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Carlos Fuentes: 
La actitud al mirar


Giotto y Piero


En Arezzo, las figuras miran fuera del cuadro, más allá de los límites formales de la obra, hacia un horizonte o una persona que nosotros no vemos. Muerto en 1492, el año mismo del encuentro americano, quizá Piero mira tan lejos como el Mundus Novus que bautizó otro italiano, Amerigo Vespucci. Es como si Piero nos dijese: voy a pintar una plaza de profunda perspectiva, fluyente como el tiempo en el que nacen, se desenvuelven y perecen los seres humanos y huidiza como el espacio irrestricto en el que se van cumpliendo, por acción humana, los designios de Dios.

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A partir de Giotto y Piero, el pintor puede decir: ciegos, miren, pinto para mirar, miro para pintar, miro lo que pinto, y lo que pinto, al ser pintado, me mira a mí y termina por mirarlos a ustedes que me miran al mirar mi pintura.

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Piero della Francesca: La flagelación de Cristo (Webmuseum)
 
Velázquez

las restricciones de su tiempo y espacio no sólo para burlarlas –asunto fácil— sino para crear al lado de la verdad ortodoxa otra realidad, ésta fundada en la libertad de la imaginación –-ardua materia--.

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Al enterarse de que sus aventuras han sido hechas públicas –-publicadas--, Quijote y Sancho se saben leídos y vistos por otros. Nos rodean los otros. Leemos. Somos leídos. Vemos. Somos vistos.

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Pues si Velázquez y la corte entera nos invitan a entrar en la pintura, lo cierto es que al mismo tiempo la pintura da un paso adelante para unirse a nosotros. Tal es la verdadera dinámica de esta obra maestra. Tenemos la libertad de ver la pintura y, por extensión, de ver el mundo, de maneras múltiples, no sólo una, dogmática, ortodoxa. Y somos conscientes de que la pintura y el pintor nos están mirando.

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Ortega y Gasset nos recuerda que, en su día, Velázquez no fue un pintor popular. Se le acusaba de presentar pinturas inacabadas. Quevedo llegó a acusarle de pintar “manchas distantes”. Hoy podemos apreciar, desde muy cerca, que el “realismo” velazqueño nace de una plétora de brochazos abstractos. Miradas de cerca, sus pinturas se descomponen en una espléndida abstracción pictórica, minuciosa, libre y, diría yo, autosuficiente.
 
Diego Velázquez: Las Meninas (Webmuseum)
 
Manet

El giro se completa. El icono miraba a la eternidad, frontalmente. Piero della Francesca mira a los lados, más allá de los límites formales de la pintura. Y Manet nos vuelve a mirar directamente, ya no desde la eternidad, sino desde la actualidad. Braque y Picasso, en fin, multiplicarán la mirada en todas las direcciones simultáneamente, tanto la mirada del sujeto del cuadro, como nuestra mirada dirigida a un sujeto que vemos simultáneamente en todas sus perspectivas.

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Edouard Manet: Le dejeuner sur l'herbe (Webmuseum)


"Líneas para Adami"

Se dedicó durante media hora a arañar la bata. Imaginó. O creyó. Que era un animal mitológico (de veras: anónimo) devastando un huerto de esmeraldas. Luego, vestido con su pijama de niño chiquito, de franela roja, pasó al baño y descubrió que en la pared había nacido un espejo. Alguien le había dicho que tenía el rostro de un cardenal pecaminoso. Pero él, a partir de esa asociación, no pudo ver ni las cejas pobladas ni la nariz aguileña ni los ojos brillantes, pequeños, ni la boca sin labios. Vio palabras que pasaban como humo por el espejo y detrás del espejo había un botiquín lleno de medicinas suyas y afeites de Camilla. Medicina viene de metus que es miedo. Medicínico, se tocó con las manos hipocondríacas el rostro cínico y Médicis y vio una película pasar por el vidrio. Pero esa imagen en movimiento no era distinta de la imagen fija (¿cuál sería primero?) de un dedo con una larga uña azul que en la pantalla tocaba sin tacto el sexo alfombrado de una mujer sentada a su lado en una sala medicinematográfica y que en la vida... no tenía más utilidad que rasguñar una bata. Derrotado, se sentó en el excusado y allí pasó horas, esperando la catástrofe. La ofrenda.
    Primero, todo explotó. Era un huevo en el centro de un cuadro y él, tiernamente, esperaba una floración, una gestación límpida y gozosa, una apertura en cámara lenta, como en los documentales científicos.

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Nada más sencillo que pintar una obra maestra: sabemos lo que es una obra maestra. Nada más difícil que abrirse al fracaso, porque para hacerlo hay que renunciar a todos los prestigios y asumir todos los riesgos. Cuando verdaderamente se posee una tradición, no hay más remedio que partir, cada vez, desde cero. (Ventajas del subdesarrollo cultural en Bananaland; nos damos el lujo de emular los modelos de culturas que, equivocadamente, sentimos ajenas o en las que nos consideramos a la cola; la justificación nos ahorra por lo menos la mitad del trabajo.) Entonces el arte es como la libertad. No hay libertad conocida, sólo hay libertad por descubrir. No hay realidad establecida, sólo hay realidad por inventar.

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"La violenta identidad de José Luis Cuevas"


La novia muerta del Kwaidan [personaje japonés del cuento de Lefcadio Hearn con que iniciaba Fuentes su ensayo] camina, en Chichen-Itzá, por las plazas metafísicas de Giorgio de Chirico, se reclina un instante en la pose de una escultura de Henry Moore, se detiene, desmembrada como un juguete de Paul Klee, ante el fondo abstracto que la rebaja y la exalta. Nada asegura --todo lo contrario-- que el universo de las formas sea transmisible ni exclusiva ni principalmente gracias al dato nacional. Moore vio en Yucatán lo que ningún escultor mexicano, por el solo hecho de serlo, pudo jamás ver. Y Yucatán vio a de Chirico antes de que ningún pintor mexicano, por el solo hecho de serlo, pudiese haberlo visto.



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La cueva de Chauvet

John Berger


Sitio The cave of Chauvet
 
 

Dibujos de John Berger, elaborados durante su visita a la cueva de Chauvet (de Babelia, El País)


 

 

 

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