Descansando en paz

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           Este cuento es uno de los que a mí más me gustan, y sin embargo no cosechó demasiado entusiasmo entre la mayoría de mis amigos. Eso sí: fue el elegido por el incomparable Juan Nicho para aparecer en su programa de radio "A este lado de la tumba", junto a algunos microcuentos. Me sentí muy orgulloso, la verdad. Además, en el próximo número de la revista 'Vacío', saldrá publicado este cuento con las ilustraciones fabulosas de Andreu y Rachel. Roger (alias Ode) también colaboró con un montaje fotográfico, pero lamentablemente llegó tarde para salir en la revista... En esta web publico su montaje, eso sí, así como haré con las otras ilustraciones una vez haya salido a la calle Vacío. Muchísimas gracias a los tres por dar imágenes a mis frecuentemente absurdos e hiperparanoicos relatos!

 

DESCANSANDO EN PAZ

 

            17.-

            Odio los funerales.

            He ido a dieciséis funerales en mi vida, en los cuales he visto un total de nueve cadáveres directamente, dos a través de un cristal y cinco montoncillos de cenizas. Y lo peor es que siempre se está muriendo alguien. Ahora mismo me ha llamado mi madre por teléfono: "¿Te acuerdas de Felipe, el de Santes Mases? ¿El que estuvo casado con la prima Cecilia? ¿Sí? Pues murió ayer en un accidente de tráfico. Sí... Pobre hombre... La familia está destrozada... No, por suerte iba solo en el coche. El funeral será mañana, en la iglesia de Nosédonde, a las Nosecuántas de la tarde. Si puedes venir le harás un favor a Cecilia. Sí, ya sé que estaban divorciados. ¿Vendrás?". Vendré. Así que serán diecisiete. No sé por qué llevo la cuenta.

            Mi mujer no quiere venir. Dice que odia los funerales y que son deprimentes. Es normal que sean deprimentes, le dije ayer, no creo que estuviera bien que se celebrasen con un baile. Respondió nosequé de una región de Luisiana donde celebran los funerales con un carnaval, música y disfraces. Me encogí de hombros. Si el tal Felipe era el cabrón que yo recuerdo no me importaría bailar un poco en su entierro. Tranquila, Laura, dije, no hace falta que vengas. 

            Y aquí estoy. En un banco de los últimos de la iglesia, vestido de negro y con gafas de sol, más que nada para disimular un poco si me duermo. Veo a Cecilia en las primeras filas, con los ojos enrojecidos y cara de pena. Nunca la entenderé. A su lado, apoyada en su hombro, veo a mi tía Sami (creo que el nombre viene de Samanta, pero teniendo en cuenta su bigote no descarto que sea en realidad Samuel). Cerca anda mi madre, su hermana, casi tan incómoda como yo. Se le nota porque no para de mirar al techo. Que me maten si no lleva diez minutos mirando exactamente a la misma porción de techo. Es fascinante, cualquiera podría pensar que movería de tanto en tanto la cabeza, ni que fuera para ver qué está haciendo el cura. Pues no.

            No conozco a nadie del resto de mi banco. Deben ser amigos del novio.... Del muerto, quiero decir. No sé qué tienen los funerales para que siempre los confunda con las bodas. “Una boda y diecisiete funerales”, pienso. La única boda a la que recuerdo haber asistido es la mía. Y teniendo en cuenta el aparatoso atragantamiento de mi hermano Julián con la tarta, podría perfectamente haberse convertido en velatorio. Casi me echo a reír al recordar la escena, pero me contengo a tiempo. Vale que el muerto fuera un cabrón, pero tampoco hay que pasarse. Oops, un tipo nuevo. Este llega tarde. Vaya, viene hacia mi banco. Siéntese, siéntese. Voy a saludar, seamos bien educados.

            - Buenas tardes.

            - 'Nas tardes. ¿Ha empezado hace mucho?

            Encuentro su pregunta ridícula, como si hubiera llegado tarde a un concierto o a una obra de teatro. Antes de contestar le echo un buen vistazo. Lleva una pobladada y sucia barba, aparte de eso se me parece. Traje gris, gafas negras, corbata gris. Anodino, como yo, supongo.

