clarisa y el novio. La saludé y cuando ella empezaba a presentarme a su prometido, el y yo nos quedamos de una pieza. Resulto ser ese argentino que me había ayudado a cruzar la frontera francesa. Hasta que entramos en la sala ignoramos a nuestras respectivas novias y conversamos animadamente de la experiencia europea.
Una vez acomodado en mi butaca caí en la cuenta que ni siquiera sabia el nombre de la obra a representar. Le pedí el programa a Susana y rápidamente me interiorice de la intencionalidad del autor.

"Esperando a Godot" ya desde su nombre insinúa la esperanza humana en el devenir. Oculto en ese nombre aparece la palabra "God", dios, en ingles. Las primeras palabras dichas por uno de los personajes son una pregunta "¿Seguro que era aquí la cita?". A lo largo de toda la pieza interrogantes sin respuesta enfatizan la incertidumbre de la condición del hombre, la ansiedad por el mañana, que nos esperara cuando ingresemos a la oscuridad sin fin. Quizás si Dios este del otro lado, la luz pueda guiar hacia la verdad.
Aparecen y desaparecen personajes extraños, cada uno haciendo su aporte, pero ninguno es Godot. Termina como empezó, esperando que mañana acuda a la cita.

Mis acompañantes disfrutaron del trabajo de los actores. A mi, en cambio, me movilizo el mensaje de esperanza e incertidumbre. En la vida había que aprender a esperar, quizás en el futuro fueran las circunstancias más favorables para encontrar la verdad.

Desde hacia unos meses teníamos un nuevo Presidente, pero no un cambio en la situación de los derechos humanos. Corrían rumores entre los parientes de los desaparecidos. Mucha gente había sido liberada con la condición de marcharse del país, al menos hasta que las instituciones hubieran recuperado su tradición democrática. De algunos se decían que estaban en Europa, tratando de reconstruir su vida. De otros, que recibían instrucción militar en Cuba y participaban de luchas por la liberación en Angola u otro país Africano. ¿En que grupo se incluiría a Mariel? Si había sido liberada ¿porque no mandaba una carta o hacia un llamado telefónico? Quizás para no comprometernos. O tal vez siguiera detenida, vaya a saber donde. Me acordaba de esos artesanos argentinos que había visto en Firenze, en el Ponte Vecchio. Cuando me identificaron como argentino se habían puesto tensos, como si yo fuera sospechoso de pertenecer al proceso. Quizás ella estuviera llevando una vida similar y se avergonzara de lo que había pasado. Pero ¿que le costaría enviar una postal mínima diciendo "estoy bien"?

Lentamente, el idilio entre ingeniería y mi vocación empezó a deteriorarse. Los alentadores resultados que había obtenido después de mi reincorporación empezaban a escasear. Los parciales aplazados superaban a los aprobados. Me di cuenta que en realidad las ciencias exactas no eran mi fuerte. Quería ser bueno en algo, pero ya estaba seguro que no lo conseguiría por el lado de los números. En octubre de ese año decidí dejar de estudiar. Otra minicrisis familiar, aunque no tan extensa ni profunda como la anterior. Papá, resignado a medias, pregunto
- ¿Y que pensas hacer?-
- Dedicarme a mi carrera de entrenador. -

Llegó el verano de 1982. Trabajaba entrenando en River y como dibujante con mi padre. Al terminar la temporada viaje unos días a
Bahía Blanca a compartirlos con Susana. Ya eran varias las visitas hechas a su ciudad natal. Con los humildes ahorros que había logrado empecé a pagar un terreno. No se había hablado concretamente de matrimonio, pero se podía ir haciendo algo al respecto.

Nuestro inconsciente colectivo tiene fresco el 2 de abril .
También en casa festejamos la recuperación de nuestras Malvinas.
Durante los primeros días del conflicto estabamos totalmente de acuerdo con la decisión. Nos dolía admitirlo, pero reconocíamos el coraje de los que en la tundra malvinense esperaban el embate de la Task Force. Si esa entereza que demostraban en los primeros escarceos la hubieran puesto de manifiesto durante la llamada guerra sucia, posiblemente Marielina estaría con nosotros. No pudimos sustraernos a la manipulación informativa. Seguimos ganando, nos engañaban los medios y queríamos mas victorias. Empezamos a considerar que el resultado de la contienda, indudablemente a favor nuestro, le daría a los militares cierto oxigeno político para que entregaran el gobierno con honor y liberaran a todos los detenidos- desaparecidos. Con suerte en unas semanas más mi hermana volvería a casa. God kill the queen.

