Greensleeves

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                Después de una sequia de unos cuantos meses, me dio por escribir un nuevo cuento relacionado en cierta forma con alguna de mis paranoias recurrentes... No os asustéis al empezar a leerlo: todo cobra cierto sentido a medida que avanza la historia. Este cuento ha despertado disparidad de criterios: desde los que creen que es lo más mediocre que he escrito a los que lo sitúan en mi "top 5"... Vosotros mismos. Respecto al final de la historia... Algunos me han dicho que lo cambie porque no mantiene el tono del relato, pero voy a dejarlo por dos motivos: es la base de la historia (tal como se me ocurrió), y me gusta el contraste con lo angustioso del resto de la narración (aunque, bien mirado, algo angustioso y terrible sí que es, el final...).  

 

Greensleeves

"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto
toda nuestra vida se concentra en un solo instante"

Oscar Wilde

             El dolor repentino en el pecho le hace soltar la cartera, los documentos se esparcen por la calzada y su último pensamiento consciente es que tiene que recuperar los papeles del divorcio antes de que el viento se los lleve. Segundos más tarde, el corazón se detiene. Al cabo de unas horas, la actividad eléctrica en el cerebro se interrumpe.   

 Sueño una pesadilla de muchas caras en sol negro de luna frente al mar de muchos kilogramos. Asociación libre de Huelva sin impuestos de calado internacional con árboles frutales de poco renombre. Escritores perdidos de droga hasta el cuello viven alegres sin preocupaciones, ya que se dedican a lo que Pedro les dice que no hagan. Hacer o no hacer, ese es Hamlet de Polonia. Dinamarca es la tierra del olvido, Orfeo canta a todo el mundo sin saber por qué llena de basura las páginas de la vida. Pocos pájaros cantores de Viena son niños de San Ildefonso de barba cana y ceño fruncido. Sin salida. Sin sentido. Sin piedad. SIGUIENTE.  

Pienso, luego existo. En algún lugar existen pensamientos, deshilvanados y confusos, que de repente cristalizan en una unidad, una palabra, un concepto. Un nombre propio, nada más que eso: Víctor. Oscuridad absoluta, o más bien ausencia total de imagen. Silencio. Vacío. Una escena aparece, no vista sino recordada a medias: papeles cayendo de una cartera. Le sigue un torrente de recuerdos, vagos, difusos: una identidad unitaria que los une y les da sentido. Yo soy Víctor, y pensar esas tres palabras representa un triunfo, un placer intenso pero apenas identificado como tal. Yo soy... Víctor. Piensa en una cara, le asocia un cuerpo, una voz, un pensamiento. Soy yo. Recuperada la identidad, el pánico aparece rápidamente. Un impulso irrefrenable: abrir los ojos, moverse, salir corriendo. Pero algo ocurre: el concepto mismo de movimiento ha dejado de tener sentido. Víctor no tiene sensaciones físicas: las órdenes desesperadas que pretenden mover un cuerpo quedan sin respuesta. Sólo existe el vacío. Y el pensamiento. Y el pánico. ¿Dónde he ido a

  La imagen es clara, dolorosamente nítida. El silencio es aún sepulcral. Un cilindro gigantesco escupe un proyectil de metal líquido, reluciente. Con el disparo se oye un gemido espantoso, un zumbido penetrante que parece llenar el mundo. La imagen sigue el recorrido del proyectil: atraviesa miles de kilómetros de llanura yerma, piedras y cielo azul, y el estridente grito le acompaña. La trayectoria desciende, el suelo se aproxima, el metal se deforma y aúlla salvajemente. Y todo se congela, el movimiento es corregido 52.8302z 1.05002º elevación 12 oeste. SIGUIENTE.

