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La gira triunfal del emperador

James Petras
El Mundo, 21 de junio de 2000

Traducción: Armando Figueroa

La reciente visita del presidente Clinton a Europa se presentó en los medios informativos, y desde la perspectiva de Washington, como la «gira triunfal del emperador». Europa ha cambiado espectacularmente durante los ocho años de la presidencia imperial de Clinton: la OTAN, bajo control del Pentágono, ha sido ampliada para incorporar a los nuevos estados clientes de Polonia, Hungría y la República Checa, y a veinte socios para la paz. El mercado libre, dogma económico del imperio estadounidense, creado para conquistar mercados exteriores y recortar el bienestar social, se encuentra firmemente arraigado en los países europeos. Hace ocho años, los líderes europeos creyeron que la caída del comunismo daría lugar a una nueva época de paz y de expansión económica. El punto decisivo fue la guerra de los Balcanes, pero la exitosa intervención de Washington en defensa de los bosnios musulmanes frustró los intentos europeos de solucionar el conflicto. El resultado fue un acuerdo de paz para Bosnia impuesto por Estados Unidos en Dayton, Ohio, en 1995. La invasión de la provincia yugoslava de Kosovo, lanzada por Washington y dirigida por la OTAN, fortaleció aún más el poder imperial de Clinton en Europa, tras la destrucción del rebelde Estado yugoslavo, que se negaba a acatar las órdenes imperiales.

El viaje de Clinton por Europa recuerda las giras triunfales que solían realizar los emperadores romanos por las provincias. En todos los países europeos los primeros ministros de la llamada tercera vía han capitulado ante EEUU y han aceptado su política social y económica: se derriban los programas sociales, la educación pública y la sanidad; los especuladores dominan los mercados financieros y los dóciles dirigentes políticos se someten a la dirección del imperio.

Resulta del todo apropiado que el presidente norteamericano, de gira triunfal por Europa, reciba en Aache, Alemania, el premio Carlomagno, que hace referencia al artífice del Sacro Imperio Romano. Los vasallos europeos rinden homenaje al líder que ha ampliado la hegemonía de Europa y de EEUU desde el mar Báltico, pasando por Europa Central y los Balcanes, hasta la vasta masa terrestre de Eurasia antes llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Nunca antes en la Historia de la humanidad ha quedado bajo la explotación de un imperio un territorio tan extenso y un número tan grande de pueblos en un periodo de tiempo tan breve.

El hecho de que el emperador Clinton eludiera deliberadamente el servicio militar durante la guerra de Vietnam sólo prueba que los políticos más empeñados en emprender conquistas imperiales son aquellos que nunca han experimentado o presenciado la terrible destrucción de vidas humanas que provocan estas guerras.

Pero mientras los jefes de Estado de Europa reciben al victorioso emperador norteamericano como su líder benefactor, los diplomáticos de los ministerios de Exteriores se susurran advertencias al oído.

Del otro lado del Atlántico, Washington ha repudiado el fraude electoral cometido por Alberto Fujimori, presidente de Perú. Durante ocho años Clinton ha elogiado y brindado apoyo financiero a Fujimori mientras el presidente peruano disolvía el Congreso, encarcelaba y ordenaba asesinar a los disidentes y sumía el país en la pobreza, por abrir la economía a las inversiones estadounidenses, privatizar los recursos naturales y convertirse en un fervoroso aliado de la campaña de Washington contra el narcotráfico. Fujimori ha servido a los intereses imperiales de EEUU. Ahora su régimen autoritario, corrupto y represor es un lastre. Washington intenta sacrificar al dictador peruano para salvar intereses imperiales: ha llegado la hora del cambio político. La política imperial de EEUU en Perú y en Europa se basa en intereses permanentes; no hay aliados permanentes. Las alianzas con estados clientes y vasallos son de usar y tirar.

El caso de Perú podría reproducirse en Europa y en otras partes del mundo. Hoy en día los líderes europeos celebran los beneficios económicos y la expansión militar del imperio euroamericano. Pero es probable que el día de mañana EEUU intente desplazar a sus rivales europeos reduciendo su influencia política y su poder económico.

