Juan,
había llegado a su atelier de pintura a la hora acostumbrada, tres
de la tarde. Aquel día, el edificio destinado a ser demolido en
unos meses más, ignoraba lo que acontecería. Juan recibió la
llamada de uno de sus clientes, el señor Palomino.
--¡Aló, don Juan!, aquí, Ernesto Palomino.
--¿Cómo está?, ¿vendrá hoy a recoger el retrato de su esposa?
--Eso depende, maestro.
--¿Depende, de qué?
--Depende si acepta volver a las costumbres de antaño. Verá, no
tengo la cantidad que le adeudo por la cancelación; pero puedo
pagarle con un espejo que data de la época colonial. El marco está
elaborado en fino pan de oro. La calidad del espejo es de lo más
fiel.
--Siendo así, Sr. Palomino, véndalo y cancéleme lo adeudado. No
quiero aprovecharme de la situación.
--Es que, hoy es el cumpleaños de mi esposa y supuestamente develaríamos
el retrato. Ella está de acuerdo siempre y cuando usted lo esté,
pagarle lo pendiente con el espejo colonial.
--Me fascina la idea... aunque no va con mis criterios.
--Maestro, véalo y luego me dice. Si no está conforme, ni modo...
se quedará mi esposa con los crespos hechos.
--¿A qué hora lo trae?
--¡Salgo en estos momentos!, iré con dos de mis cuñados para que
me ayuden, porque el condenado espejo pesa y sí que pesa.
--Está bien, aquí lo espero.
Juan, se dedicó a trabajar otros retratos, mientras pensaba para sí:
"no me agrada la idea, será cuestión de ver la calidad del
susodicho espejo." Sus pensamientos fueron interrumpidos por el
timbre. Era Palomino con sus dos cuñados sudando la gota gorda,
trayendo a cuestas un enorme espejo, cuyas medidas a groso modo eran
de 1.50mt por .90cms.
--¡Adelante!, pasen... déjenme ver el espejo.
--¡Uhm!, su marco es deliciosamente barroco, y la calidad de su
reflexión... ni qué decir. Ahora menos puedo aceptarlo. Su deuda
es la quinta parte del valor que pueda tener este espejo.
--Maestro, a nosotros no nos interesa conservarlo. Es vetusto para
nuestra casa moderna. Lo que sí debo decirle que la empleada
durante la noche lo cubría, dice que siempre aparecía allí la
imagen de una dama.
--¡Pamplinas!, supersticiones, sólo eso.
--Eso, quiere decir que ¿lo acepta como pago?
--Así es Sr. Palomino, ¡estoy encantado con esta joya!
Luego de la entrega del retrato de la Sra. Palomino. Juan, pidió
que lo colgaran frente a donde solía pintar en su caballete.. La
puerta se cerró, dejando sólo a Juan con su nueva adquisición.
Daban ya las seis de la tarde -hora por demás conocida como cómplice
de lo sobrenatural-, Juan cogió sus pinceles y fue a lavarlos.
El atelier, no contaba con lavabo, por ello acudía al baño del
piso. Al regresar, vio en el espejo una figura que iba tomando
forma. Era una joven, de unos veinte años no más. Su vestido era
blanco y vaporoso, de encajes caprichosos, su rostro pálido ofrecía
tristeza, y unas lágrimas corrían por sus sedosas mejillas. Su
imagen volaba en el espejo.
Juan, quedó aturdido. "Seguro que me he sugestionado, es mejor
no mirar el espejo". Pero una voz lejana lo llamaba.
--¡Juan, Juan!... ¡ayúdame a salir!
Juan, se tapó los oídos, cerró la puerta tras de sí y bajó las
escaleras que lo conducían al primer piso, patitas para que te
quiero.
Esa noche, él estuvo pensando en las jugadas que hace la mente
cuando se mete una idea sin ser invitada. A pesar de ello, reconoció
que tuvo miedo y resolvió no ir en una semana.
Al cabo de la misma, olvidado casi el asunto regresó a su atelier.
Se encontró con el portero que le dijo:
--Menudas jaranas ha tenido Don Juan. No nos ha dejado dormir ni a
mi esposa, ni a mis hijas, ni a mi.
--Perdón, Don Procorio... pero yo no he venido en una semana.
--¿Con que esas tenemos?, está bien... le guardo el secreto. Pero
lo que más nos llamó la atención, fue la forma que iban vestidos
sus invitados. Aunque a decir verdad, nunca lo vi en las
francachelas de la semana.
Juan, preocupado por lo que le dijo Procorio, abrió su atelier a
ver si no faltaba algo. Efectivamente, eso era un desorden increíble.