            - No mucho, creo que aún no han empezado las lecturas.

            - Perfecto. Gracias.

            Nada más acabar de hablar veo su expresión cambiar por completo. Como si algún enanito dentro de su cerebro hubiera cambiado con un manotazo una manivela de "aburrimiento" a "terror abyecto". Se levanta bruscamente y medio ahogando un "¡Hostia!", haciendo que varios bancos se giren a mirarnos. Hasta el cura titubea un momento a media frase, algo inaudito teniendo en cuenta que estaba a cincuenta metros. El desconocido empieza a mascullar "mierda, mierda, mierda" y se lleva las manos a la cabeza.

            - Oiga, ¿le pasa algo? ¿Se encuentra bien? -ese soy yo.

            - Erxds...t... Ccilx... Ccszxe...-ese es el desconocido, cada vez más incoherente.

            - Puede que sea epiléptico – amable contribución de un desconocido de mi banco.

            - ¿Epitequé? - ese es mi hermano, nunca ha sido muy brillante.

            - ¡¿Ocurre algo en los últimos bancos, por favor?! - Es la voz de mi madre... Dios mío, es como si hubiera nacido con un micrófono en la garganta. Y además se las apaña para que hasta sus "por favor" suenen como una declaración de hostilidades.

            El pobre hombre saca algo de su bolsillo, parece una esquela o una estampita. Me la da -de hecho me la embute en la mano- y se va corriendo. Qué desconsiderado, vaya portazo al salir. Con todo el mundo mirándome, echo un vistazo al papel. Está destrozado: mordido, mojado, medio roto... Curioso, es la esquela del funeral de hoy. "Se celebrará el funeral en la Iglesia de Blablablá". Tengo otro igual en el bolsillo, supongo que como todo el mundo en esta iglesia. Levanto la cabeza, sintiendo cien pares de ojos clavados en mí, y me encojo de hombros. Parece que todos esperan algo más, así que levanto las manos con el gesto universal de "a mí que me registren".

            - Bueno, sigamos -el cura recupera el control de la situación. - Tengo entendido que Cecilia, la ex-mujer del finado, quiere dirigirnos unas palabras...

 

            18.-

            Pues qué bien. Hoy ha muerto la pobre Cecilia. Teóricamente ha sido un accidente, se ha estrellado con el coche contra un muro de ladrillos. A ciento quince kilómetros por hora. Y yo estoy casi seguro, con un noventa por ciento de posibilidad, de que se ha estrellado adrede. Supongo que debería sentirme culpable, porque después del asunto de su ex no le hice demasiado caso. De hecho nadie lo hizo. Yo no la conocía mucho... Joder, no tenía ni su teléfono actual. Pero ¿quién se iba a imaginar que le afectaría tanto la muerte de ese pobre bastardo? Si ni siquiera estaban ya casados. Bueno, ahora ya da igual, supongo. El caso es que con el funeral de esta tarde llevaré dieciocho. Si fueran años ya sería mayor de edad... Ah, por cierto, Laura tampoco viene. Dice que los funerales le deprimen. Yo simplemente los odio.

            Esta vez no hay ningún chiflado que interrumpa la ceremonia y la amenice un poco. El cura es el mismo, pienso distraídamente que ya forma parte del mismo grupo de gente que el arreglador de ordenadores o el cobrador del gas... Gente a la que solo ves de tanto en tanto y nunca con demasiadas ganas. Mmf... Creo que debería ir a más bodas. Odio los funerales.

 

            19.-

            Joder. Este está siendo una mierda de año para mi familia. Ahora ha caído Sami, la única hermana de mi madre. De muerte natural, o eso parece, un ataque fulminante al corazón. Estaba sola, no había nadie para ayudarla y así murió, sentada en su sofá favorito y viendo la tele. Vaya mierda de muerte.

            Esta vez he convencido a Laura de que me acompañe. Siempre se ha llevado muy bien con mi madre, y creo que hace falta un toque femenino para consolarla. Yo soy demasiado brusco y Julián demasiado lerdo como para ser útiles en esto. Estamos todos en un banco de la primera fila, oyendo el absurdo sermón del cura -acabaré hartándome de su cara, pienso poor un momento- y consolándonos unos a otros. Bueno, en realidad todos a mamá, que es seguramente la única persona del planeta que sentía algún afecto hacia la pobre Sami. (Por cierto, descubrí que su nombre auténtico era Samariel García, es lógico que lo ocultara con la abreviatura).

