LA INDIGNIDAD DE LA VIDA ENTRE NOSOTROS COMO UN PROBLEMA FILOSÓFICO

En este final desesperanzador del milenio, porqué seguir creyendo en la dignidad, si el ser humano pasó de moda ? Es lo que pregonan algunos posmodernos. Otros seguimos creyendo que, o es posible la vida con dignidad para todos o no hay sentido.

Toda interpretación de lo humano está condicionada por el concepto de dignidad humana con el que se cuente y la construcción del autoconcepto de dignidad está mediada por las propias circunstancias. Suele suceder que somos más que lo que pensamos que somos, por lo que no puede haber una concepción acabada de lo humano. Tal vez de lo que se trate sea de buscar y aspirar a la mejor concepción posible de nuestra propia dignidad. Y justo, en esto, encuentra la búsqueda humana del sentido su valor: en su capacidad para cualificar la propia concepción de la dignidad humana.

LA INDIGNIDAD ENTRE NOSOTROS

Constatamos que en el ‘orden de cosas’ en el que vivimos no se puede pretender, a la vez, vivir con dignidad y ser honesto. Siempre, de una u otra manera (unas de las veces más refinada que otras), habrá que pasar por encima de alguien para "salir adelante". El hombre de "éxito", propuesto por la sociedad del progreso, funda su ser en la sutileza con la que se aprovecha del trabajo y/o la dignidad de los demás. Al fin y al cabo, "el vivo vive del bobo", se dice usualmente. Y "bobos", entonces, resultamos siendo la mayoría, pues, muy pocos ha logrado “sobresalir”: ‘bobo’ es el que trata de ser honesto.

Al punto que, tanto han vivido algunos la indignidad (otros EN la indignidad) que se han acostumbrado a ella. Incluso, algunos han terminado creyendo que la indignidad forma parte de la condición humana.

No podemos hablar, entonces, de dignidad humana mientras mujeres y hombres no sean reconocidos como personas. Esto es: mientras haya quien tenga que aguantar hambre o no pueda salir de la ignorancia o no tenga las condiciones mínimas de salud, de vivienda, de trabajo o las posibilidades y oportunidades para ser reconocido como ‘digno de ser persona’.

Tampoco podemos hablar de la propia dignidad si las anteriores situaciones ajenas no me afectan, me duelen o me comprometen. La sensibilidad frente al sufrimiento del otro pertenece a lo más esencial de la condición humana. Por el contrario, comúnmente no se hace más que refinar las disculpas para evadir esta necesidad incómoda de tener que contar con el otro y sobretodo, con el más débil.

Paradójicamente, está cada vez más ausente la dignidad humana de los acelerados cambios del ‘progreso’. Tenemos la certeza de que el progreso material no ha implicado el progreso espiritual , es decir humano. Pareciera que la ’civilización’ lo que hace es sofisticar los mecanismos para evadir el tener que priorizar al más necesitado.

Pero, la dignidad humana no depende totalmente del reconocimiento ajeno. Depende, también, y primeramente, de una autoafirmación personal. Es decir, la persona tiene la posibilidad de darse a sí misma lo que considere como digno en la medida en que se permita o permita a otros ciertas situaciones. La dignidad de la persona se aloja en ella misma. Y, en cada persona, lo que está en juego es la dignidad de la condición humana.

UN EJEMPLO DE DIGNIDAD

Hay empobrecidos (pues, nadie es pobre) que viven con un alto grado de dignidad que no poseen buena parte de los ricos económicos. Por supuesto, si estos empobrecidos tuvieran mejores condiciones externas de vida vivirían con más dignidad, pero, sin tenerlas, alcanzan una dignidad de la que vale la pena aprender.

Don Wilson es un ‘embolador’ de la Plaza de Bolívar y que se considera a sí mismo más que un lustrador de zapatos: es un ‘embellecedor de calzado’. Así lo dice su tarjeta de presentación: ‘Dele brillo a sus zapatos y a su vida’. Me gusta ir a su ‘oficina’ como llama a su sitio de trabajo (esquina nor-occidental), más para que me lustre, para poder hablar con una persona que tiene un elevado sentido de la dignidad.

