Rubén Bonifaz Nuño

  • Para los que llegan a las fiestas
  • Centímetro a centímetro
  • Amiga a la que amo
  • Aunque bien sé que no me extrañas
  • Qué fácil sería para esta mosca With audio

  • Para los que llegan a las fiestas

    Para los que llegan a las fiestas
    ávidos de tiernas compañías,
    y encuentran parejas impenetrables
    y hermosas muchachas solas que dan miedo
    —pues uno no sabe bailar, y es triste—;
    los que se arrinconan con un vaso
    de aguardiente oscuro y melancólico,
    y odian hasta el fondo su miseria,
    la envidia que sienten, los deseos;

    para los que saben con amargura
    que de la mujer que quieren les queda
    nada más que un clavo fijo en la espalda
    y algo tenue y acre, como el aroma
    que guarda el revés de un guante olvidado;

    para los que fueron invitados
    una vez; aquéllos que se pusieron
    el menos gastado de sus dos trajes
    y fueron puntuales; y en una puerta
    ya mucho después de entrados todos
    supieron que no se cumpliría
    la cita, y volvieron despreciándose;

    para los que miran desde afuera,
    de noche, las casas iluminadas,
    y a veces quisieran estar adentro:
    compartir con alguien mesa y cobijas
    vivir con hijos dichosos;
    y luego comprenden que es necesario
    hacer otras cosas, y que vale
    mucho más sufrir que ser vencido;

    para los que quieren mover el mundo
    con su corazón solitario,
    los que por las calles se fatigan
    caminando, claros de pensamientos;
    para los que pisan sus fracasos y siguen;
    para los que sufren a conciencia,
    porque no serán consolados
    los que no tendrán, los que no pueden escucharme;
    para los que están armados, escribo.


    Centímetro a centímetro

    Centímetro a centímetro
    —piel, cabello, ternura, olor, palabras—
    mi amor te va tocando.

    Voy descubriendo a diario, convenciéndome
    de que estás junto a mí; de que es posible
    y cierto; que no eres,
    ya, la felicidad imaginada,
    sino la dicha permanente,
    hallada, concretísima; el abierto
    aire total en que me pierdo y gano.

    Y después, qué delicia
    la de ponerme lejos nuevamente.
    Mirarte como antes
    y llamarte de "usted", para que sientas
    que no es verdad que te haya conseguido;
    que sigues siendo tú, la inalcanzada;
    que hay muchas cosas tuyas
    que no puedo tener.

    Qué delicia delgada, incomprensible,
    la de verte de lejos,
    y soportar los golpes de alegría
    que de mi corazón ascienden
    al acercarme a ti por vez primera;
    siempre por vez primera, a cada instante.
    Y al mismo tiempo, así, juego a perderte
    y a descubrirte, y sé que te descubro
    siempre mejor de como te he perdido.

    Es como si dijeras:
    "cuenta hasta diez, y búscame", y a oscuras
    yo empezara a buscarte, y torpemente
    te preguntara: "¿estás allí?", y salieras
    riendo del escondite,
    tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
    en una luz distinta, en un aroma
    nuevo, con un vestido diferente.



    Karin Rosenthal

    Amiga a la que amo

    Amiga a la que amo: no envejezcas.
    Que se detenga el tiempo sin tocarte;
    que no te quite el manto
    de la perfecta juventud. Inmóvil
    junto a tu cuerpo de muchacha dulce
    quede, al hallarte, el tiempo.

    Si tu hermosura ha sido
    la llave del amor, si tu hermosura
    con el amor me ha dado
    la certidumbre de la dicha,
    la compañía sin dolor, el vuelo,
    guárdate hermosa, joven siempre.

    No quiero ni pensar lo que tendría
    de soledad mi corazón necesitado,
    si la vejez dañina, perjuiciosa
    cargara en ti la mano,
    y mordiera tu piel, desvencijara
    tus dientes, y la música
    que mueves, al movere, deshiciera.

