
E
s posible que el relacionar a los genios de las cuevas con figuras
animales, tenga mucho que ver con las pinturas prehistóricas en ellas
halladas, y que parecen ser exponentes de antiguos cultos. De todas
ellas, Santimamiñe, en Kortezubi, es sin duda la principal, aunque no
la única. Puede decirse que sus paredes contienen todo un pequeño
catálogo de zoología, pues en ellas hay dibujados diecinueve bisontes,
un toro, cinco caballos, tres cabras montesas, un ciervo, un oso y un
jabalí.
N
o suele ser habitual que los espíritus subterráneos aparezcan como
animales ya extinguidos, pero que sí figuran dibujados en las cuevas.
Ello también pudiera ponernos en la pista de que las creencias que
hacen referencia a este particular son más modernas.
Es creencia, también, que muchas grutas están intercomunicadas
entre sí, y que es por ello que determinados genios de las profundidades
son vistos en puntos geográficos distintos.

T
al es el caso de la vaca
que vive en la cueva de Lezia, al pie del monte Axuri, en Sara, la
misma caverna donde según hemos mencionado tenía su residencia Etsai.
Tal como se cree en la zona, dicha vaca suele trasladarse por un
conducto subterráneo hasta Etxalar, en Navarra. Dice una leyenda que,
habiéndose metido en dicha cueva una madre y una hija, para buscar
estiércol de oveja o de ave, escucharon un estruendo de esquilas, como
las que emplea el ganado vacuno. Pero como no vieran animal alguno,
marcharon muy asustadas, prometiéndose no volver jamás a aquel
lugar.
E
xiste comunicación, asimismo, entre la mencionada sima de Agamunda,
en Ataun, y la cocina del caserío Andralizeta, en el barrio Ergoone.
Los espíritus de las cuevas se han mostrado otras veces en forma de
aves, siendo la de cuervo la más característica, según dicen en Zegama.
También se ha hablado a veces de misteriosas bandadas de buitres,
sobre todo en la zona vizcaina de Orozko.
Tales metamorfosis las localizábamos en los mismos sitios relacionadas con
Mari. Sucede otro tanto con el carnero, animal que la diosa vasca emplea en ocasiones como almohada.
L
a más frecuente metamorfosis observada en los espíritus subterráneos
-y también en Mari-, es la de toro rojo y toro de fuego. Ya
vimos cómo en Lezia, el maligno Etsai se transforma en toro para
defender su antro, un novillo rojo o aatxegorri. Se relaciona esta
creencia con bet¡zu -la vaca huraña o salvaje-, que pastó libremente en
las montañas de Euskal Herria.
Porque beigorri-vaca roja, parece identificarse
exclusivamente con Mari, como ya quedó dicho.
Z
ezen, o toros en general, que en su interior encierran un genio
subterráneo, son conocidos asimismo en Vizcaya. En Gatika uno de
ellos persiguió una noche a unos vecinos que regresaban de Mungia.
Fue en Pipaón, y según dicen porque antes ellos habían insultado a
una anciana. Por suerte todo quedó en un susto.
M
ás grave fue lo que les pasó a unos pastores de Murumendi, que
tenían por costumbre reunirse los días de fiesta en la campa de Agaoz,
para divertirse bailando al son de sus rústicos instrumentos musicales.
Uno de tales días tres de ellos se entretuvieron en lanzar piedras contra
una sima allí existente.
Al instante le salió de las profundidades Txaal-
gorri -ternero rojo-, que les acometió furioso.
Tal fue el susto que se llevaron, que los tres muchachos echaron a correr despavoridos.
Pero uno moriría agotado al llegar a la sima de Agaoz,
el otro en el prado de Aralegui y el tercero tres días después en su caserío de Urrestarazu.
T
ampoco deben arrojarse piedras ni a la sima de Askaata, ni a la
cueva de Usategui -encima de Urrestarazu-, porque indefectiblemente
aparece Txaalgorri con tan fatales consecuencias como hemos visto.
E
n ocasiones el toro es de fuego o despide fuego.
Cuentan en la región de Orozko que en la cueva Atxulaur, del monte Itzine, vivía un
ladrón que atesoraba en ella todos los montones de oro que robaba. Al
morir, lejos de aquella zona, algunos vecinos se acercaron para recuperar
aquellos tesoros. No lo conseguirían, empero, pues un toro que
lanzaba fuego por la boca, en la entrada de la gruta, les impedía el
acceso. Decían que era el espíritu del ladrón. Tiempo después, habiendo
encontrado los huesos del difunto, aquella gente los llevaría a su
antigua guarida. Desde entonces el toro no volvió a ser visto y el oro
pudo ser recuperado.
Esta tendencia a relacionar a los genios de las cuevas con el espíritu
de los difuntos se aprecia en otras muchas leyendas, que trataremos en
su debido momento. Baste ahora reseñar que estas ánimas en pena
tienen entre sí el denominador común de la permanente búsqueda de
sus antiguas moradas.