Emprende cada día con una nueva energía que saca de sí mismo. ‘Catedrático’, me dice, ‘Hoy vamos por la de oro’. Es común verlo muy temprano tocando una flauta y llenando de música la plaza fría. Por las tardes, se le suele ver debajo de un paraguas dibujando al carbón sus cuadros y retratos. En los intermedios, se le ve leyendo a Neruda o a Borges. No le he oído expresar ningún resentimiento. Le pregunto por su familia y me envidia la energía con la que me dice: “mi niño bien, mi nena bien, mi mujer bien.”

Ha aprendido a reírse de los fanatismos políticos o religiosos a fuerza de tener que embellecerle el calzado a la clase política que lo visita en su ‘oficina’. Lo frecuentan desde los congresistas hasta los locos que abundan en la Plaza Mayor, y entre ellos no encuentra mayor diferencia, pero a los dos los respeta por igual. Es el lustrador oficial del Alcalde Mayor y cuando lo llama para pedirle el servicio no duda en contarle como vive su gente pobre en los barrios altos del sur de la ciudad.

No se trata de vivir con resignación lo que le toco vivir a cada uno, sino de vivirlo con dignidad, y don Wilson es ejemplo de ello. Parte de vivir con dignidad es luchar porque todos vivamos con ella. Deberíamos poder decirnos a nosotros mismos: ‘Mientras alguien sea indigno de llamarse ser humano o hijo de Dios, no vivo con mi dignidad completa’.

DIGNIDAD Y FILOSOFÍA

La teorización pura pretendió que la verdad era independiente del hombre. Cuando el pensamiento se separó de su sentido se volvió contra el hombre: se creyó dueño de la verdad sobre el hombre y con el derecho de acomodarlo a su orden. Por esto, ha de volver a su origen y finalidad humana. Hay que volver al pensamiento como dinámica de emancipación, personalización y dignificación del ser humano. A mi modo de ver, no hay otra forma humana de hacer de filosofía. He aquí la esencia del ‘Conócete a ti mismo’ socrático: un horizonte de humanización desde el pensamiento.

El afán de la Ilustración por generalizar la dignidad humana hizo necesario postular los derechos universales del hombre. No fue fácil llegar a aceptar que los derechos comunes fueran de todo el género humano. En la práctica se siguieron manteniendo (y se mantienen) los más refinados y disimulados modos de discriminación. Quizás de lo que se trata ahora es de que los derechos no sean sólo para ‘todos’ los hombres sino, también, para ‘todo’ el hombre.

El capitalismo lo volvió un problema subjetivo y redujo la dignidad humana a una libertad ficticia, sin las garantías sociales para que la vida digna fuera posible para la mayoría. El marxismo, por su lado, puso el énfasis en estas garantías pero dejando de lado la libertad. La dignidad se volvió un problema de condiciones económicas colectivas. El neoliberalismo volvió la dignidad un asunto de crédito y la globalización de la cultura la volvió un discurso acabado, una preocupación moderna mandada a recoger.

Por esto, es que creo que la afirmación del ser humano como persona en comunidad es la suprema expresión de la dignidad humana entre nosotros. El animal humano con dignidad es lo que llamo persona en comunidad, pues, la necesidad de la interacción con el otro (deser-con-otros) es el espacio de la dignificación de la persona.

En cuanto que la filosofía tiene que ver con el sentido de la vida, se ocupa de sus posibilidades y de su finalidad. Es decir, de su ser trascendente; y la vida se trasciende a sí misma en la posibilidad de una vida más digna. La vida tiene sentido en la medida en que sea posible ser más digna y la vida es más digna en cuanto va más allá de sí misma.

Entre nosotros hoy, la filosofía ha de ocuparse de la dignidad humana; esto es, de los Derechos Humanos. Por aquello de que la filosofía es su ‘momento en conceptos’ (Hegel), nuestro momento, el más alto estadio del ‘progreso moderno’ es, a la vez, nuestra más completa experiencia de la indignidad de la vida humana. Y la filosofía está abocada a ocuparse de la indignidad de la vida como un problema filosófico.

