
En 1990 se me ocurrió la idea de escribir un
cuento corto al cual llamé "El Robot"; en aquella época estaba bastante
influenciado por las lecturas de Isaac Asimov y Stephen King, así que aquella extraña
mezcla inspiracional derivó en un cuento de ciencia ficción de suspenso. La historia
narraba el último momento en el diseño y producción de un nuevo robot humanoide, y por
supuesto todos los rituales "Frankinstenienos" estaban en él: el robot se
rebela, mata, destruye y no hay final feliz.
Sin embargo, esa primera intromisión en, digamos,
la literatura, me dejó unas cosquillas en las manos, era agradable escribir; aunque, por
otro lado, no era nada fácil.
Después escribí "El sueño", una
narración extremadamente corta sobre un alienígena que sueña con una guerra nuclear en
nuestro planeta; luego siguió "El gran benefactor" siempre dentro de la línea
de desastre atómico, para caer luego en una serie de "continuaciones" de
"El Robot" ("El Desierto" y "Base Luna 3"). Hoy en día veo
estos cuentos como experimentos de una primera generación; en realidad es a partir de
"Psicosis" que siento que empiezo a escribir con mis propias ideas, aunque hay
que ver que clase de ideas.
Es evidente que existen dos temas en mis cuentos:
la locura o la muerte. En la primera entiendo que tiene que ver con mis intereses en la
psicología y psiquiatría, "Psicosis" por ejemplo para mí es más que un
cuento "sangriento", es un intento de esbozar los procesos mentales de un
psicopata, algo que siempre me ha resultado fascinante. En cuanto a la muerte, éste es un
tema cuasi onírico; la muerte para mí es otro estado, un universo de infinitas
posibilidades, que en el caso de los cuentos hasta puede ser visto con cierto humor como
en "Ser o estar".
De nuevo mis cuentos son como mis dibujos, una
mezcla de muchas cosas; cierto elementos apenas los esbozo y finalmente yo tampoco sé muy
bien de donde vino la idea o que pretendía con el resultado final.
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El sol reflejó sus rayos sobre las paredes
rugosas de la enorme caverna, la criatura sintió el calor de los abrasadores rayos sobre
su rostro y supo que ya era hora de levantarse, pero... ¿qué día era?, hubo un tiempo
en que había utilizado un sistema gráfico por medio del cual llevaba la cuenta de los
días, pero ahora que su pareja había muerto el tiempo parecía no importarle, podía ver
el transcurso de las horas gracias a la posición del sol y en la noche por la danza lunar
en el cielo despejado, pero no le importaba la "fecha" o como le llamara su
amada "Ugggraid" a la sucesión de soles y lunas...
Sin más preocupaciones en su mente que la de obtener alimento, salió hacia el valle,
para intentar encontrar en aquel árido paraje algún alivio a su inagotable apetito. El
sol recorrió la mitad del cielo y cuando la sombra de la criatura se redujo a su mínima
expresión, pudo vislumbrar una manada de jabalíes retozando a la sombra de unos
matorrales. Se les acercó lentamente, pero uno de ellos detectó su olor, los animales
salieron en estampía y la criatura tuvo que enfrascarse en una agotadora persecución.
Al caer el sol los huesos de uno de los jabalíes
eran el banquete de una horda de hormigas que la criatura miraba con curiosidad. Al ver el
frenético movimiento de aquellos insectos, la criatura empezó a recordar las historias
que su abuelo solía narrar en las reuniones del clan, antes de que su grupo se separara
por la escasez de alimento. Aquellas historias hablaban de culturas que les habían
precedido y casi todas hacían referencia al Gran Benefactor, aquel ser mítico que era
invocado antes de cada cacería tribal.