Durante un viaje que hice recientemente a Brasil, la novena potencia industrial del mundo, me impresionó descubrir los esfuerzos coordinados que realizaba Washington para asegurarse una posición de privilegio en este país a expensas de sus rivales imperiales europeos. Es posible que Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil, domine el francés, pero lo cierto es que piensa en inglés. Cardoso ha nombrado director del Banco Central a un importante ejecutivo de Wall Street. La nueva política agrícola de Cardoso, cuyo objetivo es minar la reforma agraria, fue trazada por técnicos del Banco Mundial nombrados por Washington. Los aliados políticos de Cardoso han proporcionado a Ford y General Motors alrededor de 175.000 millones de pesetas en ayudas para que establezcan fábricas en sus estados. Las medidas políticas de Cardoso que reprimen a los trabajadores rurales sin tierra son producto del asesoramiento de expertos norteamericanos en contrainsurgencia.

El imperio de EEUU no se construye solamente sobre las fuerzas de mercado y los conocimientos tecnológicos; requiere la corrupción de políticos locales, influencia militar y penetración económica. El capital europeo también está activamente implicado en la explotación de los recursos naturales y los trabajadores de Brasil, pero depende cada vez más de clientes políticos brasileños que son en primer lugar fieles al imperio de EEUU.

Los mandatos imperiales de Clinton y la proyección del poderío militar de EEUU pueden incomodar de vez en cuando a algunos políticos europeos de centroizquierda, pero en el Tercer Mundo, Europa Central y la antigua Unión Soviética han devastado sociedades enteras. La esperanza de vida en Rusia, hoy en día gobernada por cleptómanos, es de 58 años, lo que significa millones de muertes evitables. En Asia y en América Latina centenares de millones de personas reciben salarios míseros, los campesinos carecen de tierra y el medio ambiente sufre constantes saqueos.

El legado imperial de Clinton es un desafío para los intelectuales de todo el mundo. ¿Qué hacer ante el imperio? Conviene recordar los últimos días del imperio romano. Los estoicos condenan la brutalidad y el sufrimiento que causa el imperio. Sin embargo, se sienten políticamente impotentes; acuden a su estrecho círculo de amigos o a personas afines para mantener viva la llama de la razón. Conservan sus lealtades en los intersticios del sistema con un mínimo de confort, lejos del poder imperial y lejos también de las masas degradadas. Sus abstractas discusiones filosóficas son toleradas e ignoradas por la elite y resultan incomprensibles para las masas. Es decir, viven solos y para sí mismos. Los cínicos no niegan la sanguinaria barbarie, la vulgaridad cultural y el carácter depredador del imperio... pero juntan a las víctimas con los verdugos; acusan de avaricia tanto a las víctimas del imperio como a los depredadores imperiales. Para los cínicos la diferencia entre explotados y explotadores es sólo una cuestión de oportunidades y circunstancias. Los cínicos insisten en las revoluciones fallidas, en la rotación de las elites, en los explotados convertidos en explotadores, en las víctimas de genocidios que cometen genocidios para justificar el haberse sumado al saqueo, el haber metido su delicado morro en el abrevadero del imperio.

A menudo los cínicos son izquierdistas arrepentidos. Se especializan en proporcionar testimonios sobre las distorsiones de los movimientos de liberación. Esta especialización les proporciona cuantiosos honorarios y a menudo incluso una cátedra en alguna prestigiosa Universidad de Europa o de Estados Unidos. El cínico ve en la negación de todos los valores un pretexto para dar rienda suelta a su codicia. En oposición a estas formas de acomodarse al imperio está la respuesta heroica, el síndrome de Espartaco. El síndrome de Espartaco es la rebelión organizada desde abajo, la lucha contra la humillación y la inseguridad cotidianas, la acción desesperada de quienes han perdido el empleo y viven en la calle o han sido expulsados de sus tierras. Para los intelectuales, la confrontación con el imperio euroamericano supone una larga marcha y cambios personales, sociales y políticos fundamentales. Tenemos que confrontarnos con el imperio en la vida cotidiana.

En primer lugar, debemos sacar a la luz nuestras propias mentiras. Esta ruptura personal indica la determinación de llevar a cabo microtransformaciones y macrotransformaciones. Tenemos que relacionar el malestar privado generalizado con los asuntos de interés público. Tenemos que convertirnos en intelectuales públicos. Ante el profano imperio euroamericano, debemos sumarnos al síndrome de Espartaco: nos rebelamos, luego existimos.

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