ASÍ
EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA
1.- La llegada
Muchas veces me había preguntado cómo reaccionaría si me encontrara
cara a cara con algún fantasma, espíritu o aparición sobrenatural. Siempre me
imaginaba desmayándome, gritando o echando a correr, así que el primer
sorprendido fui yo cuando, al contemplar a la criatura, reaccioné con una
erección de palmo y medio y susurrando: "Dios, está buenísima"...
Delante mío, desmayada en el suelo y completamente desnuda, la criatura
casi hubiera podido pasar por un ser humano normal. Desde luego, parecía una mujer, excepcionalmente hermosa pero mujer al fin y al
cabo. Su larguísima cabellera negra y su elevada estatura -poco menos de dos
metros- eran poco comunes pero no tenían nada de sobrenatural. Pero lo que jamás
había visto excepto en grabados de la Biblia era el par de enormes, blancas y
plumosas alas que le brotaban de los hombros.
Siempre recordaré los minutos que tardé en llevarla desde la escollera
en que la había encontrado hasta mi cabaña en la playa. Toqué la piel de Ángela
(así la bauticé interiormente, cómo si no) por primera vez al pasar un brazo
por debajo de su cintura. Y sentí su carne, suave y cálida, bajo mis dedos. En
un acto reflejo del que después me arrepentí
(no suelo aprovecharme de mujeres inconscientes) acaricié la fina piel
del vientre, hipnotizado por su blancura. Me sorprendió poder levantarla en
brazos con tanta facilidad, la notaba ligera como el aire... Pensé que si la
soltaba flotaría por sus propios medios incluso inconsciente, pero no lo hice.
Joder, la había visto caer del cielo hacía pocos minutos.
Recuerdo haberme lamentado
mucho por tener que cubrir su cuerpo perfecto con una de mis gruesas mantas,
pero era una noche fría y supuse que Ángela preferiría estar abrigada. La
acosté cuidadosamente, evitando en lo posible que se le chafaran las alas, en
la cama de mi ex-esposa. A ésta le dediqué un fugaz pensamiento, algo así
como "joder, Teresa, la cara que habrías puesto si me hubieras visto
llegar con esta mujer a casa..." Sonreí algo tristemente. De hecho, me había
visto llegar con una mujer a casa hacía años... De ahí lo de ex.
Pasé la noche velando su sueño, sentado al lado de la cama. Y lo
primero que hizo Ángela al despertar fue ver mi cara inclinada solícitamente
hacia ella. Lo segundo que hizo fue gritar, lo que no satisfizo precisamente mi
ego masculino. Abrí la boca para decir algo, pero ella se me adelantó:
- Perdona. Me he asustado, no sabía dónde estaba.
Dios, su voz. Y sus ojos. Por un momento no supe de qué asombrarme más.
Los ojos no eran de un solo color sino que cambiaban constantemente cada pocos
segundos: dorados, azules, negros, plateados,... Siempre brillantes. Y su voz...
Imagínate a Salma Hayek cantando como Montserrat Caballé y te harás una
ligera idea del asunto.
- Tú eres... Simón. Simón Castro.
Era telépata o adivina, porque desde luego yo no había dicho nada. No
podía abrir la boca, o mejor dicho, no podía cerrarla. Bastante hacía con
procurar no babear.
- Puedo ver en el interior de la mente de las personas, conocer sus
secretos, leer su alma.
Dios mío, recé, ojalá no haya visto lo del trío con las
gemelas de Cáceres...
- ¿Trío? ¿Cáceres? - Soy un bocazas, pensé.- Pero no te
preocupes. Veo que eres un hombre justo, bueno y honrado. -Casi pude oír cómo
mi ego se hinchaba- Aunque lujurioso... –Eso no pude negarlo-
Gracias por acogerme en tu hogar.
Con un grácil movimiento se sacó la
manta de encima y saltó al suelo, extendiendo sus alas por toda la habitación.
