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Bosnia, aldea de EE UU
La paz en Bosnia

El Mundo, 21 de diciembre de 1995
Tribuna / Alberto Piris

El fin de la sangrienta conflagración en la ex  Yugoslavia es consecuencia de las cuestiones de política interior de Estados Unidos

Un corresponsal de New York Times, al referirse al modo como la televisión norteamericana transmitía a la opinión pública de ese país lo que ha venido ocurriendo en Bosnia, decía que daba la impresión de que <<era una guerra entre gente con nombres impronunciables que se hacían entre sí cosas increíbles por razones incomprensibles>>

La extensa cobertura televisiva que recibió el juicio de O. J. Simpson sintonizaba más con lo que desea una sociedad crecientemente aislacionista y embebida en sus problemas internos, poco deseosa de intervenciones militares en el extranjero pero siempre halagada al saberse la única superpotencia del planeta.

Esto más aún tras la humillación europea y la clara adscripción de nuestra flamante unión al grupo de países satélites de EE UU, ya en inocultable dependencia de lo que se decida en Washington, incluso para poder afrontar un problema local como el de los Balcanes.
La visita del presidente Clinton a Europa fue parte de su campaña pre-electoral, como un alcalde que se presenta a la reelección acostumbra a visitar los suburbios cuyos problemas a contribuido a resolver. Irlanda del Norte o Bosnia son barrios alejados del moderno imperio , cuyos ciudadanos metropolitanos apenas serían capaces de situarlos en un mapa.

Campaña electoral


Es molesto, pero también realista constatar que los acuerdos que en teoría han de poner fin a la guerra de Bosnia, permitir el despliegue de tropas de la OTAN en este atormentado país y establecer las condiciones para reconstruir lo desbastado por una guerra tan prolongada son meros capítulos de la campaña electoral para la presidencia de los EE.UU.
David Owen, que dedicó casi tres años a propugnar un plan de paz para poner fin a la guerra en lo que fue Yugoslavia, ha dicho que la paz firmada en París apenas difiere de la que se pudo haber logrado si los  esfuerzos de mediación llevados a cabo por Europa hace año y medio, y obstaculizados por EE.UU., hubieran tenido éxito, con lo que además se hubiesen ahorrado muchas vidas.

Pero, en fin, si como consecuencia de las cuestiones de la política interior de EE.UU.
dejan de matar las armas en Bosnia, algo bueno se desprenderá para esta Europa indecisa, incoherente e incapaz todavía de regir sus propios destinos sin tener que mirar a Washington para ello.

De esta incapacidad europea también sale malparado el prestigio de Naciones Unidas, que ahora entrega el testigo a las fuerzas de la OTAN.
Es extremadamente sorprendente y paradójico el hecho que se aprecia en esta transmisión de poderes.
Cuando en Bosnia había una guerra en pleno vigor, y no existían acuerdos de alto el fuego que duraran más de 24 horas, eran los <<cascos azules>> los que tenían como misión el <<mantenimiento de la paz>>, es decir, de algo inexistente. Además, para lograrlo, se veían limitados en su armamento y en sus posibilidades de actuación.

Ahora, sin embargo, con los acuerdos de paz aceptados por las partes combatientes y con las armas silenciadas sobre el campo de batalla, es cuando va a desplegar un contingente militar plenamente operativo, capaz de entrar en acción en casi todas las hipótesis previsibles, respaldado con el enorme potencial militar de la superpotencia norteamericana.

Cuando se han establecido las bases para la paz es cuando paradójicamente entra en acción una fuerza de <<imposición de paz>>, que era lo que antes se echaba en falta y a lo que EE.UU. se opuso con decisión.
Es evidente que el golpe que ha sufrido el prestigio de Naciones Unidas, justamente
en el quincuagésimo aniversario de su fundación, presagia un mal futuro para la organización.

Autonomía aliada.


La OTAN se estrena a consecuencia de todo ello, como organización militar operativa desplegando en un campo de operaciones con plena responsabilidad y autonomía. Después del  beneficio electoral del presidente Clinton, este es el otro importante resultado de los acuerdos de Dayton.

La Alianza Atlántica, organización creada ex profeso para hacer frente al peligro del Este -ni siquiera al extinto Pacto de Varsovia, que nació cinco años después que ella-, tras haber atravesado un periodo de indecisión al encontrarse desprovista del enemigo que fue su razón de existir, descubre un nuevo e incierto papel, a mitad de camino entre la guerra y la coacción armada.

A través de ella, EE.UU. puede seguir ejerciendo su función de superpotencia militar en el  territorio eurasiático. Es el cometido que entusiásticamente va a desempeñar Javier Solana, ya plenamente convertido al atlantismo.

No hubiera sido elegido para el cargo, de no manifestar tal predisposición.
Tengan o no éxito los acuerdos firmados en Dayton, todo lo que estos días hemos contemplado nos ha servido para reconocer un poco mejor el nuevo orden mundial, en el que Washington se confirma como la capital política mundial.

ALBERTO PIRIS es general retirado de Artillería y analista del
Centro de Investigación para la Paz (CIP)

El Mundo, 21 de diciembre de 1995

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