Se
desdibujó en la noche como de costumbre y continuó caminando por su
recorrido también habitual, mientras ese mundillo nocturno de la
ciudad despertaba estirando los brazos, sacudiéndose la modorra del día
anterior. El neón comenzó a reinar en las calles y un ambiente
festivo se fue instalando poco a poco.
No
hizo ningún movimiento que no hubiese hecho antes una y otra vez.
Atravesó las calles, miró indiferente a las personas que se
agrupaban en los bares e hizo caso omiso de las palabrotas que al
pasar le lanzaron a la cara las mujeres de mala vida que ya lo conocían.
Sus
pasos continuaron con el acostumbrado ritmo de cada noche, sin variar
un ápice. El mismo recorrido en el mismo tiempo. Todo cronometrado.
Diez cuadras en quince minutos. Exactos. Ni un segundo de menos, ni un
segundo de más.
Hasta
sus gestos eran idénticos a los del día anterior; su manera de mirar
de reojo los semáforos y los focos de los autos; el número de los
respiros y los movimientos de los brazos.
Volvió
a su habitación. Un cuartucho con una ventana que daba hacia los
tejados de las casas colindantes o hacia el patio interior de algún
oscuro conventillo. Allí se tendió sobre el catre y encendió un
cigarrillo mientras sus ojos se pegaban al techo como para ignorar el
tiempo. El tiempo pasó.
La
mañana lo encontró ahí mismo tirado sobre su cama medio dormido y
medio despierto, pero en todo caso indiferente y desganado con olor a
tabaco y humedad. Se preparó un café en una cocinilla a gas y se lo
bebió haciendo una mueca de asco. Lo escupió.
Se
mojó un poco la cara en el trizado lavatorio mirándose al espejo sin
darle mucha importancia tampoco a la imagen ajada que vio reflejarse
en él.
Acto
seguido se sentó sobre el catre apoyando sus manos en las rodillas y
allí se quedó sin pestañar. Debían ser como las diez.
Como
a las tres cerró con llave la maltraída puerta y bajó las
quejumbrosas escaleras rumbo a ninguna parte en especial. Afuera el aíre
puro lo golpeó haciéndole trastabillar más de una vez. Tomó la
vereda sur y debió evitar el estrellarse contra los numerosos transeúntes
que a esa hora le daban vida a la ciudad.
No
hizo nada por tratar de estirar sus arrugadas prendas y sólo se
acomodó la corbata, moviendo el cuello de un lado para otro y
utilizando sus dos manos.
Entonces
se sintió más en forma, más presentable, y se irguió en un afán
de reencontrar la dignidad.
Por
el diario se enteró de que era viernes y de una y otra noticia a las
que no dio ninguna importancia. Respiró. Y el aire frió le caló
hasta los huesos.
Luego
llegó la tarde y tuvo que soportar esa inquieta calma que se
entromete entre el día y la noche como un invitado de piedra al
decaer la actividad, cuando las calles, más quietas, se manchan con
ese gris que va mutando hasta convertirse en un negro irremediable.
Y
ese era, precisamente, el momento más angustiante. El momento en el
que todo su cuerpo, como el de un ser obsesivo, sufría los graduales
estremecimientos del cambio.
Se
pasó la mano por el mentón y sintió la piel como una lija. Le gustó.
No
había nada más que pensar. Lo demás ya lo sabía. Cada día era lo
mismo. Iba a llegar la noche y con ella el placer de su rutina, de su
razón de ser. En todo caso de lo único que sabía realizar con
precisión: caminar, atravesar las calles, marcar su terreno con indisimulada
exactitud.
Después,
de nuevo el cuartucho, el catre, las tablas despintadas del techo y el
humo del cigarrillo elevándose hacia el cielo. Hasta el amanecer.
Ernesto Langer
Moreno
elanger@escritores.cl
Ernesto
Langer Moreno nació en Santiago, Chile, el 23 de mayo de 1956. Estudió
en el Liceo San Agustín de Santiago y en la Escuela Militar General
Bernardo O`Higgins. Posteriormente, estudió Administración de
Empresas en Francia y actualmente se desempeña como Gerente Comercial
de una de las empresas proveedoras de acceso a Internet más
innovadoras del país: Interaccess.
Casado, cuatro hijos vive en su parcela de Peñaflor, a 30 km de
la capital.
Ha publicado libros de poemas,
cuentos y dos novelas cortas, además de haber sido colaborador de
diversos diarios nacionales como Las Ultimas noticias y varios
suplementos semanales. En 1983 y 84 fue propietario y director de un
periódico provincial llamado El Trapiche el que fue clausurado por el
régimen militar del general Augusto Pinochet. Su libro más reciente,
" El hombrecillo de los cuentos" ha sido escogido por un
grupo de especialistas para ser recomendado como lectura a todos los
estudiantes de enseñanza media del país.
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