Implícita a la forma como hemos dado (o dejado de dar) sentido a nuestra vida (todos lo hacemos, unos más conscientemente que otros) hay una manera como damos razón de nuestra propia dignidad humana. Ese concepto implícito de dignidad es el que hace que el ser humano se permita (o permita a otros consigo) ciertas situaciones que considera dentro del ámbito de su dignidad.

Por esto, el sentido de la inteligencia entre nosotros tiene que ver necesariamente con la dignificación de la vida humana. Ha de ocuparse de los ‘saberes humanamente relevantes’ necesarios en el proceso de dignificación del ser humano. La teoría pura no tiene sentido entre pobres.

El problema de Colombia es el de la devaluación de la dignidad de la vida. Y el problema de la filosofía entre nosotros es el de su ilegitimidad para dar razón de esta situación: dar cuenta de la irracionalidad en la que vivimos.

De aquí que, el hecho cotidiano de la indignidad de la vida entre nosotros (: de la irracionalidad) ha de ser el referente inmediato de nuestro pensamiento. De aquí la necesidad de asumir la indignidad de la vida entre nosotros como problema filosófico del pensamiento latinoamericano.

EDUCACIÓN PARA LA DIGNIDAD

El problema social y humano latinoamericano radica, en últimas, en la falta de reconocimiento en el otro y en sí mismo de la dignidad de la persona humana. Por esto, el carácter emancipador de la filosofía y la educación entre nosotros debe radicar en su capacidad de personalización y dignificación del ser humano.

Una concepción cada vez más amplia de la dignidad humana anida en el afán educativo, pues, a la educación la anima una fe radical en una dignidad superior (trascendencia) del ser humano.

Hay que partir de un hecho de facto: cada vez nacen más seres humanos condenados, desde antes de nacer, a no poder acceder a la cultura y a formar en sí los requerimientos sociales necesarios para poder vivir con dignidad. La mejor forma de mantener esto es seguir dando una educación pobre a los pobres. Por esto, la posibilidad de cambio de las estructuras sociales depende de la capacidad de ofrecer una educación de calidad a los más pobres.

DIGNIDAD Y POSMODERNIDAD

Contra la posmodernidad hay que decir que la dignidad no es un discurso más. La indignidad de la vida entre nosotros es un hecho de facto. Por esto, la posmodernidad le ‘hará el juego’ al neoliberalismo si no es capaz de constituirse en alternativa de dignificación de la vida entre nosotros.

Pero, en sentido positivo el reconocimiento del otro y la afirmación de la diferencia que propone una manera de entender la posmodernidad, sobretodo, de quienes no han tenido voz, debe conllevar un cambio en la sensibilidad y compromiso con la dignificación de su vida.

Acudimos al final del milenio a una laxitud del concepto de dignidad. El autoconcepto de dignidad hace que algunos decidan ‘morir de pié antes que vivir arrodillados’ y a otros ‘vender hasta la propia mamá’.

Los indígenas guaraníes se quedaban a un solo hijo y mataban al resto para poder huir de los esclavistas con un niño cargado y poder salvarlo. Preferible muertos que esclavos, era la norma.

El contra ejemplo más claro son nuestros leguleyos y politiqueros capaces de defender cualquier causa, sin importar que sea justa o no, con tal de que no ponga en riesgo sus intereses personales. Capaces, como lo hacen, de apropiarse (robarse?) los recursos que atenderían las necesidades de los más necesitados.

Hoy la mayoría de los seres humanos se dan una buena cantidad de evasivas y excusas para evitar que la consciencia de su dignidad y su diferencia abismal respecto de su dignidad vital les cuestione el sentido de su existencia y les amargue el rato.

Finalmente hay que decir que basta tener un poco de dignidad para que los acomodados te cuadriculen entre los subversivos o los resentidos. Por esto es peligroso hablar de dignidad humana entre nosotros.

EDGAR A. RAMÍREZ
enero de 1999
Texto publicado en su primera versión en el periódico El Bartolino. Oct del 98.



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