No siempre la naturaleza,
los vericuetos del corazón
humano;
a veces, la perfidia de
los dioses,
la historia, la injusticia,
la belleza sin trabas del
amor
que se exalta a sí
mismo
en el grito entusiasta de
la vida
conforman esa piedra basal
de la poesía,
su forma y sustancialidad,
su tiempo
y candelabro rojo
donde enciende
un fuego tenaz y antojadizo.
No siempre. También
la dignidad
con que sobrellevamos
la asfixia que los miembros
firmes de la nada
nos provocan cuando,
en la noche,
frente a los reflejos
de alguna fruslería,
nos multiplicamos
y un trueno,
impreciso,
resbala en las paredes.
Piedra Blanca, febrero, 1998