III    LOS RELATOS FABULADOS

EPISODIOS UNIFICADOS POR EL ABSURDO









el primero

Trátase de un sabio que vivía recluido, no precisamente en una ermita, aunque en una casa de exiguas dimensiones, rodeada por un plantío, que, no a un jardín, sino a un bosque tropical se asemejaba.

Como nadie conocía la fuente de sus ingresos y hasta se rumoreaban historias tenebrosas acerca de sus experimentos, cierta vez, un comité de vecinos notables lo visitó ofreciéndole una suma respetable de dinero para que se fuera a otra comarca con sus alambiques.

No aceptó, argumentando que no molestaba a nadie y que esa historia acerca de sus ensayos era patraña pura.

No cedieron los vecinos. Al mes, compadecidos de su misoginia, le llevaron a una muchacha hermosa para que pusiera orden tanto en su hogar como en su vida ...

...que también hubo de rechazar, aduciendo, simplemente, que se bastaba solo y era demasiado viejo y que, por lo tanto, la joven en cuestión le volvería insoportable la existencia.

Luego del nuevo desaire, tras recapacitar, los ciudadanos, concluyeron que, dada su austeridad, el recalcitrante personaje era ideal para gobernarlos. Por lo tanto, fueron nuevamente en procesión para ofrecerle el mando político de la ciudad.

En la oportunidad expresó que los arcanos conocimientos adquiridos durante su soledad dedicada a la investigación nada le habían enseñado acerca de la manera de conducirse en el reino de los hombres.

Ante la tercera negativa y viendo agotados los intentos para reinsertarlo en la comunidad, los ciudadanos decidieron detenerlo y aplicarle tormento hasta domesticar su voluntad.

Agolpados con furia en el lugar de la casita, recibieron la sorpresa de no hallar sino los cimientos de la misma y una carta dirigida a ellos donde les comunicaba que, cuantas veces se asentaba en un sitio para combatir la plaga inminente que se cernía sobre sus pobladores, nunca le alcanzaba el tiempo para descubrir el antídoto capaz de prevenirla ...
 

el segundo

En la misma ciudad, aunque unos años antes, hallamos a cuatro individuos confabulados para cometer un crimen que acabó con la práctica totalidad de una familia, salvo el padre.

Cuando, luego de haber gozado del delito, los malvivientes se dispusieron a disfrutar de las ganancias, para desgracia de ellos, una pista olvidada los denunció y fueron encarcelados con presteza.

Como el poblado contaba con una sola cárcel, en los ratos de recreo, en tanto aguardaban el juicio y la condena, urdían la venganza hacia quien desentrañó las pruebas poniéndolos entre rejas. En la posterior huida intentarían dinamitar el dique para que el agua, el lodo y las piedras, arrasaran la población y los sembrados aledaños.

La mala suerte de los reos no terminó con su detención. Un papelito, con el detalle de lo tramado, que no alcanzaron a destruir, llegó, por mano de ese supremo azar que es el destino, hasta el padre de las víctimas. Éste, horrorizado, decidió tres cosas simultáneamente, a saber:

1. Salvar la vida de quien los denunciara,
2. Vengar, de paso, la muerte de su mujer e hijos,
3. Impedir la destrucción de la ciudad que tanto ama.

Convenció, por lo tanto, a los carceleros para que, esa misma noche, introdujeran un veneno mortal en el alimento de los asesinos y liberaran, así, a sus semejantes, de su malignidad .

Y así, mientras durante el sueño visitaba la muerte a sus cultores, el ultrajado padre se entregaba a los jueces con la esperanza de que comprendieran su actitud y la valoraran.

Pero ellos no se conmovieron por sus argumentos ni los interpretaron como fruto de una decisión altruista. Tampoco les importó saber que, de haberse cumplido el plan de los que ahora yacían bajo tierra, ellos, los jueces, se encontrarían ocupando su lugar.

La condena fue el destierro. Total, le susurraron, no dejaría a nadie en la ciudad que lo llorase y fuera capaz de recordarlo con nostalgia luego.
 

Piedra Blanca, febrero, 1998



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