ANA LARA
(Ciudad de México, 30
de noviembre de 1959)
-A los 20 años
ingresaste formalmente a estudiar música...
-Sí, bastante
tarde. Entré al Conservatorio Nacional de Música (CNM) a los 17 años; me
inscribí en la carrera de piano y luego me fui interesando en otros
instrumentos. A la par, ingresé al Taller de Estudios Polifónicos de Humberto
Hernández, ahí estudiaba temas que no veía en el Conservatorio; más tarde, tomé
todas las materias del Taller.
-¿Había una
motivación familiar que te llevara a la música?
-La verdad,
pensaba que la música era parte fundamental de mi vida, pero no estaba segura
de poder dedicarme a eso. En mi familia no había antecedentes musicales, era un
mundo ajeno a mi entorno. Sabía que se requería muchísima disciplina y no
estaba muy segura de tenerla. Mientras hacía la preparatoria estudiaba piano, y
al concluir la prepa decidí que iba a darme un año de prueba, para sólo
ocuparme de la música; si tenía disciplina y talento, me dedicaba a ella y, si
no, ingresaba a la universidad a estudiar antropología. A los 20 años, cuando
empecé a llevar contrapunto, no sabía que iba a ser compositora, fue hasta que
terminé el curso de polifonía y entré a la clase de Mario Lavista y Daniel
Catán, en el CNM, que se me abrió un mundo que no había imaginado. Me convencí
de que quería componer. Coincidió con que en las clases de contrapunto y
armonía me di cuenta de que podía escuchar voces en mi cabeza; antes de
llevarlas al piano yo ya sabía qué era lo que quería oír, y me pareció
fascinante poder traducir mis sonidos en notación musical.
-Dedicaste diez años
a realizar estudios musicales, hasta el posgrado en Polonia. ¿Qué
reflexión harías al respecto?
-Bueno, en el
Conservatorio estudié cuatro años con Mario, porque Daniel estuvo poco tiempo
dando clases. Yo tenía una sed espantosa de conocer más de ese universo y
sentía además que no era tan joven; me puse a estudiar frenéticamente, entré
también un año al taller de Federico Ibarra, en el CENIDIM, porque quería
saberlo todo o lo que hubiera a mi disposición. Llegó un momento en que sentí
que necesitaba, más que un maestro, un entorno diferente para desarrollarme
mejor. Entonces decidí viajar. Intuía mi necesidad de independizarme de mi
maestro, que se vuelve como un padre. Debía cortar el cordón umbilical e ir a
un lugar en donde la música contemporánea fuera una realidad. Decidí ir a
Polonia.
-¿Por qué?, ¿no lo
era aquí?
-En aquel tiempo, en
México teníamos un Foro de Música Nueva una vez al año y en la escuela no
estudiaban más allá de Debussy. Era un universo minúsculo; además, estando en
Europa tenía la posibilidad de ir a otros lugares. Por otro lado, me interesaba
el mundo socialista. Conseguí una beca para Polonia y en los tres años que
estuve allá aprendí mucho: por un lado, trabajé más intensamente la
orquestación e instrumentación, porque en el Conservatorio no teníamos esas
clases; por el otro, durante dos años llevé técnicas de composición del siglo
XX, eso era vital para mí. Con mis maestros Rudinzki y Wlodzimierz supe
escribir claramente lo que yo quería, ellos me enseñaron a expresarme de manera
sencilla y exacta. Además, de tanto en tanto Lutoslawski, mi compositor
favorito, daba cursos o se estrenaban sus obras, y yo aprendía mucho. Ahí
empecé a conocer a la gente que organiza los festivales Días Mundiales de la
Música.
-Has tomado muchos
cursos a lo largo de tu vida...
-Sí, y ahora los
estoy impartiendo, con lo cual aprendo.
-¿Por qué elegiste
la música contemporánea para expresarse?