Confusamente noté que sus pies no llegaban al suelo sino que flotaban sobre él,
y que seguía completamente desnuda y tan hermosa como ayer. Mi tercera pierna,
que se había mantenido vagamente morcillona la mayor parte de la noche,
reaccionó irguiéndose dolorosamente contra los pantalones. Procuré apartar la
mirada de sus tetas y escuchar. (No ayudaba el hecho de que su elevada
estatura me las dejara precisamente delante de los ojos).
- Dentro de unos meses vendrá alguien, un... Un hombre, a buscarme.
Seguramente ahora trata de averiguar dónde he caído exactamente. ¿Me dejarás
quedarme aquí hasta que eso ocurra?
No pude evitar ciscarme mentalmente en los muertos del cabrón que vendría
a llevarse a Ángela, pero procuré permanecer impasible para no quedar a la
altura del betún. "¿Cómo voy a negarme a que un ángel sagrado viva
en casa?” -pensé- “Además, igual antes de que llegue ese tipo
consigo llevármela al catre...". Recordé demasiado tarde que Ángela
podía leer la mente y enrojecí como un tomate. Dije lo primero que se me
ocurrió, tratando de ignorar la sonrisa torcida que vi -o creí ver- en la cara
del ángel.
- Ehh... Eh... ¿Eres un ángel,
verdad?
- Lo fui. Ahora soy un grígori,
un ángel que ha caído de los cielos pero cuyo pecado no basta para arrastrarle
al infierno. Por desgracia.
- Uh, sí. -No entendí lo de "por desgracia" pero preferí
cambiar de tema- ¿Tienes nombre?
- Ángela.
Vaya pregunta.
2.- La estancia
Durante las trece horas siguientes estuvimos hablando casi sin parar.
Ella me lo enseñó todo del reino de los cielos, misterios y secretos
agradables, morbosos, divertidos o terroríficos. Algún día recuérdame que te
explique la verdadera historia de Adán y Eva. Sólo te adelanto que Eva no fue
la primera mujer de la Tierra... Yo a Ángela no pude enseñarle nada de eso,
claro, pero sí hablarle de mi vida hasta entonces: mi trabajo como escritor de
noveluchas rosas, las dos veces que creí haberme enamorado y los dos chascos
sucesivos, mis épicos y ardientes polvos con las gemelas de Cáceres... Nada
tan interesante como los secretos del Universo que explicaba ella, pero Ángela
parecía singularmente interesada. Cuando le hablé de mi único hijo pareció
muy agitada, y me hizo explicarle todo sobre él: si era sano, qué aspecto tenía,
cómo era de carácter... Una sospecha nació en mi mente.
Dos semanas más tarde follamos.
Yo estaba sentado bebiendo cerveza en el porche de la cabaña. No se veía
a nadie, y Ángela había salido horas antes. A punto de echar una cabezada, oí
de repente una risa inconfundible, la de Ángela, flotando en el aire. Parecía
venir de muy lejos. Levanté la mirada... Y la vi, alto, muy alto, volando
desnuda sobre el mar. Daba vueltas y vueltas, caía en picado para luego volver
a elevarse girando sobre sí misma. Era tan hermoso contemplarla... Por primera
vez tuve miedo de volverme loco, porque aquella mujer no estaba hecha para los
ojos humanos. La leche.
Con la boca abierta vi cómo Ángela se acercaba hacia la cabaña, casi
planeando, sin mover mucho las alas. Aterrizó delante mío, sin dejar de reír,
y me miró. Sus cambiantes ojos se volvieron azul oscuro, como los míos... Y así
se quedaron. Y entonces avanzó un paso y se abrazó contra mí, apretando su
cuerpo contra el mío durante unos segundos. Sin darme mucha cuenta de lo que
hacía, empecé a desnudarme con rapidez y bastante torpeza -claro que al lado
de Ángela hasta Fred Astaire parecería torpe-. Al recuperar un poco la calma
fijé la mirada en su cara, esperando encontrar un signo, una aprobación, algo
que me indicara que no estaba haciendo el ridículo con los calzoncillos en la
mano. Ella dejó de reír y simplemente sonrió. Mi último pensamiento racional
antes de abrazarla de nuevo fue que quizás mi sospecha de días antes era
cierta... ¿Quería Ángela un hijo humano?