            Busco al desconocido epiléptico entre la multitud. Tampoco parece que haya venido, aunque... ¡Un momento! Ahí está, en uno de los laterales, cerca de nosotros, en realidad... Va vestido igual que la otra vez, hasta con las gafas de sol, como yo. Quizás con la barba más larga. El pobre parece estar nervioso. Una mano aflojándose el cuello de la camisa y la otra tamborileando sobre el pantalón... Oye... Juraría que está mirando hacia mí. Es difícil de decir por las malditas gafas, pero desde luego parece que mire todo el rato hacia el primer banco. Ey, ¿dónde va ahora? ¿Se habrá dado cuenta de que le he visto? Me levanto un momento, diciéndole a Laura algo así como "un momento, hay un tipo que..." y me dirijo hacia el lateral. Echo un vistazo entre la gente de allí, sin encontrarlo. Oigo abrirse la puerta de salida, miro hacia ella... Y sí, ahí va nuestro suspicaz buen hombre, saliendo de la iglesia pero esta vez sin pegar portazo. Pues bueno, pues vale, pues me alegro. Yo sólo quería ser amable. De repente oigo un tumulto. Vuelvo al pasadizo central y... Joder, ¿qué hace el epiléptico en mi banco? ¡Pero si acabo de verle salir por la puerta! No, no debe ser él, pienso mientras me abro paso hacia delante, va vestido algo diferente, esta vez de negro, y lleva una desaliñada melena. Pero desde luego se le parece. Mucho. Y coño, es clavado, clavado a ... Joder, pero si se me...

            - ¡Pero déjeme en paz! -grita Laura, en el mismo tono que usaría con un vendedor de La Farola agresivo. - ¿Qué coño dice?

            Laura siempre ha sido muy tranquila excepto cuando se le hinchan las narices. Entonces se vuelve Hulka. Se oyen murmullos entre la multitud. Me acerco, me acerco, pero hay muchos idiotas en medio. Julián se levanta y se dirige hacia el tipejo. Supongo que piensa que esta es su oportunidad de lucirse por una vez en su vida. Por lo visto el desconocido no piensa lo mismo, porque acaba de... Joder, qué daño. Vaya hostia. Creo que le ha roto la nariz al pobre Julián.

            - Me moría de ganas de hacer ésto - dice el extraño frotándose la mano. Es curioso, la voz es muy ronca y suena alcohólica y pastosa, pero me resulta familiar.

            Tres o cuatro valientes de entre el público intentan coger al borracho, pero sin mucha convicción. Por lo visto le tienen aprecio a sus narices. El tipejo por lo visto ha renunciado a lo que sea que quisiera hacer, y ahora corre hacia la salida. Se cruza conmigo en el pasillo central y alargo el brazo hacia él, pero me esquiva fácilmente. Todo el mundo se aparta a su paso, como si fuera un pistolero en lugar de un simple borracho. Y se larga sin que nadie mueva un dedo. Genial. Corro hacia mi mujer, y lo primero que me dice es "¿Dónde coño estabas?" en un tono tan alto que hasta el cura se sonroja. Esta es mi Laura.

            - ¿Qué te ha dicho ese tipo, cariño? ¿Te ha insultado? – susurro. Debe haber sido algo muy fuerte para ofender a mi algo carretera esposa.

            - No, no, sólo ha dicho que... Que estaba muerta. Que ya estaba muerta.

            - Ah. ¿Lo estás?

            - No hagas bromas, joder. Ha dicho que me maté en un tren.

            - ¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿Por eso te has puesto a gritar?

            - ¿Te parece bien que llamen cadáver a tu mujer? ¡Era una maldita amenaza!

            - Sólo digo que por un borracho tampoco hacía falta montar este numerito.

            - ¿Y tú dónde habías ido en plena ceremonia, a mear?

            Mientras tanto el cura intenta controlar al rebaño, procurando ignorar la conyugal disputa que está atrayendo casi más atención que el golpe de Julián. Pienso distraídamente que los jueces tienen un mazo y los entrenadores un silbato, pero un cura no puede imponer orden más que dando palmadas como un loco.

