Lo que puede aprenderse

Atrás Arriba

 

 

           Este es un cuento un poco especial, en tanto en cuanto está basado en hechos reales. Me había rondado por la cabeza la posibilidad de escribirlo desde hace ya tiempo, y finalmente me decidí al ver un concurso en el que pedían historias con "valores humanístico/pedagógicos". Esta voluntad "buenrollista" se deja ver claramente en la historia, y la verdad es que me resultó casi un alivio después de la mala leche de los otros cuentecillos que acababa de escribir. Y sobre la historia... He cambiado muchísimo desde los diez años hasta ahora, por supuesto, pero... Os parecerá una estupidez, pero lo que vais a leer ahora condicionó gran parte de lo que soy hoy en día (así que ya sabéis a qué echarle la culpa :P ). 

 

LO QUE PUEDE APRENDERSE EN UN SEGUNDO

           - ¿Voy a tener que hacer equipo con ese mierda de niño?  

          El niño de mierda soy yo hace mucho tiempo, cuando tenía diez años y era un chaval retraído de sonrisa fácil y mirada tristona. La chica que ha hablado es una pequeña belleza morena poco mayor que yo, con los ojos rebosantes de fastidio y desprecio. No recuerdo qué día exacto ocurrió esto, pero podría haber sido perfectamente a finales de diciembre... Lo que convertiría este recuerdo del día más terrible de mi vida en una especie de relato navideño más bien poco ortodoxo. Sea como sea...

          No supe cómo reaccionar ante el primer insulto. Al fin y al cabo, estaba separado de los amigos que normalmente me protegían de este tipo de cosas. Mea culpa: salí tarde de casa por quedarme viendo una peli de los Hermanos Marx (mis ídolos de infancia: nadie me hizo reír jamás tanto como el bueno de Groucho), y cuando llegué al festival toda la gente a la que conocía estaba asignada a otros equipos. No quería perderme la gynkama, así  que un estresado monitor me juntó con un equipo de niños de otros colegios. Entre ellos, la diosa despiadada que me recibió con tanto cariño.

          Me odió desde el primer momento. Me he preguntado muchas veces por qué, y no he sido aún capaz de explicar qué hice o qué vio en mí que mereciera un desprecio tan cruel e inmediato. Ella era elegante y yo vestía desastradamente. ¿Fue eso suficiente? Ella era preciosa y yo un crío enclenque. ¿Fueron por ahí los tiros? Ella era una líder y yo el niño tímido que procura no abrir la boca. ¿Quiso simplemente abusar de la víctima más fácil? Si aún hoy no lo comprendo del todo, imaginad cuál fue mi reacción el día de la fiesta. 

         A lo largo del día, mi torturadora se aplicó a la tarea de insultarme con una implacabilidad y un método casi dignos de admiración. No desaprovechó ni una sola oportunidad para humillarme. “Seguro que esta prueba la hubiéramos ganado sin esta mierda con nosotros”. “¿No podríamos meterle en algún otro equipo y que deje de estorbar?”. “¿Tenemos que vendarnos los ojos? Vale, mientras no sea con la asquerosidad de bufanda del basuras ese”. Los monitores la reprendían con un desganado “niiiña, no te pases” de tanto en tanto, cuando le oían algún insulto especialmente grosero. El resto de niños del equipo asistían indiferentes a la paliza verbal, sin que a ninguno se le ocurriera en ningún momento apoyarme o decirme algo. Yo no abrí la boca en todo el día. Sólo encajaba los golpes y me preguntaba una y otra vez: “¿todas las chicas del mundo me encontrarán tan repulsivo como ella?”

            Me fui hundiendo progresivamente durante la tarde. Me hundí un poco cuando durante  el minijuego con una pelota de básquet me la lanzó a la cabeza a traición. Me hundí un poco más cuando en el juego del pañuelo la  oí reírse a carcajadas de mi manera de correr. Me hundí del todo al advertir que no podía esperar clemencia ni tenía ninguna escapatoria, como una mosca con las alas cortadas a la que un niño torturase con un palo.

            Cuando el juego acabó ya sólo pensaba en buscar un lugar tranquilo en el que perderla de vista y echarme a llorar hasta caer muerto. Y ni eso me fue concedido, ya que el fin de la gynkama no marcó el fin del festival: aún faltaba una especie de oración-fin de fiesta (estudié en un colegio religioso), en la que todos los niños se reunirían para comentar el día. No encontré allí a ninguno de mis amigos, aunque para ser sincero no tenía muchas ganas de verlos. Ni a ellos ni a nadie. Lo único que agradecí de aquella inoportuna oración que me impedía largarme a llorar a casa fue que me permitió, por primera vez en lo que llevaba de día, perder de vista a mi némesis particular.

           Me senté en el extremo de uno de los bancos, con la mirada clavada en el suelo y los ojos enrojecidos. No escuché una palabra de lo que se dijo en la reunión, demasiado ocupado en reproducir en mi interior el vídeo mental con las humillaciones del día. Hasta que en un determinado momento todo el mundo se puso en pie, preparándose para cantar cualquier estúpida canción de esas que requieren cogerse de las manos. Y eso hizo la niña de mi derecha, aferrarse a la mano que colgaba laxa a mi derecha. No me digné a mirarla, me bastaba con saber que no era Ella. Por supuesto, no canté.

          Y entonces...

          Cuando la canción acabó y todos nos sentamos de nuevo...

          La niña de mi derecha me apretó con fuerza la mano antes de soltarla. Sólo un par de segundos, un gesto mínimo pero intencionado. Levanté la vista, sorprendido, y la miré directamente a la cara por primera vez. Me estaba observando.

         Y sonreía.

         He intentado muchísimas veces recordar algún detalle de sus rasgos, de su aspecto, cualquier cosa que me ayudase a recordarla. Pero sólo me quedaron grabadas dos cosas: la sonrisa más amable que jamás he visto y dos ojos marrones, cálidos y llenos de vida. Por lo demás, no estoy seguro de si era rubia o pelirroja, alta o bajita, gorda o delgada. Lo único que sé sin duda alguna es que con dos segundos de su tiempo, un fugaz apretón de manos y una simple sonrisa, aquella niña con la que nunca hablé y a la que jamás volvería a ver acababa de salvarme la vida.

          Si antes he dicho que ese día fue terrible es porque me hizo crecer de golpe... Entendí mucho sobre cómo funciona el mundo, perdiendo la pátina de inocencia que aún conservaba. Aprendí que es fácil destrozar a alguien, que no es necesario ningún motivo para hacerlo y que no cabe encontrar piedad en unos ojos fríos. Pero al mismo tiempo comprendí la otra cara de la moneda, vi cuánta luz, cuánta generosidad y consuelo caben en el más nimio de los gestos. Y cada vez que me asalta la sensación de que la vida es una mierda, de que en ella sólo hay dolor y sufrimiento y que todo está perdido, recuerdo un detalle que en su momento me pasó inadvertido pero que tiene una gran importancia.

          La pequeña bestia morena necesitó todo un día para hundirme. La niña del apretón de manos y la sonrisa me salvó en cinco segundos.

         Y eso tiene que significar algo.

                                                                                       LAPIDARIO

 

Para la niña sonriente, por supuesto.

Arriba ]