El 14 de junio, día de la caída de Puerto Argentino, volvimos a la realidad. Empezaron a llegar las fotos de nuestros conscriptos muertos, el cementerio de Darwin, los casos de pie de trinchera fruto de la negligencia de algunos suboficiales. ¿Como nos pudieron haber manejado de esa manera?.
Destituyeron a Galtieri y asumió Bignone. Pasaron algunas semanas y se empezó a hablar de elecciones.
Por primera vez desde el secuestro había una fecha concreta para la definición en el asunto desaparecidos. Desde ninguna esfera oficial se había dicho que antes de entregar el Gobierno a alguien elegido democráticamente, entregarían a los sobrevivientes. Pero, obviamente, al instante de asumir y con el control de las cárceles sabríamos a ciencia cierta donde habían "guardado" a Mariel durante tantos años. Al mismo tiempo, vacilábamos ante una alternativa difícil de rechazar de plano. ¿Y si no se encontraba en ninguna cárcel?

De una forma o de otra, el irrefrenable retorno de la democracia insuflaba nuevas esperanzas a nuestra familia.

Desde que Alejandro había dejado de nadar, a fines de 1978, nuestra amistad no había disminuido un ápice. La evolución común de la adolescencia tardía hacia las incipientes responsabilidades de adulto, había afianzado nuestros lazos. Inclusive nuestras respectivas novias, sin llegar a ser amigas, hacían buenas migas.
Una de esas reuniones del grupo parroquial se hacia en la casa de el y, por supuesto, fui con Susana.
También el grupo había evolucionado y la mayoría de los asistentes estaba en pareja. Las discusiones teológicas se habían tornado políticas. A Susana este tipo de batallas dialécticas no la entusiasmaban mucho, por lo que nos manteníamos en un sillón alejados del corrillo y trazando informalmente proyectos comunes.

La hermana de Alejandro, solicita y un poco olvidadiza con los nombres, se acerco con una bandeja repleta de sandwichs.
Parada frente a nosotros, ofreció su carga.
- Miguel, Marta. . . ¿un sandwich?-
Como si se hubiera invocado un demonio femenino, Susana abandonó un instante la mitad anglosajona y adopto una postura mas acorde con su apellido paterno. Bufó conteniéndose.
- Susana, no Marta. . . y no tengo hambre-
Estela soltó una risita nerviosa y empeoró la situación
- ¡Ay!. . . no se porque te digo Marta-
Hasta ese momento pensaba que Alejandro exageraba respecto de su hermana. Luego de ese convite modifique mi punto de vista.

Una vez que mi novia volvió a una actitud acorde con su femeneidad, retomamos el dialogo.
Hablábamos acerca de sus planes luego de terminar el traductorado de Ingles.
- Cuando lo termine me gustaría hacer un post grado, no se, un master en interprete simultáneo. . . no hay muchos interpretes en la Argentina. . . -
- ¿Y donde lo harías, en la UBA o en la UCA?-
- ¡No, acá no hay¡. Tendría que ir a los Estados Unidos-
- ¿Y cuanto dura eso?-
- Dos años-
Di un respingo y exclamé
- ¡Dos años!. . . ¿y nosotros?-
- Bueno. . . hay que sacrificarse un poco en la vida ¿no?-

Pense "¿sabes lo que es dos años sin ver a mi novia?" ¿donde había escuchado esa frase?
Me quede lastimado en silencio. Algo no me gustaba. Reprimí cualquier avance en mis deducciones y repliqué en venganza.
- Esta bien, pero si me sale algún trabajo en el extranjero como entrenador yo también tengo derecho a ir. -
Lo pensó y admitió
- Lo que es justo, es justo. -

Capitulo 9
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