Historias para destapar el excusado

 






 

Los fustitaxis

Roberto Remes

Pese a todo, el Centro Histórico de la ciudad de México es bastante pintoresco. No lo digo por los grandes edificios y monumentos históricos como Bellas Artes, Correos, Minería, el Museo Nacional de Arte, la Catedral, el templo de La Profesa, y los palacios cívicos del Zócalo, o sea, el de Justicia y los de los gobiernos local y nacional. No. Lo digo por los ciclotaxis.

Cuando uno llega al Centro Histórico desde avenida Juárez, con sus ocho carriles, tiene dos opciones, dar vuelta hacia el Eje Central, con sus cinco carriles, o continuar en la misma dirección sobre Madero, con sus tres angostos carriles, uno de ellos ocupado por coches estacionados en lugar prohibido, y otro más ocupado por sendos bicitaxis en espera de pasajeros. Cuando uno transita sobre cualquier otra calle del Centro puede disfrutar más del paisaje arquitectónico gracias a que, invariablemente, conseguirá que un ciclotaxi esté estorbando en el momento en que quiera avanzar, dar vuelta o entrar a un estacionamiento.

Sin embargo, lo maravilloso y pintoresco de los bicitaxis no está en la manera que estorban por todos lados, está en el placer sublime que producen a sus pasajeros desde el momento mismo en que uno los aborda para ir a cualquier lado o a ningún lado. Uno va caminando por la calle, ve venir un ciclotaxi, alza la mano, el ciclo taxi se detiene, un automóvil tiene que frenar intempestivamente y tratar de cambiar el carril para poder continuar con su ruta, uno apoya el pie derecho sobre el vehículo de tracción animal, racional por supuesto, indica la ruta a seguir, y comienza a disfrutar de las megalomanías que tiene dentro. Por ejemplo, siempre que yo me subo a un bicitaxi me imagino que saco un látigo y que voy golpeando al conductor como si fuera caballo. De pronto me siento como si fuera un emperador romano o algo así, o al menos un conquistador británico en Asia, transportado por un tipo con sombrero de vietnamita. Claro, a veces me pregunto si sería capaz un día de quitarme el cinturón y empezar a azotar al bicitaxista. Temo que sí. También me pregunto si alguna vez habrá pasado una escena como esa, quizá con algún mexicano, pero más probablemente con un extranjero.

Entre mis estudios tengo una especialidad en mercadotecnia, y bueno, se supone que la mercadotecnia está orientada a construir un producto que sea único y que como tal responda a un mercado desatendido por otros productos, y así genere dinero para el dueño del producto. Hace siete u ocho años no había bicitaxis en México, así que quienes los introdujeron, Manuel Camacho y Joel Ortega entre ellos, de alguna manera estaban ofreciendo un producto único, sin competidores, para atender un mercado desatendido, el de los que no querían caminar cuatro cuadras. No obstante, los ciclo taxis son muy baratos, y un viaje de quinientos a mil metros viene costando unos diez pesos, o quizá menos. Nadie puede hacerse millonario con un bicitaxi. Eso con los bicitaxis actuales. Sin embargo, podríamos pensar en un producto innovador, satisfaciendo las necesidades de los que tienen, o tenemos, deseos de grandeza, los que quieren sentirse emperadores romanos, por ejemplo.

Mi propuesta es que inventemos una nueva manera de aprovechar el Centro Histórico de la ciudad de México con bicitaxis que ofrezcan un servicio mucho más completo, como renta de indumentaria de la edad antigua, además de un látigo y el derecho a azotar al conductor. El costo sería relativamente bajo porque, en principio, prácticamente los únicos gastos adicionales son el látigo y el disfraz, o ya siendo un poco nobles con los bicitaxistas, se les podría comprar una protección de cuero para que no les doliera tanto, pero sí que la sintieran para que el latigazo motivara al conductor a acelerar el paso. La diferencia del servicio de bicitaxi simple es que por este puede cobrarse hasta veinte veces más por un paseo de unos quince minutos, lo cual significa una ganancia de ochocientos pesos por hora y seis mil cuatrocientos pesos en un turno de ocho horas, y dos millones trescientos treinta y seis mil pesos, en un año, claro, suponiendo que el bicitaxi, o fustitaxi, que es como yo sugiero bautizarlo, trabajara al cien por ciento de su capacidad, pero puede ser un pronóstico realista pensar en que trabaje al cincuenta por ciento, con lo cual los ingresos quedarían en un millón ciento sesenta y ocho mil pesos anuales, libres de impuestos porque los bicitaxis no pagan nada al fisco. Esos ingresos no consideran que si uno instala una flotilla, digamos de diez fustitaxis, el ingreso se decuplica, o sea, serían más de once millones de pesos a un costo muy bajo, lo que significaría una utilidad de un millón de dólares anuales. Es más, creo que siendo buenos patrones, hasta se le podría pagar más del salario mínimo a cada chofer.

Me preocupa, eso sí, lo que puedan decir los organismos de derechos humanos. Pero bueno, no hay que ser tan tontos, y aquí podría venir la inversión más importante, pues una parte de las ganancias puede ser dedicada a la restauración del Centro Histórico, y desde luego habrá que promover esas obras de restauración para que la ciudadanía vea con buenos ojos la aparición de los fustitaxis, y haga caso omiso de lo que digan los defensores de los derechos humanos.

Por último, no hay que soslayar un beneficio muy importante del surgimiento de los fustitaxis. Si los latigazos van a ayudar a elevar la velocidad de los bicitaxis actuales, es posible que permitan disminuir los congestionamientos en el centro de la ciudad, y más aún, la autoridad podría permitir que los pasajeros de los fustitaxis no sólo azotaran a los fustitaxistas sino también a los vendedores ambulantes, y así, en vez de tener decenas de granaderos todos los días tratando de evitar que se instalen los ambulantes, con un buen latigazo aprenderían a no ponerse en el Centro Histórico.

Creo que si nos pusiéramos a trabajar un poco más en el proyecto encontraríamos nuevos beneficios no sólo para el dueño de los fustitaxis, sino también para la sociedad, que terminará siendo la más interesada en que exista este servicio.

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