1 de julio de 2000 - Por Josep María Nadal
  29 de abril de 2006 - Por Rafa Montoliu
N 42º 34,190'		-		E 1º 55,927'
Entramos  en  Francia  por  Puigcerda/Burg  Madama  hasta  Mont Lluis, 
cogiendo la carretera  hasta el centro  de acogida del  Parque Natural
Lago de Les Bulloses. Dejamos  el coche en un parking  disuasorio (por 
oeufs), subiendo  a un pequeño  autocar  muy familiar que  invita a la
juerga, por  un pago de 20 francos  (500 ptas), aunque  a nosotros nos
salio a mitad de precio por ser un grupo numeroso (12 personas).
Una vez  hecho  un breve  desayuno, al pie del  camino, al  lado de la 
presa del gran lado de Les Bulloses (2.107 m.), iniciamos el recorrido 
con suave  pendiente  por unos  bosques de  abetos,  gruesas  raices y 
piedras incluidas en el  camino, adornado con arbustos de flores rosas 
y rojas llamadas  Rododendros.  Llegamos pues  al paraiso,  el Nirvana 
imaginario. Lagos (18 en la zona) y mas lagos y es Catalunya; bien, la 
Cerdanya  francesa,  pero  da  lo mismo.  Increible,  mientras  íbamos 
andando parecía  que estábamos  en un paisaje  alpino, lo  situaría en 
Finlandia, Canada  o como es llamada, la Suiza francesa.  Entonces, en 
esta media altura, se vislumbra elegante Y magestuoso, el mazizo de El 
Carlit, presidiendo el espectáculo.
Rodeando  lagos como  el Viver,  Negre,  Comassa y  Llat  (2.150 m.) y 
atravesando el  llamado desierto de El Carlit,  llegamos a un puente - 
pasarela  de madera  donde se  impone un receso  para disfrutar  de la  
fresca agua que  brota y pasea por  doquier. Bien, sin  ninguna excusa 
para entretenernos,  se impone la  ascensión pelada,  pura y dura.  Si 
bien es un camino evidente, también es evidente el brutal desnivel que 
debemos alcanzar  y el cresteo que  debemos dibujar.  De esta  forma y 
gozando  del  paraiso,  de  alli  abajo  ganamos  el  collado  Colomes 
(2.640 m.),  pasando pedregales,  pisando  nieve, pasos  de rocas como 
agujas y, trepando, alcanzamos la cima de El Carlit, el mas alto de la 
Cerdanya. Rodeados de toda clase de montañas, con grandes vistas a los 
lagos de Les Bulloses y en la otra vertiente el gran lago de Lanos.
Si, hemos  tocado el cielo  y así lo anotamos  todos orgullosos  en un 
libro de autógrafos con nuestros  garabatos de aire y sudor. Un par de 
mordiscos  energéticos  con  fotos   acreditativas  completan  nuestra 
estancia. después  del alegre descenso se impone  un buen baño de pies 
en la corriente transparente o la opción de una siesta al sol. También 
se  aconseja  un  remate   turístico  de  visita   al  cercano  pueblo 
amurallado  de Mont  Lluis en el  cual, unas  cervecitas  (bieres) nos 
compensarán el esfuerzo realizado, os lo aseguro.
Nota.   El recorrido  a pie se puede  hacer en 3:15 horas  de subida y 
unas 2:15 de bajada tranquila, totalmente ACONSEJABLE Y ALUCINABLE.
Josep María Nadal
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Tres horas de coche nos dejaron  más allá de Puigcerdá. Por carreteras 
francesas muy tortuosas (mucho peores que las nuestras, ese país ya no 
es el que era) nos  plantamos en los pies  de la presa del lago de las 
Bullosas. No se puede avanzar más allá en coche, un letrero indica que 
el aparcamiento a partir de esa zona, está reservado para los clientes 
del hotel Bon Home. 
9:15 a.m. El G.P.S. marca 2.020 metros de altitud y la cima del Carlit 
se encuentra a 2.921 m. Novecientos metros de desnivel nos predicen un 
magnífico día de esfuerzo. Josep María y yo ya nos hemos preparado, la 
temperatura en  Puigcerdá rondaba los 2º y aquí  hace mucho más frío y 
viento.  Chaquetón, polar,  guantes,  paraneus... los crampones  en la 
mochila. Unas escaleras que  bordean la presa nos hacen ascender hasta 
las proximidades  del Hotel. Unas pequeñas  marcas amarillas, pintadas 
horizontalmente en las piedras nos muestran un estrecho sendero que se 
adentra en la espesura.  Torrentes y riachuelos  nos acompañan durante 
un buen trecho  mientras sorteamos  masas boscosas  constantemente. Al 
poco, antes de llegar a los estanques, nos saludan las primeras clapas 
de nieve. 
