"¿De qué manera concebiríamos el Universo, si el Universo mismo —el Universo real, no un triste mundo metafórico —fuese realmente un huevo, el huevo primordial de las cosmogonías?", escuchó, mientras se desplazaba, acaso sin moverse, por ese campo interrumpido aquí y allá por algunos almiares cenicientos.
"¿Cupo el Universo en el Big-bang o comenzó por él? ¿Fue un hueco primordial? ¿Podríamos hablar de oscuridad cuando el Universo carecía de luz? ¿Es la cosmología de hoy un símil de la teología de ayer? ¿Mañana, qué? Dios, materia, vacío, destino: ¿términos carentes de significado?
"¡Allí está!", oyó en la voz, "¡la tienes ante tí!, ¡es la totalidad!", mientras se desplazaba, acaso sin moverse en torno a su propio e invisible yo (que sí presuponía como una totalidad), desde el momento en que, provisto de una vista y un oído excepcionales, nada fuera de sí veía o escuchaba.
Una hoja, lanceolada, verde y carnosa, de oliva (¡qué extraño!, recuerda haber pensado, y ¡qué desilusión!, el Universo reducido a una simple hoja que aún no se había sacudido el rocío matutino)—
Sin embargo, desde que se restringiese a una pura conciencia inmóvil, en esa forma vegetal que asumía la totalidad procedió a dibujar una pinta en un extremo, alguna muesca, una incisión, un lunar en el medio ...
¿Cuántos peligros arrostran los viajeros antes de llegar a las puertas del infierno y, al ceder las mismas a su empuje, descubrirse observando sólo las palmas de sus manos? ¿También él se habría trastocado luego de su inmersión en la totalidad?
Porque ahora camina por la ciudad del mundo, abigarrada y sutil, presurosa y locuaz, la misma que caminara ayer, aunque sin las oposiciones que la rigieran antes: vida/muerte, bien/mal, bello/feo, alegre/triste, liviandad/pesadez ... entre las más notorias.
Una dualidad sustancial, empero, reina todavía en la ciudad del mundo, la de los sexos, porque permite así que el amor prevalezca sobre el odio y extermine la última contradicción .
¡Qué ilusión pueril!
Y despertó.
Buenos Aires, noviembre, 1998