O
tro toro de fuego mítico es el que incendió Bermeo como castigo
divino por los malos hábitos de sus habitantes. Se cuenta que
descendió del monte Burgo, portando fuego en cuernos y cola.
Como de fuego era el toro que en Ataun persiguió a cierto vecino que acababa
de cometer actos sacrílegos. Leyendas que nos vuelven a poner en la
pista de que el cristianismo también hizo de las suyas en lo referente a
espíritus con forma de vacuno.
N
o es infrecuente tampoco que tales metamorfosis zoomórflcas
sean de caballo -za idi-. Una chica de Berastegi (Guipúzcoa) tuvo
ocasión de verlo. Ella, en cambio, no volvería a ser vista jamás. Fue
cuando confundiendo a su caballo por otro que pastaba en un prado,
se montó en éL. Al punto el animal comenzó a galopar como loco,
internándose en las entrañas de la caverna donde tenía su morada.
Q
ue la mentalidad cristiana ha influido decisivamente en la formación
de leyendas referentes a los espíritus de las cuevas, lo demuestra
un relato de Tardet. Al pie del monte Ahusqui existe la denominada
cueva de Lexarrigibele, en la cual habita un genio que se ha manifestado
a veces en forma de caballo.
C
ierto domingo dos hermanos cruzaban el puerto de Ahusqui. Pero
uno había oído misa, mientras que el otro no lo había hecho. De
pronto aparecio un caballo blanco que, procedente de lo alto de la
montaña, vino a detenerse junto a los muchachos. Sin pensarlo dos
veces, el que había oído misa lo montó y comenzó a arrearlo. Pero el
caballo no se movió. Montaría entonces el otro hermano, el que no
había pasado por la iglesia y gritaría:"Arre, diablo". Al punto el
animal empezó a galopar velozmente, levantándose por los aires rumbo
a Lexarrigibele. El asombrado hermano que quedó en tierra escucharía
cómo un extraño eco ordenaba al caballo: "Llévate también al otro". A
lo que otro eco respondió "No puedo, que ha oído la misa completa"
E
l muchacho que se llevó el caballo blanco aparecería muerto,
tiempo después, en la cueva de Lexarrigibele. Iría un cura entonces a la
caverna, para recoger el cadáver, para lo cual lo hizo como la ocasión
requería, y acompañado de un numeroso grupo de gente. Mas aunque
recitó las oraciones correspondientes, y asperjó el cadáver con agua
bendita, no lograría levantarlo del suelo. Parecía que estuviese pegado
a él.
S
e buscaría entonces otra solución, cristiana, por supuesto. Una
mujer colocaría en la faja, a su hijo de dieciséis años, una argaizaola
-espiral de cera bendita-, encargándole: "Toca al muchacho que está
muerto en la cueva y entonces podrán levantarlo". Efectivamente, así
sería. Pudieron sacar al difunto sin problema. Aunque oirían otro
extraño eco decir: "¡Maldición! Esa cera bendita en la faja fue quien se
lo llevó, no el agua ni las bonitas oraciones"
E
n ocasiones el animal elegido por los espíritus para aparecerse ante
los hombres ha sido el perro. En Berriz (Vizcaya), alguna leyenda se
refiere a un extraño genio disfrazado de can, que lo mismo un día se
muestra representando a un difunto, como al siguiente participa en un
banquete nupcial.
En Mutriku son dos los perros que salen a la plaza a asustar a los
noctámbulos. Mientras tanto en la cavenra de Olanoi, según una
creencia de Beizama (Guipúzcoa), zaPar -perro- defiende su antro a
dentelladas.
S
in duda el más conocido de todos los perros que representan a un
genio, es el denominado Zuzidun txakurra -el perro de la tea-, que
aparece en una popularísima leyenda de Otxandio. Según refieren,
existió antiguamente en Baracaldo un misterioso perro, que con una
tea encendida en el hocico, hacía su aparición la noche siguiente al
fallecimiento de alguien. Mas si algún mortal lo sorprendía, escapaba
corriendo y desaparecía en el púmer río, arroyo o charca que encontrase.
E
n cierta ocasión un hombre logró retenerlo, empleando procedimientos
cristianos, y pudo enterarse de que el perro era en realidad el
alma de un difunto que, habiendo robado a su vecino en vida, había
muerto sin confesión y se había condenado. Tras complacer al difunto
en algunas peticiones, el perro desapareció para siempre.
T
ales metamorfosis míticas, en alguna leyenda vizcaina se han
producido en forma de pequeños cerdos. Son los llamados ieltxus o
iratxus, cerditos repugnantes, que a la caída del sol salían de las
profundidades en el antiguo camino entre Bermeo y Mundaka,
en busca de viajeros a quienes devorar. Una versión más literaria se refiere
al fin de los iratxus a manos de un grupo de valientes bermeanos.
E
stos curiosos genios aparecen localizados en Kortezubi con el
nombre de ieltxus. En este caso los cerditos, menos peligrosos y sí en
cambio más traviesos, persiguen a los viajeros por montes, bosques y
barrancas, para dejarlos rendidos en el punto donde comenzara la
persecución.