El esfuerzo de  la caminata hace  que nos olvidemos del  frío, nuestra 
temperatura empieza  a elevarse mientras aparecen  los primeros estan-
ques completamente helados. Pistas de patinaje artístico decoradas, de 
vez en cuando, con  islitas blancas pobladas de pinos de alta montaña. 
El paisaje  se ha ido transformando  paulatinamente.  Hemos abandonado 
los bosquecillos para adentrarnos en lo que denominan "desierto de los 
lagos del Carlit", extensos praderíos sin un solo árbol, completamente 
marrones por efecto de  las pasadas nieves que han abrasado la hierba, 
salpicados aquí y allá por una multitud de estanques que lo embellecen 
todo. Unos  minutos después  la postal vuelve  a cambiar.  La nieve se 
hace mucho más presente, más  densa, transformando todo el decorado en 
un paisaje polar. Para nuestro  desespero las marcas amarillas desapa-
recen sepultadas bajo ella. Para más incertidumbre un gigantesco hongo 
de nubes se ha   posado en la lejana cima del  Carlit, no distinguimos 
nuestra meta. 
11 a.m. Nos detenemos a almorzar  en el estanque de Trebens. Nos hemos 
desviado  demasiado  hacia  el norte.  El  intenso  frío nos  pasma al 
sacarnos los guantes,  empiezo a tiritar...  ¿habéis probado comer con 
guantes de alta montaña? A lo lejos distinguimos el letrero que señala 
el puente de madera  que atraviesa el pequeño  riachuelo que une todos 
estos lagos.  Ese letrero indica el camino a seguir. 
El hongo continúa posado en la cima. Los últimos restos de camino, aun 
no sepultados, nos  conducen hacia el oeste. Loma  tras loma nos vamos 
acercando a nuestra meta  mientras nuestras extremidades, provistas ya 
de crampones,  se hunden de  vez en cuando  hasta las  rodillas en una 
nieve que se transforma en  fofa nata por la acción del sol. El viento 
arrecia y la sensación de frío  aumenta considerablemente. ¿A que tem-
peratura debemos estar? Hemos vuelto  a perder la ruta, las pisadas de 
otros montañeros nos conducen por encima de un manto blanco y a través 
de un lago helado hasta plantarnos delante de una bonita pared repleta 
de nieve. Es el  primer desnivel  de importancia.  A lo lejos, una vez 
superada esa incidencia,  aparece un pequeño circo rodeado de inmensas 
cimas, situado en la base de nuestra meta... que sigue aun cubierta de 
nubes. Un grupo de cinco montañeros  nos persigue. Van acompañados por 
un par de perros. 
Las marcas  de las pisadas  que seguimos nos  adentran en  el circo de 
nieve. Una enorme pala de más de trescientos metros de altitud, parece 
conducir al un  cielo helado que  se adivina a  través de las cerradas 
nubes. Parece el itinerario de  la cima. Nuestros perseguidores dudan. 
La ruta "normal" de  esta ascensión indica que  nos hemos de desviar a 
nuestra izquierda para adentrarnos en una cresta que asciende directa-
mente al  cielo. Toman  esa dirección  mientras  nosotros  dudamos. Al 
final les seguimos. 
Hemos de quitarnos los crampones.  Las puntiagudas y descarnadas rocas
de la cresta, azotadas intensamente  por el viento, podrían destrozar-
los... A los pocos minutos  nos encontramos en  la base de una pequeña
pero vertical pala de nieve.  Nos las vemos y deseamos para ascenderla
sin crampones. Los otros  montañeros se adivinan  al final de ella. Al
llegar arriba, a lo más expuesto  de la cresta, un viento hiriente nos
golpea sin compasión. Miles de velocísimas motas de hielo se clavan en
nuestra  cara, es  imposible  abrir  los ojos.  Nos hemos  de poner de
espaldas para no caer y poder aguantar el dolor. 
Los últimos  ciento cincuenta  metros de la enorme  pala, que no hemos
ascendido desde  el circo, nos esperan delante  nuestro, nos empieza a
atenazar el miedo.  Los otros montañeros están de  cónclave. Parlotean 
tratando de tomar una decisión.  Dos de ellos ya han decidido ascender 
el vertical, aéreo y acojonante tramo  final, mientras los otros tres, 
junto con los perros,  deciden bajar por la pala  y tomar el camino de
regreso. Las  condiciones no les han parecido  apropiadas. Se les unen
seis más que se encontraban en  medio de la pala. No sabemos si ya han
ascendido a la cima o han probado de subir y han cambiado de opinión a
medio camino. Uno de ellos  resbala y baja unos  metros. Me imagino el
susto que debe haberse llevado.
