Cartas A Pegaso


3. El Body

________________________________________ Luis Enrique Prieto



sí, hombre, 
esa prenda de una pieza 
que se pega al cuerpo de la mujer 
y la hace más dulce y apetecible...


Os voy a contar un secreto: soy un body de Women´s Secret, un body vaporoso y sensual que, no sé por qué extraña razón, de pronto he comenzado a pensar y sobre todo a sentir. Imagino que sabéis lo que es un body: sí, hombre, esa prenda de una pieza que se pega al cuerpo de la mujer y la hace más dulce y apetecible... Y os confieso también que estoy hecho un lío con esto de pensar y de sentir. No os podéis imaginar qué latazo es esto de sentir. Hasta ahora yo no había sido consciente ni de quién era ni de dónde me metía, y ahora estoy pasando “las de Caín” porque pensar y sentir sí que lo hago, pero hablar, hablar no puedo, con lo que tengo que tragarme todas las idas y venidas de mi cuerpo en los distintos cuerpos sin poder decir ni mu. Sería maravilloso poder decirle a aquella chica tan compuesta por fuera pero tan desastrosa por dentro algo así como: “so guarra, aséate antes de manejarme...”

Bueno, a lo que íbamos... Os quería contar algunas de mis experiencias desde que comencé a sentir. La primera vez que noté que estaba vivo (es un decir, por supuesto), me encontré entre las carnes jóvenes y turgentes de una modelo primeriza de origen eslovaco de 17 años en una pasarela de Milán, junto al Duomo. Se llamaba Isabella y olía toda ella a una mezcla de yoghourt, leche de almendras y jazmines tiernos. Aún recuerdo cómo latían sus exagerados y encarnados pezones cuando se encerraron entre mi cuerpo. Eran casi más voluminosos, comparativamente hablando, desde luego, que sus mamas pequeñas y nacaradas. Luego acaricié su sexo inmaduro y tierno sin el más mínimo escrúpulo y me ajusté a sus nalgas bien formadas con un golpe eficaz y confiado. Y no sé si fue por la premura, o más bien por la inexperiencia, pero aconteció que al poco de entrar en el largo pasadizo plagado de miradas, mis dos elásticos posteriores fueron corriéndose, suavemente, hacia el centro neurálgico de sus bellas posaderas dejando al aire sus dos nalgas que, como dos flanes voluptuosos, se movían al compás del caminar cadencioso de Isabella. Ignoro si estaba más nerviosa ella, o más cortado yo, pero percibía todas las miradas calientes de los pocos machos que por allí andaban, fijas y pegajosas, donde terminaban mis dos elásticos. Isabella, como castigándome, me llevó a la fiesta que más tarde se celebraba en el hotel Marriott. Y ahí sí, ahí me sentí vejado y maltratado, ahí me sentí sucio, sobado y abochornado. La buena de Isabella, después de esnifarse tres rallitas de un polvo blanco servido en una elegante bandeja de plata, se desmelenó violentamente y fue a recalar en una de las habitaciones, -gran confort y suite worlwide-, del hotel con un cincuentón dorado y enjoyado que ya no cumplía los 50. ¡Qué poca delicadeza!. El cincuentón casi me rasga de arriba abajo con sus húmedos dedos mientras mi portadora se dejaba hacer, transportada a las galaxias semi-inconscientes.


me encontré entre las carnes jóvenes 
y turgentes de una modelo primeriza

Empecé a notar cómo los dedos del viejales me forzaban violentamente hacia un lado dejando sus labios vulvares al descubierto, mientras me hacía encoger hacia la ingle sin la más mínima delicadeza hacia mis tejidos. Noté también como la otra mano rebuscaba, ansiosamente, los pezones colorados y carnosos de Isabella forzando mis tirantes que estaban a punto de estallar, sin el más elemental sentido del gusto y la mesura. Isabella retorcía su cuerpo no sé si por efecto del acoso erótico-sexual, o más bien por el efecto de la coca que estaba llegando plenamente a su cerebro. Lo cierto y seguro es que terminé sucio y mojado a los piés de la mesita de noche de aquella elegante suite del hotel Marriott, y que a la mañana siguiente pasé a engrosar, -¡qué vergüenza!-, la gran compañía de prendas sucias en un antiestético cubo del servicio de habitaciones de aquel hotel, y , poco más tarde, vílmente arrojado por una especie de túnel metálico y oscuro hasta la lavandería con olor a lejía y a vapores inconfesos del sótano del establecimiento.

...un cuerpo de pastora 
bien criada y una anatomía 
de frutas redondas...