-Creo que eso no se
elige, se trae. Nunca tomé una decisión, Era ahí donde yo tenía que estar, para
bien o para mal, Me parece que son cosas que forman parte del destino de cada
quien; puede uno ir en contra de él, pero siempre es mejor ir a favor, Para mí
era inevitable, porque yo estudiaba muchísimo piano, pero no tengo la capacidad
física ni el temperamento para ser pianista. No puedo estar cinco u ocho horas
diarias repasando lo mismo, mi mente es mucho más inquieta, y la composición me
ofrece la posibilidad de buscar, de que todos los días sean nuevos. La
disciplina sí está conmigo, pero la rutina no.
-La música
contemporánea tiene poco público...
-Si eso es ahora,
estaba peor en la época en que empecé a estudiar; no había una metodología,
sólo maestros que aparecían y desaparecían. Yo tenía tal avidez de conocimiento
que trabajaba muchísimo y llegaba al Conservatorio y si Mario no estaba, le
llamaba a su casa, para decirle que había hecho la tarea. Eso empezó a
motivarlo y poco a poco se formó el grupo de compositores que ahora figuramos:
Gabricia Ortiz, Luis Jaime Cortez, Ramón Montes de Oca y otros. Esta generación
organizó luego conciertos y festivales en Guanajuato, Morelia y en la Ciudad de
México. Hemos hecho una vida muy activa, porque la generación más joven, la de
Hilda Paredes, Javier Álvarez, Arturo Márquez, no vivía aquí, estudiaba en el
extranjero.
-Insisto, hay una
constante tuya por tomar cursos...
-Sí, me sirvieron
mucho, porque conocí a grandes compositores que mostraban su trabajo, es
interesante analizar sus obras y charlar con ellos acerca de pensamientos
estéticos. En estos cursos hay que hacer pequeñas obras y presentarlas. A los
talleres en Polonia acudían maestros como Nono, Turevzki, Penderecki o
Lutoslawski y convivían con nosotros.
-La preparación
profesional te llevó más de quince años, ¿por eso empezaste a componer
hasta 1986?
-Mis primeras obras
surgieron en 1984, pero las más personales fueron a partir del 86, en Polonia.
Ahí sentí que podía tomar todas las decisiones y ser responsable de mi
composición. Eso me cambió forzosamente.
-Me da la impresión
de que tomas con toda calma el acto de componer..
-Sí, necesito
meditar muy bien la obra antes de escribirla. Trabajo todos los días, pero no
me siento a componer, estoy pensando, leyendo, oyendo música, no me siento a
componer hasta que sé lo que voy a decir. No tengo terror por la hoja en
blanco.
-Escribes más o
menos una obra por año...
-Bueno, depende;
obras para orquesta, sí; pero efectivamente, escribo poco al año, máximo dos o
tres, aunque tengo la sensación de que estoy componiendo todo el tiempo, que
una pieza va detrás de la otra, pero no sé cuánto tiempo real es el que me
lleva sentarme en el estudio. Es rara la ocasión que no estoy pensando en una obra.
-¿ Y de qué te
alimentas para componer?
-¡Uy!, de todo. Cada
obra refleja un interés particular, algo nuevo que quiero explorar; por
ejemplo, me importa mucho la idea de tratar de llegar al corazón del sonido.
Evidentemente, es algo que me ha atraído siempre, porque cuando escucho mis
piezas de] pasado descubro que busco lo mismo, tal vez ahora con un poquito más
de conocimiento de causa y de recursos. Me apasiona la posibilidad de que el
sonido, más que ser una línea, sea un cuerpo esférico, con volumen y que yo
pueda penetrar en él para hallar su corazón. Eso, en términos musicales, me lo
da la exploración del timbre; esto es muy importante en mi música, mucho más
que el trataniiento melódico o rítmico. He querido experimentar cómo a partir
de los timbres de los instrumentos puedo crear una forma cuyo sonido de pronto
sea capaz de rodear, abrazar, porque yo quiero que mi música exprese algo,
tiene un mensaje y deseo que llegue. Creo que la música es de las artes que se
comparten mejor: afortunadamente, no tiene que pasar por el intelecto, es directa,
nace de lo más remoto de nuestra conciencia y llega más profundamente al alma.
Los músicos somos una especie de mensajeros del espíritu humano.
-Hablas de volumen
como influida por la pintura...
