[m a l a c a n d r a]

Rosmarín busca la verdad

Roberto Arlt

Como homenaje al centenario del nacimiento del escritor y periodista argentino Roberto Arlt, rescatamos aquí una de sus aguafuertes, con consejos para jóvenes escritores (o simplemente, jóvenes).
Arlt nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900 y murió en la misma ciudad el 26 de julio de 1942. Autor de cuentos (la mayoría de corte realista, varios de tipo policial, algunos fantásticos, recogidos en El jorobadito, El gorila y otros relatos, Cuentos completos), novelas (El juguete Rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, El amor brujo) y numerosas obras de teatro. Como periodista alcanzó el éxito con sus "aguafuertes", más de mil crónicas precisas y breves de la vida ciudadana de Buenos Aires, publicadas diariamente desde 1928 en el diario porteño El Mundo y recogidas posteriormente -si bien nunca en forma completa- en libro: Aguafuertes porteñas, Nuevas aguafuertes porteñas y Aguafuertes españolas.


Rosmarín busca la verdad

Heme nuevamente entre mis papeles de trabajo. Varias cartas. Las leo. Las agradezco. Contestaré una. Es la que me ha enviado la fábula del León y del Hombre. Usted quiere escribir. Y tiene dieciséis años. Lo que me envía está bastante bien. Sobre todo en lo que atañe al diálogo. Pero en esta sección no podría interesar. Tiene condiciones. La forma de desarrollarlas es escribir todos los días. Y leer. Leer mucho. Pensar más. Vivir. Tratar de escribir como se habla. Analizarse de continuo en todos los sentimientos. Y escribir todos los días. Se tenga ganas o no. Eso sirve para hacerse la herramienta de expresión que, cuando algún día necesite, sobre todo para decir algo (porque ahora no tiene nada que decir), podrá utilizar.

Rosmarín

Yo les hablé en mis aguafuertes silvestres de Rosmarín. Rosmarín tiene la cabeza redonda, el cabello negro y rizoso, los ojos de un duro matiz de acero azul; nacido en Inglaterra, es hijo de polacos, fue traído a los cinco, años de edad a América y ha charlado muchas horas conmigo, recostado a la orilla del río, o en la cama, bajo la carpa, encendiendo infatigablemente cigarrillos amarillos. Tiene diecinueve años y me dice, o mejor dicho, recuerdo que me decía:

-Hay que encontrar la verdad, el camino de la verdad. ¿Qué verdad se puede encontrar para vivir satisfecho? Vos comprendés que yo no puedo poner ilusiones en el amor. Soy feo para interesar a las mujeres. Otros, a determinada edad, pueden hacerse la ilusión de que podrán enamorar a una millonaria; pero yo sé que eso no ocurre ni en el cinematógrafo, y en cambio sé que hace cinco años que trabajo como un burro, que gano un sueldo reducido y que, frente a mí, no se abre ningún horizonte, ninguna posibilidad de dicha.

Diecinueve años. Bajo la carpa, Rosmarín tiene facha de revolucionario ruso. Yo le digo:

-Querido amigo: una de dos. O vos terminás millonario o en la silla eléctrica de Sing-Sing.

Rosmarín arruga la frente; los ojos de acero se iluminan de vida interior y contesta:

-Tenés razón, todo puede suceder. Por eso estudio estenografía. Con el conocimiento que tengo del inglés, más la estenografía, puedo mantenerme y ganar el puchero en cualquier país.

Rosmarín piensa irse a Estados Unidos. Rosmarín tiene cinco mil pesos. Cinco mil pesos que ganó en la lotería. Sacude la ceniza del cigarrillo y agrega:

-Yo no puedo resignarme a vivir del modo absurdo como vive la gente de este país. La gente pobre, entendámonos. Yo no puedo resignarme a vivir sin una verdad definitiva. La verdad definitiva serviría para esto: Saber cuál es el fin de los sacrificios que uno realiza. Para qué sufre uno. Para qué se dobla horas y horas en el trabajo. Hay países donde se puede vivir de otro modo.

Estas conversaciones siempre en la carpa o a orillas del río. Diecinueve años. Rosmarín termina sus diálogos con estas palabras:

-Porque si no existe objeto de trabajar, si no hay una verdad, una posibilidad de dicha, lo mejor que puede hacer uno es pegarse un tiro.

Diecinueve años. Y yo he tenido la impresión de que éste es un hombrecito capaz de matarse con toda tranquilidad.

Voluntad

¡Cuántos muchachos hay en esta ciudad como Rosmarín! Colocados frente al problema de Rosmarín.

-Yo buscaré la felicidad -dice Rosmarín- hasta cansarme, y si no la encuentro, algo sucederá. Posiblemente lo que suceda es que me resigne a ser una bestia de carga, pero...

Yo no puedo menos que dejar de sonreír. Insisto:

-Querido amigo, has entrado en un terreno prohibido. El del pensamiento. Y estás embromado para toda la cosecha. No podrás dejar de pensar ya nunca más. El pensamiento es como un veneno sutil: en cuanto se gustó, no se le puede abandonar y cada vez va uno más adentro. Mi pronóstico, insisto, es: o te hacés millonario, pero con indiferencia, o. ..

-La silla eléctrica en Sing-Sing. Tenés razón, Roberto Arlt. Pero ¿y si la felicidad se encuentra en el camino a la silla eléctrica?

Bajo el ángulo de la tela tensa, la cabeza de Rosmarín, con sus ojos de acero agrio taladran el futuro. Enciende otro cigarrillo rubio. Sonríe, me mira y luego:

-¿No te gusta el póker, Arlt?

-Sí; me gusta todo juego, siempre que el naipe sea una figura de carne y hueso. El juego con cartoncitos me parece estúpido.

Rosmarín frunce el ceño, sacude la ceniza sobre el pasto o sobre la manta, y ...

-Mirá, Roberto Arlt ... dentro de unos meses me iré a Norteamérica... Y de vos no me voy a olvidar nunca.

-Rosmarín: tené cuidado... y, si podés, hacete millonario, aunque sea vendiendo chorizos. Has tomado la vida demasiado en serio. La felicidad no existe ni existirá nunca para los que piensan. Rosmarín: hacete millonario.



malacandra, Número 8, enero-diciembre 2000

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10/12/2000
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