            - Oye, creo que tu hermano está inconsciente.

            Y por el rabillo del ojo veo que mi madre se dirige hacia el micrófono más cercano con una mirada de odio en sus ojos. Mierda, sonrío antes de taparme las orejas, esta vez la van a oír hasta en Siberia.

            Odio los funerales. Y van diecinueve.

 

            20.-

            Laura ha muerto hoy. Y por primera vez en mucho tiempo no tengo ningún comentario irónico que hacer. Está muerta. De verdad. No es uno de los sueños horribles que tengo a menudo, no es una alucinación de borracho, no es una trola para cobrar un seguro de vida. Está muerta. Estoy viendo su puto cadáver ahora mismo. La mitad del  ataúd está cerrado, sólo puedo verla de cintura para arriba. Sé por qué, y joder, me gustaría no saberlo, sé que no hay nada de cintura para abajo, que ha quedado partida en dos por el accidente y que el resto del cuerpo no ha podido encontrarse. Joder, por qué tengo que saberlo. Por qué tengo que saber esta mierda. Con la cara han hecho un buen trabajo, apenas se ven las heridas. Aunque las manos... Mejor... Mejor no pensar en eso.

            Intento apartar la mirada del ataúd, pero no puedo. Me gustaría mirar a mi alrededor, preguntar quién está entre los asistentes al funeral, comprobar si está el extraño barbudo de las gafas y si puedo estrangularle y pegarle y matarle. Porque el hijoputa lo sabía. De alguna manera sabía lo del accidente de tren y no hizo nada para evitarlo. Sólo asustarla. Sólo eso. Pero no lo suficiente como para que nunca más volviera a coger un tren. Y lo cogió. Y se mató. Hijoputa. Julián está a la derecha. Mi madre a la izquierda. Laura delante mío. Es todo lo que veo, todo lo que necesito.

He ido a veinte funerales, de amigos, parientes y compañeros. Este es el primero que realmente me ha importado algo.

            Odio los putos funerales.

 

            21.-

            Ayer me visitó mi madre. Yo estaba borracho, como una cuba. Últimamente siempre lo estoy, normalmente por culpa de Laura. Me han echado del trabajo. Total, era una mierda de empleo, ocho horas diarias vendiendo ordenadores y cedés. Mi último cliente me preguntó: "¿Venden aquí alfombrillas de colores, para el ratón?" y contesté "No, pero podría despellejarle y fabricar una alfombrilla de piel de rata". A los diez minutos estaba despedido. Yo, no el cliente, claro.

            Mi madre me ha contado que Felipe ha muerto. “Qué bien”, dije yo, “¿es grave? ¿Se pondrá bien?” Mi madre me perdona las tonterías porque sabe que estoy acabado y voy siempre borracho. “Ven al funeral”, dijo, “es mañana a las siete. Tu prima te lo agradecerá, lo está pasando muy mal”. Últimamente nunca sé de qué coño habla. No puedo pensar con claridad. Bueno, no puedo pensar y punto. Supongo que mi madre creyó que no me acordaría, porque dejó encima de la mesa la esquela con la fecha, hora y lugar del funeral. Lo último que recuerdo entre las nieblas del Moskovskaya es haber mordisqueado la esquela, pensando "mira, me estoy comiendo a un muerto". Estaba algo confuso.

            Y ahora aquí estoy, delante de la puerta de la Iglesia. Con ese puto traje gris que ya he usado, con esta, ventiuna veces. No me he molestado en afeitarme desde hace días, no le veo sentido, la verdad. Llevo mis gafas de sol, que hace tiempo que no usaba, porque últimamente la luz me hace daño a los ojos. Creo que me estoy convirtiendo en una especie de vampiro, pronto empezaré a dormir en ataúdes. Joder, llevo años rodeado de ataúdes, empiezo a odiar de verdad esos malditos trastos. Venga, vamos a ello. Entro en la iglesia, tarde, como no. No recuerdo cuándo fue la última vez que llegué puntual a algún sitio desde lo de Laura.