Estaba claro que me encontraba perdido y abandonado, pero un body como yo no pasa fácilmente desapercibido, por lo que no tardé mucho en ser apreciado y retenido, como al descuido, por Juana, una rolliza joven, de carnes prietas y generosas, empleada de la lavandería. Pasé el resto de la jornada arrugado debajo de la bata blanca de nuestra amiga, pero, cuando terminó su faena, Juana me depositó, ya en su casa, en una cama pulcra y olorosa desarrugándome con mimo. Juana tenía, como ya os conté, un cuerpo de pastora bien criada y una anatomía de frutas redondas y ácidas. Mi pobre cuerpo, pensado sin duda por la “marca” para tallas próximas a la anorexia, se sintió reventar cuando Juana, desnuda y pizpireta, se empeñó en ceñírselo. Mis cazoletas superiores apenas podían aguantar tanta carne, y sus tetas me hacían asfixiar mientras se aprisionaban, calientes y danzantes. Mis costuras laterales chirriaban por los dos costados tratando de contener sus carnes abundantes y gozosas. Mis pobres refuerzos inferiores no podían apenas enjugar la voracidad de su pubis y de su cueva caliente y bondadosa, y mis elásticos posteriores no daban más que para acariciar, a presión y a medio plazo, sus potentes nalgas. Pero, reventando y jadeando, conseguí medio adaptarme a aquel cuerpo primitivo y caliente que, no obstante, me trataba con infinita dulzura y delicadeza. Juana estaba radiante y evidentemente se gustaba cuando se miró al espejo de su cuarto.

Al poco, se abrió la puerta y apareció en la habitación un chico joven, de unos 30 años, que por la expresión de Juana parecía ser su compañero. ¡Me puse a temblar!. Aún recordaba la tristísima experiencia de la noche anterior. Pero quiá: aquel hombre, de aspecto rudo y no demasiado culto, me dio una lección de delicadeza que difícilmente olvidaré. Sus manos toscas se acercaron a mi cuerpo estudiando cuidadosamente todos mis contornos. Sus dedos acariciaban con enorme delicadeza, y sin estrujarme ni maltratarme, mis refuerzos inferiores separándolos suavemente para introducirlos en la gruta de fuego de Juana que empezaba a mojarse dulcemente. Sus labios besaban delicadamente mis cazoletas superiores, y yo notaba cómo el corazón y los pezones de Juana se ponían tensos y cachondos haciendo verdaderos esfuerzos para no reventar mis débiles tirantes. Su otra mano se introducía sagazmente por debajo de mis elásticos posteriores que daban de sí todo lo que podían para permitir que los glúteos de Juana fueran manoseados hasta el paroxismo... Toda una lección de delicadeza y sexo. ¡Qué diferencia!. Aquella noche dormí contento y relajado a los pies de la cama de Juana y de su dulce y rudo compañero de juegos.

Pero como lo bueno parece que siempre no dura más que un suspiro, por la mañana fui trasladado de nuevo a la lavandería del hotel y desde allí, lavado, planchado y perfumado, graciosamente depositado en la suite 420 de donde había sido recojido dos jornadas antes.

Y allí comenzó mi etapa más vergonzosa y triste de esta historia. Aquel día, por supuesto, Isabella ya no ocupaba la habitación, que sin embargo había sido ocupada por Pablo, un ejecutivo poco agresivo y muy homosexual oculto, alto cargo en una multinacional de la informática. Pablo recogió la ropa lavada que le entregó la doncella y , laboriosamente, se puso a colocarla en las perchas del armario. Cuando me vió se quedó perplejo y tuvo la intención de llamar por teléfono para devolverme, pero raudo cambió de opinión y se me quedó mirando. Yo estaba temblando al imaginar que aquel individuo tuviera la osadía de meterme en sus carnes a pesar de todo varoniles. No me equivoqué. Tuve que pasar el bochorno espantoso de ser aprisionado por dos testículos y un pene que apenas podía contener, y que me hacían sentirme avergonzado, y por la no menos ultrajante sensación de ver cómo mis cazoletas elegantes, eran rellenadas con vulgares pañuelos arrugados para dar una forma semejante a un pecho.


estaba temblando al imaginar 
que aquel individuo tuviera la osadía 
de meterme en sus carnes 
a pesar de todo varoniles...

Pero lo malo, después de todo, no terminó ahí. Ahí comenzaron mis peores momentos como body elegante y sensual. Al rato llamaron a la puerta y, tembloroso, comprobé cómo Pablo daba la bienvenida, eso sí, vestido como un mamarracho con mi cuerpo avergonzado, a un jovencísimo amigo. Lo que después sucedió me turba solo pensarlo y, desde luego, me avergüenza ampliamente relatarlo. Valga con que os diga que mi cuerpo suave y elegante fue cruelmente violado, ultrajado y pringado, y que terminé hecho jirones por todas las dependencias de la elegante habitación.

Ahora, mis amigos, solo me queda desear que me suiciden amablemente prendiéndome fuego en la bañera, por ejemplo, para que mi marca y estilista (Women´s Secret) no pueda repararme.

¡Hay que ver qué cosas uno siente cuando tiene la desgracia de ser body y pensar como cualquiera...!




( Relato enviado por: Luis Enrique Prieto )
averroes@abonados.cplus.es


( imágenes: Jack Henslee )
http://www.paintedlady.com/start.htm


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