La estoy
observando detrás de la columna. ¿Será la misma de anoche?
Quizás. Pero, ¿fue anoche que la vi? ¿Fue hace semanas? ¿Meses? ¿Años?
No sé. El tiempo es un concepto que elude mi entendimiento. Solo sé
que quiero verla, tocarla.
Ella me mira y sonríe. Me
habla en un susurro suave, sensual, pausado. No capto sus palabras
pero le contesto. No sé que le dije. Balbuceos, murmullos. Ella se río
y se desvaneció, flotando y riéndose a
carcajadas.
Parpadeo. Al abrir mis ojos
la tengo frente a mi de nuevo. Luego de sus agridulces coqueterías,
¿flotará y se reirá, dejándome solo una vez más? No creo que podría
soportarlo. No aguantaría estar solo por mucho tiempo más. Poco
antes de haberla visto fui empujado por alguien o algo y caí por un
precipicio. Luego fui devorado por frenéticas fieras, poco después
de haber sido aplastado por. . .¿Pero qué importa? Poco a poco he
ido acostumbrándome a estas impredecibles vivencias. Por más
dolorosas y aterradoras que sean, al menos rompen la insoportable
monotonía de la inevitable situación en la que me encuentro.
Lo que me aterroriza y me
desgarra por dentro es estar solo. Ella no puede dejarme solo otra
vez. Mientras me mira y me hechiza con su pícara sonrisa, me escucho
a mi mismo implorarle que no se vaya, que no se desvanezca flotando y
riendo. Ella no me contesta, pero observo que su sonrisa está a flor
de convertirse en carcajadas.
Tímidamente, le sonrío.
Por vez primera me fijo que su hermoso traje rojo tiene manchas de
tierra. Observo que está descalza, sus pies cubiertos de lodo. No
resisto más. Me le acerco. La voy a tocar, a pasarle mi mano por su
mejilla.
En el interín, oigo los
ruidos de las fieras y presiento su voraz apetito. A la vez siento la
impaciente anticipación de quien me empujara nuevamente por algun
precipicio, y el sentido de claustrofobia comienza a nublar mi vista.
Pero nada de eso me distraerá de mi propósito.
La toco. . .pero la palma
de mi mano traspasa su cara al extremo de que pierdo mi equilibrio y
caigo al suelo. Levanto mi cabeza y veo que ella se va, nuevamente,
flotando y riendo.
Sacudo mi cabeza y
despierto de mi sueño. Ha sido horrible. Las fieras, los precipicios,
la incertidumbre. Un sueño interminable y una desilusión inmensa.
Ahora me pregunto si podré
"dormir" pues la tierra en el ataúd está húmeda y me
molesta, y el pasar de los gusanos sobre mi cara me incomoda. ¿Se
sentirá igual mi elusiva belleza del traje rojo?
Flavio Cumpiano
cumpiano@hugheshubbard.com
Flavio
Cumpiano nació en San Juan, Puerto Rico y actualmente reside en
Washington, D.C., en donde trabaja como abogado en el área de litigio
y derecho internacional. Ha publicado varios artículos, y presentado
ponencias en español y en inglés sobre temas legales, políticos,
sociales y culturales, en los Estados Unidos, Puerto Rico y varios países
de América Latina.
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