            Busco un asiento entre la multitud. Cuánta gente, pienso, quién debía ser el muerto. Ni siquiera he mirado dos veces su nombre, Felipe nosequé.

            - Buenas tardes - dice un tipo del banco más cercano.

            - 'Nas tardes. ¿Ha empezado hace mucho? - me doy cuenta nada más hablar de lo ridículo de mi pregunta. Joder, ni que hubiera venido a ver un partido de tenis. Debe ser la resaca, sigo sin tener la cabeza despejada.

            - No mucho, creo que aún no han empezado las lecturas.

            - Perfecto. Gracias. - respondo mientras me siento.

            DINGDINGDINGDINGDING. Alarma en el cerebro, alarma en el cerebro. Detectada disfunción mental. Me levanto de golpe, conteniendo apenas un grito de "¡Hostia!". Todo el mundo me mira. Mierda, no, esto no está pasando, esto no está pasando. No era yo, el hijoputa epiléptico no era yo. No puedo estar hablando conmigo mismo. "Mierda, mierda, mierda" - eso último no sé si lo he dicho en voz alta, lo he gritado o qué. Miro hacia los primeros bancos. Cecilia, la muy muerta Cecilia, Cecilia la estampada contra un puto muro de ladrillos, me devuelve la mirada. Me llevo las manos a la cabeza, en parte porque empieza a dolerme mucho.

            - Eres... tú... Cecilia... Cecilia está... - digo esto o algo parecido.

            - ¿¡Ocurre algo en los últimos bancos, por favor!? - ¡Mi madre!

            La esquela, tengo que mirar la esquela. La saco de mi bolsillo, la miro, la remiro, no veo la fecha, no veo nada. Estoy llorando, joder. Cómo voy a ver nada. Y además está destrozada. Me la doy a mí mismo, al cretino que está sentado delante mío y no se entera de nada. Tengo que salir de aquí. Esto no está pasando, seguro que aún estoy borracho o durmiendo, o las dos cosas a la vez. Salgo fuera, corriendo, y respiro aire fresco. Bueno, no es fresco, estamos en medio de la jodida Barcelona, así que el aire es cualquier cosa menos fresco y puro, pero tendrá que valer. Cierro de un portazo y corro hacia el bar más cercano. Un coñac. Vale. Ahora otro. Y sigue echando. Volveré a la iglesia dentro de un rato, cuando me haya calmado. O cuando el infierno se hiele. Otro coñac. Otro. Otro.

            Odio los putos, putos funerales.

 

            22.-

            Vaya, Cecilia ha muerto esta mañana. Qué curioso, hay que ver cuántas veces puede morirse uno sin perder la práctica. Cualquiera diría que estamparse contra un muro de ladrillos y matarte es algo que no querrías repetir, ¿verdad? Pues no, ahí está (o estaba, o yo que sé), la buena de Cecilia para probarlo. Paf, contra el muro de nuevo. Esta tarde es el funeral, esto yo no me lo pierdo, desde el segundo funeral de Felipe no he ido a ninguno. De hecho desde ese día no he hablado con nadie, ni con mi madre ni con mi hermano ni con Laura. Aunque claro, Laura está muerta. Supongo. No sé, desde luego no está en casa cuando llego por las noches. Claro que siempre llego borracho. Lo que sí hice después del funeral de Felipe, después de salir del bar, fue ir al cementerio. Y vi las tumbitas, ahí juntitas: Cecilia y Felipe. Y cerca de ahí, la foca de Sami. Y más cerca aún, Laura. Así que todos seguían muertos. Sí, sí. Seguro. Entonces, ¿por qué la había vuelto a diñar Cecilia?

            En el funeral de Cecilia intento pasar desapercibido cerca de la puerta de salida. Me veo en primera fila, sin hacer demasiado caso de nada. Me echo a reír en voz baja, discretamente. Últimamente no paro de venir por aquí, me digo a mí mismo, yo que soy ateo ahora casi no salgo de la iglesia. Venga, voy a irme de aquí. Esto no sirve para nada, Cecilia ya está muerta, ¿por qué la enterrráis otra vez? Así que salgo y me voy al bar. Odio a la puta de Cecilia.

 

            23.-

            Creo que hoy he ido a un funeral, pero no estoy del todo seguro.

