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Reeditado: sábado, 08 de diciembre de 2001 13:34:12 -0500

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Psicología social
Huancabamba: Cobertura especial

Poquita fe

ENFOQUE – El mayor peligro de las comunidades no es perder lo material, pues hasta los pueblos más devastado salieron de sus crisis uniéndose, concentrando esfuerzos y trabajando por reales objetivos comunitarios. A Huancabamba le falta eso y más: motivación.

por Nelson Peñaherrera Castillo nelsonpenaherrera@journalist.com

ACTUALIZADA

La Catedral de Huancabamba. En sus paredes los habitantes de la ciudad rumian un sueño: salir de allí antes que quedarse a apostar por el desarrollo local, en todo sentido.

La primera vez en toda mi vida que toqué la ciudad de Huancabamba, fue el 4 de noviembre de 1995. Seis años después comprobé que las cosas seguían igual.

De hecho, la ciudad, amén del terminal terrestre, algunas refacciones y obras y el nuevo puente sobre el río Huancabamba, sigue siendo la misma desesperanzada.

“Esta ciudad es sólo de paso. Creces y estudias acá para luego irte de aquí”, dice un muchacho que vive allá. Su percepción no es lejana, pues la presencia de profesionales y mandos medios de otros lugares de Piura o Perú es evidente.

¿Dónde están los profesionales de Huancabamba? Buena parte de ellos trabaja en la capital departamental, y hasta tiene posiciones importantes en organismos gubernamentales ligados al desarrollo regional.

Han salido tan pequeños que ahora la ciudad que los vio nacer representa un mundo aparte. Son extraños en su propia casa.

La razón por la que existe esta deshuancabambinización se debe en buena medida a la tara histórica de hacer que la sierra dependa de la costa, eterna decisora, y no proveer herramientas a nivel de Estado y logística para tender a un desarrollo local.

Geopolíticamente hablando, el valle de Huancabamba tiene una dinámica que lo hace distinto de Piura. Tanto así que hubo momentos en que esta provincia llegó a depender de Chiclayo, la capital de Lambayeque, departamento sureño, a donde la cantidad de horas de viaje es casi igual que su cabeza real.

Esto representa un peligro para las aspiraciones de los piuranos que desean trasvasar las aguas del río Huancabamba al Piura, también ambicionadas por Lambayeque para irrigar la llanura seca de Olmos, al sur del desierto de Sechura, que ha comenzado a reforestarse a punta de lluvias de El Niño.

La época en que Huancabamba tenía su propio movimiento económico quedó atrás. Como recuerdos algunas casas y obras de concreto que superan urbanísticamente a Ayabaca, la otra capital en los Andes de Piura, pero que también han provocado que sea una ciudad que esté creciendo hacia los cerros sin un plan efectivo de orden.

Los cinturones de pobreza (o pobreza agudizada) son más visibles en esta ciudad. En promedio, un huancabambino vive con unos 120 dólares americanos mensuales, que no permite tener más que la misma canasta familiar.

La típica solidaridad andina aún mantiene en pie a una comunidad que no identifica talentos y que no desea desarrollar más proyectos porque se vienen abajo, o porque el engorro que representa la distante Piura (Ayabaca está más cerca por tres horas) ahoga las iniciativas a la primera curva del cerro.

Un amanecer en la "ciudad que camina". Muchos de sus habitantes son presas de la desmotivación, algo que atentará indefectiblemente contra cualquier proceso de desarrollo.

La desmotivación es evidente en los adultos, lo que a la larga va a provocar que surja la falta de identidad, y con ella, la sesión del suelo. Llegará el día en que Huancabamaba deje de pertenecer a sus propios habitantes, en muchos casos, por mejor vida, traducida en mejor trabajo, mejor sueldo: vivir en la costa.

Ni los chamanes han podido unir sus fuerzas contra este sino. Debe ser porque, como dicen los entendidos, apenas tres o cuatro son “verídicos”.

La gente que llega a Huancabamba buscando remedio a sus males –curaciones mágicas—no es muy exigente. Les interesa curarse o convencerse que regresa curada a casa, pero más nada. A veces llegan a las cuatro de la mañana desde Piura, se van a las lagunas y están de vuelta al día siguiente para tomar el carro de la tarde, que los regrese a la costa.

Pocos llegan a conocer, disfrutar, turistear. La encargada del ayuntamiento local para estos menesteres en el Terminal Terrestre de la ciudad (que dicho sea de paso, sirve de pista de baile algunos fines de semana) sostiene que el turismo no es la fuerza que sostiene a Huancabamba.

Sin embargo, ella está allí con su amabilidad, porque si algo no pierde el huancabambino neto (y uno que otro híbrido) es la apertura del corazón. Siempre hay un espacio, una taza de café más, una ‘torta’ más... la solidaridad, que podría ser el puntal de una ofensiva de devolver el orgullo al huancabambino que se siente atornillado a su ciudad.

Hay que convencerse de que tal “atornillamiento” es inexistente. De hecho, la riqueza está desparramada alrededor de la ciudad potenciando la agricultura y ganadería, ahora de subsistencia, en verdaderos proyectos agroindustriales.

Extraoficialmente podemos asegurar que hay grupos en Piura dispuestos a facilitar el intercambio y desarrollo de experiencias. El resto depende de que la comunidad huancabambina no pierda la fe.

Hay una falla que cruza la ciudad cerca del centro mismo, y que cada año, hace que una parte se desgaje hacia el río –por eso le dicen “la ciudad que camina”—frente a la que los desanimados huancabambinos no podrán hacer nada, incluso pudiéndolo. ¿Alguien tiene una propuesta de donde empezar?

Carlos Toledo, de NPC Lima, constribuyó con esta reedición. ©2001 NPC


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