crítica radical de la cultura
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LIBROS

Max Horkheimer

La función social de la filosofía

(conclusión)

 

junio-agosto 1998

LIBROS

Cuando el interlocutor insiste en su definición de que el coraje significa no huir del campo de batalla, se le hace presente que en ciertas situaciones, tal comportamiento no sería una virtud sino mera temeridad: por ejemplo, cuando todo el ejército retrocede y un solo individuo intenta ganar la batalla [...]. Aquí sería oportuno recordar una comparación que se hace en el Gorgias. Los oficios de panadero, cocinero o sastre son, en sí mismos, muy útiles, pero pueden resultar perjudiciales para el individuo y para la humanidad si dejan de lado consideraciones relativas a la salubridad. Los puertos, los astilleros, la construcción de fortificaciones y los impuestos son, en el mismo sentido, ventajosos; pero si en ellos no se tiene en cuenta el bien de la comunidad, estos factores de seguridad y prosperidad se transforman en instrumentos de la destrucción [...]. Cuando Platón pretende que el Estado sea regido por los filósofos, no quiere decir con ello que los gobernantes deban ser elegidos entre los autores de manuales de lógica. El espíritu de especialización persigue, en el mundo de los negocios, sólo la ganancia; en el terreno militar, sólo el poder, y, en la ciencia, nada más que el éxito de una disciplina determinada. Si este espíritu no es controlado, provoca un estado anárquico en la sociedad. Platón equipara a la filosofía con el esfuerzo por unir y concentrar las distintas posibilidades y modos del conocimiento, de tal manera que aquellos elementos parcialmente destructivos se conviertan en productivos en el verdadero sentido. A esto apuntaba su pretensión de que los filósofos debían gobernar. Por eso tenía poca confianza en las convicciones populares, que siempre se aferran a una única idea, por buena que esta idea pueda ser en un momento determinado. La razón vive dentro del sistema de las ideas; se va extendiendo de una a otra y puede así entender y aplicar cada idea en su significado verdadero, es decir, en el que ella posee dentro de la totalidad del conocimiento.

Los grandes filósofos aplicaron esta concepción dialéctica a los problemas concretos de la vida; su pensamiento apuntó siempre a la organización racional de la sociedad humana. [...]

La filosofía es el intento metódico y perseverante de introducir la razón en el mundo; eso hace que su posición sea precaria y cuestionada. La filosofía es incómoda, obstinada y, además, carece de utilidad inmediata; es, pues, una verdadera fuente de contrariedades. Le faltan criterios unívocos y pruebas concluyentes. También la investigación de hechos es ardua, pero allí al menos se sabe de qué se trata. Por lo general, los hombres se resisten a enfrentar los conflictos de su vida privada y pública. Con nuestra actual división del trabajo, tales problemas son remitidos a los filósofos o a los teólogos. O, de lo contrario, el hombre se consuela con el pensamiento de que esos desequilibrios son pasajeros y, en el fondo, todo anda bien. Sin embargo, el último siglo de la historia de Europa muestra, de modo terminante, que los hombres, por más que se sientan seguros, son incapaces de encuadrar sus vidas dentro de sus ideas de humanidad. Un abismo separa los principios según los cuales se juzgan a sí mismos y juzgan al mundo, de la realidad social que ellos reproducen por medio de sus acciones. Por eso todos sus juicios e ideas son equívocos y falsos. En este momento están viendo cómo se precipitan en la desgracia o de qué modo ya están inmersos en ella. En muchos países se hallan tan paralizados por la barbarie que los acecha, que casi ya no pueden reaccionar y ponerse a salvo. Son corderos ante el lobo hambriento. Quizás haya épocas en que sea posible arreglárselas sin teorías: en la nuestra, esa carencia empequeñece al hombre y lo deja inerme frente a la violencia. El hecho de que la teoría pueda perderse en un idealismo hueco y sin vida, o caer en una retórica fatigante y vacía, no significa que esas sean sus formas verdaderas. (Por lo que respecta al aburrimiento y su superficialidad, la filosofía los encuentra más a menudo en la llamada investigación empírica.) En todo caso, hoy la dinámica histórica total ha puesto la filosofía en el centro de la realidad social, y la realidad social en el centro de la filosofía [...].

La filosofía moderna comparte con la antigua su confianza en las posibilidades de la humanidad, su optimismo respecto de las conquistas potenciales del hombre. La afirmación de que la humanidad es, por naturaleza, incapaz de una vida buena o de alcanzar la mejor organización posible ha sido refutada por los más grandes pensadores. Recordemos las famosas observaciones de Kant acerca de la utopía platónica: "La República platónica ha pasado a ser proverbial como ejemplo, supuestamente extravagante, de quimérica perfección, que sólo puede tener cabida en el cerebro de un pensador ocioso; y Brucker encuentra ridículo que el filósofo afirmara que un príncipe nunca gobernaría bien si no participara de las ideas. Mejor sería seguir paso a paso este pensamiento y (allí donde aquel hombre admirable nos deja sin ayuda) sacarlo a luz con un nuevo esfuerzo, antes que desecharlo por inútil con el muy miserable y perjudicial pretexto de su impracticabilidad (...) Pues nada hay más dañino ni más indigno de un filósofo que la grosera invocación de una experiencia presuntamente invalidante que, sin embargo, no existiría si aquellas instituciones hubieran sido realizadas en el momento oportuno de acuerdo con las Ideas, y si, en lugar de ello, torpes conceptos no hubieran frustrado cada buen propósito, precisamente porque fueron concebidos a partir de la experiencia". *

Desde Platón, la filosofía jamás abandonó el idealismo verdadero, a saber, que es posible instaurar la razón entre los hombres y las naciones. Sólo se ha deshecho del falso idealismo, según el cual es suficiente mantener en alto el paradigma de la perfección sin detenerse a considerar cómo es posible alcanzarla. En la Época Moderna, la fidelidad a las ideas supremas frente a un mundo que les es contrario está asociada con el deseo lúcido de discernir las condiciones bajo las cuales esas ideas pueden ser realizadas en esta tierra [...].

 

* Kant, Crítica de la razón pura, secciones A y B.

 

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