Desde luego recuerdo haber entrado en la iglesia, completamente borracho, y empezar a hablar con alguien. Laura, quizás, pero claro, no puede ser porque está muerta. Si hubiera estado hablando con ella me hubiera fijado en que sólo tenía medio cuerpo, ¿no? “Ah, hola, Laura, qué curioso, no sabía que participases en los Paralímpicos. Aunque sin piernas no harás un gran salto de altura, ¿verdad?”

            Estoy seguro de haberle partido la cara a alguien. O eso o la sangre que pringa mis nudillos es mía. Que también podría ser. No sé, estoy algo... Mareado, quizá. Además, es imposible que haya ido a un funeral. Ya he ido a un buen montón de funerales en mi vida, no necesito más. Veintidos o veintitres, qué más da. Odio... No sé. Odio algo, ¿verdad? Posiblemente los bautizos. o las bodas.

 

            24.-

            Ya lo decía yo. ¿Veis como Laura estaba muerta? Ahí está, bien metidita en su ataúd. No parece que vaya a irse a ir corriendo, ¿verdad? Y mira, ese tipo de ahí delante eres tú, ese que llora como un capullo. Tengo ganas de ir y partirme la cara. Es más, creo que lo voy a hacer. Nah, da igual. Mejor voy a echar un trago. De repente, tengo muchísima sed. ¿Está por aquí la pila de agua bendita? Odio la sed.

 

            37.-

            Por primera vez en muchos días estoy totalmente sobrio. No he bebido nada, ni hoy ni ayer. He estado llamando a mi madre y a mi hermano, pero no contesta nadie en su casa. Mierda. Intento centrarme. Venga, pensemos un poco. He ido a un montonazo de funerales estos días, ¿verdad? No puede ser que haya ido a tantos. Para empezar, no conozco a tanta gente. No, pero ese no es el problema, ¿verdad? Hay funerales que se están repitendo, sí, ese es el problema. Cecilia ha muerto ya tres o cuatro veces, y Laura... No sé. Pero esto no es posible. Joder, si al menos tuviese la cabeza clara... Es fácil, si no fuera un puto borracho recordaría algo de todos estos últimos días. Pero nada. No he hablado con nadie conocido en semanas. ¿Sabes lo que tienes que hacer? Ahora mismo vas a ir a la iglesia. Seguro que están enterrando a alguien, joder. Y lo que vas a hacer es entrar, preguntar quién se ha muerto y hablar tranquilamente con quien sea que veas entre la gente. En primer lugar preguntaré en qué día estamos. Laura murió el 2 de enero del 2001, así que sólo necesito saber eso, la fecha. Si es más allá, Laura está muerta. Si no, está viva. Es fácil. Venga, voy a hacerlo.

            Así que aquí estoy, dentro de la iglesia. Sí, están en pleno funeral de alguien. Me sitúo en uno de los laterales, cerca del altar, para poder echar un vistazo a la concurrencia. Cojo de la manga a un tipo de los que están de pie y le pregunto "Oiga, ¿quién es el muerto?". Me mira como a un bicho raro y responde: "La muerta, querrá decir. La señora García, Samariel creo que se llamaba". Claro, cómo no. Quizás antes no se había muerto del todo. A lo mejor la enterramos viva. Genial. Y yo que quería centrarme y aclarar este lío.

            - ¿Qué día es hoy, por favor?

            - Quince.

            - ¿Qué más? -venga, va, cabrón, dime qué día es hoy, que sea antes de enero, que de alguna manera haya vuelto atrás en el tiempo y resulte que estamos antes de enero del 2001, que aún tenga una oportunidad de salvar a Laura del accidente...

            - Quince de octubre del dosm...

            - ¡¡Sí!! - estoy a punto de gritar en voz alta. Un momento. - ¿De qué año?

            - Del 2004, claro, ¿está borracho? Déjeme en paz.

