La culebra macho del folklore vasco se denomina Sugaar. También es un genio de las profundidades, pero posee una entidad propia que le aproxima a Mari y otros mitos principales, porque se le atribuyen actividades voladoras. Lo han visto en Ataun atravesando el firmamento en forma de hoz de fuego, lo cual es presagio de tempestad.
Recordemos que la misma actividad le era atribuida a la diosa vasca. En la región de Azkoitia es creencia que Sugaar es Maju, el marido de Mari con quien se une los viernes y provoca una fuerte tormenta.
Por el contrario, en Zarautz creen que lo que hace la tarde de los viernes es peinarla.



Se ha dicho también que este culebro gigantesco es aquel diablo de quien, de su unión con la princesa escocesa que vivía en Mundaka, nació Jaun Zuna, el primer señor de Vizcaya.





Sugaar es Suarra en Betelu, donde tiene su morada en el monte Balerdi, desde donde suele trasladarse a Elortalde. Se muestra entonces con forma de bola de fuego, aunque sin que sea visible ni su cabeza, ni su cola. Pasa tan veloz como el rayo, y unos le consideran diablo, otros el alma en pena de un americano de pésima fama, que vivió en Azkarate. Otro de los nombres de tan mítica culebra, es Sugoi -culebro- como le llaman en el vizcaíno valle de Arratia. Dicen allí que aunque muchas veces se ha mostrado con forma de serpiente, en ocasiones lo ha hecho también con apariencia humana.



De todas las leyendas que a Sugaar se refieren, la más famosa es la que lo localiza en la cueva de Baltzola, en Dima (Vizcaya).

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Los protagonistas del relato son dos hermanos pastores, que junto con tres hermanas y sus padres, vivían en la casa Iturriondobetia, en el barrio de Bargondia, de la mencionada población vizcaína.

Cierto día que los hermanos andaban agrupando el ganado, parte del cual se había colado en la cueva de Baltzola, encontraron en ella una gran culebra. El menor de los hermanos comenzó a tirarle piedras y de una pedrada le cortó la cola. El otro hermano, en cambio, le reprendió para que desistiese de su actitud, alegando que también las serpientes eran criaturas de Dios. En esto un terrible estruendo sonó en el interior de la caverna, cosa que puso en fuga a los dos muchachos.



Pasó el tiempo y el mayor de los hermanos fue llamado a ser soldado. Estando de servicio por Nochebuena, añorando su casa y a los suyos, se le presentó un feo individuo, que le preguntó si deseaba ir a Baltzola. A ello respondió el soldado afirmativamente. Mediando para ello la condición de que llevase dos cosas a su casa, que le daría en la cueva, ambos se encontraron en un instante en la mencionada caverna vizcaína. Le dió entonces el desconocido al muchacho un terrón de oro para él, y un cinturón de seda para su hermano. Pasados tres días tendría que regresar a la cueva, para encontrarse nuevamente con aquel tipo.

La sorpresa de su familia al verlo entrar por la puerta fue indecible, pero aún fue mayor cuando el soldado relató con todo detalle cuanto le había sucedido. Entonces el hermano menor, rechazando el cinturón, mandó al recién llegado que lo ciñese al nogal que había delante de la vivienda. Nada más hacerlo el árbol prendió como la pólvora, volatilizándose y dejando un profundo hoyo en el suelo.

Al día siguiente se presentaron ambos hermanos en la cueva. Salió a recibirles un mal encarado individuo, al que le faltaba un brazo. Sin mediar saludo, preguntó al menor de los hermanos: "¿Porqué me has dejado manco?" A lo que el muchacho respondió que él, ni había dejado manco a nadie, ni conocía a aquel tipo de denada. Pero el manco insistió, haciéndole recordar que tiempo atrás había apedreado allí mismo a una serpiente. Aquel reptil era él y la cola que le arrancó equivalía al brazo que ahora le faltaba. Mas como observó contrariado que el joven llevaba una medalla con una efigie cristiana en medio de su pecho, añadió: "Da gracias a esa imagen que te cuelga del cuello, pues sin ella hoy no hubieras salido vivo de aquí. Pero te lanzo esta maldición: no faltará jamás manco, cojo, sordo o ciego en Iturriondobetia"





La relación de culebras con el hombre ha quedado reflejada en muy diversas leyendas, situadas en otros tantos puntos de la geografía vasca, especialmente en zonas de pastoreo. En la sierra de Aralar es muy conocida una en la que un pastor cría una serpiente, logrando domesticarla y que acudiera a su encuentro cuando la llamase con un silbido, como si de un perro se tratase. Claro, que el pastor se equivocaba, pues lo que impulsaba al reptil a realizar tal comportamiento, era la leche que el hombre le traía. Por eso, cuando mucho tiempo después, aquel pastor pasó por esa zona, quiso demostrar a sus compañeros su habilidad y llamó a la serpiente con el silbido característico, el animal, viendo que no le traía leche, se lanzó al cuello del hombre y lo mató.



Variantes de esta leyenda se localizan en Gorriti, Mutriku, Andoain y Kortezubi. En Salcedo (Alava), en cambio, el reptil es quien perece a manos del hombre, quien quería mostrar la serpiente a su prometida. En este caso se añade un elemento cristiano más, ya que la muerte del animal se produce cuando el pastor le aplasta la cabeza con la puerta de una ermita.



En otra leyenda de Kortezubi, la serpiente se muestra retadora. Se trata de una variante de otro relato donde el protagonista es un gentil.
En este caso el reptil sale a medir sus fuerzas con un hombre, topándose en el camino con una zorra, quien le indicó una ferrería, como el lugar donde había hombres forzudos. Uno de los ferrones, aceptando el reto, la hace esperar fuera, mientras él calienta al rojo vivo unas tenazas. Luego la sujetó fuertemente con ellas, y mientras la serpiente se retorcía desesperada pidiendo que la dejase en paz, el ferrón le advertió: "Esto te lo hago con tan sólo dos dedos, si hubiese empleado los diez ya estarías muerta". La culebra se marchó dolorida y humillada. Según dicen, desde entonces las alimañas del monte tienen mucho temor al hombre.