-Es muy curioso, no
tengo ninguna imaginación visual y cuando compongo no estoy viendo cosas, pero
muchas veces me han dicho que mi música es muy visual, y posiblemente sea por
esa búsqueda del volumen físico, de darle una tercera dimensión.
-Escribiste una
primera obra que se llama In memoriam, ¿fue realmente la primera o hubo
otros intentos?
-Ha habido otras
antes y después. En realidad, cada año mi catálogo tiene menos obras... In
memoriam está dedicada a mi hermano Rolando y a su esposa, que murieron en un
accidente. Está en catálogo por razones sentimentales, se tocó mucho; ahora no.
-¿Cómo ves tu
carrera, retrospectivamente?
-No pienso en esos
términos, veo lo que voy a hacer hacia delante. Siento que la música que estoy
componiendo es muy diferente a la que hice en Polonia, por cuestión de experiencia,
pero también creo que 1993 fue un año que cambió muchas cosas en mi vida,
porque tenía ideas que se cayeron, en las que creí y dejé de creer.
Musicalmente, ese año me hizo reflexionar acerca de lo que estaba haciendo,
para qué y cómo; forzosamente el análisis tuvo que modificar no sólo mi música
sino mi persona. En el momento actual siento que otra vez estoy cambiando,
porque pretendo hacer las cosas de manera distinta; creo que vivo un
parteaguas, sé más o menos adónde quiero llegar, pero no muy bien cómo ir hasta
allá. Me gustaría recorrer el camino de las sensaciones musicales con los ojos
cerrados, Quiero entrar a ese mundo de magia, en donde no hay certezas y todo
está por descubrirse; creo que con el trabajo que he hecho anteriormente puedo
penetrar en ese universo con herramientas, porque he pensado que la intuición
es padrísima, pero no puedes utilizarla si no cuentas con armas para ejercer el
oficio. A ese mundo quiero entrar, pero no es tan sencillo, porque para
expresarse musicalmente hay que hacer uso de un lenguaje convencional, la
notación; ahí es donde siento que se traiciona la magia. En las entrevistas que
hice para Radio UNAM el año pasado, charlé con el compositor chino Dun Tan, a
quien admiro. Me decía que en general la música china que existe desde el siglo
uno está hecha a base de ideogramas. Lo que ellos plasman en el ideograma es la
forma de su música, no las alturas exactas; eso dependerá de quién la
interprete, si el cantante es un bajo profundo la tesitura será diferente, pero
el gesto melódico es el mismo. Ese es un mundo que me interesa explorar.
-¿Qué obras tuyas
están acercándose a esta inquietud?
-Mi obra Ángeles de
llama y arena, que se estrenó recientemente en la Sala Nezahualcóyotl, tiene
mucho de eso; decidí usar la menor cantidad de recursos, cinco notas nada más.
Todo es bastante elemental, pero yo quería trabajar la forma y crear cuatro
mundos distintos, los de cuatro ángeles; del alba, de la luz, de las tinieblas
y del ocaso. Está inspirada en unos poemas de Francisco Serrano. Esta obra me
da el pase al mundo angelical. Leí muchísimo sobre los ángeles, quería
entenderlos bien e invocarlos con mi música. Y siento que en esos ángeles hay
mucha magia. Por ahí va mi búsqueda.
-¿Ser mujer y
compositora ha sido difícil para ti?
-Mira, cuando yo estudiaba en el Conservatorio siempre pensé que no. Tenía los mismos problemas que los compositores varones. En Polonia realmente no existía diferencia entre unos y otros; hay muchas compositoras muy buenas y tienen acceso a lo mismo que los hombres. Ahora, en el mundo profesional hay gente que cree que uno logra las cosas porque es mujer y anda con fulano o mengano. En mi trabajo como productora de grabaciones musicales, el problema más grande era que a los ejecutantes no les gustaba que yo les dijera qué tenían que hacer y en qué habían fallado. Cuando Alicia Urreta, hace años, quiso hacer una sociedad de mujeres compositoras, yo estuve en contra, pero ahora entiendo que ella tenía razón, pues le tocó una época difícil como pionera.
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