            Me quedo inmóvil, sin saber qué pensar. Algo empieza a martillear en mi cabeza, un latido doloroso y constante, como una vena que estuviera a punto de explotar. Bum. Bum. Entonces Laura tendría que estar muerta. Seguro. Tres años muerta. Venga. A comprobarlo. Me acerco a las primeras filas por el lateral, nervioso. Me aflojo el cuello de la camisa, me aprieta, no puedo ver bien. Bum. Bum. Jodida vena. Ahí está. Laura. Sentada en la primera fila. Viva. Y ese tipo que viene hacia mí, que se me acerca, soy yo. Otra vez. Ya me acuerdo de ésto. Sé lo que tengo que hacer. Mi cabeza está clara. Bum. Bum. Tengo que hablar con el yo que viene hacia aquí, decirle que avise a Laura, que no coja ese tren. Me quitaré las gafas, me acercaré a él, me reconocerá, no entiendo cómo fui tan lerdo como para no reconocerme las primeras veces. Bum. Bum. Pero no va a servir de nada. Le salvaré la vida a Laura, no cogerá ese tren, pero es que el tren ya lo ha cogido, lo cogió hace tres años, ya está muerta. ¿Qué le digo, que no coja un tren que ya ha cogido? No puedo decir eso. No puedo pensar bien. Bum. Bum. Mi cabeza está clara, pero necesito que deje de latirme. Tengo que salir de aquí. Estoy harto de esta iglesia, odio los funerales. Bum. ¿Qué hago en esta maldita iglesia? ¿Qué hago aquí? ¿Dónde está la puerta? Salgo corriendo.

            Odio las iglesias.

 

            54.-

            Hoy la muerta es mi madre. Es curioso. No recuerdo que se hubiera muerto nunca antes. Debo llevar unos sesenta funerales, uno detrás de otro, casi sin tregua, un día sí y otro también. Todos los que conozco han ido diñándola una y otra vez, siempre  igual. Empezaba a hartarme. Qué bien, por fin algo original. Ya sólo falta Julián. Irónico, supongo. El miembro de mi familia que me cae peor y es el único que sobrevive a esta matanza. A lo mejor me lo cargo yo mismo. No sé, el día menos pensado le parto la cara. ¿O ya lo he hecho?

            Odio a mi hermano.

  

            96.-

            Estoy pensando... No sé, creo que esta es la vigésima vez que se muere Felipe. Sin embargo, he ido muchas veces a este funeral, ¿no debería ver un montón de copias de mí mismo revoloteando por aquí como mariposas? No sé, quizás las más antiguas se borran, o algo así. Siempre me veo dos o tres veces, en los primeros bancos, borracho en un confesionario o sentado en uno de los bancos de atrás. Pero nunca estoy repetido más de dos o tres veces. Y todos mis dobles tienen la misma edad. Tengo la sensación de que han pasado siglos desde que empezó todo esto, pero yo no envejezco. Qué bien. Quizá estoy en el infierno, quizá me he vuelto loco, quizá estoy borracho o drogado, no sé. Ya se me hace difícil desde hace tiempo distinguir unos días de otros. La única diferencia es que a veces para ir a la iglesia me pongo el traje gris y a veces el negro. O a veces no me pongo las gafas. O no traigo corbata. Un día vendré sin pantalones, a ver qué pasa. Las posibilidades son infinitas. Empiezo a odiar los pantalones.

 

            3677.-

            Supongo que un día u otro tenía que pasar. Me he acercado al ataúd con la cola de gente que presenta los respetos al cadáver. Y cuando he legado delante me he quedado inmóvil. Así que esta vez el muerto soy yo. No hay duda, soy yo. Ya me he visto suficientes veces como para estar seguro. Dios, qué mal gusto, me van a enterrar con las gafas puestas. ¿Y qué hay en el bolsillo de la americana, no será...? Sí, lo es. El móvil. Como mínimo espero que lo hayan apagado, sería de mal gusto que sonara en el entierro. Me aparto del ataúd, meneando la cabeza. Echo un vistazo a la primera fila de bancos y mis sospechas se confirman: Laura está allí y juraría que sonríe un poquito. No, miento, está llorando. Me sentiría conmovido si a estas alturas me importasen este tipo de cosas. A su lado, Julián bosteza. Esto empieza a hartarme, pero algo me dice que no ha acabado aún.

            Me odio.  

 

            10E99.-

            Hoy me entierran otra vez.

Hay que joderse.

                                                                SHAW


Para el hombre del armario, con admiración y cariño.

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