 De nuevo el vacío, la conciencia, el pensamiento. ¿Pero qué demonios está ocurriendo aquí? La mente se aclara, los recuerdos se amontonan. Víctor no sabe dónde está, sigue sin poder moverse. No respira. Ningún corazón late. No hay tacto, ni frío, ni calor, no hay sensaciones. El terror vuelve al ataque, un grito silencioso e inacabable ocupa toda su conciencia... Hasta que sin ningún motivo aparente la calma es súbitamente absoluta, el placer repentino e intenso, la ausencia de preocupaciones indiscutible. Todo el horror ha sido borrado. El tiempo transcurre: un mes, un día, un segundo. Aburrimiento.

 Música, notas discordantes en una variedad inconcebible de tonalidades, volúmenes, timbres. Voces humanas se unen en coros dodecafónicos, instrumentos inidentificables alternan sus melodías. El caos es absoluto, se debe seleccionar/dividir, menos volumen para la voz de tenor, el piano debe sincronizarse con la batería, trece ritmos combinarían a la perfección con el coro de gritos tangenciales. SIGUIENTE.

            Un año, un mes, un siglo en el vacío. Un tiempo imposible de medir o comprender. La locura siempre al acecho, agazapada tras una confusión algodonosa. 

            Y de repente todo cambia. Víctor es súbitamente consciente de un intenso dolor en los brazos (¿brazos? Tengo brazos, sí Dios, Dios, gracias, estoy vivo!). Abre los ojos y sólo ve claridad, bendita luz tras eones de oscuridad e imágenes fragmentadas. Agita brazos y piernas descontroladamente, como un recién nacido, abre la boca y borbotea, golpea con la cabeza contra el suelo. Es un alivio tan grande poder moverse de nuevo que la alegría no le deja pensar con claridad. El dolor de los brazos está causado aparentemente por decenas de agujas clavadas bajo la piel. Intenta arrancárselas sin éxito: los calambrazos de dolor le recuerdan que está vivo, que tiene cuerpo, y el pensamiento le regocija una vez más. 

         - Shhh, quieto. Acabarás por hacerte daño si sigues moviéndote así.

         Oye una voz, una voz humana, femenina, dulce, que a Víctor le suena tan musical como una campana de plata. Deja de debatirse. Sonríe, recreándose al hacerlo en la sensación de estiramiento de los músculos de su cara. Es increíble haber recuperado el tacto, la sensación de tener un cuerpo y poder sentirlo. 

         - Así está mejor. Fija tu mirada en mí, en mi voz. Deberías empezar a ver en pocos segundos, cuando el estimulador cortical se haya ajustado a tus esquemas perceptivos.

         Víctor no comprende del todo, pero hace lo que se le ha pedido. La blanquísima claridad empieza a oscurecerse, poco a poco. No hay detalles, sólo formas y siluetas. Ve que está sentado en el suelo. Ve las paredes grises de una pequeña habitación. Ve una figura humana perfilándose delante suyo.

         - Las agujas de tus brazos te están proporcionando lo que necesitas para sobrevivir en este ambiente. Es demasiado radiactivo para tu fisiología... Por no hablar del aire que te resultaría irrespirable, o del flujo psi que desprende mi cuerpo. Incluso con estas precauciones, el cuerpo temporal que te hemos proporcionado se disolverá en unos minutos, así que aprovechemos bien el tiempo.

        Víctor nota un elemento externo, un cuerpo extraño en su cabeza. Palpa un pequeño aparato cálido y metálico clavado en su frente. Late y palpita de un modo extraño, casi orgánico.

        - No toques demasiado el estimulador. Ese aparato se encarga de traducir los estímulos externos a señales compatibles con tus esquemas neurológicos. Visuales, auditivos, táctiles... No estás realmente en una habitación sólida, ni yo tengo el aspecto con el que me visualizas. Sólo tu cuerpo es exactamente tal como lo ves: lo hemos generado según los modelos extraídos de tu memoria.

