[m a l a c a n d r a]

DOSSIER LOVECRAFT

Un caballero de Providence
y otras historias de horror

Fernando García
Selección de poemas del libro del mismo título (Anáfora Editora, Buenos Aires, 1991)

Un caballero de Providence

Por la vieja ciudad, bajo la sombra,
deambula un hombre orgulloso y fuerte;
suyo es hoy el honor, mas no la suerte
de olvidar lo que evoca su memoria.

Ajeno a la trivial y vana euforia
de la chusma servil, es su destino
la soledad, las letras y el altivo
don de forjar el pánico y la gloria.

Y la tarde apacible no lo advierte,
y no lo alcanza hoy el rumor inerte
de la canalla en la impiedad forjada.

Busca en las horas la pasión serena
de los libros amigos (no lo apena
si al final del camino está la nada).



Howard Phillips Lovecraft

Arthur Jermyn

Los pasos, sucesivos, en el huerto
que, brillante, refleja el tapiz turco
tras los muros prohibidos. La constante
oración clama en vano, ya distante.
Deja el cuchillo su gastado surco
en la carne fugaz del hombre muerto.


Dagon

Como caen las hojas del invierno,
así también, la breve luz del alba
se perdió tras las nubes. La tormenta
aviva en su furor la vieja afrenta
que sufrimos. El tiempo ya no guarda
los caminos que llevan al Infierno.


El llamado de Cthulhu

El horror se erigió tan lentamente
que cegó la visión del mediodía
como la espada en manos del guerrero.
Recordamos, entonces, el postrero
designio que legó la profecía,
tan breve como el haz de la vertiente.


En las montañas de la locura

El paisaje despierta, desolado,
con el yermo clamor de la mañana.
Las laderas fugaces nuestra ofrenda
recibieron ayer. En la tormenta
perecieron las voces aterradas
que el eco repitió. Todo ha pasado.


Ex Oblivione

Extraña se nos muestra ya la suerte
al dictar el final de esta jornada.
El joven heredero del Oriente
pregunta, temeroso; más sonriente
respóndele el maestro: polvo y nada
seremos tras el velo de la Muerte.


La ciudad sin nombre

El velo ya ultrajado y los reptantes
moradores del tiempo fenecido
vi nacer en la noche del desierto.
Lo que yace por siempre no está muerto;
y el secreto de todos tan temido
resulta cada vez menos distante.


El horror de Dunwich

Como a las turbias olas la mañana
corona con su azul, también la Luna
rige los días -con su sombra impura-
de todo ser ante cualquier morada.
Mas una existe, de entre sus criaturas,
al terror y la muerte destinada;
una que oye las voces olvidadas
que el duro bosque guarda en la espesura.
Una que huye del Sol y que a la oscura
senda del mal ha sido condenada.

La maldición de Sarnath

De rodillas y en vano, la piedad
de los dioses implora el sacerdote
ante el altar sangriento de la Luna,
soberana nocturna. Las alturas
contemplan, renacido, su atroz brote.
La maldición cayó sobre Sarnath.


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15/11/97
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Copyright 1997 malacandra, los autores

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