Los protagonistas del episodio
son tres y carecen de nombres. Tan sencilla trama no los necesita.
Veamos, pues, los acontecimientos.
El primero de los personajes vivía el pasado con el mismo entusiasmo
que el hoy, en el que transcurría diariamente su existencia. Ese
hoy, por lo tanto, recién lo conocía el día de mañana.
El segundo personaje, un vecino suyo, se le opone, pues, al adelantarse
constantemente a los hechos, en cada hoy conoce lo que sucederá
mañana.
Son seres especulares que enloquecen a cualquiera. Nunca es posible hallarlos:
uno porque siempre ya fue, el otro porque está por ser.
Alguien, sin embargo, se las ingenia para invitarlos a cenar a su casa.
El primero entra caminando para atrás; el otro lo hace tan de prisa
que casi arranca la puerta de sus jambas.
Obviamente, al verse los dos se reconocen y, como se dispensan mutua antipatía,
prefieren retirarse. Chocan en la acción el uno con el otro y, como
si se tratara del encuentro entre una partícula con su antipartícula
correspondiente, desaparecen en medio de un relámpago que, momentáneamente,
enceguece al tercer personaje de esta historia.
Cuanta vez la gente que lo rodea le pregunta por lo sucedido (el fulgor
y el ruido originario de su casa hizo temblar las otras), se limita a repetir
las palabras con las que le demandan. Sin recuerdos ni preocupaciones es
un presente puro, chato, y, casi, también, inexistente.
Monte Hermoso, enero, 1998.