       La visión de Víctor sigue aclarándose, y puede ver por primera vez las facciones de la mujer que le está hablando. Es vagamente parecida a su ex-mujer, Marta, pero hay algo extraño en su cara, quizás la simetría demasiado perfecta, artificial, o los ojos gélidos y casi inexpresivos. Viste un traje negro y elegante, que a Víctor le resulta familiar hasta que se da cuenta de que es parecido al que usaba habitualmente su madre.

       - Puedes decir lo que quieras, tengo mis propios métodos de entender tu idioma. Y de hablarlo... Aunque en realidad no emito sonidos, sino que envío gravíticas hacia tu estimulador. Qué más da.

       La voz de Víctor es aguda, vacilante, y suena extraña a sus propios oídos.

       - ¿Quién eres...? ¿Qué está...? Las imágenes... Vacío...

       La mujer enarca las cejas y esboza una media sonrisa algo desconcertante, quizás porque sus ojos siguen tan fríos como antes. Se sienta a la derecha de Víctor, felinamente, y apoya las manos en el suelo. Con la mirada fija en el vacío, parece estar buscando algo apropiado que decir. Víctor permanece inmóvil, expectante, desconcertado.

      - Sería absurdo que me pusiera nombre, así que no voy a hacerlo. Digamos que soy una representante del poder, una... Política. Me pregunto cómo habrá traducido el estimulador esta palabra, no estoy segura de los mecanismos de poder que empleabais cuando estabas vivo.

      - ¿Estaba? – Víctor apenas tiene fuerzas para decir esto, aterrorizado. Tiene la extraña sensación de que si dice algo fuera de lugar volverá al vacío, a la nada plagada de imágenes y sensaciones inconexas.

      - Moriste en el hospital, tras una horrible agonía, por culpa de un infarto que te sobrevino a la salida del Juzgado. Tu ex-mujer Marta decidió ignorar tu última voluntad y criogenizar tu cuerpo en la única empresa española que se dedicaba a ese negocio en tu época. Legalmente no debería haberlo hecho, porque pasaron más de diez minutos entre tu muerte y la congelación, lo que te exponía a lesiones cerebrales permanentes... Pero de alguna manera lo consiguió. El proceso fue algo torpe: arrancaron el cerebro y la médula espinal de tu cadáver aún caliente y lo sumergieron en nitrógeno líquido, a -196 grados Celsius. Esta temperatura debería garantizar la preservación ad eternum de tus estructuras celulares, que quedarían sin embargo dañadas por el proceso de congelación.

      Marta me hizo esto... Marta. No puede ser.  Estuve muerto... ¿Cuánto...?

       - ¿Cuánto...? Tiempo... ¿Qué año...?

       La mujer ríe en voz baja, divertida.  

      - Oh, ha pasado mucho tiempo, créeme. Más años de los que podrías concebir sin volverte loco. O más loco de lo que ya estás, al menos. Digamos que estás en el centésimo año del Sexto cómputo, lo que no querrá decir demasiado para ti. Siento no poder ser más precisa, pero ni siquiera yo estoy muy segura de cuántos años estuviste congelado. Lo que sí puedo hacer es explicarte una cosa... Algo que ocurrió hace ya unos cuantos siglos.

       Deja de hablar por unos instantes, una pausa teatral durante la que observa fijamente al casi inmóvil Víctor.

       - Hace unos cientos de años, un rebaño de sectarios ilianitas... No creo que el estimulador haya podido traducir esta expresión, pero en fin... Descubrieron casualmente los depósitos de cerebros congelados de tu pequeña empresa de criogenia, en quiebra y desaparecida desde hacía eones. Cuando los ilianitas trajeron su descubrimiento al Areópago se abrió un agrio debate sobre qué hacer con vosotros: ¿debíamos despertaros, clonar nuevos cuerpos y reparar el daño celular? ¿O destruir definitivamente vuestras agotadas carcasas? El proceso de resurrección resultaría costoso para los recursos del Ágora, así que la elección debía tomarse cuidadosamente. Finalmente se decidió descongelar algunos cerebros, unos veinte o treinta elegidos al azar, que serían destinados a estudios antropológicos, museos, centros médicos y un par para consumo general, por ejemplo como... No sé, como matriz de personalidad de un servo-mecanoide, o de un familiar-mascota. Y el resto de cerebros, entre ellos el tuyo...

