Max Horkheimer
La función social de la filosofía
junio-agosto 1998
Fragmentos del ensayo "La función social de la filosofía" (1940), incluido en Teoría crítica, de Max Horkheimer, Buenos Aires, Amorrortu, 1974.
El carácter refractario de la filosofía respecto de la realidad deriva de sus principios inmanentes. La filosofía insiste en que las acciones y fines del hombre no deben ser producto de una ciega necesidad. Ni los conceptos científicos ni la forma de la vida social, ni el modo de pensar dominante ni las costumbres prevalecientes deben ser adoptados como hábito y practicados sin crítica. El impulso de la filosofía se dirige contra la mera tradición y la resignación en las cuestiones decisivas de la existencia; ella ha emprendido la ingrata tarea de proyectar la luz de la conciencia aun sobre aquellas relaciones y modos de reacción humanos tan arraigados que parecen naturales, invariables y eternos [...].
El racionalismo individual puede ir acompañado de un completo irracionalismo general. Los actos de individuos que, en la vida diaria, pasan con toda justicia por razonables y útiles, pueden resultar perjudiciales y hasta destructivos para la sociedad. Por eso, en períodos como el actual, es preciso recordar que la mejor voluntad para realizar algo útil puede tener como consecuencia lo contrario; simplemente porque esa voluntad puede ser ciega respecto de lo que rebasa los límites de su especialidad o de su profesión, porque ella se concentra en lo más cercano y desconoce la verdadera esencia de aquello que sólo puede ser esclarecido en una conexión más amplia [...].
Cuando se dijo que la tensión entre filosofía y realidad es fundamental, no comparable a la dificultades ocasionales que debe afrontar la ciencia en la vida de la sociedad, ello se refería a la tendencia, inherente a la filosofía, a no dejar que el pensamiento se interrumpa en ninguna parte y a someter a un control especial todos aquellos factores de la vida que, por lo común, son tenidos por fuerzas fijas, incontrastables, o por leyes eternas. Precisamente con esto tuvo que ver el proceso contra Sócrates. A la exigencia de someterse a las costumbres sancionadas por los dioses y de adaptarse incondicionalmente a un modo de vida heredado por tradición, opuso él que el hombre debe analizar sus acciones y configurar él mismo su destino. Su Dios habitaba en él, o sea en su razón y en su voluntad. Hoy la filosofía ya no discute acerca de dioses, pero la situación del mundo no es menos crítica. La aceptaríamos si estuviéramos dispuestos a afirmar que razón y realidad están reconciliadas, y asegurada la autonomía del hombre en la sociedad actual. La filosofía se ve imposibilitada para ello; no ha perdido nada de su relevancia originaria [...].
Las definiciones de muchos autores modernos, de las que hemos citado alguna, no alcanzan a desentrañar aquello que es característico de la filosofía en cuanto la diferencia de todas las ciencias particulares. De ahí que no pocos filósofos miren con envidia a sus colegas de otras facultades, quienes se encuentran en una situación mucho mejor, pues tienen un campo de trabajo delimitado de manera precisa y cuya utilidad social es indiscutible. Estos autores se esfuerzan por "vender" la filosofía como una clase especial de ciencia o, al menos, por demostrar que ella es muy útil a las ciencias especiales. En esta forma, la filosofía ya no es la crítica sino la servidora de la ciencia y de la sociedad en general. Semejante punto de vista adhiere a la tesis de que sería imposible un pensar que trascendiera las formas dominantes de la actividad científica y, con ello, el horizonte de la sociedad actual. El pensar debería, antes bien, aceptar modestamente las tareas que le plantean las necesidades, siempre renovadas, de la administración y de la industria, y cumplir esas tareas de la manera generalmente admitida. Si esas tareas, por su forma y contenido, son útiles a la humanidad en el momento histórico actual, o si la organización social que las engendra es adecuada para el hombre, he ahí preguntas que, a los ojos de estos filósofos, no son científicas ni filosóficas, sino materia de decisión personal, de valoración subjetiva; están subordinadas al gusto y al temperamento del individuo. La única posición filosófica que se puede reconocer en esa actitud es la concepción negativa de que no hay una verdadera filosofía, de que el pensamiento sistemático, en los momentos decisivos de la vida, debe retirarse a un segundo plano; en una palabra: el escepticismo y nihilismo filosóficos [...].
La verdadera función social de la filosofía reside en la crítica de lo establecido. Eso no implica la actitud superficial de objetar sistemáticamente ideas o situaciones aisladas, que haría del filósofo un cómico personaje. Tampoco significa que el filósofo se queje de este o aquel hecho tomado aisladamente, y recomiende un remedio. La meta principal de esa crítica es impedir que los hombres se abandonen a aquellas ideas y formas de conducta que la sociedad en su organización actual les dicta. Los hombres deben aprender a discernir la relación entre sus acciones individuales y aquello que se logra con ellas, entre sus existencias particulares y la vida general de la sociedad, entre sus proyectos diarios y las grandes ideas reconocidas por ellos. La filosofía descubre la contradicción en la que están envueltos los hombres en cuanto, en su vida cotidiana, están obligados a aferrarse a ideas y conceptos aislados. Un ejemplo quizá muestre lo que quiero decir. La meta de la filosofía occidental, en su primera formulación acabada, la platónica, era negar la parcialidad y superarla en un sistema conceptual más amplio, más flexible, más adecuado a la realidad. En el transcurso de muchos diálogos, el maestro demuestra cómo su interlocutor se ve envuelto inevitablemente en contradicciones cuando se aferra unilateralmente a su posición. El maestro prueba que es necesario pasar de una idea a otra, porque cada una sólo puede alcanzar su significación propia dentro de la totalidad del sistema de las ideas. Véase, por ejemplo, la discusión acerca del coraje en el Laques, de Platón.