A Jon Webb, 15 de octubre de 1962

Bueno, ya me sacaron fotos. Está hecho.

J. me llamó y le dije que necesitaba unas fotos. J. tiene muchos contactos, así que se apareció con un cuñado, un tal John Stevens, que trabaja en una fábrica y es fotógrafo en sus ratos libres. Llegaron de Pasadena, J., Stevens, la esposa de J. y otro joven (nunca entendí dónde encajaba), trayendo sus cosas, y alguien dijo "este tipo no parece un escritor", que es algo que yo ya había oído antes y antes y antes. Cosas como "no dirías que éste fue el tipo que escribió esos poemas...... 0 "no sé, bueno, esperaba... esperaba que tuvieras más fuego". La gente suele tener esas ideas acerca de cómo debería ser un escritor, y eso es por las películas y por los mismos escritores. No podemos negar que gente como D. H. Lawrence, Hart Crane o Dylan Thomas tenían una personalidad que se metía en la gente. Yo no digo ni hago nada brillante. La cosa más brillante que hago es emborracharme, y eso está al alcance de cualquier imbécil. Si hay algo emocional en mí, debe esperar la Forma Artística. Si hay algo de carne en mí, debe esperar la Forma Artística. Si hay algo de D. H. Lawrence en mí, debe esperar la F.A. Yo estoy bastante cansado, y si hay que hacer de escritor, algún otro tendrá que hacerlo.

En fin, todo estaba dispuesto. Agarré una cerveza y J. y su esposa me hablaban, tratando de hacerme olvidar la cámara, pero sólo un tonto se olvidaría de la cámara. Mi mente no está tan mal. Si hubiera una serpiente en la habitación, no me olvidaría de la serpiente en la habitación. Y click, click, click, se oía todo el tiempo. No te pone precisamente bien, y yo pensaba, esto no tiene nada que ver con el poema, esto es lo que mata a los hombres. A lo mejor Kennedy me llama un día y me pide que le escriba los discursos, y yo le voy a decir lo que Frost no le dijo. Así que click, click, click, más cerveza, otra silla, otra camisa, otro cigarrillo, la esposa de J. riéndose, disfrutando todo, como si presenciara el espectáculo de un oso fumando. Después me sentaron frente a la máquina de escribir y me pidieron que escribiera y escribí: "sólo me siento feliz cuando leo acerca de suicidios, porque sé que hay otros votos en esa dirección". click, click, click. Hubo un montón de cerveza, un montón de cigarrillos y, evidentemente, un montón de fotos. la cosa por fin terminó, y cuando fui al baño a mear me di cuenta de que quizás había arruinado todo. Al comienzo me había rascado la cabeza, y me había quedado un mechón de pelo parado como un pájaro carpintero. Todo arruinado. ¿Por qué no me dijeron ? Salí y les comenté que tenía una bandera sobre mi cabeza, pero me ignoraron. La cámara no lo hará.

Agarré más cerveza y nos fuimos para lo de J., y ahí hubo más problemas. Fui al baño de J., y cuando tiré la cadena el agua rebalsó y llegó hasta el living. J. había estado teniendo ese problema y su casera no lo arreglaba, entonces él estaba enojado. Como tiene temperamento de escritor, corrió escalonas abajo a lo de la casera. Creo que se sentía incómodo por lo del baño (yo también), y quizá la única manera en que la gente sensible puede atravesar una situación incómoda es gritando. Yo no. Cuando pasa algo malo, no digo nada. Bueno, J. fue a lo de la casera, y estalló una escena. Ella subió llorando con el secador en la mano y secó el piso. Fue divertido y teórico: ahí estaba ella con el secador, llorando, y el poeta J. muy erguido diciéndole: "Ay, sra. M., creo que usted se pone muy sensible con estas cosas". Ella se fue llorando y J. empezó a caminar de acá para allá puteando por el baño. Decía que le gustaba la vista desde su casa. Podés ver toda la ciudad de Los Angeles. A J. le gusta. Pero es nuevo en la ciudad. Yo he visto todas las costuras de L. A. Nunca me acerco a la ventana. No para mirar la ciudad. Quizá para mirar un pájaro, quizá. No creo que se lo pueda culpar por lo del baño. Cuando un hombre quiere mear (o lo otro) no puede hacerlo mirando la ciudad. Tomamos otra cerveza y nos fuimos. Yo llevé a Stevens y a su amigo a Pasadena, una ciudad que no conozco bien. Mi noche se había terminado. Cuando se bajaron me dijeron, "¿ves esa luz azul de allá?", les dije que veía la luz azul de allá. Me dijeron, viejo, cuando llegues ahí, doblá a la derecha. Vas a encontrar la autopista a los 3 o 4 kilómetros. Bueno nunca, encontré la autopista. Quizá fue porque estaba demasiado ocupado buscando un negocio donde comprar cerveza. Era como la una de la mañana, y generalmente cierran a las 2. Pero en Pasadena cierran a las 10. Hace 30 años mi viejo decía, "Pasadena es una ciudad de mierda". Fue una de las pocas veces que dijo algo sensato.