       Se detiene de nuevo y resopla, aparentemente sin saber cómo continuar. Víctor la observa alucinado, incapaz de asimilar las implicaciones de sus palabras.

       - Digamos que fueron descongelados y reparados, pero no se les construyó ningún cuerpo a medida. En cambio, se mantuvieron plenamente funcionales en una solución conservante, listos para ser utilizados como bloques de memoria/proceso en el ordenador de cálculo secundario del Ágora. Al fin y al cabo, un cerebro humano, aunque sea tan primitivo como el tuyo, contiene millones de senderos sinápticos de una gran complejidad, que pueden ser utilizados para una gran variedad de propósitos. Si no me falla la memoria, el tuyo ha ayudado a desarrollar varios experimentos importantes... Cálculos de artillería ilianita, decodificación covariante, simulaciones fractales... Habrás percibido muchos de los inputs como frases o imágenes inconexas que estallaban en tu cerebro, asaltado por conceptos exóticos que interpretaba de la mejor manera que podía. Aunque lo más probable es que te mantuvieras la mayor parte del tiempo semiconsciente, tranquilizado gracias a los estímulos corticales que te eran suministrados cuando tu pánico alcanzaba un límite a partir del cual no hubieras servido de gran cosa.

          Víctor no comprende todo lo que se le ha dicho, aún está dolorido y algo mareado. Pero el sentido de lo que explica la mujer se va abriendo paso en su abotargado cerebro, y junto a la comprensión aparece una rabia creciente y avasalladora.

          - ¿Quieres decir que...? ¿Me habéis mantenido consciente para... Para usarme durante todo este tiempo? Como una... ¿Una pieza de vuestras máquinas?

         - Sí, es exactamente lo que quiero decir. No es un concepto tan extraño. Por lo que me han dicho los antropólogos, ya en tu época se exploraban los biocircuitos como una posibilidad de comp...

         Haciendo caso omiso de las punzadas de dolor que le atraviesan los brazos con cada movimiento, Víctor se abalanza rabioso sobre la mujer. Sigue sin pensar con claridad, pero la idea de que todos los años de semiconsciencia y desconcierto que ha sufrido hayan sido provocados le enfurece hasta casi hacerle perder la razón. La mujer no se inmuta cuando las manos asesinas rodean su cuello y empiezan a apretar. Víctor siente el cartílago cediendo bajo su presión, siente...

         Un desierto eterno de arenas plateadas, un cielo negro y cuajado de estrellas atravesado por relampagueantes columnas de luz, un edificio negro y reluciente de arquitectura imposible, retorcida, que se alza a más altura de lo que pueda imaginarse. Las arenas hierven de criaturas innombradas, el edificio en sí está vivo, palpita con la respiración sibilante de cientos de inteligencias, arcos y cúpulas y arbotantes y cornisas aparecen y desaparecen con cada estertor. Y lo que aprieto bajo mis manos es una... Un... Una figura indescriptible, humana pero mucho más que eso, una sombra aterradora, una mole de carne, sangre y huesos que desprende un olor acre, casi insoportable. Dos ojos fijos en mí, dos agujeros vacíos que me atraviesan y retuercen algo en mi interior, un dolor repentino y un aullido horrendo, interminable, que tras un esfuerzo reconozco como procedente de mi propia garganta...