El Gran Benefactor había sido un "hombre", seres bípedos que alguna vez
reinaron sobre la tierra, seres de pieles blandas, sin colas ni garras. Aquellos seres
habrían existido muchos eones antes de que los clanes y las tribus de su gente
existieran, ellos eran sus ancestros. Las historias
hablaban de una gran guerra en donde la muerte habría venido del cielo en forma de
columnas de fuego que se extendían sobre ciudades enteras. Los sobrevivientes habían
buscado refugio en el Gran Benefactor; éste, utilizando técnicas de ciencias ya
olvidadas, habría ayudado a que los hombres pudiesen vivir en aquel mundo destruido. Cada
clan se disputaba la descendencia del Gran Benefactor, y al final nadie sabía realmente
quienes eran sus sucesores, pero de lo que si estaban seguros era de que las "nubes
mortales" de aquella guerra habían afectado a los hombres y su progenie fue
cambiando hasta convertirse en lo que ellos eran...
La criatura siempre pensó que aquellas historias no eran más que lamentos nostálgicos
de aquellos ancianos, cuentos para intentar unificar a todos los clanes bajo un pasado
común. El no creía en civilizaciones antiguas, él creía en el dolor de su compañera
perdida, en el eco amargo del hambre en su estómago. Si, para él El Gran Benefactor no
era más que un mito, porque el no podía creer que su piel rugosa, sus garras cazadoras,
sus dientes afilados y sus cuatro piernas fueran el producto
de un aire misterioso o una "nube mortal", el no creía en ciencias antiguas,
sólo en la muerte segura que le esperaba a su pueblo con el calor de ese enorme sol que
cada día era más rojo...
Alberto Sánchez Argüello / Versión Original 1990 / Nueva
1/3/99
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Una vez más el verano había llegado y el
viento soplaba con intensidad sobre los árboles del parque, mandando las hojas secas
hacia el cielo limpio y despejado. Las palomas, cansadas de sobrevolar los jardines, se
posaron cerca de la única banca ocupada de aquel lugar.
El hombre que ocupaba la banca dirigió una mirada lánguida hacia las palomas; sus ojos
vacuos y lejanos en realidad no miraban a las aves, sino a los demonios negros que
danzaban en su mente ensombrecida. Los recuerdos se agolpaban en aquella mente como si se
tratasen de pasajeros de un transporte matutino; las imágenes eran confusas y
distorsionadas, el único pensamiento persistente era el vago recuerdo de un asesinato
múltiple: el de su familia...
Recordaba los gritos y el dolor, el sonido del desgarramiento de la carne, el peculiar
gorgoteo de la sangre al ser expulsada de las arterias cercenadas y el reflejo
hipnotizador del enorme cuchillo de matarife, el mismo con el había preparado el asado
hacía apenas dos semanas, antes de que los demonios empezaran a danzar...
En un tiempo aquel hombre había tenido un nombre, pero ahora carecía de identidad;
había tenido una vida normal con su esposa, su madre y sus tres hijos, pero entonces los
demonios habían llegado y su familia se fue transformando poco a poco en los monstruos de
los cuentos que su hermano mayor le narraba de niño, y el había tenido que matarlos...a
todos.
Primero fue su madre, unos pequeños tentáculos empezaron a crecer bajo su barbilla, pero
nadie parecía percatarse de ello, sólo los pequeños demonios obscuros señalaban con
insistencia los extraños apéndices. El hombre se fue sintiendo acorralado cuando vio que
su esposa desarrollaba escamas en su espalda y casi no pudo evitar los gritos de espanto
al ver a sus hijos con varios ojos en sus estómagos. El hombre no acudió a nadie porque
sabía lo que tenía que hacer...
Ahora miraba extasiado la interminable danza de los demonios, estos le hacían muecas que
se le antojaban cómicas y hasta simpáticas, pero no podía concentrarse demasiado, los
recuerdos volvían nuevamente a martirizarle. Esta vez se miró a sí mismo arrojando el
cuchillo ensangrentado, ya había acabado con todos los monstruos, los dos grandes habían
dado lucha pero los tres pequeños fueron más fáciles de exterminar... Entonces alguien
tocó a la puerta, era la voz de la vecina, el hombre tomó el bat de baseball de su hijo
y se dirigió hacia el vestíbulo. Su vecina no era un monstruo pero ella no entendería
sus razones, nadie lo haría...al abrir la puerta ella hizo un ademán de saludarle pero
sus labios quedaron mudos al ver las ropas ensangrentadas, sin perder
tiempo el hombre levantó el bat y lo estrelló varias veces en el cráneo de la mujer,
hasta que el hueso cedió y el líquido encefálico se fundió con la sangre...