    Guárdame siempre en la delicia
    de tus dientes parejos, de tus ojos,
    de tus olores buenos,
    de tus brazos que me enseñas
    cuando a solas conmigo te has quedado
    desnuda toda, en sombras,
    sin más luz que la tuya,
    porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
    más tierna tú que las pequeñas flores
    con que te adorno a veces.

    Guárdame en la alegría de mirarte
    ir y venir en ritmo, caminando
    y, al caminar meciéndote
    como si regresaras de la llave del agua
    llevando un cántaro en el hombro.

    Y cuando me haga viejo,
    y engorde y quede calvo, no te apiades
    de mis ojos hinchados, de mis dientes
    postizos, de las canas que me salgan
    por la nariz. Aléjame,
    no te apiades, destiérrame, te pido;
    hermosa entonces, joven como ahora,
    no me ames: recuérdame
    tal como fui al cantarte, cuando era
    yo tu voz y tu escudo,
    y estabas sola, y te sirvió mi mano.



    Aunque bien sé que no me extrañas

    Aunque bien sé que no me extrañas,
    aunque tengo la razón, me acuerdo:
    el cáncer terminó; te ausentas
    por todo lo mal que supe amarte.

    Ya fui desventurado cuando
    estuviste aquí, y en el momento
    donde te vas, me desventuro.
    La sola ventaja de estar ciego
    es acaso no poder mirarte.

    Ya morir sin arrepentimiento
    es mi esperanza, y te lo digo
    porque al fin te conozco;
    que si he pedido muchas cosas,
    pude pagar con sobreprecio
    las pocas que me fueron dadas.

    Mientras más mal te portas, mucho
    más te voy queriendo, y porque espero
    menos, me injurio y te acrecientas.
    Así tuvo que ser: de tanto
    que te procuré, me aborreciste;
    tan sólo pesares te he dejado.

    Raspaduras de celos, dudas
    que no opacaron la certeza
    de cuanto en ti me desolaba.

    Tú, como si nada, te diviertes;
    pero entristécete:
    si todos sabrán que estoy quemado,
    ninguno sabrá que por tus llamas.

    Vete como de veras; pierde
    el número atroz de este teléfono,
    la dirección que no aprendiste,
    aquel corazón tan despistado.

    Igual sigue siendo todo; nadie
    hay como tú, por mi fortuna;
    pero a nadie como tú he llegado.

    En el agua escrito y en el viento
    quedó el amor perpetuo. Sombras.
    Y me quemo, y de mejor violencia
    —ay, mamá— te alumbro al apagarme.

    Ya te conozco, ya obligado
    soy a bien quererte y despreciarme.
    Pero no, porque me da vergüenza;
    pero sí, porque me estoy muriendo
    sin voluntad ni penitencia.

    Y por todo: porque no quisiste
    permanecer, porque me olvidas,
    porque me voy tristeando, gracias
    te doy. Y por andar de noche.



     

    Qué fácil sería para esta mosca

    Qué fácil sería para esta mosca,
    con cinco centímetros de vuelo
    razonable, hallar la salida.

    Pude percibirla hace tiempo,
    cuando me distrajo el zumbido
    de su vuelo torpe.
    Desde aquel momento la miro,
    y no hace otra cosa que achatarse
    los ojos, con todo su peso,
    contra el vidrio duro que no comprende.
    En vano le abrí la ventana
    y traté de guiarla con la mano;
    no lo sabe, sigue combatiendo
    contra el aire inmóvil, intraspasable.

    Casi con placer, he sentido
    que me voy muriendo; que mis asuntos
    no marchan muy bien, pero marchan;
    y que al fin y al cabo han de olvidarse.

    Pero luego quise salir de todo,
    salirme de todo, ver, conocerme,
    y nada he podido; y he puesto
    la frente en el vidrio de mi ventana.