Editorial
de Biológica nº18 marzo 1998
El
ocaso del lince ibérico Durante los últimos meses, los que
trabajamos en la prensa especializada de naturaleza estamos siendo bombardeados,
casi continuamente, con desalentadoras noticias sobre el lince ibérico:
un ejemplar muerto por causas no naturales-es decir, humanas- en algún
lugar del sur peninsular, casi siempre en Doñana o su entorno; una
población local que hasta hace quince o veinte años era estable,
y que ahora se da prácticamente por extinguida; estimaciones cada
vez más pesimistas sobre la tendencia de su población...
Sin ir más lejos, durante la edición del presente número
hemos recibido dos trágicas informaciones, procedentes las dos de
Doñana. Una de ellas se refiere a la imposición de una multa
de 26 millones pesetas a la empresa propietaria de un coto de caza en donde
se dio muerte a un lince hace ahora tres años y medio. La otra confirma
el hallazgo , el pasado 13 de febrero, y también en el entorno de
Doñana, de otros dos cadáveres de jóvenes linces -bautizados
por los biólogos de Doñana como Elsa y Javitxu-, pertenecientes
a las últimas camadas del 97. Es posible que, si sólo se
hubiera publicado la primera, la multa de 26 millones hubiese resultado
desproporcionada para muchos; pero su imposición sólo puede
entenderse en el contexto de la dramática situación que vive
desde hace unos años el lince ibérico, situación a
la que se viene a sumar, como gota que colma el vaso, la muerte de Elsa
y Javitxu.
Por supuesto que imponer multas no
es la solución, pero se trata de una de las muchas medidas de choque
que hay que aplicar para detener la sangría de nuestra población
de linces. Y es que los datos son espeluznantes. De los 45 ejemplares jóvenes
o subadultos marcados por los biólogos de la Estación Biológica
de Doñana desde 1983, año en que comenzó a aplicarse
el radioseguimiento al estudio de sus poblaciones, se ha tenido constancia
cierta de la muerte de 29 de ellos, es decir, un 65%: 10 por caza furtiva,
5 por atropello, 9 que desaparecieron en extrañas circunstancias
-por lo que se presupone que algunos también podrían haber
sido cazados ilegalmente y hechos desaparecer para no dejar pistas-y 5
por causas desconocidas. Y esto es sólo de lo que se tiene
constancia. Qué habrá pasado con los ejemplares no marcados,
de los que es prácticamente imposible conocer su destino?
En cualquier caso, y por grave que
pueda parecer, la caza furtiva no es la principal amenaza que pesa sobre
el lince ibérico, por mucho que en Doñana sea realmente preocupante.
La drástica reducción del conejo, una presa sobre la que
gira la supervivencia de este especializado predador ; y la constante fragmentación
del hábitat están haciendo que ya sólo queden minipoblaciones
aisladas y prácticamente inviables. Alguien ha dicho que el proceso
que está conduciendo al lince a la extinción sigue el patrón
clásico que se estudia en los tratados de Biología de la
Conservación: las poblaciones se fragmentan y se reducen, hasta
que finalmente se hacen tan pequeñas que terminan por extinguirse.
Esto es lo que ha pasado también, por ejemplo, con los osos del
Pirineo.
Nadie sabe cuántos linces
quedan ahora, pero lo que sí está claro es que el futuro
de la especie -que, como endémica que es, resulta única en
el mundo- se juega en las poblaciones que habitan ciertos sectores de los
Montes de Toledo y, especialmente, de Sierra Morena, en fincas normalmente
privadas dedicadas al aprovechamiento cinegético. Por eso, la colaboración
de los cazadores es trascendental si queremos salvar al felino más
amenazado del mundo. Bastantes problemas tiene ya el lince como para que
podamos permitir que sigan cayendo ejemplares a manos de cazadores o por
culpa de ellos en cepos o lazos, o incluso que sean golpeados brutalmente
con saña, como ha debido de ocurrir en algunos de los casos constatados
en Doñana.
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