Para peor, me perdí. Manejé, manejé y manejé. Todo estaba cerrado. las estaciones de servicio, todo. Los cafés, todo. No había una sola persona en las calles. Sólo los semáforos, las esquinas y ningún cartel indicador, y si había uno decía "Arcadia" y yo no tenía idea de dónde estaba Arcadia. Seguí manejando casi sumido en pánico. Me meto en estas cosas de tanto en tanto. Empecé a pensar en Kafka y lo que escribió sobre perderse en esos edificios, una habitación detrás de otra y nada tiene sentido. Estoy seguro de que si Kafka hubiera estado conmigo esa noche, habría encontrado otra novela. Pánico, sí, todo lo que querés es una cama y una cerveza fría y acá estás, manejando en un mundo sin gente, y las calles te llevan más y más lejos y no podés parar porque es entonces cuando el pánico empieza de verdad, ¿entendés? Seguí manejando, y todo se convirtió en una pesadilla. ĄTerminé en las colinas! Por un caminito que subía, y a un costado, vi una cosa que parecía un templo chino. ĄDios, Jon, estaba en el Tibet! Y por supuesto que no había gente, sólo carteles en chino. Comencé a sentir que me estaba volviendo loco. Di la vuelta y disparé por donde había venido.

Debo haber manejado una hora más, sin ver a nadie, sin llegar a ningún lado. Yendo para atrás, para adelante, al Norte, al Sur, al Este, al Oeste. Entonces vi un ser humano. En un camión de nafta que estaba llenando el depósito de una estación de servicio. Le pregunté, "¿cómo llego a L.A.?". "¿Por dónde quiere llegar a Los Angeles?", me preguntó. "No me importa por dónde", le dije, "dígame cómo llegar a la municipalidad". "Bueno", dijo, "está yendo al revés, dé la vuelta y siga esta calle derecho". Así de simple. Volviendo, me ubiqué. Reconocí algunas de las calles que me llevaban al hipódromo de Santa Anita, y ésa era la ruta que iba a mi casa. Te puedo llevar a cualquier hipódromo desde California hasta México, pero no me pidas que te lleve a ningún otro lado. llegué a mi dulce hogar, lleno de latas y botellas vacías de cerveza. Fui a la heladera. Suerte. Había una fría y adorable botella de Miller. Me la tomé y me fui a la cama.

Y ésa fue la noche de las fotos. Espero que hayan salido bien porque no creo que pueda hacerlo de nuevo. No este año, por lo menos. Quiero decir, otra gente puede hacer estas cosas con facilidad. Yo me siento como una rana disecada. Supongo que por eso escribo. Ellos me siguen abriendo. Nada profundo, pero es raro. Y todas las fotos con ese cacho de pelo parado. No puedo ni cruzar una habitación con éxito. Esta mañana pisé un destapador que había en el piso. Y no tenía zapatos, por supuesto. Otra tragedia menor. Sin embargo, el espíritu no es suicida. Me demoro sólo para ver cuántas cosas más pueden los dioses arrojar sobre mi. Alguien dirá que necesito un diván. Bueno, todos necesitamos un diván. No me digas que con nuestro muro de Berlín y nuestros arsenales nuestra porción de universo está muy saludable. Si yo necesito un diván, mejor que empiecen a fabricar un montón de divanes. No voy a negar que estoy un poquito sacado. No lo tomes a mal, pero si me vas a mostrar un líder o una salida, voy a hacer un montón de preguntas.

De todos modos, se supone que Stevens me llamará para darme las fotos. Las tiene en Pasadena, y yo tengo que -ja, ja, ja- ir hasta allá a buscarlas.

Te las mando si alguna vez vuelvo de Pasadena. Si las usás, me gustaría que pongas: foto o fotos por John Stevens, o algo así. Bueno, Jon, así fue. Lo intenté. Ojalá me hubiera peinado. ¿Te parece que esto le haya pasado a Hemingway o a Faulkner? No creo. Ahora voy a mandar esta carta, a buscar algo de cerveza, y después a dormir. Al carajo con el campeonato mundial. Anoche no pude dormir pensando en ese mechón de pelo

Charles Buckowski

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