Recuerdo haber deseado con todas mis fuerzas alargar aquel momento lo más
posible. Así que me entretuve largo rato jugando con sus pechos, apretándolos,
pellizcándole los tiesos pezones. Sus tetas eran
redondas y firmes, los pezones sonrosados. Despacio, por Dios, despacio.
Y nos acariciamos, sus manos en todos mis rincones, excitándonos cada vez más.
Y mientras mis manos y las suyas no dejaban de moverse, cada pocos segundos nos
besábamos. Primero besitos suaves, labio contra labio, luego besos profundos,
largos, casi violentos. Hubiera querido seguir besándola siempre, una y otra
vez, hasta que se nos acabara el aliento. Pero... Ángela me cogió la polla con
las manos, y empezó a acariciarla con algo de
ternura -o eso me pareció notar a mí-, y se agachó. Y mientras yo me
repetía una y otra vez que no me estaba volviendo loco, sentí los labios de Ángela
cerrarse sobre la base de mi pene. Dios. Joder. Cerré los ojos, y todo el
universo se redujo a una lengua que recorría toda la superficie de mi verga,
que lamía la base del glande, que no paraba de moverse, que parecía estar
viva.... Noté sus dedos aguantándome los huevos, acariciándolos, cogiéndome
la polla con firmeza. Para evitar correrme demasiado pronto traté de pensar en
otra cosa, en cualquiera, en algo frío que bajara la fiebre de mi cuerpo...
"Un iceberg, dos icebergs, tres carlsbergs". Pero no podía
pensar en nada más que en ella, en su boca y en su habilidad. Pensé durante un
segundo "¿Dónde habrá aprendido a...?
Oh Diosss". Y cuando Ángela supo que yo no podría aguantar más,
dejó mi polla, que permaneció agitándose en el aire como si le diera pena
despedirse de la lengua... Yo quería darle a ella el mismo placer inhumano que
me estaba proporcionando, y más, todo el que pudiera. Creo que se lo dije, que
lo grité. Debió encontrarlo tierno o divertido, porque reaccionó riendo y
cogiéndome en brazos.
Y echó a volar.
No recuerdo muy bien cómo ocurrió todo después. Recuerdo sus brazos
sosteniéndome sin ningún esfuerzo aparente mientras sobrevolábamos el mar.
Recuerdo haber gritado mientras mi polla desaparecía en su interior, mientras
empujaba una y otra vez sintiendo cómo ella se agitaba tierna y cálidamente
con cada empujón... Todos mis sentidos se sumaron a la fiesta. El tacto de mis
manos sobre sus pechos, en su cintura, acariciándole las nalgas. La vista, que
se deleitaba en su cara, en sus pesadas tetas, en todas las partes de su cuerpo
que quedaban visibles entre aleteo y aleteo. El oído, porque la oía gemir
deliciosamente, y sabía que realmente le estaba dando placer, que en la medida
de mis posibilidades ella estaba disfrutando de veras... El gusto, porque cada
vez que podía la besaba de nuevo, delicadamente, en el cuello y en la boca, y
notaba su sabor salado en mis labios... Y el olfato, al que generalmente no daba
importancia, se reveló como otra fuente de placer, absorbiendo su peculiar
aroma, la pequeña capa de sudor que se formaba sobre su piel, el perfume
natural de su pelo negro.
Enlazamos las piernas y los brazos, y cuando finalmente no pude más
enterré mi polla todo lo profundamente que pude en Ángela y, gritando al
viento, me corrí una y otra vez, una y otra vez.... Todo era tan intenso que
dolía. Y Ángela cerró las alas en torno nuestro, completamente, mientras unos
adorables grititos salían de su boca, y caímos en picado hacia el mar. Sentí
su placer junto al mío, en un orgasmo larguísimo que parecíó durar horas. Y
a pocos metros del agua abrió de nuevo las alas y se dirigió hacia tierra
firme, riendo traviesamente y llevando entre sus brazos a un despojo humano que
nunca había estado tan cansado (ni tan satisfecho) en su vida.
