El tren, suceso en la estación
dormida,
gusano fluorescente,
vibra en los cubiertos de
la mesa
que junta la premura.
Se pierde la mente en el
sonido
que desoye y en la luz sin
velos de la madrugada.
Y el apego aquí, cuando
el albor acepta
la esperanza de los adolescentes,
y Dios que se levanta inadvertido
al apurar su última
ginebra
en algún sitio cualquiera
del planeta.
Monte Hermoso, febrero, 1997