Antes de salir de la casa había vuelto a su cuarto para sacar un objeto, era un revólver
calibre 38 especial, se lo había regalado su padre muchos años atrás, pero nunca había
sido disparado. El hombre lo sacó de su chaqueta y lo contempló con ojos soñadores, el
él vio la manera de librarse de los recuerdos...
Abrió la boca y colocó el frío cañón dentro
de ella, en ese momento levantó la mirada y vio que los demonios habían parado de bailar
y lo miraban con unos ojos demenciales, el hombre no le dio importancia a aquello y
simplemente jaló del gatillo...
El estruendo del disparo hizo que las palomas alzaran el vuelo, los pedazos de hueso
saltaron y la sangre impregnó toda la banca; el cuerpo se tambaleo por algunos instantes
para caer después mientras aún sostenía el arma en la boca...
Poco después las palomas regresaron, curiosas de averiguar el sabor del líquido rojo...
Alberto Sánchez Argüello 19/9/91
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Ella vino a mi consultorio en un día nublado. En
aquella ocasión la recepcionista estaba enferma en casa y yo, aburrido de leer viejas
notas de pacientes esquizofrénicos, me disponía a salir una hora más temprano. Fue
entonces que me topé con ella en el vestíbulo, ahí estaba, desnuda y temblorosa, sin
decir nada, sólo me miraba con sus grandes ojos. Yo me quité la chaqueta y se la
coloqué encima, hice un ademán para que se sentase, pero ella permaneció ahí, absorta
en la
contemplación de la hierba que el viento movía afuera; me di cuenta de que no quería
hablar y yo respeté su deseo...
Al otro día, mientras leía, miré por la ventana y la vi paseándose entre la hierba,
aún traía puesta mi chaqueta. Salí al campo y le pregunté si podía acompañarla, ella
no contestó y simplemente empezó a musitar sonidos que mi mente logró con dificultad
descifrar, parecía hablar, aunque no conmigo sino con algún punto impreciso entre las
nubes. Mencionó que desconfiaba de la humanidad, que todos los hombres querían obtener
algo de ella y a veces decía poder ver en sus ojos los
destellos de la muerte, les imaginaba usando hachas y cuchillos para destrozar su cuerpo
parte por parte, usando cada trozo de su cuerpo para todo tipo de usos descabellados y
perversos.
Mientras le oía supe el mal que le aquejaba y con tristeza trataba de deducir las
posibles razones de su estado, pero sobre todo, cual sería la línea de terapia más
adecuada. Pero entonces ella ya no estaba a mi lado, se había ido, más allá de la
hierba, más allá de mí...
Cuando le hablé a mí hermano de ella él palideció, me dijo que dejara de buscarla, yo
le respondí que era necesario que la encontrase, que ella necesitaba ayuda; él
simplemente calló; en aquel momento debió haberse percatado que yo la amaba.
Aquella noche fui visitado por una colega, mi hermano le había llamado para que le
apoyase en su intento de convencerme de la insensatez de mí búsqueda, sin embargo, me
negué firmemente. Fue
entonces que vinieron aquellos hombres grises, vestidos de blanco y me pusieron aquí, en
este cuarto desde el cual no puedo ver la hierba, no puedo verla a ella. Y yo me
preguntó: ¿qué de raro tiene que yo quiera ayudarla, ¿qué de raro tiene que yo la
ame?, y... ¿qué de raro tiene que
ELLA sea una vaca?...
Alberto Sánchez Argüello 15/5/97
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El hombre finalmente pudo levantarse y lo primero
que vio fue su auto incrustado en un árbol a unos pocos pasos de donde él se encontraba,
no le llamó la atención el hecho de haber sufrido un accidente y no recordar ningún
detalle del mismo, sino que por más esfuerzo que hacía con sus fosas nasales, ni una
brizna de aire pasaba a través de ellas; después intentó espirar y obtuvo idéntico
resultado, en una acción casi inconsciente colocó su mano a la altura del corazón sólo
para
comprobar lo que ya había imaginado: estaba muerto...