El viento sigue azotándonos  mientras dudamos. Qué hacemos ¿nos volve-
mos o flanqueamos  desde la cresta  en dirección a la  pala para tomar
una decisión allí? A uno de esos montañeros que han decidido seguir se
le cae la mochila. Debe  haberla dejado en el  suelo y el viento habrá
hecho el resto.  Multitud de objetos se desprenden  de ella y compiten
por llegar  primero al lejano circo.  Yo he de guardar  la capucha del
chaquetón, cada  vez que intento ponérmela  me la arranca  el viento y
corro el riesgo de perderla.
Ya en medio de la pala miramos  hacia arriba… para después, más acojo-
nados si  cabe, mirar hacia abajo.  La misma distancia  para subir que
para bajar. ¡Dios mío, que  coño hacemos aquí, con lo bien que se debe
de estar en casa!
Los goterones  de mocos que  cuelgan de nuestra  nariz se pegan  en el
labio superior al mirar hacia  arriba. Esa será la constante del resto
del recorrido ya que hemos tomado la decisión de seguir hacia la cima.
Habíamos hablado del sentido común y decidimos que no conocíamos a ese
señor.
Un pie, después  otro. Lo crampones,  a base de patadas,  van formando
escalones mientras, con la mano  derecha, clavamos en vertical el palo 
del piolet lo más profundamente posible para asegurarnos. La izquierda
de vez en cuando, también  ayuda clavando los dedos en el a veces duro
hielo.  Ascendemos en  paralelo a los  escalones formados  por los dos
montañeros que nos preceden ya que no podemos aprovecharlos, se hunden
bajo nuestro peso. Seis, siete, ocho… paramos para descansar. La pared
es muy vertical y necesitamos recuperar el resuello mientras relajamos
las pantorrillas,  doloridas de tanta patada.  La sensación de peligro
>es enorme. Los  montañeros que han decidido  abandonar la ascensión se
han amontonado en  una formación rocosa cercana al  lejano circo y nos
observan con curiosidad.  Somos cuatro motas perdidas en la inmensidad
de la montaña que pugnan por  ascender a la cima. Los otros dos ya han
abandonado la nieve. La parte superior de la pala está descarnada y es
un poco más fácil ascender por la tartera de piedra. Un par de minutos
después llegamos  nosotros.  Todo un placer  quitarnos los  crampones,
todo un placer dejar de dar patadas. Ya no nos importa tanto la fuerza
del viento, sabemos que la cima está cerca. 
Nos  encontramos en  la parte superior  de la pala, cerca  del pequeño
collado  que separa  las montañas.  Vuelven los  dos que iban  delante
nuestro. Adivinamos que  queda poco, no han tardado prácticamente nada
en regresar. Les preguntamos  por el viento, sigue azotando en la cima
pero con menor intensidad.
Jirones de nubes pasan a toda velocidad a nuestro alrededor. Cuando se
abren claros distinguimos una  helada cresta acompañada por su derecha
de un  precipicio  que se adivina  de impresión,  pero que ha  quedado
mitigado por la niebla que  nos rodea. Todas las piedras están decora-
das con multitud de goterones de hielo colgante. Pequeñas estalactitas
que quedaran  en nada cuando  las nubes dejen  ver el sol.  En un tris
estamos en la cima... Son las 14:40 h., hemos tardado casi cinco horas
y media en llegar. Hace horas  que la cámara digital ha dejado de fun-
cionar. Las bajas temperaturas han agotado el juego de cuatro pilas de
repuesto. No tendremos  recuerdos de esta cima  pero poco nos importa.
El estrés es tan  alto que no tardamos ni  cinco minutos en iniciar el
camino de descenso.
Nuevamente la cresta...  el collado... nuevamente  la terrorífica pala
vertical. Si antes parecía conducir al cielo, ahora parece conducir al
infierno.
No voy a cansaros más. El descenso fue menos duro de lo que pensábamos
y la pala mucho más fácil y rápida. Una serena tranquilidad nos acogió
con fuerza a partir del circo.  La zona de peligro había pasado. Josep
María y yo iniciamos un cómplice compadreo por el objetivo conseguido.
Risas y recuerdos  de viejas batallas  acompañaron la mayor  parte del
itinerario de regreso… hasta que nos volvimos a perder por culpa de la
>maldita nieve que cubre  las marcas amarillas. Menos mal que el G.P.S.
nos indicó el  camino a  seguir...  No nos habíamos  dado cuenta, pero
siguiendo hacia el  este habíamos  rebasado ya la  altura de la presa,
oculta esta por unas  lomas. Un giro de 45º  hacia el norte nos enfocó
hacia el  camino  correcto y, tras  dos kilómetros  de campo y nieve a
través,  atravesando  profundos  bosques, la  cansada puntilla  final,
llegamos de nuevo  al coche. Algo más  de nueve duras e intensas horas
que,  ahora que  escribo desde  casa, recomiendo  a todo el  mundo que
conozca la montaña… ¡A los que no la conozcan no!
Rafa Nontoliu
Mapa recomendado: Alpina - Cerdanya.
 
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