Sin romanticismo alguno
o canto que albergue el
corazón
ante el despliegue inusual
de la soberbia,
recala la noche en sí
misma.
No la de los tiempos,
sino la del cotidiano día
carente de luces anteriores,
con una herida
apenas visible en una dentadura
que ríe para sí
cuanta sandez enuncia la
nada
disfrazada de implacable
altavoz en el mercado.
No bailes más, princesa.
Las palmeras de color azul
sobre el acantilado
reflejan en las aguas su
inexistencia
quebrada por un oleaje
de aserrín y espanto.
"Where is God", demanda el
indiecito
dormido sobre la limosna
impía
que recogió en la
noche,
cuando el alcohol, piadoso,
sofocaba la sordidez del
mundo,
incapaz de hallarse en su
verdad
de ojo sin pupila
en la algarabía triste
de los desengañados.
Monte Hermoso, octubre, 1998.