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Mi populista favorito

Es millonario, denuncia cosas que él mismo no cumple y ha hecho del pesimismo una veta de dólares. Es imposible no deleitarnos con la paranoia de Michael Moore

JULIO, 2006. Lo que Michael Moore ha conseguido en Hollywood no suele estar incluido en su agenda de cómo-hacer-las-cosas. Es más, sus fórmulas parecen romper la inercia y el marasmo políticamente correcto que plaga a esa industria hoy. Como muestra, Moore resucitó el documental, ese género que desde Spinal Tap había caído entre la burla y la mofa abierta; ha dejado en franco ridículo a figuras legendarias de Hollywood, como Charlton Heston, y además de eso cubre otros campos del entretenimiento donde lo mismo ha conseguido best sellers, una página web que recibe cada día 700 mil visitantes, es frecuente invitado frecuente a programas de radio y TV y por si fuera poco en Europa se le adora, sobre todo en la antiyanquísima Francia: en Cannes le dedicaron 15 minutos continuos de aplausos a uno de sus documentales.

Sumémosle a ello que no es ningún galán. Por lo menos Robert Redford y George Clooney, con quienes comparte la misma agenda política, gozan de simpatía entre las damas por sus rostros agraciados y por sus actuaciones, sin duda buenas, aunque Michael Moore no es actor. Bueno, eso dicen sus adoradores aunque buena parte de sus protagonistas, con excepción de Heston, supuestamente tampoco lo son.

Tampoco viste a la moda de un Brad Pitt. Sus atuendos son lo más convencionales posible: pantalones adquiridos en tiendas baratas, una gastada camisa de franela, barba de días y su infaltable gorra de obrero. La vez que apareció vestido con frac para la entrega de Óscares donde llamó "sinvergüenza" a Bush esde excepción, lo mismo que en Cannes. lugar de refinamiento a donde sólo se concentran los ricachones, como Moore, para criticar a los ricos como ellos; el glamour de las limosinas, los muebles mullidos comparten espacio con el discurso progresista que ataca la manipulación, la insultante acumulación de riqueza de unos cuantos y la doble moral, menos, claro, la de Moore y la industria cinematográfica.

Pese a todo ello es difícil, irresistible, negarse a ver algo que provenga de Michael Moore, lo cual explicaría que todos sus libros han entrado al Top Ten de los más vendidos y que cada cinta suya tenga más éxito que la anterior. O tal vez se deba a que existe público que no encuentra entretenimiento si no hay argumentos flagelantes donde haya víctimas de oscuras conspiraciones y engendros del Pentágono, o bien críticas hacia un presidente con IQ de Macaco.

O quizá los lectores de Moore brincotean de felicidad al saber que, al menos en Estados Unidos, viven en el peor país del mundo; olvídense de esas naciones donde hay hambrunas, cleptocracias y líderes enloquecidos. Para Moore, como lo deja escrito en su Stupid White Men, son ñoñerías comparadas con la vida en un territorio donde viven "millones de personas estúpidas, instituciones estúpidas y un presidente estúpido". Sus ideas suelen ser bien recibidas en otras latitudes.

Es la misma constante, versión gringa, con la que Eduardo Galeano nos ha administrado por décadas en América latina sólo que a la inversa pero al final convergen en lo mismo: en Estados Unidos tienen un nivel de retrasados mentales y el resto del mundo es pobre porque Estados Unidos lo saquea. Imaginemos, de acuerdo a lo que sostiene Moore, las repercusiones internacionales si en Estados Unidos sólo vivieran personas inteligentes.

Eso es lo fascinante de Stupid White Men, o los hombres blancos estúpidos, esto es, cae en la soberbia y las incongruencias que, si son vistas con humor, resultan irresistibles ¿Por qué? El libro lo escribió Moore, un blanco quien, obviamente, no se considera entre los estúpidos, sin peligro alguno que se le tache de racista (¿podemos pensar en un libro titulado Estúpidos Hombres Negros?), asimismo es de alguien que critica a los grandes corporativos por negarse a emplear a las minorías y que, sin embargo, en su staff de más de 50 personas sólo uno de ellos es de color, quien se queja de la "obscena ostentación de las clases altas" pero que vive en uno de los sectores más caros de Nueva York.

