La lamia vasca es vista frecuentemente peinándose sus cabellos con peines de oro -orrazi-. Este objeto valioso las hace deseables a los ojos de los hombres, pues el peine viene a simbolizar en una misma cosa erotismo y ambición. Con el peine la lamia tienta a los humanos, y éstos, caídos en el deseo de apoderarse de la joya, se ven sometidos por el genio, quien les ocasionará diversos infortunios que no cesarán hasta devolver lo robado.





A tal respecto refieren en Azkarate que un hombre halló un hermoso peine en un prado cercano a la caverna-negra de Ahaxe, habitáculo de lamias. Que lo recogió y se lo llevó a su casa. Y que al día siguiente se encontró con la desagradable sorpresa de ver todo el prado lleno de piedras. Entonces se le acercó una lamia y le dijo que si devolvía el peine, el prado volvería a quedar limpio. El hombre aceptó y al día siguiente de devolver el peine, las piedras desaparecieron de aquel lugar. Al parecer las quitaron las lamias por la noche y, ¡tantas eran!, que cada una tan sólo tuvo que coger una sola piedra.



Un pastor de Itxasu, en cambio, consiguió quedarse con el peine de oro de una lamia, pues aunque ésta lo persiguió un buen rato, los primeros rayos del sol al amanecer la espantaron. Dicen que la lamia gritó: "¡Da gracias al Sol!". Lo mismo le ocurrió a un viejo pastor en Mondarrain. El Sol neutralizaba el poder de las lamias.



Por el contrario, otro muchacho de Valcarlos, en similares circunstancias, correría peor suerte. Cierto día descubrió a una lamia que, a la entrada de una de las muchas grutas que hay por allí, se peinaba tranquilamente los cabellos con peine de oro. Como el humano le hiciese burlas, ella lo perseguiría amenazadoramente. También en este caso les sorprenderían los rayos del amanecer. Mas aunque el muchacho se quedó quieto en una zona iluminada por el Sol, la lamia le arrojó violentamente el peine desde la sombra, yendo a hincársele al hombre en el talón.



Otras veces son mujeres quienes hurtan el peine a las lamias. Así lo hizo la señora del molino de Atxarte, en Abadiño, que habiendo ido al río a por agua, se encontró un peine y se lo quedó. Aquella noche fueron al molino un montón de lamias y le reclamaron a gritos la devolución del peine, bajo amenaza de quitarle la vida.

Parecida amenaza recibiría la señora de Iturriaga, en Zeanuri, quien también se apoderó del peine de una lamia. En este caso le advirtieron que de no hacerlo la dejarían estéril. Sin embargo, otra versión cuenta que lo que las lamias le dijeron a la mujer fue que le quitarían la tapa de los sesos, si no les devolvía el peine.



En este caso las versiones no se terminan de poner de acuerdo, pues en esta segunda variante, se añade que la mujer de Iturriaga le dijo a la lamia que metiera la mano por debajo de la puerta, para así devolverle el peine. La lamia lo hizo, pero entonces la mujer se la cortó de un hachazo.

Además de la amenaza de muerte y la de acabar con la descendencia, las lamias han amenazado con otras desgracias, tales como destruir una cuadra -en Meñaka-, quitar un vivero -en Orozko-, quitar una vaca -en Bermeo-, producir dolor de huesos para toda la vida -en Oyarzun-, y un largo etcétera que podría resultar penoso de enumerar.





Veamos por último otra leyenda, algo más elaborada, en relación con el peine de las lamias. Procede de Ataun, centrándose en un paraje próximo al caserío Sastei, donde se remansan las aguas del río Agauntza. Es el denominado Lamiñosine -pozo de lamias- pues por allí parece que hubo algunas hace tiempo.

Cierto día que el amo de Sastei labraba sus campos, los bueyes se desviaron hacia Lamiñosine con el rastrillo detrás. Mas sorprendentemente, cuando salían de aquel pozo, traían arrastrando una lamia, cuyos cabellos se habían enredado en los dientes del rastrillo.

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Aquel hombre se llevó la lamia a su casa con la intención de mantenerla. Pero aunque el tiempo pasaba, no lograba arrancar una sola palabra al genio. Hasta que un atardecer, estando la lamia sola en la cocina, mientras los moradores de Sastei trabajaban en la cuadra, y como dejaron un puchero con leche en el fuego, y ésta se desbordó al hervir, la lamia gritó: "Txurie gora" -"lo blanco arriba"-. Seguidamente se marcharía por la chimenea, dejando olvidado su peine en la casa.


Al poco tiempo la lamia tornó a Sastei, y bajo la amenaza de destruir a sus futuros descendientes, requirió de la señora la devolución de su peine. Aconsejada por el párroco, ésta colocó el valioso objeto en la punta de un largo palo. De ese modo, cuando volvió la lamia, hendió el palo y se marchó para siempre.