La
reciente visita del presidente Clinton a Europa se presentó en los medios informativos, y
desde la perspectiva de Washington, como la «gira triunfal del emperador». Europa ha
cambiado espectacularmente durante los ocho años de la presidencia imperial de Clinton:
la OTAN, bajo control del Pentágono, ha sido ampliada para incorporar a los nuevos estados
clientes de Polonia, Hungría y la República Checa, y a veinte socios para la paz.
El mercado libre, dogma económico del imperio estadounidense, creado para conquistar
mercados exteriores y recortar el bienestar social, se encuentra firmemente arraigado en
los países europeos. Hace ocho años, los líderes europeos creyeron que la caída del
comunismo daría lugar a una nueva época de paz y de expansión económica. El punto
decisivo fue la guerra de los Balcanes, pero la exitosa intervención de Washington en
defensa de los bosnios musulmanes frustró los intentos europeos de solucionar el
conflicto. El resultado fue un acuerdo de paz para Bosnia impuesto por Estados Unidos en
Dayton, Ohio, en 1995. La invasión de la provincia yugoslava de Kosovo, lanzada
por Washington y dirigida por la OTAN, fortaleció aún más el poder imperial de Clinton
en Europa, tras la destrucción del rebelde Estado yugoslavo, que se negaba a acatar las
órdenes imperiales.
El viaje de Clinton por Europa recuerda las giras triunfales
que solían realizar los emperadores romanos por las provincias. En todos los
países europeos los primeros ministros de la llamada tercera vía han capitulado ante
EEUU y han aceptado su política social y económica: se derriban los programas sociales,
la educación pública y la sanidad; los especuladores dominan los mercados financieros y
los dóciles dirigentes políticos se someten a la dirección del imperio.
Resulta del todo apropiado que el presidente norteamericano,
de gira triunfal por Europa, reciba en Aache, Alemania, el premio Carlomagno, que hace
referencia al artífice del Sacro Imperio Romano. Los vasallos europeos rinden
homenaje al líder que ha ampliado la hegemonía de Europa y de EEUU desde el mar
Báltico, pasando por Europa Central y los Balcanes, hasta la vasta masa terrestre de
Eurasia antes llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Nunca antes
en la Historia de la humanidad ha quedado bajo la explotación de un imperio un territorio
tan extenso y un número tan grande de pueblos en un periodo de tiempo tan breve.
El hecho de que el emperador Clinton eludiera
deliberadamente el servicio militar durante la guerra de Vietnam sólo prueba que los
políticos más empeñados en emprender conquistas imperiales son aquellos que nunca han
experimentado o presenciado la terrible destrucción de vidas humanas que provocan estas
guerras.
Pero mientras los jefes de Estado de Europa reciben al
victorioso emperador norteamericano como su líder benefactor, los diplomáticos de los
ministerios de Exteriores se susurran advertencias al oído.
Del otro lado del Atlántico, Washington ha repudiado el
fraude electoral cometido por Alberto Fujimori, presidente de Perú. Durante ocho años
Clinton ha elogiado y brindado apoyo financiero a Fujimori mientras el presidente peruano
disolvía el Congreso, encarcelaba y ordenaba asesinar a los disidentes y sumía el país
en la pobreza, por abrir la economía a las inversiones estadounidenses, privatizar los
recursos naturales y convertirse en un fervoroso aliado de la campaña de Washington
contra el narcotráfico. Fujimori ha servido a los intereses imperiales de EEUU. Ahora su
régimen autoritario, corrupto y represor es un lastre. Washington intenta sacrificar al
dictador peruano para salvar intereses imperiales: ha llegado la hora del cambio
político. La política imperial de EEUU en Perú y en Europa se basa en intereses
permanentes; no hay aliados permanentes. Las alianzas con estados clientes y vasallos son
de usar y tirar.
El caso de Perú podría reproducirse en Europa y en otras
partes del mundo. Hoy en día los líderes europeos celebran los beneficios económicos y
la expansión militar del imperio euroamericano. Pero es probable que el día de mañana
EEUU intente desplazar a sus rivales europeos reduciendo su influencia política y su
poder económico.