Moore tiene otro libro, igualmente divertido, llamado Dude, Where's my Country ("¿Qué le han hecho a mi país, hombre?" en su edición al español) y que bien podría haberse titulado Michael Moore para masoquistas. Aquí encontramos la sempiterna queja de su autor --"¡Bush no ganó la elección!"--, una obsesión casi enfermiza con los neoconservadores o neocons, llámense Paul Horowitz, Donald Rumsfeld o Dick Cheney, una increíble alabanza al régimen cubano por el caso Elián, suspiros poco contenidos por la Unión Soviética así como la infaltable referencia a Joseph McCarthy así como la necia comparación de Hitler con George W. Bush

Y faltaba más: Dude, Where's my Country brincó a las listas de los más vendidos y fue un éxito monumental en Europa donde otros autores gringos como Gore Vidal y Norman Mailer, que echan pestes al país donde nacieron, son venerados por la Intelligentsia de aquel continente.

 Por supuesto que ningún activista en pro de los animales se quejó porque la cámara muestra cómo se mata a un conejo para luego ser descuartizado; después de todo se trataba de un documental ¿cierto?

Pero donde Moore se ha llevado la mayor atención es en el cine. Aquí es conveniente recordar que el enemigo número uno de la acumulación de riqueza en esa industria financió su primera cinta, Roger and Me con los 60 mil dólares que recibió como indemnización cuando fue despedido de Mother Jones como su editor en jefe luego de un litigio porque la cantidad le parecía "muy poca". Menos de dos años después Moore estrenó esa película que pasó inadvertida en los cines norteamericanos aunque provocó furor en Europa, y aun llegó a ser proyectada en la ex Unión Soviética como muestra de la explotación capitalista contra los obreros desvalidos de la industria del automóvil.

Lo que nadie mencionó --como tampoco lo hicieron con su magnum opus, titulada Bowling for Columbine-- fue que muchas escenas fueron actuadas y que los supuestos "barrios azotados por el vandalismo" en realidad eran casas previamente abandonadas para erigir ahí unidades habitacionales nuevas. Y por supuesto que ningún activista en pro de los animales se quejó porque la cámara muestra cómo se mata a un conejo para luego ser descuartizado; después de todo se trataba de un "documental" ¿cierto?

Pero lo que consagró a Moore, para decirlo de algún modo fue Bowling for Columbine, cinta que toma como pretexto la matanza colectiva de dos neonazis en Colorado para denunciar la facilidad con la que cualquiera puede conseguir armas de fuego en Estados Unidos para de ahí pasar al historial de violencia que existe en ese país, prácticamente desde su nacimiento hasta cerrar el documental con la imagen de un avión estrellándose contra una torre del World Trade Center, símbolo inequívoco de que "el que la hace la paga".

Quizá la denuncia habría estado más completa si Moore presentara otro documental donde nos proporcionara cifras sobre el uso de armas en Medio Oriente y cómo es frecuente que las usen chiquillos de 9 ó 10 años. Pero aparentemente sólo estas cosas pueden pasar en Estados Unidos, según Moore; en el resto del mundo sólo se sufre la opresión de un imperio que al frente tiene un político con coeficiente intelectual de simio.

La siguiente obra de Moore fue Fahrenheit 911 donde expone una teoría que ya había manejado con anterioridad, esto es, que la familia de Bin Laden salió de Estados Unidos a las pocas horas de los atentados y que la familia Bush tenía nexos con la familia del único terrorista que en sus comunicados aparece con un Rólex de 25 mil dólares en su muñeca.

Por supuesto que todas esas teorías ya llevaban meses flotando en Internet y realmente prueban poca cosa. Pero Moore, populista consumado, es capaz de dar al maní apariencia de sandía por lo cual nuevamente la crítica volvió a adorarlo aunque esa vez no se llevó el Óscar.

¿Cuál será el siguiente paso de nuestro populista favorito? Pues bien, el susodicho prepara un documental contra la industria farmaceútica privada, algo que sin duda hará brincar de gusto a nuestro doctor Simi, Así, pues, Míster Moore aún guarda muchas sorpresas debajo de su cachucha.

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