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EL DIA QUE EL SANTO FUE A LA CITA

Para el Chino

 

"No ves que el viejo esta noche

no va a faltar a la cita.

Vamos, total al fin nada es cierto

y estás, hermano, despierto

juntito a Discepolín"

 

"A Homero"

A. Troilo - C. Castillo

 

Fue no hace mucho. Un par de años quizás.
El hombre, solitario, ocupaba la mesa del rincón. Había dejado el sombrero sobre la silla que estaba a su costado. Nadie parecía notar su presencia. Pequeño, delgado, fumaba con avidez. Estaba agarrado al cigarrillo como acróbata al trapecio.
Tenía servida una empanada con un vaso de vino blanco. Miraba al Chino mientras lo oía cantar "Yira... Yira..."
Algo en su figura llamaba mi atención, no podía dejar de contemplarlo.
Cuando el Chino terminó, el hombre ya se había tomado el vino, la empanada estaba aún en el plato, apenas un mordisco pequeño la marcaba. Se levantó, se puso el sobretodo, el sombrero y salió precipitadamente; parecía que había atravesado el salón de un solo paso. Afuera lo esperaban la noche y la niebla. A través del vidrio de la puerta alcanzó a echar una mirada hacia el Chino que se había quedado congelado después de cantar el tango.
El hombre giró su cabeza y se alejó por la calle; en ese momento sentí como un relámpago dentro de mí.
"Pero... ¡es él!" pensé con un asombro tremendo. Me paré para ir a buscarlo pero no pude moverme.
El Chino me miró. Tenía la mirada dura y las dos manos apoyadas sobre el mostrador.
Yo señalaba hacia la puerta y sólo pude decirle
—Chino, ese tipo...—
Me hizo un gesto con su mano derecha que hablaba por él y decía "a mí qué mierda me importa ese tipo".
Dentro de mí había una urgencia inexplicable. Salí casi corriendo con la esperanza de alcanzarlo. Afuera era difícil ver más allá de una cuadra, la niebla deglutía autos, casas, perros, luces. Al dar vuelta a la esquina y a contraluz del telón gris oscuro de la noche, medio fundida con el aire pude ver a duras penas su figura pequeña y flaca, su perfil anacrónico de sombrero y sobretodo, su espalda doblada por la carga de penas y dolores, propios y ajenos. Me apuré y lo alcancé.
—Enrique— le dije para llamar su atención. Se detuvo, me miró  y dijo
—¿Qué querés pibe?, plata no tengo y los consejos que te pueda dar no te van a servir, ya están gastados, no los quiere nadie
—Disculpe, pero yo...Yo soy amigo del Chino y me pareció..., no sé..., quiero decir que si usted pudiera... — se me trababan las palabras, no podía decirle lo que quería.
Debajo de su enorme nariz se dibujaba una sonrisa tierna, sus ojos traían dulzura y tibieza.
—Lindo lo del Chino, ¿verdad?, le pone tanto sentimiento— me dijo —cuando puedo vengo por este barrio, lo que más me gusta es escucharlo cantar. Me emociona
No dijo nada más, no hacía falta. Giró su cuerpo flacucho tapado por su amplio sobretodo y se perdió en la niebla que lo tragó.
Volví caminando lentamente. En cada paso que daba se me repetían las palabras del hombre.
Tenía la sensación de volver cargando alguna cosa, como si llevara un bolso colgado al hombro, como si tuviera los puños llenos de piedras o caramelos, como si llevara una carta en el bolsillo.
Entré al bar casi sin hacer ruido, el Chino repasaba unos vasos perfectamente limpios y secos; era su forma de desahogarse.
Me acerqué al mostrador y le dije despacito
—Chino, ese tipo...
—¿Qué carajo te pasa con ese tipo? — me dijo con rabia.
—Nada, que fui y le hablé...
—Ah, le hablaste, ¿qué?, ¿te lo quisiste levantar?, ¿sos trolo vos? — me preguntaba mientras repasaba el vaso con furia dedicada.
No se aguantó más y explotó
—Mirá, ¿sabés lo que pasa?, que tengo bronca pasa. Eso pasa. Una bronca de la puta madre— había dejado el vaso sobre el mostrador y esgrimía el trapo con su mano derecha.
—Cada vez que viene le canto sus tangos y el tipo nunca dice nada. Me mato cantándolos, pongo toda el alma y el tipo no dice nada. Lo parió... — dijo tirando el trapo hasta la pileta, con rabia y decepción.
—Pero Chino, él me dijo que cada vez que te escucha se emociona. Me dijo que siempre que puede viene al barrio, viene acá a escucharte a vos. A vos, Chino
Abrió sus ojos todo lo que le daban los párpados y me preguntó
—¿Eso te dijo? — yo asentí con mi cabeza sin decir nada.
Se le habían humedecido los ojos. Estaba impactado, quedó inmóvil por unos segundos.
Su mano viajó lenta y automática hasta el bolsillo de la camisa y sacó los cigarrillos.
Prendió uno con una aspirada larga y soltó el humo mirando a la distancia.
—¿Eso te dijo?, ¿no me estás jodiendo? — preguntó con una sombra de duda en los ojos.
—Chino, te repito textualmente lo que me dijo. Viene acá para escucharte a vos porque eso lo emociona
Sonrió suavemente y después de una pausa larguísima dijo bajito
—Se emociona...
Estiró el brazo con suavidad, puso otro vaso sobre el mostrador y sacó la botella de whisky importado.
—Dale pibe. Vamos a brindar. Este es el alegrón más grande que he tenido en años

    Horacio Maratea
    Villa Sarmiento - 5.de diciembre de 1996

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