Antaño, fronteras
y destierros
configuraban las penas que
solo la muerte superaba,
ominosa con sus reflejos
de nada y sufrimiento.
Quimeras en los bosques
y puentes inconmensurables
guardados por gigantes ocluían
los caminos
y en las posadas de más
allá los mares, la leyendas
temores y prudencias vertían
en los parcos oídos
que las escuchaban. Y, de
este lado, minuciosos viajeros
las aventuras y el amor
narraban
que aquellas exóticas
comarcas
depararan a sus pasos erráticos
y codiciosos.
Hoy, Buenos Aires, la técnica
y la historia
anulan las distancias y
el misterio y la línea prolija
del cemento tu silueta iguala
a la de mil ciudades.
Antes el límite era
también huida y esperanza,
reconfiguración del
hado y epopeya.
Hoy, Buenos Aires, en algún
sitio de vos donde te escribo,
la misma sucesión
de signos y expectancias
me dice que ya no estoy
en vos y no hay refugio
o salvataje que nos tiendan
un lazo
capaz de importunarnos en
lo diferenciado.
Desde la cárcel de
un mundo sin arcanos,
confecciona el hastío
tu ruido y laberinto abierto
y esa fealdad bullente en
tus entrañas,
cuando la miseria lapida
tus falsos esplendores.
Buenos Aires, 1997/1998.