"¡Carajo!, seguro que Mateo ha venido con sus amiguitas y
amiguitos.. Esto apesta a licor y colillas de cigarro." Se
dispuso a limpiar. Le dio las seis de la tarde. Cansado se arrecostó
en un diván y se quedó dormido.
Despertó sobresaltado, con mucho calor, sudaba como si fuera
verano. Abrió sus ojos y vio una fiesta en su taller. Quiso hacerse
el dormido, pero la dama del espejo se le acercó y le dijo:
"Te estuve esperando, hace muchos años. Hoy es nuestro día".
Juan, no podía contestar. En eso tocaron la puerta. Toda la fiesta
se desvaneció. Era su mujer, quien habiendo ido a hacer unas
compras fue a buscarlo al término de ellas. --María, no sabes ¡cuánto
bendigo esta visita sorpresa! --¡Por Dios, Juan!, parece que
hubieras visto al demonio... estás lívido y temblando. --Espera,
María... no te vayas, tengo que hacer una llamada.. --¡Claro que
no me muevo! --¡Aló!, con el Sr. Palomino. --¿Sí?, ¿con quién
hablo? --Es Don Juan. Por favor vengan y llévense su maldito
espejo. --¿Sucede algo raro con él? --¡No!, sólo quiero que se
lo lleven. --Será mañana, hoy estoy solo. --Me importa un carajo,
yo pago a quien venga con usted y se lo lleve. María se acercó al
espejo, ignorando que justamente eso era que tenía desquiciado a
Juan... se acercó más y más... hasta que penetró en él. Juan,
alcanzó a ver la punta de su talón. Corrió hacia María, y junto
con ella entró a esa etérea dimensión. Palomino, llegó con tres
hombres esta vez. Tocó la puerta, nadie respondía. Llamó al
portero y este le dijo que el maestro no había salido. Palomino se
persignó, rompió la puerta a patadas conjuntamente con sus acompañantes
y al entrar grito: ¡rompamos el espejo! Magullados salieron Juan y
María... cuando tras ellos venía la dulce niña de casi veinte años.
Pero, la basta del ruedo de su vestido se enganchó con el marco.
Corrieron los seis calle abajo. Juan, nunca más volvió a su
atelier. Don Prócoro, dijo que aquella noche se oyó llorar mucho a
una mujer. Al día siguiente que entró al atelier encontró en el
suelo una calavera, vestida de harapos coloniales. Llamó a la policía
y no supieron dar razón del cadáver... al poco tiempo, el edificio
ubicado en la calle Jr. Washington fue demolido para convertirse en
una academia de estudios. Los alumnos chancones, dicen que a veces
ven una mujer joven y hermosa, cuyo vestido no pertenece a esta época,
que camina en busca de algo...
Nov
02,97
- Lubbock,
Texas .
Amparo
Tello
v2ajo@TTACS.TTU.EDU
Amparo
Tello Fuentes nace en la ciudad del Callao, Lima, Perú, el año
1956. La afición a las letras la muestra desde que aprendió a
escribir; a la edad de 7 años escribe "El ogro y el
hombre".
En el tercer año de Secundaria, gana el primer puesto en el
concurso de novela corta convocado por el colegio donde cursó todos
sus estudios escolares, "Santa Isabel de Hungría", con la
novela "Esquizofrenia". A pesar de su gusto por la
lectura, y afanes de escribir, equivoca su carrera estudiando
Arquitectura, carrera que dejó inconclusa en el cuarto año. En su
búsqueda, ingresa al grupo de Creación Literaria en el Museo de
Arte de Lima, conjuntamente con Clases prácticas de Teatro; ingresa
en el segundo puesto a la Escuela Nacional de Arte Dramático de
Lima, pero ya la responsabilidad de criar dos pequeñas hijas, la
obliga a deshacerse de otro sueño. Sintiendo que la mayor parte del
tiempo lo ha perdido en recovecos de identidad, es que decide
retomar en forma autodidacta sus estudios literarios. El año 1990,
va con su familia a Estados Unidos, y dedica su tiempo libre en
devorar libros. El año 1992 obtiene mención honrosa en World of
Poetry con el poema "WHAT IS THE DEATH". El año 1993,
obtiene el Tercer Puesto en el Concurso convocado por el Instituto
Nacional de Cultura Peruana de Miami, con el cuento corto "La
Puerta".
Amparo Tello, sabe que el camino es largo de recorrer, y sigue
disfrutando y aprendiendo de maestros como Vallejo, Borges, Quiroga,
Sartre, Ribeyro, Camus, Kafka. Aún abriga el sueño de estudiar
Literatura en la Universidad, apoyada en ese sabio dicho:
"Nunca es tarde para aprender"
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