El orden alfabético

Sospecho que con la excusa de la celebración en Barcelona de los dos meses de la publicación del último libro de Juan José Millás, El orden alfabético, se escondía la curiosidad del autor por comprobar si en la librería Crisol los volúmenes se seguían apiñando en las estanterías, sin ninguna intención aparente de desplegar las hojas-alas y salir volando por la ventana. Efectivamente ahí estaban las novelas, ensayos, manuales... quietecitos, ordenados (según el abecedario o no) y Millás pudo regresar a su barrio de Madrid con la tranquilidad, o quizás decepción, de que por lo menos por una vez, lo que él había concebido como un relato fantástico, aún no se había trocado en real.

En El orden alfabético, como en otras obras de Millás, una doble vida se adueña del protagonista, en este caso un niño de 13 años (bueno, catorce porque los cumple este mes) enfermizo, con las anginas hechas polvo y unos arrebatos de fiebre que le hacen columpiarse de un mundo real habitado por su madre, su padre, su abuelo a punto de morir y Laura, una niña de su colegio que cuando se ríe enseña un poco las encías y que no le hace ni caso; y un mundo imaginario en el que sin más ni más un día, todas las páginas escritas empiezan a salir volando de bibliotecas, librerías, etc. dejándolo todo sumido en el más absoluto desorden alfabético. Claro que el caótico universo sin abc que valga tiene un gancho para Julio (así se llama el protagonista); en éste Laura, que cuando empiezan a escasear las letras pasa a ser «Laua» porque se le cae la «r», le espera casi todas las tardes para darse besos escondidos en los portales o en lo que queda de ellos cuando también a las calles se les caen los nombres, a las casas las ventanas, los mismos portales pasan a ser «potales», las puertas «puetas» y, lo peor: la realidad «ealidad».

Una historia que por muy irreal que parezca amenaza un punto de credibilidad en una era en la que el adjetivo vale más que el sustantivo (que debería ser el rey) y el mapa más exacto de la realidad lo ofrecen las enciclopedias.

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