Fósforos quemados
que aguardan el azar capaz
de amontonarlos
junto a los otros desechos
del camino
restan al final de la jornada.
Las ilusiones, dispersas
en las geometrías,
escondidas entre párpados
y cristalinos,
una y otra vez se yerguen
nuevas,
pese al entumecimiento
que rasga la piel todos
los días.
Esa epidermis capaz de medir
la acidia o la alegría,
la plenitud, la angustia
y cuantas emociones designa
la palabra
sin atisbo de compromiso
alguno.
La misma piel mundana,
que se llena de azul cuando
el amanecer instaura
mundos exentos de melancolía.
Buenos Aires, diciembre 1997