El Estar muerto no asustó al hombre, acostumbrado a conducir su vida a través de
patrones de lógica y razonamiento frío. Su primera preocupación real fue la de
encontrar una manera para regresar a su casa, así que después de verificar si su cuerpo
se desplazaba de manera correcta, sacó ciertas cosas del auto y empezó a caminar por la
carretera en busca de la civilización.
Ya en casa convocó a su mujer y a sus dos hijos al comedor familiar, buscando la mejor
manera de comunicar la mala noticia. La primera impresión que vio en sus rostros fue de
estupor seguida al poco tiempo de risas medio estúpidas que le parecieron de muy mal
gusto dada su nueva condición física. Por más esfuerzos que el hombre hizo su familia
no le creyó, sin embargó si consideraron seriamente la posibilidad de que el accidente
hubiese provocado un daño cerebral significativo.
Poco tiempo después el médico llegó a examinar al hombre. No podía estar menos que
intrigado con las afirmaciones de éste y empezó de inmediato a auscultarle ; como era de
esperarse encontró que los signos vitales habían desaparecido y que la temperatura
corporal descendía rápidamente. El médico optó por brindar un diagnóstico a aquel
"estado". Después de hablar varias horas de los Yoguis hindúes y algunos
monjes tibetanos, el médico describió ciertos estado catalépticos y hasta comparó al
hombre con los osos durante su estado invernal; habló de lo fascinante del caso y
mientras salía por la puerta, comentó sobre escribir un artículo referente a aquel
"estado".
La familia aceptó aquel diagnóstico bizantino y continuó con sus actividades diarias,
el hombre se limitó a decir que no llamaran más al médico. Sin embargo al poco tiempo
apareció un psiquiatra,
aparentemente a pedido de los suegros que habían hablado con la esposa del hombre
mientras el médico estaba de visita. El psiquiatra condujo al hombre a uno de los cuartos
e hizo que se acostara mientras él tomaba notas desde una silla mecedora. El sujeto
preguntó por su niñez y sus fantasías sexuales con su madre, el hombre respondió de
mala gana las preguntas y propinó uno que otro improperio cuando el psiquiatra intentaba
convencerle de su homosexualidad latente y del
enorme resentimiento que le guardaba al perro de su vecino.
Finalmente el psiquiatra se fue, no si antes
mencionar que el hombre sufría de una crisis de "muerte histérica", provocada
por sus instintos sexuales reprimidos que le hacían sentirse culpable, creando un
mecanismo de defensa que desembocaba en el cese de las funciones vitales como castigo a
sus pecados imaginarios. La familia abrió mucho los ojos y sin entender muchos sus
palabras le dieron las gracias y hasta un pago extra por todas las molestias.
El hombre cansado de tanta estulticia decidió seguir con sus labores y percatándose de
que ya era la hora de ir a trabajar, salió sin despedirse y sin probar bocado. En el
trabajo sus compañeros se burlaron por horas, todos ya sabían lo que había ocurrido y
todo les pareció sumamente gracioso, aunque muchos no rieron al notar el extraño olor a
podredumbre que empezaba a emanar del hombre.
Tiempo después cuando la familia se sentaba a comer y los hijos hacían expresiones de
horror y repulsión al ver caer sus pedazos de piel podrida, el hombre sólo se limitaba a
voltear la página del periódico en busca de la sección deportiva.
Alberto Sánchez Argüello 28/3/99
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Antes iba todas las tardes a aquel parque,
contemplaba los atardeceres mientras le daba migas de pan a las palomas, o simplemente
leía alguna novela sin contenido. Pero ya no más, no he vuelto a ir
después de aquella tarde...
Recuerdo que era Viernes y había hecho mucho calor todo el día, los vendedores
ambulantes estaban tan sofocados que habían dejado de rondar el parque. Yo mataba el
tiempo alimentando a dos palomas particularmente voraces que no parecían tener límites
en su glotonería. Ya cansado de tirar migas levante la vista hacia el poniente y entonces
lo vi, al principio pensé que era algún vendedor que había logrado sobreponerse a aquel
clima infernal, pero me percaté de sus ropas rotas y mustias y de su rostro de iluminado,
entonces supe que era un
demente...