Recordando sórdidos polvos con amantes a espaldas de mi mujer, furtivas
mamadas en coches o ascensores y violentas penetraciones con las gemelas me sentí
purificado, limpio, ligero. Acababa de follar entregándome de manera tan total
y absoluta que supuse que nunca podría a volver a sentir nada parecido. Me
equivocaba, claro.
Follamos casi cada día durante los ocho meses siguientes.
3.- La partida.
Al poco tiempo Ángela me dijo que estaba embarazada. Reaccioné desmayándome.
Joder, ¡iba a ser el padre de un híbrido entre ángel y humano! Eso no se lo
creía ni Fox Mulder. Mientras mi hijo aún no nacido se iba desarrollando en el
vientre de Ángela, ella y yo seguíamos follando cada vez que teníamos ocasión.
No interpretes que éramos como colegiales en celo: simplemente recurríamos al
amor... Eh... Físico cuando veíamos
que las palabras no bastaban. Quien no ha disfrutado nunca del sexo no se
imagina todo lo que puede decirse con un polvo. En fin, ahora ya da igual. A
partir del cuarto mes abandonamos los coitos aéreos, a pesar de que Ángela decía
que no había ningún riesgo. Más vale prevenir, pensaba yo, no quiero que le
pase nada malo al niño por culpa de nuestros meneos.
Durante el tiempo que estuvo Ángela conmigo, no nos movimos demasiado de
la playa y sus alrededores, porque ella quería lógicamente pasar inadvertida y
las alas no eran muy discretas que digamos. Además, siempre iba desnuda: decía
que estaba más cómoda sin trapos por encima. Sea por suerte o por algo más,
nadie nos vio nunca. Creo. No descarto encontrarme algún día fotos mías en
algún periódico sensacionalista, polla en ristre y acercándome a una Ángela
embarazada, bajo los titulares... Mejor no imaginar los titulares.
Llegó el día del parto. Eva, mi hermana, es médico (aunque hematóloga
y no ginecóloga) y no tuvo reparos
en venir a hacer de comadrona. Aunque por teléfono me costó convencerla de que
no estaba borracho, y al ver a Ángela cayó de rodillas rezando. Siempre ha
sido algo histérica, y muy religiosa. Sea como sea, el parto transcurrió sin
problemas. Rápido y casi indoloro. Nació un niño. Algo feo, como todos los
bebés, pero con los mismos ojos de color cambiante de su madre.
Y justo cuando lo cogí en
brazos por primera vez, un hombre joven, desnudo, de aspecto atlético, se
materializó en el centro de la habitación como por encanto. Miró a Ángela. Y
al ver al extraño, en la cara de Ángela apareció durante breves segundos una
expresión de felicidad y amor hacia ese tipo tan total y absoluta que me
destrozó verla. Sin embargo, no pude sentir celos. No cuando veía a Ángela
tan sobrenaturalmente feliz, más de lo que yo podría haberla hecho jamás, por
mucho que me doliera admitirlo. Oí cómo Ángela le hablaba directamente a mi
cabeza, sin molestarse en abrir la boca: "Por fin me ha encontrado. Simón,
éste es... Luzbel. El auténtico padre de la criatura. ¿No te preguntaste
nunca qué pecado había cometido para que me expulsaran del cielo? Ahora ya lo
sabes. Ya estaba embarazada cuando caí. Y a él también le han echado del
Infierno... Ahora debemos irnos. No sé a dónde, pero ni tú ni el niño podréis
venir. Lo siento, pero no podemos quedarnos en este plano de existencia... Por
favor, cuida del niño. Y llámalo Da...".
Entonces tanto Ángela como Luzbel desaparecieron de repente. Ni flashes
ni explosiones, simplemente ya no estaban allí. Y yo me quedé como un
pasmarote con el niño dormido en los brazos. Me lo imaginé dentro de unos años...
¿Qué tendría, cuernos de demonio y alas blancas de ángel? Eva se me acercó
y, temblorosa, preguntó:
-¿Tiene nombre el bebé?
Sonreí de manera algo amarga.
- Damien.
Vaya pregunta.
SHAW