        Y de repente, el vacío, la nada desprovista de imágenes y sensaciones a la que Víctor se ha enfrentado durante más tiempo del que puede concebir. Y antes de que tenga tiempo de aterrorizarse, la voz femenina resuena de nuevo en su interior:

        - Agredirme ha sido estúpido e innecesario. Lo único que me ha hecho falta para defenderme es desconectar por unos segundos tu estimulador cortical y hacerte percibir lo que te rodea tal cual es, sin filtros ni protecciones. Has vislumbrado la gloria del Ágora y mi auténtica forma, es realmente un milagro que tu cerebro no se haya apagado al instante. Con un pensamiento podemos destruir soles o desarticular el tiempo, es absurdo que nos ataques. He intentado ser amable para contentar a los ilianitas, pero todo tiene un límite. ¿Estás ahora dispuesto a escuchar lo que tengo que decir?

        Víctor trata de hablar, de asentir, pero es un esfuerzo inútil. La voz prosigue, implacable y cruelmente divertida:

        - ¡No me dejaste explicarte por qué te hemos despertado del todo! Ha habido un cambio del equilibrio de poder entre los sectarios ilianitas. La nueva agrupación tiene conceptos muy extraños sobre ética y moralidad, y consideran... Injusta... La situación de los cerebros empleados en nuestra maquinaria. Han presionado en el Areópago para que se hiciera algo al respecto, y finalmente el Ágora les ha escuchado. Sin embargo, sois demasiado valiosos para dejar simplemente de emplearos, así que esa solución ni siquiera se consideró. Finalmente llegamos a un acuerdo: seguiremos utilizando vuestros cerebros, pero no seréis conscientes de ello. Vuestros recuerdos serán borrados casi por completo, dejando de paso más espacio para la incorporación de nuevas funciones. Antes del borrado, cada uno de vosotros podrá elegir un espacio de dos horas de vuestra vida. Esas dos horas se respetarán, y se emplearán como base para introducir un bucle repetitivo en vuestros circuitos sensoriales. Es decir, reviviréis una y otra vez esas dos horas con todo detalle, todo lo que pensasteis y sentisteis, sin ser conscientes de las eternas repeticiones ni del hecho de que mientras tanto se os usará para nuestros procesos. Se te ha concedido el honor de ser el primero en elegir dónde y cuándo querrás pasar la eternidad. Tienes quince segundos para elegir, a partir de este mismo instante.

         Víctor pierde cinco segundos en procesar la parrafada, y cinco segundos más en horrorizarse. Sus últimos cinco segundos los dedica a buscar entre sus recuerdos algo digno de ser preservado, algo que merezca la pena revivir de su gris y miserable vida.

        Decide.

        Me apoyo en el marco de la puerta, observándola sin que se dé cuenta. Está afinando la guitarra con cierta reverencia y los ojos entrecerrados, bostezando de tanto en tanto. No estoy muy seguro de por qué la miro sin decir nada. Supongo que quiero capturarla en un momento de intimidad, sin que mi presencia cambie de cualquier manera su comportamiento natural. Enseguida empieza a tocar, muy lentamente. Al principio sólo notas sueltas, después acordes.

       Reconozco inmediatamente la melodía: Greensleeves.

       Siempre me ha gustado la canción: dulce, amable, algo melancólica. Muy hermosa. La asocio en mi cabeza, por algún motivo, a la época medieval, a la fantasía, al amor cortés. En cierta manera la canción parece apropiada para Marta, se adapta como un guante a ese aire entre alegre y melancólico que siempre me ha atraído de ella. Mientras toca, cierra los ojos y sonríe. Siempre me ha dicho que la música la hace feliz, pero nunca lo había entendido del todo hasta este momento. Permanezco en la puerta, simplemente escuchándola, y me doy cuenta poco a poco de que amo a esta mujer total y completamente. Tengo la sensación de que por fin entiendo y asumo un sentimiento que me ha bailado por la cabeza durante años. Sé, con toda la certeza del mundo, que esta mujer que toca la guitarra con expresión abstraída será la única mujer de mi vida, que nada nos separará jamás.

       Sé que pasaré la eternidad con ella.

       Y sonrío.

       SIGUIENTE.

                                                                                                SHAW  

 

Para la mujer con la que pasaré la eternidad.

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