Durante un viaje que hice recientemente a Brasil, la novena
potencia industrial del mundo, me impresionó descubrir los esfuerzos coordinados que
realizaba Washington para asegurarse una posición de privilegio en este país a expensas
de sus rivales imperiales europeos. Es posible que Fernando Henrique Cardoso, presidente
de Brasil, domine el francés, pero lo cierto es que piensa en inglés. Cardoso ha
nombrado director del Banco Central a un importante ejecutivo de Wall Street. La
nueva política agrícola de Cardoso, cuyo objetivo es minar la reforma agraria, fue
trazada por técnicos del Banco Mundial nombrados por Washington. Los aliados
políticos de Cardoso han proporcionado a Ford y General Motors alrededor de 175.000
millones de pesetas en ayudas para que establezcan fábricas en sus estados. Las
medidas políticas de Cardoso que reprimen a los trabajadores rurales sin tierra son
producto del asesoramiento de expertos norteamericanos en contrainsurgencia.
El imperio de EEUU no se construye solamente sobre las
fuerzas de mercado y los conocimientos tecnológicos; requiere la corrupción de
políticos locales, influencia militar y penetración económica. El capital europeo
también está activamente implicado en la explotación de los recursos naturales y los
trabajadores de Brasil, pero depende cada vez más de clientes políticos brasileños que
son en primer lugar fieles al imperio de EEUU.
Los mandatos imperiales de Clinton y la proyección del
poderío militar de EEUU pueden incomodar de vez en cuando a algunos políticos europeos
de centroizquierda, pero en el Tercer Mundo, Europa Central y la antigua Unión Soviética
han devastado sociedades enteras. La esperanza de vida en Rusia, hoy en día gobernada por
cleptómanos, es de 58 años, lo que significa millones de muertes evitables. En Asia y en
América Latina centenares de millones de personas reciben salarios míseros, los
campesinos carecen de tierra y el medio ambiente sufre constantes saqueos.
El legado imperial de Clinton es un desafío para los
intelectuales de todo el mundo. ¿Qué hacer ante el imperio? Conviene recordar los
últimos días del imperio romano. Los estoicos condenan la brutalidad y el sufrimiento
que causa el imperio. Sin embargo, se sienten políticamente impotentes; acuden a su
estrecho círculo de amigos o a personas afines para mantener viva la llama de la razón.
Conservan sus lealtades en los intersticios del sistema con un mínimo de confort, lejos
del poder imperial y lejos también de las masas degradadas. Sus abstractas discusiones
filosóficas son toleradas e ignoradas por la elite y resultan incomprensibles para las
masas. Es decir, viven solos y para sí mismos. Los cínicos no niegan la sanguinaria
barbarie, la vulgaridad cultural y el carácter depredador del imperio... pero juntan a
las víctimas con los verdugos; acusan de avaricia tanto a las víctimas del imperio como
a los depredadores imperiales. Para los cínicos la diferencia entre explotados y
explotadores es sólo una cuestión de oportunidades y circunstancias. Los cínicos
insisten en las revoluciones fallidas, en la rotación de las elites, en los explotados
convertidos en explotadores, en las víctimas de genocidios que cometen genocidios para
justificar el haberse sumado al saqueo, el haber metido su delicado morro en el abrevadero
del imperio.
A menudo los cínicos son izquierdistas
arrepentidos. Se especializan en proporcionar testimonios sobre las distorsiones de los
movimientos de liberación. Esta especialización les proporciona cuantiosos honorarios y
a menudo incluso una cátedra en alguna prestigiosa Universidad de Europa o de Estados
Unidos. El cínico ve en la negación de todos los valores un pretexto para dar rienda
suelta a su codicia. En oposición a estas formas de acomodarse al imperio está
la respuesta heroica, el síndrome de Espartaco. El síndrome de Espartaco es la rebelión
organizada desde abajo, la lucha contra la humillación y la inseguridad cotidianas, la
acción desesperada de quienes han perdido el empleo y viven en la calle o han sido
expulsados de sus tierras. Para los intelectuales, la confrontación con el imperio
euroamericano supone una larga marcha y cambios personales, sociales y políticos
fundamentales. Tenemos que confrontarnos con el imperio en la vida cotidiana.
En primer lugar, debemos sacar a la luz nuestras propias
mentiras. Esta ruptura personal indica la determinación de llevar a cabo
microtransformaciones y macrotransformaciones. Tenemos que relacionar el malestar privado
generalizado con los asuntos de interés público. Tenemos que convertirnos en
intelectuales públicos. Ante el profano imperio euroamericano, debemos sumarnos al
síndrome de Espartaco: nos rebelamos, luego existimos.