Mi primer reacción fue de huida, pero desde niño había experimentado una morbosa
curiosidad por aquellas personas que gesticulan y hablan con interlocutores que sólo
ellos perciben, o que con
gran ansiedad recorren las calles en busca de su cordura. Aquel hombre era definitivamente
uno de ellos y mi curiosidad pudo más que mi temor.
El hombre iba vestido de harapos y tenía una barba que parecía la de algún patriarca
bíblico, pero lo más llamativo eran sus ojos, que eran de un negro tan intenso que
brillaban como dos brasas ardiendo.
Cuando estuvo cerca de mí pensé que no se detendría, tomando en cuenta la rapidez con
la que se desplazaba. Sin embargo, al estar a mi lado se detuvo en seco y mientras me
miraba directamente a los ojos me preguntó:
"¿Cuántos ángeles pueden bailar en la punta de un alfiler?... "
Aquella pregunta me dejó estupefacto, era un cuestionamiento teológico relacionado a la
insubstancialidad de los ángeles, que usábamos en la universidad para divertirnos con
los novatos en la clase de religión; pero... ¿que hacía aquel hombre con semejante
pregunta?. A pesar de mi asombro no tardé en contestar:
"Eso depende de si los ángeles son sustanciales o no. "
Mi respuesta pareció sorprenderle tanto como su pregunta a mí, sorpresa que me incitó a
darle el golpe de gracia:
"El número podría ser infinito si los consideramos insustanciales, que es la
afirmación correcta según el dogma católico. "
El hombre aplaudió entusiastamente ante mi respuesta y después volvió a hablar:
"Sabías que en esa misma banca en que te encuentras un hombre se disparó a sí
mismo hace algunos años?... "
Yo recordaba haber leído un reportaje hacía seis años acerca de un hombre que había
asesinado a su familia para luego cometer suicidio en aquel parque, sin embargo interesado
en la reacción de aquel demente opté por mover mi cabeza en gesto negativo. El pareció
dudar de mi respuesta y se sentó bruscamente en el suelo delante de mí, empezó a
contemplarme fijamente y mientras sus ojos brillaban más que nunca, rompió de nuevo a
hablar...
"Te crees tan cuerdo, tú eres como aquel hombre, sólo que tu asesinas las ideas,
cualquier idea que no provenga de tu mente racional y perfectamente lógica y en lugar de
matarte físicamente mueres día a día dentro de tu universo mezquino e intelectual. En
otras vidas yo fui como tú, arrogante con mis conocimientos, orgulloso exponente de la
sobriedad y el control emocional, miraba al mundo como mi imperio y cuando ocasionalmente
me encontraba con sujetos extraños que me hacían preguntas de ángeles yo les
contemplaba con la misma curiosidad con que tú me miras ahora. Pero esa curiosidad sólo
oculta el repudio que sientes por mí, si, yo soy las sombra de esta hermosa ciudad,
represento la minoría de almas que no encajan en tu maravilloso Leviatán... pero crees
sentir curiosidad porque muy dentro de ti sabes que soy también el espejo andante de tus
deseos e
impulsos más primitivos, soy el reflejo vivo de la anarquía que aún palpita en tu
corazón; tú eres un lobo, una bestia depredadora que se ha vestido de oveja tanto tiempo
que ha olvidado lo que
en verdad es. Mira dentro de mis ojos y te verás a ti mismo... "
Desde entonces como decía, no he vuelto a aquel parque, ni a ningún otro sitio de los
que antes frecuentaba, sólo me mantengo aquí, en casa. ¿Qué si no salgo por temor a
hallar a aquel sujeto?, nada más alejado de la verdad, en realidad con quien no me quiero
topar es con la policía,
porque al hombre tuve que matarlo...así es, tuve que matarlo porque tenía razón.
Alberto Sánchez Argüello 18/5/97
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